King

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Capítulo 9

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Me sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Todo mi cuerpo se quedó sin aire. De repente los dedos de mis pies estaban húmedos y me di cuenta de que mi vaso se había ladeado y había derramado algo de té.

–¿Lo... lo hizo? –susurré. –Oh Dios mío–. Estaba enamorada del hijo de un asesino.

La mano de Emma se cerró sobre la mía, sobresaltándome. –¿Estás bien?

Tragué saliva. –Creo que sí. Solo estoy haciéndome a la idea.

–Es bastante chocante –dijo Adam, asintiendo. –Sé lo que te está pasando por la cabeza porque es lo mismo que pasó por mi cabeza cuando King nos lo contó.

–¿Nos?

–A mí, a Damon, y a los demás de la hermandad.

–¿La hermandad? –dijimos Emma y yo a la vez.

Él sacudió la mano. –En otro momento–. Se inclinó hacia delante. Su rostro era la pura imagen de la seriedad, nada parecido al Adam Lyon que había visto hasta ahora. –Solo te estoy contando esto porque sé que Matt quiere que lo sepas, a su modo. Él tiene problemas para hablar de ello.

–Es comprensible –dijo Emma.

–Pero sé que él querría que lo supieras, Stephanie. Hace un par de semanas me contó que desearía saber cómo sacar el tema contigo sin asustarte y que huyeras–. Levantó la mano. –Quizás debería haber dejado que él lo explicara, pero para ser sincero me da miedo que la joda y todo suene mal.

–¿Se te dan mejor a ti las palabras? –preguntó Emma, su voz retadora.

–Sí. En lo que respecta a los negocios, King es frío y seguro de sí mismo. Pero en lo que respecta a su vida personal, es un desastre. No tiene ni idea.

En eso tenía razón. Becky Kavanagh le había enseñado algunos trucos, pero él parecía trastabillar con todo lo demás. –Creo que él te perdonará –dije. –Y creo que podrías tener razón. Él quiere que yo lo sepa, pero no sabe como expresarlo con palabras.

–Vale, me rindo –dijo Emma. –Vosotros dos le conocéis mejor. Así que continúa, Adam. Adivino que hay más en esta historia.

–Hace cinco años, Ed King dejó una nota a su familia antes de colarse en la librería de tu abuelo, Steph, y se pegó un tiro en el sótano. La nota confesaba su implicación en el asesinato. Él no apretó el gatillo, pero estaba allí. Su coartada era falsa.

–¿Fue un participante reacio? –pregunté esperanzada.

Él encogió un hombro. –Es difícil de saber ahora. Definitivamente se arrepintió de ello después. Lo dejó muy claro en su nota de suicidio. Escribió que se había visto envuelto en el crimen organizado por mediación de un amigo de la infancia. La ferretería había sido usada para blanquear dinero, y él había sido un matón. Era un hombre grande y sabía como luchar. Judy y los chicos sabían algo de esto, pero no todo. Él nunca admitió el asesinato durante su vida, ni ante ellos ni ante la policía. Dijo en su nota que había querido reformarse después de que pasara. Quería abandonar la mafia. Pero cada vez que intentaba dejarlo, seguía siendo arrastrado de vuelta a la escena criminal.

–No puedo imaginarme que quisieran que alguien se marchara y arriesgarse a que hablara con la policía –dijo Emma.

–¿Estuvo implicado hasta el momento de su muerte? –pregunté.

Adam sacudió la cabeza. –La mayoría de sus amigos murieron en los años que precedieron a su propia muerte. Algunos asesinados, y otros simplemente murieron por causas naturales. Así que supongo que, de algún modo, él lo dejó.

–Pero de todos modos se suicidó.

–No podía vivir con la culpa. Le consumió durante años, o eso me dijo King.

–Supongo que al final fue demasiado para él –murmuré.

Nos quedamos sentados en silencio durante mucho tiempo. No pude evitar contemplar todas las diferentes facetas de la historia. Por un lado, había una víctima asesinada y su familia, quienes debían haber sufrido, pero también había otras víctimas, las que no eran inmediatamente obvias. El mismo Ed King, pero también su esposa e hijos. Ellos también habían perdido a un ser querido, y ahora vivían con el hecho de que su padre era cómplice de asesinato. Era una pesada carga.

–No culpo a Matt por querer derribar tu edificio –dijo Emma. Su compasión me sorprendió. Ella era una mujer práctica, nada dada a respuestas emocionales con mucha frecuencia, y ella no conocía bien a Matt. –Me pregunto si le ayudará a pasar página.

–Podría –dijo Adam.

–¿Pero por qué ahora? ¿Por qué no comprar los edificios hace cinco años tras la muerte de Ed?

–Por Judy. Su salud ha caído en picado muy de repente. Su demencia ha empeorado y a veces piensa que está viviendo de nuevo en la época del asesinato. Se pone histérica, a menudo con Matt, pensando que es Ed. Se parecen mucho–. Él se encogió de hombros. –Los médicos piensan que ella realmente nunca tuvo un cierre para ese capítulo de su vida. Luego se le metió en la cabeza que destruir el edificio donde había sucedido el asesinato la ayudaría a superar el dolor.

–¿Y Matt piensa lo mismo? –preguntó Emma.

–Supongo que sí o no estaría intentando comprarlo. O quizás solo lo esté haciendo por su madre. Él y Judy están muy unidos.

–Él ya no quiere comprar mi edificio –dije calladamente. –Sin el edificio central no puede construir una megatienda en el lugar.

–Y el tuyo también es donde murió su padre–. Emma se mordió el labio y pude ver que se estaba conteniendo para no decir algo que creía no me gustaría.

–Vamos –la animé. –Dilo.

–Solo me estaba preguntando cómo se siente su madre acerca de ello. Especialmente si sabe que la razón detrás de su renuncia a comprar. Simplemente odiaría que ella te culpara a ti–. Una expresión dolorida le cruzó el rostro, así que cogí su mano para hacerle saber que no la odiaba por decirlo.

–Yo estaba pensando lo mismo–. Me terminé el té y me puse de pie. –Gracias, Adam. Me alegra haber venido y que hayamos hablado de esto.

–Un placer. Yo también me alegro de que hayas venido–. Su mirada se deslizó hacia Emma, pero ella estaba demasiado ocupada frunciendo el ceño como para darse cuenta. –Me alegro mucho.

–¿Vas a ir a ver a Matt ahora? –preguntó ella.

Asentí. –Ya es hora de que solucionemos algunas cosas–. Y un plan estaba empezando a formarse en mi cabeza. Quería hablar con él antes de que cambiara de idea.

–Eres un gran amigo para Matt –le dije a Adam mientras bajábamos a su apartamento. –Suena a que él necesita una fuerte red de amistades a su alrededor.

Él levantó una mano. –¿No la necesita todo el mundo?

Emma soltó un bufido. –Tú no pareces el tipo de hombre que tiene problemas. A ver, mira este lugar–. Ella señaló las caras obras de arte en las paredes, las antigüedades, y la vista espectacular. –Vas tirando el dinero como si fuera agua, eres guapo y tienes salud, y nunca te falta una chica con la que salir, o varias.

Intenté mirarla con furia, pero ella no me estaba mirando. De todas las personas, ella sabía que esas cosas no significaban que él estuviera libre de problemas. Parecía que Adam sacaba todo lo peor de Emma. No había forma que ella accediera alguna vez a salir con él. Una lástima. Por el modo en que él la miraba, yo tenía la sensación de que a él le gustaría llegar a conocerla mejor.

Quizás yo necesitaba decirle que ella no era siempre así. Pero no ahora.

–Háblame de esta hermandad que mencionaste antes –dije para distraerles a los dos. –¿Qué es?

–Solo un nombre tonto que pensamos hace años. Somos un puñado de tíos que nos conocemos desde siempre. Estamos unidos. Estamos ahí para los demás cuando nos necesitan. Conocerás a los demás muy pronto, Steph–. Me dio un abrazo. –Tengo la impresión de que voy a verte mucho.

Le devolví el abrazo. –Eso espero.

Emma se aclaró la garganta. –Tú ve a casa de Matt, Steph. Yo cogeré el autobús de vuelta a casa.

–Yo te llevo –dijo Adam.

–No, gracias.

–Lanza una moneda–. Besé la mejilla de Emma. –Me voy.

Les dejé allí discutiendo, y salí hacia mi coche. Llamé a Matt pero su teléfono fue directamente al buzón de voz. Debía haberlo apagado. Conduje hasta su apartamento, pero el portero me dijo que había salido y aún no había regresado.

Me senté en el sofá del vestíbulo y esperé. Me dio tiempo para pensar, y cuanto más pensaba en ello, más segura estaba de lo que quería hacer. Amaba a Matt. El tiempo separados había reforzado lo que sentía por él. Solo esperaba que mi instinto fuera correcto y él también me amara.

Mi teléfono sonó después de una hora. El nombre de Matt parpadeaba en la pantalla. Descolgué al segundo tono.

–Hola –dijo él. ¿Era mi imaginación o sonaba aliviado? –Siento haberme perdido tu llamada de antes. Acabo de recibir tu mensaje.

–Estoy en tu casa. ¿Vas a venir?

–Eso depende de para qué quieres verme. Si vas a decirme que ya no quieres que quedemos, entonces me temo que estoy demasiado ocupado ahora mismo, y lo estaré hasta que cambies de opinión. Pero si vas a decirme que quieres hacerle cosas increíbles a mi cuerpo, entonces estaré allí inmediatamente.

Me reí. –En ese caso más vale que traigas ese cuerpo aquí.

Él soltó un suspiro y podía jurar que el motor de su coche rugió de fondo. –Estaré allí en diez minutos.

–No corras.

–Estoy intentando no hacerlo.

–Y ¿Matt?

–¿Sí?

–Es genial oír tu voz.

–Es maravilloso oír la tuya también, Steph.

Diez minutos más tarde, él atravesó la puerta y cruzó el vestíbulo como un hombre que tenía una misión. Se veía delicioso con una camiseta blanca que mostraba los músculos de sus bíceps a la perfección, y un par de pantalones cortos que le llegaban hasta las rodillas. Esperaba que me ahogara en un abrazo, pero se detuvo de repente. Se metió las manos en sus bolsillos traseros y me dedicó una sonrisa insegura.

–Hola –dijo. –Gracias por venir.

Era como si estuviera hablando con una conocida, no con una amante. Sonaba mal.

–Necesitaba verte –dije. –Necesitamos hablar.

Su sonrisa desapareció y yo me encogí, deseando simplemente haberle ordenado subir al dormitorio y mencionar lo de que teníamos que hablar después de que hubiéramos tenido sexo.

Le cogí de la mano y le llevé hasta el ascensor. Una vez dentro y lejos de la curiosa mirada del portero, cogí sus dos manos y le miré con el ceño fruncido. Su piel estaba pálida, como si no hubiera visto el sol desde la última vez que nos vimos, y sus ojos carecían de su chispa habitual.

–Pareces agotado–. Le toqué la mejilla. –¿Algo va mal? ¿Has estado enfermo?

–Es mi madre–. Las puertas se abrieron y entramos juntos en su apartamento, cogidos de la mano. –Acabo de volver de su residencia.

–¿Está enferma?

–Ella... últimamente no lo está pasando muy bien–. No me miró a los ojos mientras me llevaba hacia la cocina. No al dormitorio.

Quizás eso era todo. Claramente estaba disgustado por la mala salud de su madre. y había algo que necesitaba resolver primero.

–¿Has almorzado? –preguntó.

–Todavía no.

Le observé mientras preparaba una ensalada de pollo con las sobras que tenía en el frigorífico, y luego abrió una botella de vino blanco. Comimos en la mesa de comedor que miraba a toda la ciudad abajo. El silencio no era incómodo, pero tampoco era cómodo.

Yo necesitaba romperlo. –Matt, puedes hacer lo que quieras con mi edificio.

Él se detuvo con el tenedor en la boca. Me miró fijamente y luego lo bajó. –No, ya te he dicho que no voy a comprártelo.

–Y no te lo estoy vendiendo. Te lo estoy alquilando. Haremos las modificaciones que se necesiten para que construyas una ferretería, pero no quiero que lo derrumbes completamente.

Él no dijo nada, solo me miraba fijamente.

–Si derribamos las paredes internas entre todas las tiendas, arriba y abajo, puedes tener una ferretería grande–. Me mordí el labio por dentro y le observé cuidadosamente. –¿Será suficiente?

–¿Suficiente? ¿Para qué?

–Para ayudaros a ti y a tu madre a... a reconciliaros con la idea de la muerte de tu padre.

De repente se sentó más erguido. –¿Lo sabes?

Asentí y volví a morderme el labio. Podría no gustarle que le hubiera investigado sin su conocimiento. Su mirada se agudizó. Sus labios se apretaron.

–Lo siento –dije rápidamente, incapaz de seguir mirándole a sus penetrantes ojos. –Taylor, mi compañera de trabajo, decidió investigarte un poco por mí. Encontró un artículo de un periódico que mencionaba su muerte en mi sótano. No debería haberlo leído –musité.

Se echó hacia delante y apoyó los codos en la mesa. –¿Todo lo que sabes sobre la muerte de mi padre procede de artículos periodísticos?

–También hablé con Adam. No le culpes. Le puse en un aprieto. Es culpa mía.

Él alargó la mano y cogió mi mano en la suya. Finalmente levanté la mirada. –No pasa nada, Steph. No estoy enfadado. Estoy aliviado de que hayas hablado con Adam sobre ello. Al menos de ese modo sé que has oído la historia correcta y no la versión sensacionalista. A los periodistas les encantó el hecho de que mi padre se suicidara en el mismo lugar donde había asesinado a un hombre.

–Él no le asesinó. No directamente.

–Él estaba allí. Es igual de culpable. No tienes que suavizarlo para mí, Steph. Sé lo que hizo mi padre. No era un santo. Finalmente lo admitió al final, aunque solo fuera ante nosotros.

–Debe haber sido una época muy dura para ti y para tu familia.

–Principalmente para mamá. Papá nunca fue un gran padre para nosotros. Al principio sí, pero en sus últimos años a menudo era distante. Ahora sé que probablemente se odiaba a sí mismo tanto por estar implicado en el asesinato que simplemente ya no podía seguir funcionando como un ser humano normal. Se desquitaba con mi madre a puerta cerrada. Podía oírles discutir–. Se aclaró la garganta. –Ella recuerda a la policía y el escrutinio de la prensa después del asesinato muy claramente, mientras que nosotros éramos solo críos. Ella sufrió mucho. La hizo envejecer dramáticamente.

–Todavía la atormenta –dije. –Adam me dijo que ella a veces lo revive.

–La demencia es una cruel enfermedad, especialmente en su caso. La lleva de vuelta a esa época, cuando todo su mundo explotó en un desastre gigante. Podrías decir que ella perdió a papá entonces. Su muerte al final solo fue el epílogo de un horrible libro.

–Oh, Matt–. Rodeé la mesa y fui hacia él. Me sentó en su regazo y apoyó la cabeza en mi hombro. –Por eso voy a alquilarte el edificio. Quiero que hagas lo que quieras con él. Podría ser el final que necesitas, o al menos podría hacer que tu madre fuera un poco más feliz. Se lo merece después de todo lo que ha pasado.

–Ella merece felicidad, pero creo que ahora ya está más allá de todo eso. Fue estúpido por mi parte pensar que derribar las tiendas haría que ella mejorase. O hacerme mejorar. Conocerte, estar contigo... ahora sé que derribar el edificio no iba a cambiar nada. No estaba pensando de manera racional... hasta que apareciste tú.

Acarició con sus nudillos mi mejilla hasta mi barbilla. Luego la sujetó suavemente y me besó. Sus labios temblaban contra los míos cuando el beso ligero como una pluma me estremeció hasta los huesos. Rodeé su cuello con mis brazos y le abracé. Él parecía necesitarlo. Suspiró en mi boca y rompió el beso para enterrar su rostro contra mi garganta. Le abracé con más fuerza y apoyé mi mejilla encima de su cabeza.

Tras un momento él se retiró y me miró con ojos brillantes. –Gracias, Steph. Te lo agradezco de corazón. Pero no lo aceptaré. De ninguna manera voy a arrebatarte tu tienda. Sé lo mucho que significa para ti.

–Pero ya no significa tanto para mí.

Él frunció el ceño e intenté pensar en una forma mejor de explicarlo.

–La librería era un refugio para mí. Esa parte es cierta. Solía encantarme ir allí después de las clases y hundirme en uno de esos grandes sillones a leer. Cuando mis padres se divorciaron, sentía que era el único lugar donde yo encajaba. Pero no era un refugio porque fuera una librería o porque estuviera lejos de papá y mamá. Era mi refugio porque el abuelo estaba allí con sus grandes abrazos y las galletas que horneaba solo para mí. Él era mi roca. Era el abuelo quien me hacía sentir segura y amada, no la librería.

Él asintió despacio. –Creo que lo entiendo.

–Ahora él ya no está y no puedo recrear lo que sentía dejando la tienda exactamente como estaba, de igual modo que no puedes destruir los recuerdos de la muerte de tu padre derribando el edificio. Siempre tendremos nuestros recuerdos, buenos o malos, sin importar nada más. El edificio físico no tiene nada que ver con ello.

–Hermosa y sabia–. Él sonrió pero luego volvió a parecer inseguro. Él me miró parpadeando. –¿Y toda mía?

–Sí. Soy toda tuya. Tú eres mi refugio ahora, Matt, mi roca. Me siento segura contigo, más feliz cuando estoy contigo–. Tomé su rostro entre mis manos y busqué sus ojos. Llenó mi corazón hasta casi reventar ver que las sombras desaparecían y la chispa volvió a sus profundidades. –Te pertenezco, Matthew King.

Él soltó un suspiro tembloroso y vacilante. –Y yo te pertenezco, Stephanie Prescott.

Él volvió a besarme mientras mi corazón volaba. Me cogió en brazos y me llevó al dormitorio, donde hicimos el amor de forma lenta e intensa mientras nos mirábamos a los ojos.

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