King

King


Capítulo 2

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–No jodas. ¿Le has conocido?– El fuerte susurro de Taylor le hizo ganarse una dura mirada de una de las personas en la biblioteca, sentado en un cubículo cercano. La ironía me hizo sonreír, pero Taylor no parecía encontrar divertido que hubieran efectivamente mandado a callar a una bibliotecaria. Ella le devolvió la misma mirada dura. No contaba con que ella no le mostrara el dedo, así que la arrastré más entre las estanterías.

–Él vino a mi puerta –le dije calladamente mientras devolvía los libros del carrito a las estanterías. –Él y su agente de la propiedad.

–Pero él es TAN sexi–. Se apoyó contra una estantería, haciendo que se tambalease. El mechón azul de pelo caía sobre sus ojos, pero no escondía el brillo soñador en sus ojos. –Me refiero a King, no a su agente de la propiedad, claro. ¿Él también es sexi?

–No. ¿Le has conocido tú?

–¿A King? Cielos, no. Solo le he visto en los periódicos y eso. Nunca sale mal en las fotos, Steph. Nunca.

–¿Por qué todo el mundo le llama King? Incluso se me presentó así.

Ella se rascó la barbilla como si fuera una dura pregunta. Quizás lo era. Nuestro jefe comparaba a Taylor con un libro infantil. Divertida y colorida, pero solo hay que tomársela al pie de la letra. No acudas a ella para encontrar respuestas a las preguntas complicadas de la vida.

–Le llaman el Rey de las Herramientas[2] –dijo, como si eso lo explicara todo. –Entonces... ¿cómo es?

Me encogí de hombros. –Arrogante. No podía entender por qué yo no quería vender mi edificio.

–¿Por qué no quieres vender?

Volví a encogerme de hombros. No quería explicárselo a ella. Ella era dulce, pero no pensaba que lo entendería. Nadie lo hacía, ni siquiera los vecinos como la señora Mopp y el señor Jones. Ellos no entendían que el abuelo hubiera sido toda mi vida. Cuando mis padres se separaron y yo me veía enviada de un lado al otro según sus horarios, la tienda del abuelo era un paraíso en el que podía desaparecer. No eran solo los libros, sino también el oasis de calma que la tienda me ofrecía lejos de las discusiones de mis padres. Y por supuesto estaba la silenciosa compañía del abuelo. Cada vez que yo iba a Old Town Libros con manchas de lágrimas en mis mejillas, sus amables ojos me decían que sabía por lo que yo estaba pasando. Él fue más padre para mí que mi propio padre, un mejor padre que incluso mi madre, quien había seguido su carrera en Nueva York tan pronto como yo me marché a la universidad. Ella todavía estaba allí, pisando las tablas e intentando ganarse la vida a duras penas en el teatro. No había sabido nada de ella desde el funeral del abuelo. Papá había muerto hacía unos años, y ahora el abuelo también se había ido.

Nunca me había sentido más sola. Quizás era por eso por lo que había permitido que mi relación con Kyle continuara tanto tiempo como lo había hecho. Me gustaba pensar que yo normalmente no me dejaba pisotear así, pero no podía soportar más alteraciones en un momento en el que todavía estaba de luto. Tenía que haber una razón lógica para explicar por qué me había quedado con él cuando nuestra relación se había deteriorado hasta el punto en que se había vuelto violento. Simplemente no era típico de mí.

O eso me gustaba pensar.

–Estás haciendo lo correcto –dijo Taylor con un serio gesto de cabeza.

–¿Qué quieres decir?

–Esperar a que ofrezcan más dinero.

–No es por el dinero.

Pero ella no pareció oírme. Estaba mirando fijamente por el pasillo, asintiendo firmemente. –Es una cosa de tíos. Cuanto más te resistes, más se sienten tentados de pagar.

La miré de reojo. –Todavía estamos hablando de propiedades, ¿verdad? Solo que suena a que te estás ofreciendo a ser mi chulo.

Ella sonrió de repente, recordándome lo joven que era. Con solo dieciocho años, Taylor era siete años más joven que yo. Había empezado a trabajar en la biblioteca a comienzos de verano y continuaría trabajando a tiempo parcial mientras estuviera en la universidad. Yo había estado trabajando aquí desde que terminara mis estudios universitarios hacía unos años. La gente era genial, conocía a todos los usuarios habituales, y estaba rodeado de libros. Era un trabajo increíble, a pesar del salario de mierda.

Taylor me pasó un brazo por los hombros. –Se aplican los mismos principios –dijo ella. –Elige algo que un hombre desee desesperadamente y él pagará una enorme cantidad de dinero por ello. Incluido el sexo.

–Eres muy cínica para ser tan joven.

Ella suspiró. –He tenido muchos novios. Probablemente muchos más que tú.

–Eso no es demasiado difícil. Yo he tenido dos novios serios y dos no muy serios.

Ella toqueteó mi oscuro pelo castaño en mi hombro. –¿Ves? Eso no puedo creerlo. Eres muy guapa. Deben ser las vibraciones que lanzas y alejan a la mayoría de los hombres.

–¡Yo no lanzo vibraciones!

–Sí lo haces. Es una vibración que dice “aléjate de mí, gilipollas”.

Puse los ojos en blanco y continué llenando las estanterías. –Me conoces desde hace tres meses, Taylor. Y han sido tres meses malos en el tema de las citas.

–Y que lo digas.

Aunque ella y mis otros compañeros de trabajo sabían que había roto con Kyle, ninguno sabía que me había puesto un ojo morado. Le eché la culpa a que me había caído de la bicicleta.

–Entonces dime cómo es –dijo Taylor, finalmente cogiendo algunos libros y ayudándome a llenar las estanterías.

–¿Matthew King? –me encogí de hombros. –Guapo, alto, pero no me gustó. Tiene una cierta intensidad en su persona que hace que sea un poco siniestro–. Me mordí el labio. Eso no era justo. También había retirado el pie inmediatamente cuando se lo pedí, y no había intentado entrar. Podría haberlo hecho. –No siniestro, sino... hay algo en él que no puedo definir. Algo diferente. No malo, exactamente, pero que me pone nerviosa. ¿Sabes lo que quiero decir?

–¿Eh? Lo siento, dejé de escuchar después de lo de alto y guapo–. Volvió a sonreír. Yo me reí y sacudí la cabeza.

Terminamos de reponer los libros y luego ella volvió a la oficina de atrás, mientras que yo ayudaba a algunos usuarios en el mostrador de referencias. Un poco después, cuando me relevaron, ella me hizo una señal por encima de su estación de trabajo cerca de la parte de atrás de la oficina.

–Steph, tienes que ver esto–. Ella le dio la vuelta a su monitor para que pudiera ver mejor. Su buscador de internet estaba abierto en un artículo del periódico Roxburg Chronicle, con fecha de hacía unos dieciocho años atrás. El titular gritaba:

¿SE HA INFILTRADO LA MAFIA EN ROXBURG?

–Eso es un titular para llamar la atención como pocos que he visto –dije. Era un artículo sobre el asesinato al estilo ejecución de un político local. –Está lleno de lenguaje sensacionalista. El Chronicle es famoso por este tipo de cosas ahora, y parece que también lo eran hace dieciocho años. ¿Y qué?

–Lee esto–. Señaló una línea cerca del final. –Ed King de King Hardware fue interrogado durante horas para ser liberado más tarde. Fue visto discutiendo con el fallecido poco antes del asesinato.

Leí hasta el final del artículo, pero Ed King no era mencionado de nuevo. –Supongo que ese es el padre de Matthew King.

–Supongo que sí. Encontré otros informes más sobre el asesinato, y resulta que el socio de Ed King fue arrestado y declarado culpable. Murió hace un par de años en prisión.

–¿Y qué hay del tal King?

–No fue arrestado, pero debido a su sociedad circularon rumores durante años de que él estaba implicado con el crimen organizado. Su nombre surgió varias veces en los periódicos.

Me senté en el borde del escritorio y parpadeé ante el monitor. –Pobre hombre.

–¿Por qué?

–Solo porque conocía al asesino fue marcado con la misma etiqueta. No me parece justo.

–Eres muy ingenua, Steph, y siempre ves lo bueno de las personas–. Pinchó en otro artículo. –Según esto, Ed King tenía varios socios que estaban relacionados con el crimen organizado.

Mis ojos se abrieron como platos. –¿En serio?

–Probablemente él no fuera el jefe, pero era sospechoso de blanqueo de dinero.

Leí el artículo y parecía que King Hardware se usaba para blanquear dinero. Aunque hubo varias redadas, nada se demostró nunca y “el Rey de la mafia”, como los periodistas le apodaron, nunca fue arrestado. Por aquel entonces King Hardware solo era una tienda, no un imperio como lo es ahora. El hijo del “Rey de la mafia” lo ha llevado de la nada hasta ser una compañía billonaria.

Probablemente usando el dinero blanqueado de su padre.

Me sujeté a los bordes de la mesa hasta que mis doloridos dedos me obligaron a soltarme.

–La tierra a Stephanie. ¿Hola?

–¿Eh? Oh, lo siento, solo estaba pensando–. Me crucé de brazos para controlar el repentino frío.

–Déjame adivinar. Estabas pensando en cómo el tipo que quiere comprar tu propiedad está relacionado con la mafia.

–Su padre lo estaba –la corregí, –no él. Pero sí –añadí calladamente. –Pensaba en eso.

–Y en que quiere tu edificio con desesperación. Muy, pero que muy desesperadamente.

Eso también. Había habido algo en sus ojos. Un brillo desesperado, pánico también. Pero eso no tenía sentido. Hemos estado discutiendo una transacción de negocios, nada más. ¿Por qué quería mi edificio tanto? ¿Y a qué extremos estaba dispuesto a llegar para conseguirlo?

Yo no estaba segura de que Matt King fuera como su padre, pero sospeché que no era el tipo de hombre a quien le gustara no poder poseer algo. Todavía quedaba por ver a qué extremos llegaría.

–Te veo mañana por la noche –dijo Taylor, saludándome con la mano mientras empujaba la puerta de cristal y salía al aparcamiento.

–Sí, nos vemos allí –le dije.

La Fundación para la Alfabetización de Roxburg organizaba una velada de cóctel de etiqueta en el ayuntamiento. El evento anual para recaudar fondos era lo más destacado del año para mí. Era una de las pocas oportunidades en las que podía vestirme de gala y apoyar mi causa favorita, una en la que la biblioteca estaba enormemente implicada. Yo iba a ayudar a preparar el acto durante el día, y luego me marcharía a la peluquería para esperar que ella pudiera hacer un milagro con mi aburrido pelo. El pelo no era lo mío, y por eso me lo dejaba largo. Encontraba más fácil peinármelo en una coleta o simplemente dejarlo suelto, antes que tener que peinarlo cada día.

Siendo la última en marcharme, estaba a punto de apagar las luces cuando el teléfono sobre mi escritorio sonó. Maldita sea. ¿Quién demonios llamaba ahora? Descolgué y respondí con mi educada voz de trabajo.

–Hola, Steph, nena –dijo la familiar voz en el otro extremo.

Se me heló la sangre. Mi cerebro se electrocutó. No sabía qué decir, cómo responder. Solo quería colgar y correr. –No me llames, Kyle –solté. –Ni aquí ni a mi móvil. Simplemente no llames.

–Oh, nena, no seas así. Vamos, te echo de menos. Necesito hablar contigo.

–No quiero hablar contigo nunca más. ¿Me oyes?– Mis palabras gritadas reverberaron por las paredes de cristal. –¡Sal de mi vida!

–No seas así–. Su voz se volvió dura, imposible no notar el tono de acero. –Llamaba para decirte lo mucho que te quiero y te echo de menos, ¿y así es como me tratas?

–No vuelvas a llamarme o llamaré a la policía.

Él se rio con sorna. –Deja de ser imbécil. ¿Qué vas a decirles? ¿Tal vez que el hombre que te ama está siendo demasiado amable, o que no puede cansarte de ti?

–¿Estás loco? Me pegaste, cabrón. Me pusiste un ojo morado.

–Sabes que eso no volverá a suceder. No si vuelves conmigo, entonces no pasará.

La amenaza colgaba en el aire como una burbuja esperando a reventar... Si no volvía con él, podía esperar conseguir otro ojo morado y mucho más.

Colgué. Tener una conversación con Kyle era malo para mi salud mental. Lo que necesitaba era volver a casa y darme un baño.

Cerré y salí, mirando a izquierda y derecha. No me sorprendería que hubiera llamado desde allí fuera y me estuviera esperando. Gracias a Dios era verano y todavía había luz. Docenas de personas estaban fuera, paseando a sus perros, conduciendo sus coches, yendo en bicicleta. Yo estaría bien. Saqué el espray de pimienta del bolso por si acaso.

Comprobaba constantemente mis espejos retrovisores de camino a casa a Old Town Libros para asegurarme de que nadie me seguía. Entré corriendo y examiné la planta baja y la superior con el bate de béisbol en la mano, por si acaso Kyle hubiera sabido mi dirección de algún modo. No había nadie allí.

Entonces me dejé caer sobre la cama, subí las rodillas, y lloré. Cuando Harry saltó junto a mí y me golpeó el brazo con su cabeza, le cogí y le abracé. –¿Me dejará alguna vez en paz ese gilipollas?

El salón de baile del ayuntamiento nunca se había visto tan bien. El comité de la fundación para la alfabetización, de la cual yo era miembro, se había pasado todo el día colgando adornos, reorganizando macetas y trayendo más para darle al salón un toque tropical, y asegurándonos de que los empleados del catering supieran qué hacer. Las invitaciones habían sido enviadas hacía un mes, apuntando a los más ricos de Roxburg al igual que algunos famosos locales para darle glamour a la velada. Todos los miembros de la familia Kavanagh estaban allí. La principal familia de la ciudad siempre donaba generosamente y su presencia aseguraba que la mayoría de la comunidad empresarial de la ciudad asistiera también, así que sabíamos que habría una buena asistencia tan pronto como les viéramos.

–¡Steph! Oh Dios mío, ¡mírate! ¡Estás preciosa!– Mi amiga Emma me envolvió en un abrazo antes de que tuviera la oportunidad de ver su peinado y su ropa. Sabía sin mirar que estaría increíble. Con sus largas piernas y pelo rubio, ella siempre estaba perfecta. No es que ella lo supiera. Era demasiado modesta. –No es que alguna vez te veas fea. Si no pregúntale a cualquier hombre que te conozca.

–Has hecho un trabajo increíble, Em –dije, retrocediendo pero manteniéndola cogida de las manos. –La sala se ve magnífica. Me siento como si estuviera de vacaciones en las Bahamas.

–No he sido solo yo. Tú y el resto del comité ayudaron.

–Ha sido todo tu diseño este año, jefa.

Ella sonrió y un débil rubor tocó sus mejillas. –Solo estoy encantada con la asistencia. ¿Soy solo yo o los Kavanagh se están multiplicando?

Me reí. –Todos tienen esposas ahora, creo, y también parece que han traído a algunos amigos. Esperemos que sus bolsillos sean igual de profundos.

–Intenta averiguar quien vino con quien para poder darle las gracias a los Kavanagh correctos por las personas extra.

–Pues deja que te vea–. Le eché un buen vistazo a mi amiga y ella hizo lo mismo conmigo. Ambas llevábamos vestidos que abrazaban nuestras figuras, pero el de Emma era color plata y el mío era principalmente negro con un poco de verde jade.

–Me encanta como te queda ese color –dijo ella. –Combina con tus ojos.

–¿El negro?

–Verde, idiota. Joder, no mires ahora, pero unos chicos sexis se están acercando. Rápido, dame una copa para darme coraje–. Ella cogió dos copas de champán de la bandeja de un camarero que pasaba y me tendió una.

–No te pases con las burbujas –le dije. –Necesitas dar un discurso después.

Ella le sonrió a los dos hombres que se nos acercaron y ellos devolvieron la sonrisa, sin duda hipnotizados por su belleza y encantados por su abierta simpatía. Esa era Emma, la preferida de todo el mundo.

Charlamos con los dos hombres durante un rato hasta que una pequeña crisis con el equipo audiovisual nos envió a Emma y a mí en direcciones opuestas. Para cuando terminé con el genio de la tecnología, el número de personas en la sala había crecido de nuevo. Sonreí. No pude evitarlo. La subasta de esta noche iba a ser enorme.

–¿Está usted en el comité?– La profunda voz hizo que me girara en redondo para mirar al hombre que había hablado. Era alto, de hombros anchos, con una perezosa sonrisa en los labios y ojos ardientes debajo de párpados semi-cerrados. También era guapo, con mechones de pelo castaño derramándose sobre su frente y una fácil sonrisa que hizo que mis entrañas dieran un vuelco.

–Sí –dije, alargando la mano. –Soy Stephanie Prescott.

Él tomó mi mano y le dio un firme apretón de negocios como si fuera algo que hiciera todo el tiempo. –Adam Lyon.

–Encantada de conocerle, señor Lyon. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarle?

–Sí. Quiero darle mi dinero.

–Oh–. Me reí, pero él se había puesto serio. La sonrisa se desvaneció y sus ojos se aclararon de repente. Donde antes parecía un señorito depravado que había tomado demasiado champán, ahora estaba totalmente concentrado en los negocios. Ya no estaba segura de cómo le había confundido por otra cosa. –Hay una subasta más tarde. Siéntase libre de gastar tanto dinero como quiera. En la parte de atrás de su programa están enumerados todos los artículos.

–Lo que quiero no está en la parte de atrás del programa.

–¿Oh?

La multitud cercana se apartó y una imponente figura se abrió camino y colocó una mano sobre el hombro de Adam Lyon. Matt King. Ugh. Gruñí silenciosamente, pero sospechaba que parte de mi desagrado debía haber aparecido en mi rostro, porque Matt se envaró y la boca de Adam formó una curiosa sonrisa mientras nos miraba a los dos.

–King –dijo suavemente. –¿Qué quieres?

–Quiero hablar con la señorita Prescott –dijo Matt sin quitarme la vista de encima. Bajo la tenue iluminación de la sala, parecía más oscura y más intensa que nunca.

–¿No estás aquí para verme? –Adam se llevó una mano al corazón. –Me siento herido.

–¿La está molestando, Stephanie?– El uso de Matt de mi nombre de pila, y su implícita preocupación, me sobresaltaron.

Le miré parpadeando. –No, pero usted sí.

Adam se rio. No se había sacudido de encima la mano de Matt, y Matt no la había retirado. Entonces eran amigos, aunque parecía que a Adam le gustaba burlarse de Matt. –Deja que adivine –dijo Adam, cruzándose de brazos. –Ella tiene algo que tú quieres, y ella no te lo da. ¿Tengo razón?

Matt retiró la mano y le lanzó a su amigo una mirada furiosa que habría hecho retroceder a la mayoría de los hombres. Adam solo sonrió con esa perezosa sonrisa traviesa suya. Me estaba empezando a gustar. –Stephanie y yo estamos negociando los términos de venta de su edificio –dijo Matt.

–No, eso no es así –salté. –Usted me está ofreciendo obscenas cantidades de dinero, y yo me estoy negando a vender.

–¿Eso es cierto? –chapurreó Adam.

–Tengo una idea para usted, señor King. Si quiere dar dinero, compre algo en la subasta más tarde. Será una causa digna.

–Buena idea –dijo Adam. –Eso es lo que planeo hacer yo. Discúlpeme, Stephanie, ha sido agradable hablar con usted, pero tengo que buscar otra cara bonita con la que hablar–. Su mirada pasó a la de Matt. –Una que no haya llamado ya la atención de mis amigos.

Las aletas de la nariz de Matt se dilataron pero no dijo nada. Solo me quedó bufar con indignación para luego escupir: –Tiene que estar de broma.

Adam solo sonrió y le dio una palmada a su amigo en el hombro. –Juega limpio, King. No molestes a la encantadora señorita Stephanie Prescott o me veré obligado a sacarte. Y en realidad no estoy vestido para un duelo esta noche.

Se alejó y fue rápidamente tragado por la multitud. Me quedé a solas con Matt King, el hombre que quería mi edificio con tanta desesperación que había empezado a acosarme. El hombre vinculado con la mafia a través de su padre. El hombre que hacía que la sangre me corriera helada y ardiendo al mismo tiempo, y que mi piel cosquilleara con esa intensa mirada suya.

Tragué el resto de mi champán y me pregunté si debería marcharme ahora, antes de caerme dentro de esos hermosos ojos. El problema era que yo casi quería caerme dentro de ellos.

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