King

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Capítulo 6

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La mañana fue interminable en el trabajo. Taylor se comportó de su habitual modo chispeante, pero incluso ella vio que yo no estaba de humor para cháchara. Por suerte yo estaba ocupada, así que no tuve mucho tiempo para pensar en Matt y en como él había prometido que saldríamos esa tarde. Yo ya no esperaba que mantuviera su promesa.

Así que fue una enorme sorpresa cuando apareció en la librería a las dos en punto, rosas rojas en la mano, y una expresión preocupada en sus ojos.

–Quiero disculparme –dijo, tendiéndome las flores.

Mantuve la puerta abierta con mi pie y las cogí. Olían divinas. La señora Mopp de la casa de al lado estaba en la acera, sirviéndole té a dos clientas sentadas bajo la sombrilla. Ella guiñó un ojo y sacudió la cabeza en dirección a Matt mientras volvía dentro. Claramente no sabía que era el hombre que recientemente había comprado su tetería.

–¿Por qué te estás disculpando? –le pregunté a Matt.

Se mordió el labio. –¿Es una pregunta trampa?

–No, es genuina curiosidad. ¿Te estás disculpando por querer comprar mi edificio?

Él parecía confuso y un poco preocupado. –Supongo.

–¿O por tener sexo conmigo para que bajara mis defensas y obligarme a vender?

Las clientas de la señora Mopp soltaron una exclamación y luego inclinaron sus cabezas canosas para susurrar.

–Entra –le solté a Matt.

Dio un paso adelante pero no entró. Miró dentro por encima de mi hombro y luego mantuvo la puerta abierta. –Me quedaré aquí. Y no, Steph, no es por eso por lo que me acosté contigo. Me acosté contigo porque te encuentro increíble y sexi, y porque quería hacerlo, joder. No hay ninguna conspiración aquí. Sí, quiero tu edificio, pero no voy a pasarte por encima para conseguirlo. Lo que quiero de verdad es volver a hacer el amor contigo.

Tragué saliva. Su pequeño discurso había vuelto a destrozar mis defensas de nuevo. Pues vaya con mi determinación de no dejarle que me afectara. –Entra y subiremos a mi habitación –le reté. –O simplemente lo podemos hacer aquí en el suelo.

Las ancianas habían dejado de parecer asombradas y ahora parecían estar inclinándose hacia nosotros, esforzándose por escuchar.

–No quiero entrar–. Se inclinó más hacia mí. Tenía esa intensa expresión en sus ojos otra vez, la que hacía que me cayera dentro de ellos. –Quiero que salgamos esta tarde, luego volver a mi casa, y quitarte la ropa.

Sonaba genial, y aún así... –Matt, ¿por qué sigues negándote a entrar? No soy una friki del orden, pero el lugar no está tan mal.

Dio un paso atrás. –Esperaré aquí fuera.

Suspiré y me encogí de hombros mirando a las dos ancianas. Ellas me devolvieron el gesto y me dedicaron sonrisas de lástima.

Cogí mi bolso, le di una palmadita de despedida a Harry, y salí. Matt sostuvo la puerta por mí y luego se dirigió hacia el lado del conductor. –¿A dónde vamos? –pregunté.

–A la feria.

–¿En serio? Eso es inesperado.

Arrancó el coche pero no lo separó de la acera. –¿Estás segura de que te parece bien esto?

–Sí, Don Mandón, podría ser divertido. No he estado en la Feria de Verano desde que era niña, y hace un hermoso día.

Él sonrió y sus hombros se relajaron. –Bien–. Empezó a conducir. –¿Entonces no estás enfadada conmigo?

–Yo... –suspiré. –No sé como estoy. Confundida, principalmente.

–¿Todavía no te crees que me gustas? ¿O que quiero salir contigo?

–Me estoy esforzando por reconciliar eso con la idea de que quieres comprar mi propiedad. Pareces muy decidido a conseguirlo, y me temo que esa determinación te está haciendo hacer cosas que normalmente no harías. Como acostarte conmigo. Estoy segura de que no es tu modo habitual de hacer negocios, pero quizás esta vez... –me interrumpí. Mi teoría sonaba fría, egoísta, incluso para mí.

Él condujo en silencio durante un rato, sus nudillos blancos sobre el volante. –Entonces de verdad piensas que soy todo un cabrón –dijo finalmente. –Incluso después de anoche–. La amargura en su voz me hizo sentirme abominable.

–No consigo decidirme –dije calladamente. –Quiero creer que estás disfrutando de mi compañía y que no tiene nada que ver con el edificio, pero mi cabeza me dice que todo es una mentira. En realidad, me está gritando.

Se le abrieron las aletas de la nariz y ajustó las manos sobre el volante. Los nudillos permanecieron blancos. –Supongo que es inevitable teniendo en cuenta como nos conocimos.

Esperé a que él me contara por qué necesitaba mi edificio con tanta desesperación, pero él no ofreció más explicaciones. No podía soportarlo por más tiempo.

–Anoche prometimos no hablar de la tienda –dije. –Fracasamos un poco al final, pero aún así no hice algunas preguntas que quería hacer. Hoy no he hecho la misma promesa. Hoy voy a preguntar.

–Pregunta. Pero no te enfades si no respondo.

–¿Por qué mi edificio? ¿Por qué ese bloque?

–Tengo mis razones.

Solté un bufido. –Vale, dijiste que no ibas a responder. Entonces deja que te lo explique al detalle. Los edificios son buenos bloques. Serían buenos apartamentos, solo que tendrías que recalificarlos como zona residencial. ¿Es por eso por lo que los quieres? ¿Para convertirlos en apartamentos?

–Quiero usar la localización para una ferretería.

Le miré parpadeando. Era la respuesta que había estado deseando oír, pero no la que había esperado. Entonces, ¿por qué no contármelo antes si eso era todo? ¿Por qué el misterio? –Pero tienes una megatienda no muy lejos de allí. ¿Por qué otra? ¿Y por qué en ese lugar específicamente?

Esta vez él no respondió para nada.

No tenía sentido. Cuanto más pensaba en ello más escéptica me volvía. King Hardware tenía una gran tienda cerca, en una calle mejor en un edificio más nuevo. Él no necesitaba otra tan cerca. Yo no era empresaria, pero incluso yo sabía eso.

Le observé por el rabillo del ojo. Estaba tan tieso como un palo, sus ojos mirando fijamente la carretera. Sabía que no conseguiría sacarle nada. No con preguntas directas. Quizás pasar más tiempo con él me ayudaría a averiguarlo. A descifrarle a él. Además, quería pasar más tiempo con él. Mucho.

¿En qué tipo de idiota me convertía eso? Probablemente en una muy grande.

La feria estaba abarrotada para un jueves por la tarde, principalmente con niños y sus padres, y adolescentes en sus vacaciones de verano. Me sentía un poco tonta mientras nos paseábamos por allí, mirando los puestos y las atracciones. La tensión creció con cada momento que pasaba, y me preguntaba si él lamentaba haberme traído.

Él se detuvo de repente delante del puesto del juego del payaso. –Así no es como quería pasar la tarde –dijo, pasándose la mano por el pelo.

–Yo tampoco.

–¿Podemos volver a empezar?

–¿Quieres volver a empezar, o solo quieres rendirte?

–No quiero que el día termine. Quiero reavivar lo que tuvimos anoche.

–Eso sería raro aquí. Hay demasiados niños por aquí como para ese tipo de espectáculo.

El sonrió esa magnífica sonrisa suya, y la tensión se desvaneció instantáneamente como por arte de magia. –Definitivamente fue solo para adultos–. Me rodeó los hombros con su brazo y besó mi frente.

Me acurruqué contra él para que supiera que quería quedarme con él allí y no irme a casa. Todavía no. El potencial de pasárselo bien era demasiado grande.

–¿Cuál era tu atracción favorita cuando eras niño? –pregunté.

–Nunca vine aquí.

–¿En serio? Pero a ti te criaron en Roxburg, ¿verdad?

–Sí, pero en una familia con cinco críos, un día en la feria se salía del presupuesto familiar–. Levantó la mirada hacia la gigante noria. –Esta es mi primera vez.

–¡Eres virgen!– Me ruboricé cuando una madre cercana me miró con rabia y alejó a unos niños pequeños de nosotros.

Matt sonrió. –Lo soy. Déjame adivinar. Tú eres una veterana experimentada y vas a enseñarme a pasármelo genial.

–Oh, sí, claro que sí–. Le cogí de la mano y le llevé hasta la taquilla de la noria. –Empezaremos aquí. De ese modo puedes tomar perspectiva y puedes planear tu ruta desde arriba. Ahorra tiempo y tener que andar sin rumbo. La feria ha cambiado mucho desde la última vez que estuve aquí, así que esto es nuevo para mí también.

–Estoy aprendiendo mucho de ti hoy –dijo después de que compráramos las entradas y nos instaláramos en una vagoneta de la noria.

–¿Como qué?

–Como que eres eficiente y organizada. Yo no habría pensado en realizar una vista a ojo de pájaro de la feria primero para ahorrar tiempo.

–¿Tienes un asistente personal que te mantiene organizado?

–Sí. ¿Por qué?

–Porque probablemente ella sea la eficiente en tu relación.

–Cierto. La señora Glendinning es organizada hasta el punto de dar miedo. Incluso alinea mis bolígrafos sobre mi mesa cada mañana. Me siento travieso solo por coger uno y volverlo a dejar en el sitio incorrecto. Casi espero que ella me dé un golpe en los nudillos y me ponga en un rincón castigado.

Me reí. –¿No llamas a tu asistente por su nombre de pila?

–No me atrevería.

–Ese rincón de los castigos debe ser un jodido mal lugar.

Él sonrió mientras nuestra vagoneta se acercaba a la cima del circuito. Me rodeó con su brazo y me acurruqué más cerca, mirando las vistas. Roxburg brillaba como una caja llena de joyas. El sol se reflejaba en las ventanas de la torre de negocios y la cristalina agua de la bahía. La feria se extendía por toda la banda costera debajo de nosotros en un colorido despliegue, las diminutas banderitas ondeando en la brisa.

–Me encanta esta ciudad –dije. Levanté la vista para ver en qué dirección la vista había llamado su atención, pero él no estaba mirando las vistas.

Me estaba mirando a mí.

Me besó tiernamente pero a conciencia. No hubo nada de la vacilante exploración de la noche anterior, o del feroz calor urgente. Esta vez era una afirmación: yo era suya y él era mío.

Cuando abrí los ojos, descubrí que nuestra vagoneta había vuelto a llegar al fondo de nuevo, donde la gente hacía cola para esperar su turno. El encargado me sonrió y luego volvió a mirar cuando su mirada se deslizó hacia Matt. Frunció el ceño un poco, como si intentara localizar una cara familiar.

Nuestro beso fue más que una afirmación entre dos personas, me di cuenta. Era una declaración pública. Como alguien que regularmente aparecía en las páginas de negocios y cotilleos de los periódicos, Matt acababa de informar a la ciudad que éramos una pareja.

La idea me emocionó. Se me olvidó la librería y el tema de su venta. Él se convencería antes o después si yo le importaba lo suficiente. Y estaba empezando a pensar que bien podría hacerlo. Esto era real. Más real que cualquier otra relación que hubiera tenido nunca.

Nuestra vagoneta dio otra vuelta antes de que se nos acabara el viaje. Paseamos por la feria y disfrutamos de más atracciones. Gané para él un pequeño delfín de juguete en el puesto de los aros, y él me ganó un gato blanco y negro gigante en el tiro al blanco, y un tigre en el martillo de fuerza.

–Se parece a Harry –dije, metiéndome el gato debajo del brazo.

Él sujetó el tigre por mí y metí el delfín dentro de mi bolso, dejando la cabeza por fuera. Tomamos helados en el carrusel y luego paseamos hacia la playa, donde la brisa marina nos refrescó.

–Este ha sido un gran día, Matt. Gracias–. Me puse de puntillas y le besé ligeramente en los labios.

–Todavía no ha terminado.

–¿Tienes más planes?

–Sí–. Se estiró a mi lado, apoyándose en su codo. –Cena aquí abajo en uno de los restaurantes, seguido de una sesión desnudos en mi casa. Si estás de acuerdo, por supuesto.

–Mmm, no creo que lo esté.

Se incorporó. La expresión preocupada en su rostro me hizo sonreír. –¿Por qué no?

–Relájate, vaquero, conseguirás todo lo que quieres y más–. Me incliné hacia él y le besé con lengua. –Solo que en un orden diferente.

Él sonrió contra mi boca. –Me gusta como piensas–. Me cogió de la mano y me ayudó a ponerme de pie.

–¿Tienes prisa?

–Sí –dijo con voz ronca. –Van a dar las cinco. El tráfico nos retrasaría de camino a mi casa si no nos damos prisa.

–Mi casa está más cerca.

Él cogió el tigre, le sacudió la arena, y me cogió de la mano. –Vámonos.

Condujimos de vuelta a su apartamento lo más rápido nos permitía el tráfico, lo cual no parecía ser suficientemente rápido para Matt. Llegamos tan lejos como el salón antes de tirar el tigre a un lado y cogerme por ambos brazos. Nos besamos de nuevo, un ardiente beso que me abrasó por dentro y por fuera.

Me soltó, pero apenas tuve oportunidad de recuperar el aliento antes de que se quitara la ropa y me ayudara a desnudarme. Me apoyó contra la parte de atrás del sofá y se arrodilló delante de mí. Su primer lametón me hizo arder. Varios más y ya estaba de puntillas, empujando mi vagina contra su cara.

Nos dirigimos hacia el dormitorio porque allí era donde estaban los condones, e hicimos el amor frenéticamente en la cama. Después le hice tumbarse boca abajo y masajeé sus hombros y su espalda, bajando hasta su culo. Él gimió y abrió las piernas para mí. Pasé un dedo por toda la delicada piel, por debajo de sus caderas, hasta su polla. Sonreí cuando sentí que estaba bien preparado de nuevo.

–¿Eso te gusta? –murmuré.

–Dios, sí –susurró él, levantando las caderas para facilitarme el acceso. –No pares.

Pensé en chantajearle para que desistiera de comprar mi edificio, pero decidí no hacerlo. No quería arruinar el momento. Eso solo me negaría el placer de verle correrse.

–Date la vuelta –ordené.

Lo hizo. Me miró desde abajo con los ojos medio cerrados, su rostro encendido de deseo. Alargó la mano para tocar mis pechos, pero me retiré.

–No no. Nada de tocarme. Manos detrás de la cabeza.

–Sí, señora–. Hizo lo que le decía.

–Ahora abre las piernas.

Trabajé en su pene, sus testículos, y fui bajando hacia su trasero, tomando nota mental de los lugares que hacían que contuviera el aliento, o que su cuerpo temblara, y que su polla palpitara. Goteaba humedad de su hendidura, y la extendí alrededor de su cabeza hasta que la tuvo tan dura y su piel estaba tan tensa que pensé que explotaría en cualquier segundo.

–No más, Steph –rugió. –O me correré.

–Ese es el objetivo.

–Quiero besarte. Quiero correrme dentro de ti.

–No llevas condón puesto.

–Entonces coge uno–. Él sonaba frustrado, y muy muy cerca del clímax.

–No. Esto va de ti. Yo quiero mirar.

–Eres una mujer malvada.

Se la bombeo con fuerza. Él arqueó su espalda y exhaló aire entre sus dientes. Entonces, con un gruñido, se corrió sobre mi mano, su estómago, y su pecho.

–¿Todavía no tienes hambre? –preguntó, trazando círculos sobre mi cadera con la punta de sus dedos.

–Sí, pero prefiero comer aquí. Salir significa vestirse y casi me gusta verte desnudo.

Él se rio. –Me gusta como piensas. Entonces pediremos comida. El restaurante tailandés del final de la calle tiene una comida increíble.

–Me encanta la comida tailandesa. ¿Reparten a domicilio?

–Solo a sus clientes favoritos. Pero no le cuentes eso a mi amigo Ryan. Vive en este edificio y ha estado intentando que le repartan la comida desde que se mudó aquí hace seis meses.

–Ni siquiera conozco a Ryan, así que no será un problema.

–Le conocerás. Conocerás a todos mis amigos antes o después.

Le miré mientras él salía de la habitación, y me vi momentáneamente distraída por su prieto trasero. Cuando su trasero estuvo fuera de mi línea de visión, sus palabras calaron en mí. Él planeaba que yo conociera a sus amigos. Eso implicaba un futuro juntos.

Me tumbé en la cama y le sonreí al techo. Esto estaba pasando de verdad.

–Casi se me olvida –dijo, interrumpiendo mis pensamientos. Caminó descalzo hacia la cama con el teléfono en una mano y el menú en la otra. Sonrió mientras se sentaba junto a mí. –¿A qué le estás sonriendo?

–A tu trasero. Es una buena obra de arte.

Él soltó una risotada y me tendió el menú. –Estaba a punto de pedir lo de siempre, pero tú podrías querer algo diferente.

–Vaya, eres todo un hombre del siglo veintiuno.

Me dio un golpe en la cabeza con el menú antes de que yo lo cogiera. Lo examiné y le dije mi pedido. –¿Qué tal va eso con tu pedido de siempre?

–Perfectamente–. Marcó el número y pidió la comida.

Unos diez minutos más tarde, el timbre de la puerta sonó. –Qué rapidez –dije, esforzándome por encontrar ropa.

Matt se puso sus calzoncillos y fue a abrirle la puerta al repartidor. Pero la mujer que estaba en la puerta cuando Matt la abrió no llevaba comida.

–¡Mamá!– Él me miró por encima del hombro. –¿Qué estás haciendo aquí?

¡Su madre! La mujer de pie en la puerta parecía tener más de setenta años, con un mapa de arrugas en su pálida cara y fino pelo canoso colgando en mechones desgreñados. Él había mencionado que ella estaba enferma, así que quizás eso la hacía parecer más vieja de lo que era. Parecía estar entrada en los setenta, lo cual significaba que ella debía haber dado a luz a Matt cuando ya había cumplido los cuarenta.

–¿Ya lo has hecho?– Ella se agarró a sus brazos y le sacudió. Sus ojos muy abiertos examinaban su rostro. –¿Lo tienes?

Él me miró de nuevo cuando me acerqué más. Ella no pareció verme. Su concentración estaba centrada únicamente en su hijo.

–Mamá, ahora no. Entra. Hay alguien que quiero que conozcas.

Sus nublados ojos grises miraron más allá de él hacia mí. Le sonreí y le dije: –Hola. Soy Stephanie Pres...

–Stephanie y yo estamos saliendo –dijo Matt rápidamente, hablando por encima de mí. –Steph, esta es mi madre, Judy.

–Encantada de conocerla, señora King–. Le ofrecí mi mano.

Ella la miró fijamente y luego me la estrechó blandamente. –Encantada de conocerte también–. Su vehemencia de antes se había desvanecido, y la expresión salvaje de sus ojos se había evaporado. Se tocó el pelo de forma cohibida y agachó la cabeza. –No sabía que Matthew tenía una nueva novia. Él no me cuenta estas cosas.

–Te lo habría contado cuando fuera a verte –dijo él.

–¿Y cuándo será eso? ¿Eh?

–Mañana. Siempre voy los viernes, ¿te acuerdas?

Ella se mordió el labio. –Oh. ¿Ya es viernes mañana? El tiempo vuela. De verdad que no sé a donde va el tiempo.

–Yo pierdo la noción de los días todo el tiempo también –dije, sonriéndole en un intento por hacerla sentirse más cómoda. Ella parecía confundida y muy frágil. –A ver, no puedo creer que ya haga una semana desde que conocí a Matt.

–¿Una semana? ¿Y ya te llama su novia?– Ella le miró con el ceño fruncido. –Debe ser serio.

–Mamá –musitó él.

Me reí. –¿Sus novias no duran normalmente una semana entera?

–Tienen suerte si les da dos días –dijo Judy.

–No puedo creerme esto –musitó, pasándose una mano por el pelo.

–Entre y siéntese–. Le tendí mi mano para usarla como apoyo. Ella no parecía muy segura sobre sus pies y me preguntaba cómo había llegado hasta el ático por sí misma.

–Gracias, Stephanie. Eres una chica dulce. Espero que se quede contigo.

–Sí –dije calladamente para que solo ella pudiera oírme. –Eso estaría bien.

Matt cerró la puerta y luego se  unió a nosotras en el salón. –Mamá, ¿cómo has llegado aquí?

–Cogí un taxi.

–¿Te dejaron salir?

Vacilo asombrada. ¿Salir de dónde?

Judy vio mi reacción y asintió. –Suena a que estoy en prisión, ¿verdad? A veces creo que lo estoy. No me dejan hacer nada en ese lugar.

–Mamá, es un hogar muy agradable. Los empleados son geniales, el establecimiento es muy extenso, y tienes amigas allí. Deja de hacer que suena como si lo odiaras. Sé que no lo odias.

Ella suspiró. –Supongo que no está demasiado mal, pero a veces necesito salir por ahí y a ellos no les gusta eso–. Alisó su falda con las manos y ladeó la barbilla de un modo que me recordaba a Matt.

–Eres muy terca –musitó él, alargando la mano hacia el teléfono. –Les llamaré y les diré que estás aquí.

–Le dijo la sartén al cazo, ¿no te parece? –me dijo Judy.

Me reí y ella me devolvió la sonrisa. –Me gustas. ¿Cuál decías que era tu nombre?

–Stephanie. Stephanie Prescott.

–Prescott. Ese nombre me suena–. Frunció el ceño con tanta fuerza que las arrugas de su frente se unieron formando una. –Simplemente no puedo recordar...

Matt colgó. –Estaban todos como locos buscándote –dijo. –Les dije que te llevaría de vuelta. Pero más vale que te comportes desde ahora, mamá, o te pondrán en una zona de mayor seguridad con el resto de los pacientes de demencia.

–¡Demencia! Yo no tengo eso. Eso es para los ancianos. Yo cumplí cincuenta y cinco la semana pasada.

Los labios de Matt formaron una línea y me miró por encima de la cabeza de su madre. –Mamá, tienes setenta y tres años.

–Estás diciendo tonterías, Ed.

Ed era el nombre de su padre. Miré a Matt y él debe haber pensado que le estaba preguntando de quién estaba hablando, porque gesticuló diciendo Mi padre. Debe habérsele olvidado que Taylor y yo habíamos leído el artículo sobre lo de que su padre era el rey de la mafia.

–Pero tú siempre has estado lleno de tonterías –continuó diciendo Judy. –Tú y tus grandes planes, tus grandes planes–. Ella sacudió la cabeza tristemente y lágrimas humedecieron sus ojos. –Te metieron en líos esta vez, Ed. Más líos de los que podrías manejar–. Ella se enjugó los ojos con su rosado dedo.

–Mamá, para –dijo Matt calladamente. –Estás confusa. Papá no está aquí. Soy yo, Matthew. Tu hijo.

–¿Matthew? Ed, es Matthew. Él se asegurará de que todo vaya bien. Él arreglará el desastre en el que te has metido, no te preocupes. No hace falta hacer nada drástico. Matt está aquí–. Ella le dio palmaditas a la mano de Matt. –Él siempre arregla las cosas.

El timbre sonó. Esta vez debía de ser la cena. –Yo abriré –le dije a Matt. –Quédate con tu madre.

–Gracias, Steph. Coge el dinero de mi cartera–. Sonaba como si el peso de mil años presionara sobre sus hombros. Le besé en la cabeza cuando pasé junto a él y me dedicó una triste sonrisa a cambio. –Mamá, tenemos que hablar.

No oí el resto de su conversación. Le pagué al repartidor y llevé la comida a la cocina. Matt había llevado a su madre hasta la ventana y hablaban en susurros mientras él sostenía las manos de ella en las suyas. Entonces, de repente, su madre alejó sus manos.

–¡No! –exclamó. –Me dijiste que tú te encargarías de todo.

Matt me miró, tragó saliva, luego volvió a mirar a su madre. Le habló calladamente de nuevo, pero ella sacudió la cabeza. Ella pareció haber recuperado la cordura una vez más mientras discutía con él.

–¡Me dijiste que te librarías de él! Dijiste que era lo que tú querías también.

Él asintió y volvió a mirar en mi dirección. Fruncí el ceño pero él sacudió la cabeza. No podía distinguir las silenciosas palabras que le decía a su madre, pero ella pareció calmarse.

Se limpió los ojos con un pañuelo de papel y luego le dio una palmadita en la mejilla a Matt. Él la abrazó y luego la ayudó a ponerse de pie.

–Voy a llevar a mamá a casa –me dijo. –Quédate aquí. No tardaré mucho.

Me contuve de decirle que estaba siendo dominante otra vez. Parecía muy disgustado por su conversación y supongo que era un rasgo que le salía cuando no estaba pensando.

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