Kim

Kim


Capítulo 15

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—No es nada; pero ahora que sé que el chico, con el Paraíso asegurado, puede entrar todavía al servicio del Gobierno, me siento más aliviado. Tengo que volver con mis caballos. Se hace de noche. No le despiertes.

No deseo oírle llamándote maestro.

—Pero es mi discípulo. ¿Cómo va a llamarme si no?

—Me lo contó. —Mahbub se tragó su acceso de mal humor y se levantó riendo—. No pertenezco a tu fe, Gorro Rojo… si te interesa un asunto tan nimio.

—No significa nada —dijo el lama.

—Eso pensé yo. Por ello, no te ofenderás, tú, sin pecado, recién lavado y ahogado casi tres cuartos, si te llamo un buen hombre… un hombre muy bueno. Hemos hablado cuatro o cinco noches y, a pesar de no ser más que un tratante, puedo todavía, como quien dice, ver la santidad más allá de las patas de un caballo. Sí, puedo ver también como nuestro Amigo de todo el Mundo puso su mano en la tuya al principio. Trátale bien, y permítele que vuelva al mundo como maestro, cuando hayas… lavado sus piernas, si esa es la buena medicina para el potro.

—¿Por qué no sigues tú mismo la Senda y acompañas así al chico?

Mahbub se le quedó mirando estupefacto ante la magnífica insolencia de la petición que, del otro lado de la Frontera, hubiera pagado con algo más que un golpe. Pero enseguida la parte humorística de la situación prevaleció en su alma mundana.

—Despacio… despacio… un paso de cada vez, como hacía el caballo castrado y cojo para saltar los obstáculos en Ambala. Puedo ir al Paraíso más tarde… siento una predisposición en ese sentido… grandes inclinaciones… y se las debo a tu sencillez. ¿Nunca has mentido?

—¿Para qué?

—¡Oh Alá, óyele! «¿Para qué?» ¡en este mundo Tuyo! ¿Nunca has hecho daño a un hombre?

—Una vez, con un plumier, antes de ser sabio.

—¿Ah sí? Ahora ha mejorado mi opinión sobre ti. Tus enseñanzas son buenas. Has apartado a un hombre que yo conozco del camino de la trifulca. —Rio a mandíbula batiente—. Ese hombre llegó aquí con la intención de cometer un dacoity (robo de casa con violencia). Sí, para herir, robar, matar y llevarse lo que deseaba.

—¡Una gran tontería!

—¡Oh!, una negra vergüenza también. Eso pensó después de haberte visto… y algunos otros, hombres y mujeres. Así que abandonó el plan y ahora se va para vapulear a un babu grande y gordo.

—No te entiendo.

—¡Alá lo impida! Algunos hombres son buenos entendiendo, Gorro Rojo. Tu fuerza es aún más grande. Consérvala, creo que lo harás. Si el chico no es buen sirviente, tírale de las orejas.

Ajustándose su ancho cinto de Bucara, el pastún se alejó contoneándose en el anochecer y el lama bajó de sus nubes lo suficiente para mirar la ancha espalda.

—A esa persona le falta cortesía y está engañado por la sombra de las apariencias. Pero habló bien de mi chela, que ahora obtendrá su recompensa. ¡Haré la plegaria!… Despierta, oh afortunado entre todos los nacidos de mujeres. ¡Despierta! ¡Se ha encontrado!

Kim emergió de los profundos pozos donde se hallaba y el lama chasqueó debidamente los dedos para ahuyentar malos espíritus y esperó a que acabara de bostezar tranquilamente.

—He dormido cien años. ¿Dónde…? Santo, ¿hace mucho que estás aquí? Salí para buscarte, pero… —rio adormilado— me dormí por el camino. Ahora estoy muy bien. ¿Has comido? Vamos a la casa. Hace muchos días que no te cuido. ¿Y la sahiba te alimentó bien? ¿Quién masajeó tus piernas? ¿Qué tal la debilidad… la barriga, el cuello, y el zumbido en los oídos?

—Desaparecieron… pasó todo. ¿No lo sabes?

—No sé nada, pero no te he visto desde hace una eternidad. ¿Saber el qué?

—Es extraño que el conocimiento no te llegara también a ti, cuando todos mis pensamientos iban en tu dirección.

—No puedo verte la cara, pero tu voz es como un gong. ¿La sahiba con su cocina ha hecho de ti un joven?

Kim echó un vistazo a la figura de piernas cruzadas, perfilada de negro intenso contra el movimiento de luz color limón. De esa forma estaba sentado el Bodhisattva de piedra que mira hacia abajo en el torniquete de autorregistro del Museo de Lahore.

El lama mantuvo la calma. Excepto por el clic del rosario y un débil clop-clop de los pies de Mahbub alejándose, el suave y humeante silencio del atardecer en la India los envolvió a los dos estrechamente.

—¡Escúchame! Traigo noticias.

—Pero,…

La larga mano amarilla se extendió para imponer silencio. Kim, obediente, metió los pies bajo el dobladillo de sus ropajes.

—¡Escúchame! ¡Traigo noticias! La búsqueda se ha terminado. Ahora viene la recompensa… Cuando estábamos en las montañas, viví de tu fuerza hasta que la rama joven se dobló y casi se rompe. Cuando salimos de las montañas, estaba preocupado por ti y por otros asuntos que guardé en mi corazón. La barca de mi alma no tenía dirección; no podía discernir la Causa de las Cosas. Así que te entregué a la virtuosa mujer. No comí. No bebí agua. Aun así, no veía el camino. Me presionaban para que comiera y gritaban ante mi puerta cerrada. Así que me trasladé a un hueco bajo un árbol. No tomé alimentos. No tomé agua. Me senté meditando dos días y dos noches, abstrayendo mi mente; inspirando y expirando como está prescrito… La segunda noche… así de grande fue mi recompensa… el alma sabia se separó del cuerpo ignorante y se liberó. Esto nunca antes lo había logrado, aunque había estado en el umbral. ¡Atiende porque es un suceso portentoso!

—Portentoso, sin duda. ¡Dos días y dos noches sin comida! ¿Dónde estaba la sahiba? —se dijo Kim.

—Sí, mi alma se liberó y, planeando como un águila, vio que no había ningún lama Teshoo ni ninguna otra alma. Como una gota regresa al agua, así mi alma se aproximó a la Gran Alma que trasciende todas las cosas. En ese punto, exaltado en la contemplación, vi todo el Indostán, desde Ceilán en el mar hasta las montañas y mis rocas de colores en Such-zen; vi cada campamento y cada pueblo, hasta el último, donde hemos descansado. Los vi al mismo tiempo y en un lugar porque estaba dentro de mi alma. Por eso supe que el alma había pasado más allá de la ilusión del Tiempo y del Espacio de la Cosas. Por eso supe que era libre. Te vi echado en tu catre y te vi rodar por la colina bajo el idólatra, a un tiempo, en un lugar, en mi alma, que, como te digo, ha tocado la Gran Alma. Vi también el estúpido cuerpo del lama Teshoo yaciendo y el hakim de Dacca arrodillado a su lado, gritando en su oreja. Luego mi alma se quedó completamente sola y no veía nada porque yo era todas las cosas, habiendo alcanzado la Gran Alma. Y medité miles y miles de años, libre de pasión, con plena conciencia de las Causas de las Cosas. Luego una voz gritó: «¿Qué le sucederá al chico si te mueres?» y por lástima hacia ti me sentí dividido entre esto y aquello y dije: «Regresaré con mi chela, no sea que él pierda el camino». Después de esto mi alma, que es el alma del lama Teshoo, se retiró de la Gran Alma con resistencia, añoranza, náuseas y agonías que no se pueden describir. Como el huevo del pez, como el pez del agua, como el agua de una nube, como la nube del aire denso, así se separó, así saltó, así se alejó, así se desprendió el alma del lama Teshoo de la Gran Alma. Luego una voz gritó: «¡El río! ¡Presta atención al río!» y miré hacia abajo sobre el mundo entero, que era como lo había visto antes, de golpe y en un sitio, y vi con claridad el Río de la Flecha a mis pies. En ese momento mi alma fue entorpecida por algún mal del que no estaba completamente limpia, el cual se me puso en los brazos y se enroscó en mi cintura; pero lo aparté a un lado y me lancé en picado como un águila en su vuelo hacia el lugar del río. Empujé a un lado mundo tras mundo por ti. Vi el río debajo, el Río de la Flecha, y al descender sus aguas se cerraron sobre mí; y fíjate, estaba otra vez en el cuerpo del lama Teshoo, pero libre de pecado y el hakim de Dacca sacó mi cabeza de las aguas del río. ¡Está aquí! ¡Está detrás de la fronda de mangos, aquí… exactamente aquí!

—¡Alá kerim! ¡Oh, qué bien que el babu estaba cerca! ¿Te mojaste mucho?

—¿Por qué habría de importarme? Recuerdo que el hakim estaba preocupado por el cuerpo del lama Teshoo. Le sacó del agua santa con sus manos y allí llegó después tu vendedor de caballos del norte con una camilla y hombres, pusieron encima el cuerpo y lo llevaron a casa de la sahiba.

—¿Qué dijo la sahiba?

—Estaba meditando en ese cuerpo y no lo oí. De esta forma la búsqueda se ha terminado. Por el mérito que he adquirido, el Río de la Flecha está aquí. Surgió a nuestros pies, como he dicho. Lo he encontrado. Hijo de mi alma, ¡he arrancado mi alma del umbral de la libertad para liberarte a ti de todo pecado… del mismo modo que yo soy libre y sin pecado! ¡Justa es la Rueda! ¡Nuestra liberación es segura! ¡Ven!

Cruzó sus manos en su regazo y sonrió como hace un hombre que ha ganado la salvación para sí mismo y para aquel al que quiere.

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