Kim

Kim


Capítulo 10

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—Cuando uno está solo y lejos, no sería bueno encontrarse de repente cubierto de manchas y como un leproso —dijo Mahbub—. Cuando estabas conmigo, yo podía velar por ello. Además, un pastún tiene la piel clara. Ahora, desnúdate hasta la cintura; fíjate que blanco has quedado. —Huneefa tanteó el camino de vuelta desde una habitación interior—. No hay problema, no puede ver. —Mahbub cogió de las manos ensortijadas de la mujer un cuenco de cinc.

El tinte tenía un aspecto azul y viscoso. Kim lo probó en la parte interior de la muñeca con un poco de algodón; pero Huneefa le oyó.

—No, no —gritó—, no se hace así, sino con la debida ceremonia. La coloración es lo de menos. Te doy la protección completa del camino.

—¿

Jadoo (magia)? —preguntó Kim medio asustado. No le gustaban los ojos blancos y sin vista. La mano de Mahbub reposaba sobre su cuello y le inclinó hacia el suelo hasta que su nariz estuvo a una pulgada de los tablones.

—Tranquilo. No se te hará ningún daño, hijo mío. ¡Yo soy tu garante!

Kim no podía ver lo que hacía la mujer, pero oyó el tintineo de su joyerío durante varios minutos. Una cerilla iluminó la oscuridad; oyó el bien conocido siseo y chisporroteo de los granos de incienso quemándose. Luego, la habitación se llenó de humo fuerte, aromático y soporífero. Mientras se hundía en un torpor, oyó el nombre de los demonios, de Zulbazan, hijo de Eblis, que vive en los bazares

y paraos, convirtiendo de repente los sitios de descanso al borde del camino en sitios de maldades obscenas; de Dulhan, invisible en las mezquitas, campando entre las alpargatas de los creyentes, impidiendo a la gente orar; y Musboot, señor de las mentiras y del pánico. Huneefa, ora susurrándole en la oreja, ora hablando como desde una inmensa distancia, le tocó con unos horribles dedos blandos, pero la garra de Mahbub se mantuvo sobre su cuello hasta que, relajándose con un suspiro, el chico perdió el sentido.

—¡Alá! ¡Cómo ha luchado! Nunca lo hubiéramos logrado si no fuera por las drogas. Creo que debe de ser su sangre blanca —dijo Mahbub irritado—. Continúa con el

dawut (invocación). Dale una protección completa.

¡Oh Tú que oyes! Tú que escuchas con los oídos, estate presente. ¡Escucha, oh Oyente! —gimió Huneefa, sus ojos muertos vueltos hacia el oeste. La habitación oscura se llenó de gemidos y resoplidos.

Desde el balcón exterior, una voluminosa figura levantó una cabeza redonda como una bola y tosió con nerviosismo.

—No interrumpa este necromancismo ventrílocuo, amigo mío —dijo en inglés—. Opino que es muy inquietante para usted, pero ningún observador avisado se deja impresionar.

—…

¡Prepararé una trama para su ruina! Oh Profeta, soporta a los infieles. ¡Déjales en paz por un tiempo! —La cara de Huneefa se volvió hacia el norte, se contrajo con gestos horribles y parecía como si le contestaran voces desde el techo.

Apoyado en el alféizar de la ventana, el babu Hurree volvió a su libro de notas; sin embargo su mano temblaba. Huneefa, en una especie de éxtasis alucinógeno, se retorcía hacia atrás y hacia delante sentada con las piernas cruzadas al lado de la cabeza inmóvil de Kim e invocaba a un demonio tras otro, en el antiguo orden de un ritual, conjurándolos a que se mantuvieran alejados del camino del chico.

¡Con El están las llaves de las cosas secretas! Nadie las conoce excepto Él. ¡Él sabe lo que está en la tierra firme y en el mar! —De nuevo se escucharon las respuestas susurrantes del otro mundo.

—Yo… Yo infiero que ello no es maligno en su efecto —dijo el babu, viendo los músculos de la garganta de Huneefa temblar y sacudirse mientras esta hablaba en otras lenguas—. No… ¿no es probable que haya matado al chico? Si es así, declino ser testigo del juicio… ¿Cuál era el último demonio hipotético que mencionó?

—Babuji[124] —dijo Mahbub en la lengua nativa—, no tengo ningún respeto por los demonios del Indostán, pero los hijos de Eblis son otra cosa y sean

jumalee (bien dispuestos) o

jullalee (terribles) a ellos no les gustan los kafires[125].

—Entonces ¿cree que es mejor me vaya? —preguntó el babu Hurree medio levantándose—. No son más que fenómenos inmateriales. Spencer[126] dice…

La crisis de Huneefa acabó como acaban estas cosas, en un paroxismo de alaridos y con un rastro de espuma en los labios. Al final quedó exhausta e inerte al lado de Kim y las voces enloquecidas cesaron.

—¡Wah! El trabajo está hecho. Que le aproveche al chico; y Huneefa es sin duda una maestra del

dawut. Ayúdeme a arrastrarla a un lado, babu. No tenga miedo.

—¿Cómo voy a tener miedo de lo absolutamente inexistente? —dijo el babu Hurree, hablando inglés para recobrar la compostura—. A pesar de todo, es horrible temer a la magia que uno investiga de forma despectiva, recabar folclore para la Real Sociedad con una creencia viva en todos los poderes de las tinieblas.

Mahbub rio para sí. Ya había estado antes con Hurree en el camino.

—Acabemos con lo del tinte —dijo—. El chico está bien protegido si…, si los Señores del Aire tienen oídos para oír. Soy un sufi (librepensador), pero si uno puede ganarse el favor de una mujer, un semental o un demonio, ¿por qué dar un rodeo para evitarlo y exponerse a que te pateen? Póngale en el camino, babu, y cuide de que el viejo Gorro Rojo no le conduzca fuera de nuestro alcance. Tengo que volver a mis caballos.

—De acuerdo —dijo el babu Hurree—. En este momento, representa un curioso espectáculo.

Al tercer canto del gallo, Kim se despertó de un sueño como de mil años. Huneefa roncaba fuertemente en su esquina, pero Mahbub se había ido.

—Espero que no se haya asustado —dijo una voz untosa cerca de su codo—. Yo supervisé operación entera que fue muy interesante desde punto de vista etnológico. Fue

dawut de primera clase.

—¡Huh! —dijo Kim, reconociendo al babu Hurree, que sonreía amistosamente.

—Y también tuve honor de traer, de parte de Lurgan, su ropa actual. No tengo costumbre,

ofeecialmente, de cargar con tales atavíos para subordinados, pero —soltó una risita tonta— su caso está anotado en los libros como excepcional. Espero que el señor Lurgan tendrá en cuenta mi acción.

Kim bostezó y se estiró. Era estupendo girarse y retorcerse de nuevo dentro de ropas flojas.

—¿Qué es esto? —Miró con curiosidad el pesado paño de lana vasta cargado de los aromas del lejano Norte.

—¡Oho! Este es discreto ropaje de

chela al servicio de lama lamaístico.

Completo en cada detalle —dijo el babu Hurree, pasando al balcón para lavarse los dientes con una vasija de agua—. Soy de

opeenión que no es esa la

releegión precisa de tu anciano señor, sino subvariante de la misma. He contribuido sobre estos temas con apuntes rechazados al

Asiatic Quarterly Review. Pero, es curioso que el viejo caballero esté totalmente desprovisto de

releegiosidad. En eso no es escrupuloso.

—¿Le conoce entonces?

El babu Hurree levantó su mano para mostrar que estaba ocupado con los ritos prescritos que acompañan el lavarse los dientes y demás operaciones entre bengalíes decentemente educados. Luego recitó en inglés una oración del Arya Samaj[127] de naturaleza teísta y se llenó la boca de

pan y betel.

—Oah, sí. Le he visitado varias veces en Benarés y también en Bodh Gaya para interrogarle sobre aspectos

releegiosos y el culto al demonio. Es un agnóstico puro, como yo.

Huneefa se revolvió en su sueño y el babu Hurree, nervioso, pegó un salto hacia el quemador de incienso en cobre, oscuro y descolorido por completo a la luz de la mañana, frotó un dedo en los hollines negros acumulados y trazó con ello una diagonal sobre su cara.

—¿Quién ha muerto en tu casa? —preguntó Kim en lengua nativa.

—Nadie. Pero puede que ella tenga el mal de ojo, esa hechicera —replicó el babu.

—Entonces ¿qué harás ahora?

—Te pondré en el camino a Benarés, si vas allí, y te diré lo que Nosotros tenemos que saber.

—Sí que voy allí. ¿A qué hora sale el

te-ren? —Kim se puso en pie, miró alrededor de la habitación desolada y a la cara amarilla como la cera de Huneefa mientras los rayos del sol ascendente que se colaban cruzaban el suelo—. ¿Hay que pagarle algo a esta bruja?

—No. Te ha exorcizado contra todos los demonios y todos los peligros, en el nombre de sus demonios. Era el deseo de Mahbub. —Y continuando en inglés—: Él está bastante obsoleto, creo

yo, para caer en tales

supersteeciones. ¡Bah!, es todo

ventriloquia. Habla estomacal… ¿entiende?

Kim chasqueó sus dedos de forma instintiva para evitar cualquier espíritu maligno —aunque sabía que Mahbub no habría planeado algo que le perjudicara— que pudiera haberse colado a través de las ceremonias de Huneefa; y una vez más, Hurree se rio tontamente. Pero mientras cruzaba la habitación tuvo cuidado de no pisar encima de la sombra borrosa y agazapada que Huneefa proyectaba sobre los tablones del suelo. Las brujas, cuando están poseídas, pueden agarrar los talones del alma de un hombre si este hiciera algo así.

—Ahora tiene que escucharme bien —dijo el babu cuando estaban al aire fresco—. Parte de esas ceremonias que presenciamos incluyen proporcionar un amuleto eficaz a aquellos que pertenecen a nuestro Departamento. Si se palpa el cuello, encontrará un pequeño amuleto de plata,

muuy pequeño. Es el

nuestro. ¿Comprende?

—Oah, sí,

hawa-dilli (un Infunde Valor) —dijo Kim, palpándose el cuello.

—Huneefa los fabrica por dos rupias y doce annas con, oh, toda suerte de exorcismos. Son bastante comunes, excepto que estos están en parte esmaltados en negro y hay un papel dentro de cada uno lleno de nombres de divinidades locales y cosas así.

Eese es el cometido de Huneefa, ¿comprende? Huneefa los hace

sóloo para nosotros, pero en el caso de que ella no lo hiciera, cuando los tenemos les ponemos, antes de entregarlos, un pequeño trozo de turquesa. El señor Lurgan nos las proporciona. No hay otra fuente de suministro; pero yo fui quien inventó todo esto. Es estrictamente

inofeecial, por supuesto, pero conveniente para subordinados. El coronel Creighton no sabe nada de esto. Él es europeo. La turquesa está envuelta en el papel… Sí, este es camino para la estación… Ahora supongamos que va con el lama, o conmigo, algún día espero, o con Mahbub. Supongamos, que nos metemos en un serio aprieto. Soy un hombre miedoso, muy miedoso, pero se lo digo, he estado en más situaciones apuradas que pelos tengo en mi cabeza. Usted dice: «Soy Hijo del Encantamiento».

Muuy bien.

—No acabo de entenderlo del todo. No deben oírnos hablar inglés aquí.

—No pasa nada. Soy sólo babu alardeando de mi inglés ante usted. Todos nosotros, babus, hablamos inglés para presumir —dijo Hurree, echando hacia atrás con desenfado el pañuelo de sus hombros—. Como estaba a punto de explicar, «Hijo del Encantamiento» significa que puede ser miembro del Sat Bhai, los Siete Hermanos, que es a la vez hindú

y tántrico[128]. La gente supone que es una sociedad extinta, pero he escrito unas notas para demostrar que todavía existe. Ve, es todo invención mía.

Muuy bien. El Sat Bhai tiene muchos miembros y quizás antes de que le corten alegremente el pescuezo le den la oportunidad de salvar el pellejo. De todas formas, es útil. Y además, esos estúpidos nativos —si no están demasiado excitados— siempre se lo piensan dos veces antes de matar a un hombre que dice pertenecer a alguna organización concreta. ¿Entiende? Cuando esté en un trance apurado, dice: «Soy Hijo del Encantamiento» y consigue, tal vez, ah… una segunda oportunidad. Esto es sólo en casos extremos, o para abrir negociaciones con un extraño. ¿Me sigue?

Muuy bien. Pero supongamos ahora que yo, o algún otro del Departamento, me acerco vestido de forma diferente. Apuesto a que no me reconocería a menos que yo lo quisiera. Algún día se lo demostraré. Llego pues como un comerciante de Ladakh, o cualquier otro, y le digo: «¿Quiere comprar piedras preciosas?». Usted responde: «¿Tengo pinta de ser un hombre que compra piedras preciosas?». Luego añado: «Incluso un hombre

muuy pobre puede comprar una turquesa o un

tarkeean».

—Eso es

kichree, curry de verduras —dijo Kim.

—Por supuesto. Usted dice: «Déjame ver el

tarkeean». Luego le digo: «Fue cocinado por una mujer y quizás no es aceptable para su casta». Luego responde: «No hay castas cuando los hombres van a… buscar

tarkeean». Hace una pequeña pausa entre estas dos palabras, «a… buscar». Ese es todo el secreto. La pequeña pausa entre las dos palabras.

Kim repitió la frase de prueba.

—Así está bien. Luego le mostraré mi turquesa si hay tiempo y así sabrá quién soy y podremos intercambiar opiniones, documentos y todas esas cosas. Funciona también con los otros del grupo. A veces hablamos sobre turquesas y a veces sobre

tarkeean, pero siempre con esa pequeña pausa en el medio de las palabras. Es

muuy fácil. Primero, «Hijo del Encantamiento», si está en un mal paso. Quizás pueda ayudarle… quizás no. Luego lo que le he contado sobre el

tarkeean, si quiere hacer transacción de asuntos

ofeeciales con un extraño. Lógicamente por el momento no tiene ningún asunto

ofeecial. Es… ¡ah zha!, supernumerario a prueba. Un espécimen único. Si fuera asiático de nacimiento sería contratado inmediatamente; pero este medio año de permiso es para «desinglesizarle», ¿entiende? El lama le espera porque le informé

semiofeecialmente que había aprobado todos sus exámenes y tendría pronto un empleo del Gobierno. ¡Oh ho! Está bajo retribución por servicio, ya ve; si le llaman para ayudar a los Hijos del Encantamiento tiene que intentarlo cueste lo que cueste. Ahora le digo adiós, mi querido colega y espero, ah, que salga bien librado.

El babu Hurree dio un par de pasos de vuelta hacia el gentío a la entrada de la estación de Lucknow y desapareció. Kim respiró hondo y se palpó por todo el cuerpo. Sintió el revólver niquelado en su pecho bajo su ropaje de un color oscuro, el amuleto colgaba de su cuello; la escudilla de mendicante, el rosario y la daga ceremonial (el señor Lurgan no había olvidado nada) estaban a mano, junto con las medicinas, la caja de pinturas, la brújula y en el bolsillo del cinto viejo y desgastado bordado con el diseño de las púas de un erizo, se hallaba la paga de un mes. Los reyes no podían ser más ricos. Compró a un comerciante hindú dulces en un cuenco hecho de hojas y los comió en un rapto de placer, hasta que un policía le ordenó que se quitara de los escalones.

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