Kiki

Kiki


11 (Kiki)

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11 (Kiki)

No pareció sorprendido cuando le dije que fuéramos al hotel, ni tampoco al saber que estaba cerca del faro de la Mola, en el Port d’Andratx. Del baúl sacó los cascos, una cazadora ligera —una especie de cortavientos— que me ofreció y él se puso un jersey.

«Hombre preparado lleno de “por si acasos”».

Ponerme aquella chaqueta y abrocharla fue como ponerse una camisa de fuerza rociada con su olor. Aquella fragancia masculina olía a naturaleza bruta y salvaje, una que despertaba mis instintos más primitivos.

Estaba acostumbrada a viajar con música, en el coche, en el avión, pero ni me acordé de ella en todo el trayecto porque era una tortura deliciosa tener su cuerpo pegado al mío e imaginar lo que pasaría al llegar. Había poco tráfico y de tanto en tanto Rai ralentizaba para preguntarme si estaba bien, ese detalle me encantó.

Dejamos la moto en el parquin y subimos con el ascensor hasta la suite, estábamos lo más lejos el uno del otro de lo que habíamos estado en toda la noche. Cada uno en un extremo del habitáculo, con la vista fija en el otro, y mira tú hasta qué punto conectábamos, que oí hasta sus pensamientos:

“Estoy deseando desnudarte”.

«Estoy deseando sentir como me partes en dos».

“Quiero oírte gritar”.

«Quiero lamerte entero».

“Tu pezón en mi boca”.

«Un pito-pito colorito de mi pintalabios en tu…»

Dong, las puertas del ascensor se abrieron interrumpiendo mi pensamiento.

—¿Estamos solos? —susurró mientras yo introducía la tarjeta en la ranura para abrir la puerta.

Por un momento se me pasó por la cabeza que no quería que nadie nos oyera, y menos que nos vieran juntos.

—Sí.

Entramos y cerró la puerta con el pie, no me dio tiempo ni para dejar el bolso que, en un movimiento más parecido a una llave de defensa, me encontré con la espalda pegada a la puerta y su lengua en mi boca. Nos besamos con ansia. Un beso húmedo, de labios que se desafiaban para arrancar jadeos guturales. Jugando con la urgencia, pero sin prisas. Como queriendo recuperar de golpe todo el tiempo que habíamos perdido. Enrosqué una pierna en las suyas y nuestras caderas se comunicaron con su propio código morse provocando más necesidad y apremio. Solté un grito cuando intentó llegar a los pechos y la tela no se movió, al contrario, pensé que me arrancaba el pellejo. Maldije a Angie por sus ideas. No se habían movido en toda la noche, claro, ¡si aquello pegaba más que el Loctite!

—Es la cola —dije y me miró desconcertado—, para que no se salieran…, trucos de chicas.

—Pues ahora vas a ver trucos de chico: Misión Liberad a Boobs[1].

Despacio, fue humedeciendo la piel con la lengua y despegando la tela. No dolía, pero joder, qué erótico resultó. Jadeé exasperada. Una vez terminó, alzó la cabeza y me miró con una sonrisa triunfante, escondió una mano y rozó el pezón con la palma consiguiendo acelerarme un poco más la respiración. Siguió jugueteando con él.

—Llevo horas soñando con esto. —Atrapó mis labios con los suyos y siguió besándome de esa forma tan explosiva que quise que no se acabara nunca.

«Dios, si ahora me dijeran que pidiera un deseo, sería que me besaran así el resto de mi vida». Con fervor, mezclado con adoración. Salvaje, sereno. Dejando claro que intenso no era sinónimo de apremio.

Sus manos se perdieron bajo la tela de la falda y una oleada de alivio me sacudió al sentir como su dedo se introducía dentro del tanga y me acariciaba el clítoris. Atrapó con los dientes mi labio inferior y sonrió satisfecho al oír mi gemido.

Intenté meter la mano por la cinturilla del vaquero, pero no lo conseguí, y fui hacia delante para desabrochar los dos primeros botones. Dibujé el contorno de la uve, recorrí la piel de su piel solo con los pulgares metidos. Comprobado, sin ropa interior.

«Pedazo hippy está hecho».

Sus dedos volvieron a esconderse entre mis muslos, donde los apresé cuando dos se colaron dentro de mí. Acaricié con las uñas sus nalgas. Dedos fuera. Lamí su cuello. Dedos dentro. Exploté. Gemí y mordiendo un poco camiseta y piel de su clavícula tuve mi primer orgasmo.

—¡Si ni siquiera te he rozado!

—Es lo que pasa cuando la olla lleva hirviendo toda la noche, al destapar, ¡bang!

Me resbalé hacia abajo, fui arremangando la tela de la camiseta mientras le besaba el estómago. Terminé de desabrochar el resto de botones, con la mano en mi pelo conociendo mis intenciones y guiándome. Tiré del vaquero hacia abajo y su erección hizo acto de presencia. Agarrada a su pantalón, pasé lengua de forma sutil desde la base hasta la punta y después la engullí completamente.

—Joder… —Me tiró del pelo con fuerza para entrar más y apoyó la frente en la madera—. Tocado y hundido.

 

 

 

 

 

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