Katrina

Katrina


CAPITULO VI

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A la mañana siguiente, los soldados descargaron varias cajas grandes de provisiones y de material médico, y emprendieron luego la marcha hacia Dorpat, dejando sólo una compañía de la Guardia Real acampada alrededor de la granja. Katrina no salió al patio a verla marchar esta vez. Pedro empezaba a recobrar él conocimiento, pero se negaba a dejarla que se apartara de su lado. Parecía adquirir fuerzas con la proximidad de su menudo cuerpo lleno de vitalidad.

Matilde se presentó con caldo caliente, y Katrina lo bebió con agradecimiento.

—¿Por qué no dejaron un médico? —preguntó.

—El príncipe Menshikof no cree en ellos —repuso Matilde—. No, en los médicos rusos, por lo menos —se encogió de hombros—. Se trata de una tontería que él y el zar aprendieron en Inglaterra cuando visitaron ese sitio tan remoto. Se niegan a permitir que un médico ruso les saque la fiebre de las venas. Aunque maldito si yo comprendo qué daño puede hacerle a un enfermo que le quiten un tazón o dos de sangre febril.

—Si uno sangra demasiado, se muere —dijo Katrina.

—He visto morir a gente sin perder una sola gota de sangre —anunció Matilde.

Y removió la olla de caldo para que saliera a flote su rico sedimento.

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