Katerina

Katerina


Los Ángeles, 2017

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Los Ángeles, 2017

A las dos semanas, otro mensaje. Respondo. Va así.

 

¿Qué tal el corazón, Jay?

Late.

No canta.

Desde hace años.

Cantaba muy bonito. Un poco desafinado, pero alto y contento.

Ahora permanece en silencio y a oscuras.

Siempre fue oscuro, pero de una oscuridad con estrellas. Grandes y relucientes estrellas.

Ahora es todo negro. Y silencioso. Sin estrellas.

He leído que estás casado, ¿con hijos?

¿Dónde lo has leído?

En una revista, creo. O quizá lo vi por la tele.

Ah, sí, las revistas y la tele.

¿Es verdad?

Sí.

No lo habría dicho jamás.

Ni yo.

¿Qué pasó?

Conocí a alguien con quien quería casarme.

¿Feliz?

En general sí. Al menos en esa parte de mi vida. La quiero y quiero a nuestros hijos. En ese sentido he tenido suerte.

Está bien que lo reconozcas.

Supongo.

¿Por qué esa oscuridad en el corazón?

Soy viejo.

Tienes cuarenta y cinco años.

Han sido años muy largos.

Por elección.

La mayor parte del tiempo, sí. Pero no siempre.

Ese corazón tuyo cantaba, pero también sé que sufre, siempre duele.

Una cosa alimenta a la otra.

Cantar y gritar.

Hay una fina línea entre ambos.

Cuéntame qué es lo que más te duele, Jay.

No.

Cuéntamelo.

No.

¿Por qué?

No sé quién eres.

Sí que lo sabes.

No.

¿Tantas hemos sido?

Ha habido bastantes.

¿Qué lugar ocupo entre ellas en tus recuerdos?

No lo sé.

Sí que lo sabes.

No.

Lo sabrás.

Quizá.

Quiero que vuelva a cantarte el corazón, Jay.

Y yo.

Desafinado, pero alto y contento.

Y yo.

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