Katerina

Katerina


Historia

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Historia

Necesitaba dinero para.

Un billete de avión.

Comida.

Alquiler.

Alcohol y drogas.

Libros.

Sin ningún orden en particular.

No sabía cuánto, pero sabía que era más del que tenía, que eran unos dos mil dólares. Calculé que quince o veinte mil durarían uno o dos años. No pensaba vivir en el Ritz ni el De Crillon, ni comer en Le Voltaire o Chez George. No pensaba viajar. Buscaría un sitio barato viviría con sencillez. Veinticinco mil durarían más.

Era invierno en una ciudad universitaria. Podía conseguir empleo pero me llevaría demasiado tiempo. Traficar era la única solución. Comprar merca, vender merca. Hacía frío y la gente se quedaba en casa y se emborrachaba y se drogaba. Comprar merca, vender merca. Era la única manera.

Le llevé los dos mil a mi camello y compré cuarenta gramos. Los corté con diez de NoDoz y vendí los cincuenta gramos por cinco de los grandes. Compré tres onzas, que son 84 gramos, y los corté con veinte de NoDoz y vendí el resultado por diez mil. No había suficiente demanda donde yo estudiaba, de modo que fui a otras tres facultades cercanas. Cogí los diez mil y compré seis onzas, que son 168 gramos, y los corté con cuarenta gramos de NoDoz y lo vendí todo por poco más de veinte mil. Tardé tres meses. Guardé el dinero en una caja de caudales. Un montón enorme de billetes verdes sucios.

Cuando no estaba trapicheando, estaba leyendo. A los franceses. Hugo y Dumas, Baudelaire y Rimbaud. Cuando no estaba leyendo, estaba emborrachándome. Los estudios ya no me interesaban. Qué coño iba a hacer yo con un título. ¿Pegarlo en la pared? ¿Llevarlo encima cuando fuera a solicitar curros de mierda? ¿Limpiarme el jodido culo? Traficar leer beber dormir. Era simple y claro. Necesitaba dinero. Necesitaba liberarme. Necesitaba alimentar mi cerebro. Traficar leer beber dormir. Ella se buscó un novio nuevo, en primavera se fueron de vacaciones en parejas, por lo visto estaban hechos el uno para el otro, él era de Nueva York y quería dedicarse a la banca de inversiones. Cada vez que la veía me daba media vuelta y me alejaba. Si estábamos en la misma habitación o el mismo bar hacía como si no estuviera. Ella intentó saludarme un par de veces y no le hice caso. No intentaba ser un cretino ni estaba jugando a nada, simplemente no podía verla ni hablarle porque me dolía. Pese a la decisión que había tomado, la quería. Y me dolía más que ella lo hubiera superado tan pronto y, aparentemente, con tanta facilidad. Quería odiarla, pero no la odiaba, y no podía odiarla, la amaba y me dolía pensar en ella, recordar, imaginarla con otro, verla o escuchar su voz me daba ganas de acurrucarme y echarme a llorar. La amaba y me dolía.

El final del curso se aproximaba. Todo el mundo hacía planes. Trasladarse a NY para conseguir trabajo, trasladarse a Los Ángeles para conseguir trabajo, estudiar derecho, medicina, empresariales, trasladarse a Chicago para conseguir trabajo. Cuanto más cerca, más lo sentía. Quería escapar. Largarme. Faltaban tres semanas. Más o menos tenía suficiente dinero para irme. Fui a un bar con unos amigos. El bar estaba abarrotado, era ruidoso, cargado de humo. No quería estar allí. No tenía nada que decirle a nadie. Aunque había pasado los últimos cuatro años con muchas de las personas del bar, su mundo ya no era el mío. Se encaminaban hacia futuros brillantes y carreras y títulos y logros, dinero e hipotecas y responsabilidades y planes de pensiones. Yo me iba a París, a caminar y leer y beber y fumar y escribir y soñar y morirme de hambre y rabiar y gritar y sonreír y reír y follar y sufrir y perderme y sentarme junto al Sena y ver pasar el mundo.

La vi. Estaba con sus amigas, sin novio a la vista. Yo no había estado con ninguna después de ella, en cierto modo sentía que si me portaba bien ella volvería, aunque sabía que no lo haría. La vi con sus amigas y la deseé, más de lo que la había deseado nunca, más de lo que había deseado nada jamás. Quería besarla, apretarme contra ella, saborearla, oírla gemir mientras me movía dentro de ella. Nuestra vida sexual siempre había sido tierna, simple. Muchas velas y música suave y sábanas limpias y dulces momentos de silencio. Amorosa, respetuosa y aburrida. En aquel bar quise poseerla, destrozarla, devorarla. Quería follármela. Largo y hondo y duro y mojado. Por el puro placer físico de tirármela. Por el momento cegador en que me corriera. Me senté y observé cómo charlaba con una de sus amigas, se reía, se apartaba un mechón de los ojos, bebía un sorbo de su copa, contemplé sus labios, su lengua.

Deseé.

Deseé.

Deseé.

Me levanté y me acerqué, me vio acercarme y pareció sorprendida, pero sonrió. Antes de que dijera nada, me incliné hacia su oído y susurré.

Quiero follarte ahora mismo.

Se rio.

En serio. Ahora.

Me miró, ligeramente desconcertada, incómoda. Continué.

Si pudiera, barrería los vasos y las botellas de esa mesa y te follaría ahí mismo.

Siguió mirándome, todavía sonriendo, todavía sorprendida.

¿Estás colocado?

Sí.

¿Coca?

Sí.

Vete.

Vámonos.

¿Por qué?

Porque quiero follarte.

Me acerqué, la besé, despacio y hondo, y tras un breve instante me devolvió el beso. Cuando me aparté ella sonreía, y la cogí de la mano y sin mediar palabra salimos juntos del bar. Me preguntó adónde íbamos y no respondí. Rodeamos el edificio hacia el aparcamiento. Estaba oscuro, silencioso, el aparcamiento estaba lleno, cuatro hileras de coches todas las plazas ocupadas. Vi su coche un monovolumen europeo negro en un rincón oscuro del aparcamiento y hacia allí me encaminé, agarrándola de la mano. Al acercarnos buscó las llaves en el bolsillo, negué con la cabeza y le cogí la otra mano. Nos dirigimos a la parte de atrás del coche y empecé a besarla. Me besó, la apreté contra la puerta trasera, dejando que mis manos vagaran por su cuerpo. Ella se apartó.

¿Y si nos ven?

Mis manos siguieron recorriéndola.

No nos verán.

El interior de sus muslos.

Pero y si nos ven.

Subiendo por su camisa.

A quién le importa.

La parte baja de la espalda.

A mí.

Su culo.

Me incliné hacia delante, la besé, labios y lenguas y aliento. Llevaba una camisa de botones, una falda corta, mis manos se metieron por dentro, por debajo, las abrieron, las levantaron. Le besé el cuello empecé a mordisquearle suavemente los pezones por encima de la camisa las manos apartaron el tanga de una pierna. Dirigí su mano hacia mi polla, me abrió los pantalones y la sacó, le agarré el culo con ambas manos y la levanté empujándola contra el coche y la penetré.

Hondo.

Duro.

Mojado.

Los dos gemimos. Comencé a moverme despacio dentro de ella besándola saboreándola apretándola hondo duro mojado dentro de ella más rápido más duro más hondo chorreando gimiendo labios lengua pezones duro más rápido más duro más hondo sus manos en mi pecho mi cuello una de mis manos en su culo la otra en una teta más rápido más duro más hondo.

Chorreando.

Gimiendo.

Estaba oscuro y silencioso y estábamos en un aparcamiento follando contra un coche abrí los ojos me miraba la miré nuestros labios y lenguas se frotaban comenzó a sacudirse sonreí la miré a los ojos más rápido más duro más hondo y mientras se sacudía, me corrí dentro, el cerebro me explotó en una cegadora onda blanca de

Júbilo

Placer

Paz

Y Dios

Me atravesó

Hasta su interior

Hondo duro y mojado.

Palpitando

Sacudiéndose

Gimió y gemí y nos corrimos, nos corrimos, nos corrimos.

Nos corrimos.

Júbilo

Placer

Paz

Y Dios

Nos quedamos allí un momento. Yo seguía empalmado dentro de ella. Mis brazos la rodeaban, sus brazos me rodeaban. Le besé el cuello. Susurré te quiero. Me susurró te quiero, nos quedamos juntos un momento, recostó la cabeza en mi hombro de pie y respirando, estábamos de pie y respirando en el cuello del otro, los dos sintiendo, sintiendo todavía, sintiendo todavía, duro y mojado y hondo. Me sacó de dentro y se cerró la camisa. Cuando terminó, sonreí y la besé una vez más y di media vuelta y me marché.

Me marché y regresé a la casa donde vivía fui a mi cuarto e hice la maleta. Fui al cuarto de mi amigo Andy el amigo que me había regalado el libro y le dejé una nota sobre la cama invitándolo a venir a visitarme. Me monté en mi camioneta aparqué delante de un banco dormí en la camioneta. En cuanto el banco abrió entré e hice lo que tenía que hacer y me marché a los veinte minutos. Vendí la camioneta en un concesionario de vehículos usados y fui al aeropuerto. Tenía un pasaporte, algo de ropa, dieciocho mil dólares en cheques de viaje y mil doscientos en metálico.

Cogí un avión rumbo a París.

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