Katerina

Katerina


París, 1992

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Sonríe y se acerca ataviada con un vestidito negro y unas zapatillas Air Jordan. Petra le sirve un vaso de vodka cuando llega y ella me da un puñetazo juguetón en el hombro, habla.

Bonito polo.

Me río.

Gracias.

¿Qué coño haces aquí?

Ni idea.

¿Has terminado en mi bar de casualidad?

Sí.

Petra le pasa el vodka, habla.

¿Le conoces?

Más o menos.

¿De qué?

Intentó follárseme en el Museo Rodin y luego otra vez en el Museo d’Orsay.

Philippe se ríe.

Buen trabajo, Jay.

Me río.

No intenté follarte.

Sonríe.

Por supuesto que sí.

No.

Lo pensaste.

Puede.

Y lo habrías hecho de haber tenido ocasión.

Puede.

Philippe se ríe.

Puede, mis cojones.

Ella se vuelve hacia Petra.

¿Recuerdas el escritor americano casi mono del que te hablé, el que le fastidió el día a Jean-Luc?

Sí.

Es él.

Es mono.

Casi.

Sí, tienes razón, casi.

Ha intentado follárseme dos veces.

Petra se ríe.

Te creo.

Philippe señala un taburete vacío.

Tómate algo con nosotros.

Sonríe.

Sí.

Así que bebemos, hablamos, reímos. Ella también es de Oslo, es modelo, no una supermodelo sino una modelo de verdad, trabaja para revistas y desfiles, vive en un loft en Le Marais, gana bien, cuando no está trabajando viaja por Francia, Italia, España. Le gustan los libros, el arte, la moda, el alcohol, la cocaína. Es de risa fácil y rápida, es desprendida y no puede ser más encantadora. Si no me diera tanto miedo, estaría locamente enamorado de ella, y cada instante que paso a su lado quiero conocerla mejor, hablar más con ella, reír más con ella, quiero llegarle al corazón, conocerlo, sentirlo. Me levanto para ir al lavabo, meo, me miro en el espejo mientras me lavo las manos, me digo que debo calmarme, volver, averiguar su nombre, conseguir su número de teléfono, calmarme, cuando abro la puerta para salir ella entra y la cierra, echa el cerrojo y deja caer el bolso al suelo. Sonríe.

Por fin solos.

Nos separan apenas unos centímetros.

Sí, por fin solos.

Tengo que irme en unos minutos, he quedado con unos amigos.

Me coge de las manos.

Pero me apetece jugar antes de marcharme.

Se inclina me besa dulcemente el cuello.

¿Jugar?

Me besa la oreja.

Sí, quiero jugar.

Estoy empalmado, la deseo y lo sabe.

Eres mono, Jay.

Me besa suavemente en los labios.

Gracias.

¿Todavía estás escribiendo aquella tontería de libro?

Meto las manos por debajo de su falda.

No.

Recorro con las yemas de los dedos el interior de sus muslos.

¿No?

Tenías razón.

Alrededor de su culo.

Sí, tenía razón.

Nos acercamos el uno al otro besándonos hondo despacio intensamente, labios y lenguas, sus manos buscan de inmediato en mis pantalones, la levanto se apoya en el lavamanos se arranca el tanga. Dice ahora pregunto si tiene un condón dice ahora, Jay, ahora.

Me cuelo entre sus piernas.

Comienzo a penetrarla.

Está prieta y mojada, se recuesta contra el espejo.

Adelante.

Más adentro.

Adelante.

Prieta y mojada.

Gime acerca mi cara a la suya me besa. Empiezo a moverme dentro de ella, despacio, duro y hondo, sus manos se aferran a los costados del lavamanos, mis manos a sus hombros, nos miramos a los ojos, verde pálido y castaño claro como el cacao.

¿Te gusta mi coño, Jay?

Más hondo.

Sí.

Más duro.

¿Tu polla se siente a gusto en mi coño?

Más rápido.

Sí.

Verde pálido.

¿Te encanta mi coño?

Cacao.

Sí.

Más hondo.

Dime.

Más duro.

Dime lo mucho que te gusta mi coño.

Más rápido.

Adoro tu coño.

Manos agarrándose.

Dime lo bien que está tu polla dentro de mi coño.

Agarrando.

Se está de miedo ahí dentro.

Más hondo más duro más rápido.

Miradas atrapadas.

Fóllame.

Y corazones y almas y cuerpos.

Fóllame.

Atrapadas.

Fóllame.

La tengo dura y muy dentro de ella follándomela en el lavamanos del lavabo su ceñido vestido negro todavía puesto el tanga tirado en el suelo mis pantalones por las rodillas nuestras miradas atrapadas, nuestros corazones y almas y cuerpos atrapados.

Córrete dentro.

Córrete dentro.

Córrete dentro.

Ciego sin aliento sacudiéndome sobrecogido explotando blanco Dios me corro dentro de ella me palpita la polla los dos gemimos ojos corazones almas cuerpos uno.

Uno.

Blanco.

Dios.

Me corro.

Me corro.

Me corro.

Cierro los ojos suelto todo el aire.

Me corro.

Me apoyo contra ella los dos jadeando sigo dentro de ella sonriendo. Me coge las manos las levanta y las coloca alrededor de su cuerpo, me rodea con las suyas, permanecemos quietos y respiramos, duro dentro de ella, prieta y cálida y mojada a mi alrededor, respiramos. Me empuja con delicadeza, nos miramos a los ojos, sonríe.

Ha sido divertido.

Sonrío.

Sí.

Me gusta sentirte.

Y a mí sentirte a ti.

Me aparta, se separa del lavamanos.

Tengo que irme.

Me subo los pantalones.

Quiero que te quedes.

Recoge el bolso.

Nos vemos en otra ocasión.

Me rodea entre sus brazos, me estrecha con fuerza.

¿Cómo voy a encontrarte?

Ven aquí. Dile a Petra que estás buscándome. O dime dónde sueles ir y pasaré a buscarte.

Al Polly Maggoo.

Se ríe.

Ese sitio es un estercolero.

Me suelta.

Dame tu teléfono.

Niega con la cabeza.

No necesitamos números. Nos encontraremos cuando queramos encontrarnos.

Al menos dime cómo te llamas.

Sonríe, me besa.

Katerina.

Se gira, abre la puerta.

Me llamo Katerina.

Se va, y la veo marcharse, cruzar el bar, salir por la puerta, a la noche.

Alta y delgada y pálida.

Larga melena caoba.

Pecas en las mejillas y en el puente de la nariz, ojos castaños claros del color del cacao, gruesos labios mullidos como una tarta de cerezas, sin carmín.

Katerina.

Se llama Katerina.

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