Katerina

Katerina


Los Ángeles, 2017

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Los Ángeles, 2017

En París era boli sobre papel.

Londres boli sobre papel.

Carolina del Sur boli sobre papel.

Minnesota boli sobre papel.

Seis meses en Chicago boli sobre papel, seis meses en Chicago ordenador portátil.

Un año en Los Ángeles ordenador portátil, dos años en Laurel Canyon ordenador de sobremesa, tres más en Venice ordenador de sobremesa.

Cinco años yendo y viniendo entre el SoHo y Amagansett con un ordenador portátil.

Un año en Beaulieu-sur-Mer con un portátil.

Cinco años más yendo y viniendo entre el SoHo y Amagansett con un ordenador portátil.

Cinco años Malibú portátil.

Dondequiera que estuviera, usara lo que usara, boli y papel o una máquina y una pantalla, cada sesión comenzaba de la misma manera.

La nada.

Un espacio vacío.

Una página en blanco.

Cada sesión comenzaba de la misma manera, inquietud y confusión e inseguridad y necesidad y miedo deseo ambición fe duda esperanza y desesperación, palabras e imágenes rodando y girando y bailando retorciéndose volando, apareciendo y desapareciendo, palabras e imágenes hablándome, llamándome, chillándome, tentándome y susurrándome y esperándome, palabras e imágenes dentro de mi mente, dentro de mi corazón.

Había días sin nada, días en que la traducción de mi mente y corazón fallaba, días en que leía lo que había escrito y me incomodaba y me avergonzaba, día tras día tras día de palabras sin sentido, significado o dirección, palabras sin peso, palabras sin movimiento, palabras que no sabían bailar ni cantar, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, palabras que me incomodaban y me avergonzaban.

Cada día era lo mismo. Y pese al resultado, seguía creyendo. No sé cómo ni por qué ni qué me hizo seguir en la brecha, pero creía que si me sentaba el tiempo suficiente y trabaja con suficiente ahínco y ponía palabra tras palabra tras palabra tras palabra tras palabra aprendería, aprendería a traducir, aprendería a descifrar, aprendería a decodificar, aprendería a conseguir que las palabras y las imágenes de mi interior rodaran y girasen y bailasen y se retorcieran y volaran, aparecieran y desaparecieran, sobre el papel o en la pantalla.

Escribía leía corregía me incomodaba y me avergonzaba lo tiraba todo o lo borraba. Jamás terminaba nada diez páginas veinte páginas treinta y cinco páginas ciento diez páginas doscientas treinta y cinco páginas lo tiraba o lo borraba pero seguía creyendo sí todavía creía todavía sí todavía.

Creía. Porque a veces. Una frase o un párrafo o una página o dos. Cantaba o bailaba o demolía o deleitaba. A veces lo que tenía en la cabeza y en el corazón aparecía en la página o en la pantalla. Por puta arte de magia. O brujería. Como si otro sostuviera el bolígrafo o tecleara. Cantaba o bailaba o demolía o deleitaba.

Así que seguía.

Seguía.

Seguía.

Leyendo.

Viendo arte.

Viviendo mi vida loca.

Persiguiendo mi sueño descabellado.

Trabajaba en empleos de mierda por la noche y escribía al llegar a casa al amanecer y me quedaba dormido a mediodía y me despertaba a las seis y volvía al trabajo.

Simple.

Centrado.

Monástico.

Feliz.

Escribí una película porque me pareció más fácil que escribir un libro menos palabras una estructura prefijada era comercio no arte. Vendí la película y ya no tuve que seguir haciendo trabajos de mierda.

Escribí más y acepté encargos para escribir películas.

Leía.

Veía arte.

¿Por qué un inodoro en una pared es arte? ¿Por qué Pollock pintaba como pintaba y por qué importaba? ¿Por qué importa una lata de sopa en una pared? Qué son el fauvismo el cubismo el futurismo el surrealismo el dadaísmo. Cómo cambió el mundo el expresionismo abstracto. Qué son el existencialismo el pop art el superrealismo el fotorrealismo el neoexpresionismo el posmodernismo y por qué deberían importarme un carajo como así era. Aprendí que el arte va sobre hacer lo que no se haya hecho nunca antes, cuestionar paradigmas, trastocarlos, desafiarlos, destruirlos. Si existe una regla rómpela, si te enseñan a hacer una cosa haz otra, si te dicen que algo está mal probablemente esté bien.

Así que en lugar de intentar escribir bien, empecé a escribir mal. A aplicar la gramática a mi antojo a puntuar a mi antojo a emplear palabras de la manera que se me antojara poniéndolas sobre la página

Como

Cojones

Me

Apeteciera.

Nunca había vivido conforme a reglas ni expectativas. Por qué había de escribir respetándolas.

Que

Les den

A todas.

Una lección obvia. Una que debería haber sabido. Una que seguí a rajatabla en cuanto la aprendí. Que les den a todas. Y en cuanto lo hice, las palabras e imágenes rodando girando bailando retorciéndose volando, apareciendo y desapareciendo, las palabras e imágenes hablándome llamándome chillándome tentándome susurrándome esperándome las palabras comenzaron a aparecer en la pantalla aparecían.

Me llevó una década. Diez años solo en un cuarto con mi corazón y mi cabeza, mi inseguridad y mi confianza, mi duda y mi fe. Diez años soñando diez años con un boli y dos dedos tecleando porque nunca aprendí a teclear debidamente diez años de palabras frases párrafos páginas capítulos libros putos libros enteros dentro de mí. Escribí las primeras cuarenta páginas de mi primer libro en dos días. Me fumé cuatro cajetillas de tabaco y me bebí unos ocho litros de café. Escuché metal viejo, punk, rap de los inicios, baladas de los ochenta, disco. Cantaba mientras trabajaba me levantaba y bailaba mientras trabajaba me dejaba demoler mientras trabajaba me deleitaba mientras trabajaba. Y cuando leí las páginas, por primera vez no me incomodé ni me avergoncé. No iba a tirarlas, no iba a borrarlas.

Estaban bien.

Para mí.

Desde mi corazón y mi cabeza.

Bien.

Que les den a todas, que les den a todas, que les den a todas.

Para mí.

Así que continué, ordenador, dos dedos, cigarrillos y café, música y mi persona. Dejé de hacer todo lo demás y diez doce catorce dieciséis horas al día, día tras día tras día, canté y bailé y me demolí y me deleité, día tras día tras día me observaba y me atrevía a continuar, días tras día tras día me desnudaba el alma cabrona y la exponía en crudo y sin filtros y sin concesiones y sin disculpas, día tras día tras día. Me importaba un carajo todo salvo la siguiente palabra la siguiente frase si quedaba bien si sonaba bien si se leía bien si se sentía bien, me importaba un carajo el género o la clasificación. Me importaba un carajo el ensayo o la ficción, me importaba un carajo cómo lo leyeran o recibieran eran palabras en una página era una historia siendo contada era la expresión más clara más pura más directa de que era capaz lo único que me importaba era la siguiente palabra, la siguiente frase, si estaba bien, si estaba jodidamente bien.

Jamás me sentí más feliz. Más sereno y contento. Más satisfecho y completo. A solas con la máquina. Hora tras hora día tras día semana tras semana mes tras mes. Tenía palabras y música, café y cigarrillos. Mi corazón y mi mente y mi alma yacían desnudos. Cada mañana al dormirme me imaginaba el puto mundo en llamas. Iluminando a algún chaval gamberro del mismo modo que los libros me habían iluminado a mí. Encender en su alma la bombilla que se había encendido en la mía. Dividir confrontar obligar a la gente a formarse una opinión, a posicionarse, a amar u odiar, a adorar o quemar, a reverenciar o prohibir. Cada tarde me despertaba y volvía a ello.

Palabra tras

Palabra

Tras

Palabra

Tras

Palabra.

La nada.

El espacio vacío.

La página en blanco.

Llena.

Cantando bailando demoliendo deleitando.

Llena.

Un libro dos libros tres libros cuatro. A lo largo de más de diez años. Uno dos tres cuatro. Me dirigía al escritorio y me sentaba con la máquina y me enfrentaba a la nada me enfrentaba al vacío me enfrentaba al blanco me enfrentaba a mí mismo y mi miedo y mi inseguridad y mi duda me enfrentaba a todos ellos y los derrotaba, joder. No era fácil y a menudo tampoco divertido, era siempre trabajo y esfuerzo y tiempo y concentración e intensidad, pero día tras día mes tras mes año tras año me sentaba y me quedaba mirando a la nada la página en blanco la pantalla vacía y ponía música y bebía café y fumaba cigarrillos y atacaba con todas mis jodidas fuerzas y la sinceridad y la capacidad posibles sin importarme más que la siguiente palabra, frase, párrafo. No me importaba quién coño lo publicara ni cuándo ni lo que dirían los críticos ni cuántos ejemplares vendería lo único que importaba era la nada la página en blanco la pantalla vacía y las palabras con poder y amor y dolor y pérdida y belleza y horror y sexo y drogas y verdad tal como yo lo veía y sentía y sabía, lo único que importaba era que al final del día la pantalla vacía en blanco sin nada estaba llena de palabras, mis palabras, palabras de mi corazón y mi cabeza, mis palabras cantando bailando demoliendo deleitando derrotando.

Y

El

Mundo

Ardió.

Joder si ardió.

Un libro dos libros tres libros cuatro. Odio y amor, prohibiciones y quemas y demandas, titulares y tertulias y lecturas con miles de asistentes, giras mundiales periodistas furibundos y seguidores devotos editores aterrados y contratos cancelados listas de superventas y adaptaciones cinematográficas y el puto mundo ardió. Fue magnífico y aterrador y surrealista y emocionante y terrible y conmovedor e inspirador y agotador. Lo di todo y me arrebató todo, todos mis sueños se habían hecho realidad, y al final estaba solo en un hotel en plena noche en algún lugar de Europa, cuando cambias cada día de ciudad olvidas dónde estás, estaba tumbado en la cama mirando al techo y los rayos de luz de luna danzaban sobre la cama y rompí a llorar, rompí a llorar y no pude parar, una hora, dos, tres, lloré y me sentí perdido y asustado y lleno de dudas e inseguridad y todo lo que había conseguido, lo que fuera que me impulsara y transportara y obligara a hacer lo que hacía, lo que fuera que tuviera en mi corazón y en mi mente que me había permitido y me había concedido el don de hacer lo que hacía y llenar el vacío cabrón, había desaparecido, ya no estaba, joder, había desaparecido. Lloré toda la noche. Terminé la gira y volví a casa y abracé a mi mujer y besé a mis hijos y me quedé en la cama un día entero o dos preguntándome si me levantaría igual de vacío y acabado y así fue, me desperté y estaba vacío y desaparecido.

Vacío y desaparecido.

Vacío y desaparecido.

Así que hice otras cosas.

Asistía a reuniones.

Sonreía.

Estrechaba manos.

Escribía por dinero.

Cosas que no requerían lo que había perdido.

Vacío y desaparecido.

Cosas que no requerían de mi corazón ni de mi mente.

Vacío y desaparecido.

Me enfrasqué en la más americana de las actividades, el capitalismo y el comercio.

Alguien me preguntó si había vendido mi alma, me reí y respondí que no tenía ninguna jodida alma que vender.

Un trabajo dos trabajos tres trabajos cuarenta.

Capitalismo y comercio.

Vacío y desaparecido.

Todos mis sueños se habían hecho realidad.

Y les había entregado cuanto era y cuanto tenía y cuanto podía ser, todo.

Y estaba vacío.

Desaparecido.

Y lo que no comprendí.

Fue que cuando tus sueños se hacen realidad.

Tienes que soñar de nuevo.

Tienes que soñar de nuevo sueños nuevos.

Tienes que soñar de nuevo sueños nuevos y tienes que despertarte cada mañana y hacerlos realidad tienes que soñar de nuevo sueños nuevos.

Incendia el puto mundo, Escritor.

Hazlo.

Veamos si todavía eres capaz.

Tienes que soñar de nuevo sueños nuevos.

O morir.

Tienes que soñar de nuevo sueños nuevos o morirte, joder.

Así que estoy aquí sentado.

En mi pequeño cobertizo, o cabaña, o estudio, como quieras llamarlo, al fondo de la finca, lejos de la casa, lejos del ruido, lejos de la gente, lejos del mundo.

La nada

Una página en blanco

Una pantalla vacía

Delante de mí.

Incéndialo.

De nuevo.

Hijoputa.

Vuélvelo a incendiar.

Porque puedes.

Porque quieres incendiarlo.

Porque tienes que incendiarlo.

Joder, tienes que hacerlo o te volarás los putos sesos.

Incéndialo.

Otra vez.

Escritor.

Encuentra lo que sea que has perdido el corazón y la mente, la pasión y el deseo, la ambición y el empuje encuentra la parte de ti a la que le importa todo un carajo menos las palabras una tras otra tras otra palabra encuéntralo hijoputa.

Nada

Blanco

Vacío.

Incendia.

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