Katerina

Katerina


París, 1992/1993

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París, 1992/1993

Nos pasamos el día en la cama. Katerina sale a comprarme sopa de pollo y vino blanco, el vino mitiga los temblores. Dormito a ratos. Cada vez que me despierto y la veo a mi lado sonrío. Sus brazos rodeándome. Su mano en mi cadera o en la barriga o en el pecho. Cuando me besa, delicadamente, en el cuello o en la mejilla, delicadamente en los labios, cuando me provoca con la punta de la lengua. A veces cuando me despierto está dormida, a veces está tocándome o besándome, a veces está leyendo Hambre de Knut Hamsun y me hace sonreír que lo lea. Qué hambre.

Qué hambre.

Es un día delirante, entre náuseas y alegrías, entre sueño y vigilia, entre no acabar de creerme que esto es real y sentir que nada en mi vida ha sido nunca más real. Me despierto y está oscuro y ella no está y salgo de la cama y camino por el piso. Los suelos son de tablones largos y anchos de doscientos o trescientos años de antigüedad alabeados y fríos cada paso es un placer para la planta de los pies y me despierta un poco más. Paso del dormitorio al salón estanterías rebosantes de libros, grandes puertas cristaleras con cortinas de seda blanca, un inmenso sofá rosa viejo y cómodo con cojines gigantes, una mesa redonda pequeña con una silla blanca y un jarrón con rosas. En una pared hay una cocina sencilla, una mininevera una encimera eléctrica una cafetera un fregadero, un escurreplatos con vajilla limpia cuidadosamente ordenada. Me acerco a las estanterías. Sobre todo novelas, algunas en francés, algunas en inglés, algunas en noruego, algunos libros de no ficción, un par de guías de viajes, un libro de preparación para la universidad. Las paredes son blancas, están prácticamente vacías, en algunos puntos cuelgan fotografías enmarcadas de su familia, me acerco a una, su madre y su padre y su hermano y ella, Katerina tiene ocho o nueve años, está de pie en la playa en invierno, con una gran sonrisa, la melena más larga y alborotada, los ojos chispeantes, agarra a su madre con una mano y a su padre con la otra. La fotografía me llega al alma. Porque sé que era feliz y su familia era feliz y todo se fue al garete, y todo devino dolor y todo devino pérdida y todo acabó. Y si pudiera, si fuera hechicero o tuviera una máquina del tiempo o pudiera cambiar el destino, regresaría a ese momento, ese momento exacto, ese momento hermoso alegre feliz, y haría que el resto de sus vidas fuera distinto, que siguieran felices y juntos, que esa niñita que ahora es la mujer a la que amo siguiera sonriendo como sonríe en esa fotografía y no por dinero, no porque le paguen por fingirlo, sino porque le saliera del alma, porque la felicidad reinara de verdad en su corazón. Y mientras estoy allí de pie y miro y me duele y deseo se abre la puerta y Katerina entra con un par de bolsas, me giro y sonrío y me sonríe pero no con la pureza de otro tiempo pero suficiente para mí habla.

Te has levantado.

Sí.

¿Curioseando?

Un poco.

¿Has descubierto algo interesante?

Me encanta esta foto.

A mí también.

Y me encanta tu casa.

No te acostumbres.

Me río. Deja las bolsas en la encimera de la cocina, se pone a vaciarlas.

Es Nochevieja. Se me ha ocurrido que podríamos montarnos una pequeña fiesta.

Genial.

Levanta una bolsa de papel marrón.

He comprado tacos. Espero que puedas enseñarme algo y decirme si estos saben a tacos auténticos.

Me río.

Hecho.

Saca una botella.

He comprado champán. No muy caro, pero bastante bueno.

Unas burbujas nos sentarán bien.

Saca una cajita con un lazo.

Y he traído pastel.

Sonrío, me acerco a ella sonríe la abrazo.

Gracias.

La beso, la agarro fuerte, apoyo la cabeza en su hombro ella el suyo en el mío, nos quedamos así, respirando, abrazándonos, y pese a lo débil y triste y estúpido y patético y jodido y perdido y acabado que me he sentido últimamente, ahora me siento sencillo y fuerte y amado, en este momento, ahora, me siento como si el futuro no importara, el pasado fuera irrelevante, como si todos mis sueños se hicieran realidad en brazos de Katerina, podría morirme y sería feliz, ahora. Permanecemos abrazados. Huelo su pelo fresco, limpio, con algún champú caro, su piel tersa contra la mía, su cuerpo delgado demasiado delgado le noto las costillas, sus brazos pegados a mi espalda. Un minuto dos no sé cuánto dura poco a poco se aparta empiezo a hablar sonríe y me pone un dedo en los labios habla.

Aún tenemos normas, cabrón, aún tenemos normas.

Me río saca un par de platos. Abro la bolsa de tacos dos de carne dos de pollo dos de gambas recipientes pequeños de plástico con guacamole y salsa y picante. Monto los platos un taco de cada para cada uno, abre el champán sirve dos copas me indica que la siga entramos en el dormitorio nos sentamos de piernas cruzadas uno frente al otro en la cama. Alza la copa.

Feliz Año Nuevo, Jay.

Alzo la mía.

Feliz Año Nuevo, Katerina.

Me alegro de conocerte.

Y yo de conocerte a ti.

Con normas o sin ellas, eres mi chico.

Sonrío.

Con normas o sin ellas, eres mi chica.

Sonríe brindamos bebemos un sorbo. Imparto una clase sobre tacos mientras comemos. Sobre las diferencias entre los tacos estadounidenses, los tex-mex y los mexicanos auténticos. Los nuestros parecen ser mexicanos auténticos, o todo lo auténticos que pueden encontrarse en Le Marais de París, Francia. La tortilla de maíz está suave, con ternera fileteada en lugar de picada, las gambas son grandes y muy especiadas, el pollo está desmenuzado. No llevan queso o muy poco, el guacamole es fresco, la salsa picante está rica y pica del carajo. Devoro la mitad de cada taco, todo lo que me aguanta el estómago, Katerina da un par de mordisquitos a cada taco, ojalá pudiera convencerla para que comiera más pero ella siempre respeta mis gilipolleces, mis locuras y mis adicciones, de modo que yo respeto las suyas. Los dos estamos destrozados de alguna manera, hechos añicos. Ella parece saber cómo recomponerme. Confío en poder ayudarla.

Dejamos de comer tacos limpio los platos vuelvo con el pastel y dos tenedores, me siento en la cama dejo el pastel entre nosotros. Sonríe.

Estoy un poco decepcionada, Jay.

¿Por qué?

Una de las cosas que adoro de ti es tu tendencia a la horterada cursi.

¿Y?

Esperaba que trajeras solo un tenedor.

¿Para darnos de comer pastel el uno al otro?

En plan ñoño.

Me río, cojo mi tenedor y lo lanzo por la puerta hacia el salón, lo oímos rebotar por el suelo. Se ríe, corta un trozo del borde del pastel, que es pequeño redondo cubierto con un glaseado rojo, blanco y azul y los números 1993, levanta el tenedor.

¿Listo?

Sí.

Voy.

Sonrío, sonríe, acerca el tenedor con un trozo de pastel a mi boca, dentro de mi boca. La cierro y saca el tenedor de entre mis labios dejo que el pastel se deshaga en la lengua, es dulce y suave y sabroso y delicioso sonrío.

Mmmmmmm.

Sonríe.

¿Rico?

Riquísimo.

Le quito el tenedor nuestras manos se demoran mientras se lo cojo, parto un trozo de pastel ella me observa. Cuando levanto el tenedor nuestras miradas de ojos verde pálido y castaño claro como el cacao se cruzan. Abre la boca esos labios mullidos nuestras miradas encadenadas meto el tenedor en su boca ella la cierra vuelvo a sacarlo poco a poco de entre sus labios bellos y perfectos.

Mmmmmmm.

¿Bueno?

Buenísimo.

Me quita el tenedor nuestras miradas encadenadas vamos dándonos de comer uno al otro, mirándonos, rozándonos las manos, las puntas de los dedos. Yo siempre había asociado la palabra intimar con el sexo, con el acto de follar, pero follar con amor o sentimiento. Ahora sé que he estado siempre equivocado. Intimar es llegarle a alguien al corazón, y llegarle al alma, con amor, con un amor puro hondo verdadero, y que te llegue al corazón y al alma en el mismo momento, de la misma manera. Da igual si folláis. En realidad no es necesario el contacto físico. Y esto, ahora, este momento, mirando a Katerina a los ojos, rozándonos los dedos, comiendo pastel, dándonos de comer el uno al otro, sabiendo que la quiero y sabiendo que me quiere, sabiendo que nunca lo diremos y sabiendo que da lo mismo, solos en Nochevieja, tras habernos pasado casi todo el día en brazos del otro después de meses sin vernos, y haciendo que ese tiempo no importe, si acaso nos ha unido más porque nos hemos echado de menos, esto es lo más cerca que me he sentido nunca de otro ser humano y esto es lo que significa intimar, lo que es la intimidad, y es lo que siempre he querido sentir con otra persona, esto, ahora, ella, amor tácito y verdadero, amor real, nuestros ojos en los del otro, corazones y almas en los del otro, conectados por el mínimo roce de los dedos, amar, intimar.

A medio pastel deja el tenedor, sonríe y comienza a inclinarse hacia mí yo también me inclino hacia ella nuestras miradas aún encadenadas empezamos a besarnos. Besos largos y lentos con las manos juntas alternando delicadeza e intensidad nuestros labios y lenguas se besan. Tiro el pastel de la cama al suelo nos tumbamos cara a cara, manos entrelazadas, pies enredados, besándonos. Aunque sabemos adónde nos dirigimos, ninguno de los dos tiene prisa. Nos besamos lenta y profundamente con los ojos aún abiertos a escasos centímetros de distancia los suyos son brillantes y bellos llenos de vida y alegría y amor, serenidad y paz, intimidad. Nuestras manos empiezan a moverse despacio quitando prendas explorando a veces con ligereza a veces con intensidad encontrando jugando apretando acariciando se tumba de espaldas tira de mí para ponerme encima de ella nuestros ojos siguen abiertos mientras me muevo en su interior.

Nos tomamos nuestro tiempo.

Beso.

Mirada.

Sonrisa.

Susurro.

Risa.

Lento y profundo.

Rápido y duro.

Lento y profundo.

Caderas acompasadas.

Manos entrelazadas.

Miradas encadenadas.

Cuerpos en un solo cuerpo uno.

Nos tomamos nuestro tiempo.

Hace frío pero sudamos el más dulce de los sudores la cama se empapa.

Terminamos.

Juntos.

Un cuerpo uno.

Éxtasis deseo alegría placer pasión dicha arrobamiento paz Dios un solo cuerpo.

Me quedo dentro de ella tumbados de costado mirándonos a los ojos besándonos con delicadeza en algún momento llega el nuevo año cerramos los ojos y nos dormimos, un cuerpo uno todavía dentro de ella.

Por la mañana preparo café dejo una taza humeante en la mesilla de noche de Katerina salgo a caminar por Le Marais hasta que encuentro una tienda abierta compro flores y pan y queso y tomates y vino y un ejemplar del Herald Tribune un par de revistas de moda algunas chocolatinas regreso a su casa mantendré en secreto la ubicación llamo al timbre espero.

Una parte de mí cree que no me dejará entrar.

Espero.

Treinta segundos.

Un minuto.

Noventa segundos.

Dudo si volver a llamar.

Apoyo el dedo en el timbre, pero no lo presiono.

Lo retiro.

Vuelvo a ponerlo.

Lo retiro.

Dos minutos.

Las bolsas comienzan a pesar.

Dudo si llamar otra vez.

La imagino capaz de no dejarme entrar.

Sería divertido, y sorprendente.

Y muy propio de ella.

Y podría romperme el corazón.

Me lo rompería.

Me pregunto si sigue dormida.

Podría ser.

Pero he estado un rato fuera.

Me pregunto si habrá salido a comprarme flores y pan y queso y tomates y vino y un ejemplar del Herald Tribune y un par de revistas de moda y algunas chocolatinas.

Tal vez.

Es así de dulce y asombrosa.

Tres minutos.

Dudo si debería llamar de nuevo.

Las bolsas pesan mucho.

Apoyo el dedo, pero no aprieto.

Lo retiro.

Vuelvo a ponerlo.

Lo retiro.

A la mierda.

Voy a llamar.

A la mierda.

Aprieto.

Con firmeza y placer y con la alegría y el optimismo de un año nuevo.

Aprieto.

Suelto.

Espero.

Y entonces.

Entonces.

Entonces.

El sonido más increíble en todo el puto mundo.

¡El corazón me da un vuelco!

¡¡Salta!!

¡¡¡Como una como una liebre escapando del lobo feroz!!!

El timbre de la puerta emite su hermoso zumbido.

Como un sonido celestial.

Como compuesto por Mozart.

Y enviado por Dios.

Oigo el zumbido.

¡El corazón me da un vuelco!

Y entro.

Abre la puerta vestida con una bata de terciopelo blanco la melena recogida en una toalla gotas de agua resbalándole desde la frente por las mejillas y la barbilla y el cuello hasta el pecho sonríe y habla.

Estaba en la ducha.

Ya lo veo.

Ojalá hubieras estado conmigo.

Ojalá hubiera estado contigo.

Entro cierra la puerta tras de mí me dirijo a la cocina comienzo a vaciar las bolsas.

Traigo provisiones.

Ya veo.

Y te he traído unas flores.

Gracias.

Y si no me quieres aquí, lo respetaré y me marcharé.

Te quiero aquí, y mucho, Jay.

Me giro está apoyada en la pared mirándome, la luz que se cuela por las ventanas cae en cascadas sobre su piel y le ilumina los ojos, se refleja en las gotas de agua que resbalan por su cara y por su cuerpo, se me corta un momento la respiración y sonrío.

De verdad que eres la mujer más hermosa que he visto en toda mi vida.

Sonríe.

Gracias.

¿Puedo quedarme un par de minutos contemplándote, o treinta o doscientos?

Se ríe.

Sí.

Y si quieres puedo halagarte por otros motivos mientras te contemplo, si te apetece.

Me apetece, me entusiasman los cumplidos.

Eres lista, y divertida, y la hostia de enrollada, y tienes un gusto exquisito en ropa y libros y arte y pisos y hombres.

Vuelve a reírse.

No estoy segura de eso.

Sonrío.

¿De lo de los hombres?

Sí.

Sí, puede que tengas razón. Lo retiro. Pero tengo más cumplidos.

Estoy deseando escucharlos.

Besas de maravilla, estás preciosa cuando duermes, tu aliento huele delicioso, tu lengua sabe a helado y tus labios son como almohadas celestiales.

Se ríe otra vez.

No exageres, Escritor.

Empiezo a acercarme a ella.

Tus ojos castaños claros como el cacao son ventanas a un paraíso perdido, las yemas de tus dedos son mágicas, las palabras que eliges son como la poesía de los ángeles, tu voz es la de una princesa de las sirenas.

Está sonriendo, sonriendo como sonreía de niña, lo mejor que he visto en la vida, mejor que cualquier ocaso, cualquier cuadro, cualquier vista, cualquier fotografía, cualquier cosa, cualquier cosa que haya visto jamás, me detengo delante de ella, me apoyo en la pared igual que ella, la miro, sonrío.

Y tu coño, tu coño es el coño más dulce más delicioso más magnífico más delirante más sereno tranquilizador incitante excitante increíble y absolutamente impresionante y asombroso que jamás haya existido sobre la faz de la tierra desde que el mundo es mundo, absolutamente cien por cien espléndido y pasmoso y milagroso.

Se ríe.

Está claro que algún día serás un escritor famoso.

En este momento solo quiero ser tu novio.

Es todo lo que quiero que seas, Jay.

¿Y qué pasa con tus normas?

Las normas están para romperlas, ¿no?

Para destrozarlas.

Destrocémoslas, Novio.

Sonrío me acerco más a ella la abrazo la miro a los ojos castaños claros como el cacao son ventanas a un paraíso perdido empiezo a besar esos labios como almohadas celestiales saboreo esa lengua como el helado y noto la electricidad de la punta de sus dedos mágicos al tocar los míos.

No rompas las normas.

Destrózalas.

Nos pasamos la mañana en la cama leyendo hablando flirteando bromeando riendo sonriendo mirando tocando besando follando mirando. Almorzamos pan y queso y tomates y vino. Tengo que ir a casa a cambiarme. Cruzamos a pie Le Marais a través del Pont Marie e Île Saint-Louis hasta Saint-Germain cogidos de la mano entrechocando caderas y hombros le paso un brazo por los hombros la acerco y la beso. Paramos en el Flore a tomar un café ver la gente pasar inventar historias sobre quiénes son y cómo viven y aman y ríen y sufren las historias son cada vez más ridículas hasta que todos los que vemos son espías o asesinos o miembros de la desaparecida familia Romanov. Vamos a pie hasta Saint-Placide me ducho a media ducha entra conmigo nos besamos bajo el agua me dice que le gusto limpio le digo que me gusta sucia se ríe y dice que podemos estar al mismo tiempo limpios y sucios, propongo comprobar su hipótesis y acepta y la probamos y tiene razón. Meto en una bolsa unos pantalones, camisetas, una sudadera se ríe de mi penosa ropa le digo que soy un hombre sencillo de gustos sencillos vuelve a reírse y replica que soy un escritor pobre que se gasta todo el dinero en libros y alcohol en lugar de ropa y una vez más tiene razón. Volvemos andando por Saint-Germain paramos a cenar en un pequeño bistró de la rue de Buci pido chuleta y caracoles ella marea una ensalada compartimos la crème brûlée y un whisky. Cruzamos el Pont Neuf paramos en La Comédie, Petra está trabajando le sorprende vernos juntos opina que somos una monada compartimos otro whisky vamos a su casa nos metemos en la cama nos acurrucamos. La beso y le agradezco el mejor día que he pasado en París el mejor con mucha diferencia, ella me pregunta si me gustaría que lo mejorase aún más y sonrío y digo que sí y pasamos la siguiente hora haciendo mi mejor día todavía mejor. Nos quedamos dormidos juntos entrelazados novio y novia enamorados aunque no lo digamos.

No necesito sueños.

Tengo mi sueño entre los brazos.

Novio novia.

Amor.

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