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DK 17

SEGUNDA EPÍSTOLA DEL DIOS K

[A los grandes hombres (y mujeres) de la tierra]

NY, 14/07/2011

Querido Sr. Obama:

Me decido a escribirle al fin al saber que atraviesa usted momentos muy difíciles al frente de su gobierno. Los malditos republicanos y esa banda de facinerosos que se hacen llamar el Tea Party, adictos a ese brebaje insípido en el que, sin embargo, se funda una parte de la historia y la libertad política de su país, le complican la vida mucho más de lo debido. Siga mi consejo de amigo y no se preocupe demasiado por ello. Suspender los pagos de una gran nación como la suya causará efectos colaterales en el sistema que obligarán a revisar y quizá modificar muchas cosas en el mundo. Deje que el sistema se colapse, deje que se hunda, sus enemigos tienen más que perder que usted si esa amenaza llega a realizarse. Mucho más, no lo dude. Créame, soy un experto. Usted y yo tenemos mucho que ganar con todo esto, si sabemos jugar nuestras bazas en la mesa de juego, tal como se presenta la situación en este lance de la partida, no podemos perder. Y si perdemos, no tema, perderíamos menos, siempre menos, que nuestros acérrimos enemigos. Piénselo bien antes de actuar en contra de sus intereses.

En el último mes he llegado al convencimiento de que usted y yo tenemos los mismos enemigos y, por tanto, representamos los mismos ideales y valores para ellos. En su caso y en el mío, es la misma gente poderosa la que nos desea, por razones distintas, el mismo mal. No crea lo que le dicen sus asesores. Todos mienten. De hecho, no les queda otro remedio en las actuales circunstancias. Sé que mi nivel de popularidad no es alto, en este momento, y, como es natural, tratándose de usted, no hay que ser muy listo para entenderlo, podría parecer que todo nos enfrenta ahora mismo, después del incidente con la africana en el hotel usted no podría querer saber nada de mí sin pagar un precio político injusto a todas luces. Hay tal demagogia en el modo de abordar el caso que prefiero no insistir en ello. Si es usted tan inteligente como presumo, sabrá poner entre paréntesis este incidente menor, exagerado por los medios, siempre ávidos en su país y en todas partes de dar carnaza a una audiencia que padece un aburrimiento cósmico, un tedio galáctico. Olvídese ahora de todo este carnaval mediático organizado contra mí y céntrese por su bien en lo que le voy a decir. No me vea con los rasgos del hombre malo, violador racista y abusivo con que se me quiere pintar para escarmiento de las clases superiores y disfrute vengativo de las inferiores. Apártese por un momento de esa comedia infame y vayamos juntos, sin compromiso alguno, al corazón del asunto. Creo haber hallado la solución a todos sus problemas. Trataré de explicárselo evocando una experiencia reciente.

Hace unos días, disfrutando de un período de libertad que me está permitiendo entrar en contacto con las realidades más vivas de su gran país, subí al edificio del Empire State y tuve allí arriba, en plena soledad, una revelación fulgurante que concierne a su destino y en parte al mío. Le adelanto que usted, si sabe extraer las conclusiones adecuadas de lo que me propongo comunicarle, podría ganar las próximas elecciones, a pesar de que los mercados, en su miserable lectura de los acontecimientos, se han confabulado para imposibilitarle la reelección. Me permito recomendarle que todo lo que le voy a contar permanezca en el más absoluto secreto. Clasifíquelo en su mente, para evitar malentendidos, como secreto de Estado hasta que llegue el momento oportuno de hacerlo público. Se trata de una fórmula infalible para convencer a votantes y ganar elecciones que en caso de caer en manos de sus enemigos, algunos infiltrados en su propio partido, no lo olvide, a mí me sucede lo mismo en el mío, podrían causar un gran daño a su imagen carismática y a sus renovadas ambiciones. Espero, en este sentido, que mis palabras le sorprendan despachando documentos en la austera soledad del Despacho Oval, que siempre quise visitar, como recordará, pues se lo comuniqué en la última ocasión en que nos encontramos, no recuerdo bien si fue en una recepción en la embajada francesa o en la misma sede del FMI. En mi situación actual eso importa más bien poco, ya no veo en absoluto posible esa visita, así que me conformo con escribirle estas líneas confiando en que le han de ofrecer una ventaja significativa respecto de sus rivales y una utilidad indudable para los medios y los fines con que se propone vencerlos. No obstante, he retrasado algunas semanas su redacción con la intención de poder calibrar mejor los verdaderos problemas a los que se enfrenta, y no sólo a causa de sus principales enemigos. Hasta donde he averiguado, no le conviene dar por demasiado definida la identidad de éstos. El espectro de los que trabajan para derrotarlo es más amplio de lo que podría calcular a simple vista. He comprendido que hay otras causas ocultas que, hoy por hoy, actúan en su perjuicio sin que usted parezca darse mucha cuenta. Usted las ignora, o pretende ignorarlas, no distingo bien el matiz en su actitud de superioridad hacia ellas, por el deliberado pragmatismo en el que ha sido educado como única garantía de éxito en la gestión pública. Pasado un tiempo prudencial, ya no albergo ninguna duda sobre este particular y sé con toda seguridad que puedo servirle de asesor en la elaboración del discurso ganador de su próxima campaña.

Hágame caso, tiene usted a sus electores en un puño y en el otro las tensas riendas de su país y del mundo. El futuro se presenta complicado y la historia nos exigirá cuentas si no estamos a la altura de los desafíos. Sea realista. Usted necesita una gran narrativa para que sus votantes no escapen en masa de ese puño negro y sospechoso con que usted, según la opinión de sus detractores, atenaza sus vidas y oprime sus valores más amados. Yo se la estoy proporcionando aunque usted no me la haya pedido. Convenza a sus electores, con toda la pasión y la energía que demostró hace sólo tres años pulverizando una tras otra las expectativas de todos sus contrincantes, de que existe un universo alternativo, un mundo paralelo donde todos los deseos se cumplen y todas las necesidades se cubren, una suerte de estado ideal, un régimen híbrido de socialismo y capitalismo, totalitario y plenamente democrático al mismo tiempo. Y diga que usted ha viajado a ese país singular invitado por un presidente que es negro como usted y se llama Obama como usted, aunque no tenga una mujer tan encantadora como la suya, está casado de hecho con una mujer blanca de origen armenio y tiene con ella una familia numerosa de hijas mulatas y negras y blancas, todo el lote de combinaciones genéticas que suele darse en el diseño de cualquier utopía, pero que en este caso no lo es. Esas diferencias, sin embargo, serían lo de menos. Es presidente de su país como usted y lleva sus mismos apellidos, poco importa que él sea islámico o budista en este momento preciso y usted protestante en un mundo como aquel donde la ley vigente de libertad religiosa obliga a todo ciudadano mayor de edad a cambiar de credo cada cinco años y al menos diez veces en el transcurso de una vida. Cuénteles a sus electores que usted está en contacto directo con ese mundo feliz donde no hay problemas de energía ni escasez de recursos y, por tanto, no son necesarias las guerras y la tasa de paro es inferior a cero y los beneficios de las empresas son del quinientos por cien y el superávit de los Estados del doscientos por cien y los salarios se calculan conforme a todo esto, lo cual permite administrar un orden social donde no hay pobreza ni marginación ni diferencias de clase más que en función de la profesión y la formación, no del patrimonio y la fortuna. Eso sí, usted no puede mentirles a sus electores y debería decirles enseguida que no todo es felicidad en esa gran nación alternativa con la que usted mantiene relaciones privilegiadas. No todo es felicidad, no todo es perfección, porque en ese otro mundo aún existen la enfermedad y la muerte, pero el nivel de salud de la población es muy elevado, gracias a un sistema sanitario eficaz y gratuito. El Estado puede sufragar todas sus extravagancias en esta materia, desde la cirugía plástica obligatoria a los cambios de sexo reversibles a voluntad, porque es inmensamente rico, con un PIB y unos presupuestos calculables en cifras millonarias, y la clase médica, consciente de su decisivo papel en el bienestar común, no opone objeciones porque no puede ganar más dinero al año del que ya gana con el desempeño de su benigna función. La población es sana en general y enferma poco, pero muere, usted no puede ocultarles este dato a sus electores, sí, la gente sigue muriendo allí, eso no ha cambiado, aunque sea con ciento cincuenta o doscientos años, algunos incluso más, en un estado de salud óptimo que les permite disfrutar de la vida hasta el último segundo, sin restricciones ni minusvalías. Y eso que algunos de ellos, sabiendo que la vida no termina nunca y aceptando la muerte con la idea del retorno en la cabeza, la criogenia obra milagros psicológicos que sus electores deberían conocer lo antes posible, solicitan este tratamiento ocasional para tomarse un descanso de la vida sólo porque han tenido una disputa familiar, un enfrentamiento con un vecino, una fricción laboral, un momento de desánimo o un desengaño amoroso, problemas menores de la convivencia que son habituales incluso en este mundo alternativo al nuestro. Estos ciudadanos; por propia voluntad y sin angustia alguna, piden entonces al Estado que los desconecte por un tiempo, un siglo, medio siglo o siglo y medio, según sus deseos y las cláusulas contratadas con los servicios de almacenamiento de cuerpos criogenizados. No hay nada aberrante en esto, no se avergüence de citar a Walt Disney como pionero de esta nueva técnica para acallar las voces críticas. Cuente esta grandiosa narrativa con convicción a su gran pueblo y hágales saber que su proyecto político consiste en acercar los dos mundos, en lo tecnológico y en lo social, acabar con las diferencias seculares entre uno y otro, abolir las distancias entre un mundo disfuncional, como el que padecemos por culpa de una mala distribución de la riqueza y los abusos de poder y de posición de algunos agentes del sistema, y un mundo enteramente funcional como el que nos aguarda al otro lado sin tener que abandonar éste. Hágales saber que en su mismo despacho, sobre su cabeza, hay un punto de transferencia, una puerta de acceso a ese otro mundo donde no existe el conflicto entre el deseo individual y el bienestar colectivo.

Esto es, a grandes rasgos, lo que vi proyectarse en mi cerebro a una velocidad de vértigo, mientras caía una nieve intempestiva sobre mí para imponerme la gravedad de su silencio y la noche se hacía eterna en la terraza del rascacielos más alto de la ciudad y se me congelaban los huesos bajo el traje como una premonición siniestra de la llegada del invierno a mi vida. Estaba solo por primera vez, los demás visitantes se habían marchado ya huyendo quizá de la mutación climática que se anunciaba en el aire del final de la tarde y los guardias de seguridad no tardarían en echarme del edificio, pero la contemplación del cielo encapotado por encima de mi cabeza y el suelo repleto de cuerpos borrosos y figuras diminutas, aquejados de una fiebre de vida y una actividad frenética, me hizo sentir con fuerza que esa diferencia entre mundos debería ser anulada de una vez por todas. En aquel momento, era como una antena humana colgada en el vacío recibiendo las señales de otro mundo, señales procedentes del futuro inminente o de un presente simultáneo. Era una visión o un sueño radiante, impregnado de una felicidad nueva, si lo prefiere, la jerga presidencial elige sus términos, es lógico, yo lo habría hecho también de no caer en la trampa de mis enemigos y verme abocado a este aislamiento espantoso que me oprime con su peso intolerable y sus nuevas responsabilidades y limitaciones. Yo era entonces, asomado al filo peligroso de esa terraza empinada, desafiando el viento gélido que me helaba la cara, esa alma superdotada que asciende a la escala más alta de sus deseos y es capaz al mismo tiempo de descender a la escala más baja, el estrato ínfimo de la existencia. Un superhombre propulsado a la velocidad de la luz hacia un porvenir que sólo yo veía dibujarse con claridad en el horizonte de la historia. Pero al revés de otros ideólogos del superhombre, yo había tomado la decisión de compartir mi conocimiento y mi visión con todos mis hermanos y hermanas del mundo. Había decidido que ese conocimiento y esa misión fundamental no valdrían nada, ni servirían para nada, si no se hacían carne de la misma carne de la comunidad universal a la que pertenecía por nacimiento. Y es por eso que lo he elegido a usted, uno de los hombres más honrados y decentes que conozco, como primer y único destinatario de esta sublime visión que he tenido el privilegio de conocer en circunstancias extrañas, bajo una tormenta de nieve impropia de la estación en que nos encontrábamos.

Piense en todo esto, dedíquele tiempo, examínelo con cuidado, si lo considera necesario, reflexione con detenimiento en su trascendencia para la campaña electoral del año próximo y en el interés vital de su difusión colectiva. La gente, descreída y fatigada, necesita grandes narrativas en las que creer, nuevos mitos y dioses, ficciones globales con que entender el sentido de sus vidas en un mundo hostil como éste. Ya que los escritores y los cineastas, los creadores en general, han desistido de su responsabilidad moral y ya no se muestran capaces de comunicar con el gran número, nos toca a nosotros, los grandes hombres de la multitud, los políticos y los hombres públicos de toda clase, con la ayuda de la ciencia nueva de la realidad paradójica, la misión ejemplar de crear de la nada esos nuevos mitos y esas nuevas narrativas que encandilen a los votantes para conducirlos al paraíso social que el ser humano, a pesar de todo lo que hay de perverso y maligno en su naturaleza, se merece desde el comienzo de los tiempos. No es un nuevo ideal, no, no lo interprete así. Por el contrario, es real. Tan real como el amor. Tan real como la carne. Y puede hacerse aún más real con un simple acto de voluntad. Usted puede hacerlo mejor que nadie, póngase ya a trabajar en ello, por su propio bien y el de su pueblo. El mundo saldrá beneficiado con ello. Espero no equivocarme en la elección. No dude en pedirme más detalles sobre la vida en ese otro mundo, mi retrato es sucinto, no he querido abrumarlo con informaciones innecesarias. Entiéndalo, si quiere, como otro regalo de mi gran nación a esta otra gran nación a la que en el pasado ya le rindió, cumpliendo una misión histórica, los más altos servicios. Ahora, si me ha comprendido bien, se trataría de salir de la historia por la fuerza, de abandonar sus raíles y carriles señalizados de antemano por poderes ante los que no debemos claudicar por más tiempo a riesgo de hundirnos en la catástrofe. Ha llegado la hora crítica de emprender una aventura en pos de lo desconocido y lo lejano. No tema la violencia que pueda suscitar, en su favor y en su contra. Aprenda a asumirla como imprescindible e incluso favorable a sus intereses. No tiene nada que perder, se lo aseguro. Este mundo debe ser superado por todos los medios.

Antes de despedirme, me atrevo a darle un último consejo. No olvide nunca, sobre todo en las peores circunstancias, me refiero a las que le aguardan en vísperas de unas elecciones que le costará ganar si no sabe movilizar con este sueño la ilusión de sus votantes, el mensaje lanzado urbi et orbi por el gran Maestre del mundo alternativo: La inmortalidad se paga muy cara. Hay que morir muchas veces mientras se vive.

Atentamente,

El dios K

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