Karnaval

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LA GRAN SINFONÍA

Estoy encerrado desde hace semanas en este apartamento donde hasta el color y el peso de las cortinas, cuando las mueve el viento que sopla a través de los ventanales abiertos, amenazan mi salud mental. Aprovecho que Nicole ha ido de compras con una amiga para revisar las notas que he tomado para mi defensa. A mitad de la lectura, comienzo a echar en falta, como otras veces, las conversaciones con el difunto Attali, mi maestro, mi confidente de antaño. No tengo sus libros a mano, por desgracia, para suplir esa ausencia dolorosa. Nuestras frecuentes charlas lograban sumirme en un estado de felicidad intelectual que favorecía mi trabajo, por fatigoso que éste se me hiciera al principio de mi carrera. Sus elevadas ideas alimentaban mi esperanza en un mundo mejor organizado y más justo, incluso cuando nada en la realidad parecía corresponder a sus brillantes conclusiones.

—El mundo nunca responderá a nuestros más altos ideales, desengáñate sobre esto. No podrás ser un buen político, y sé que todo tu ser no ansia otra cosa cuando llegue el momento, mientras no aceptes esta verdad amarga, con todas las consecuencias. El trágico destino de cada generación consiste en ver desvanecerse las ilusiones de la generación anterior y aparecer en el horizonte, como algo inalcanzable, las de la siguiente.

Creo que Attali se engañaba en esto, y quizá en otras cosas, pero escucharle con atención me confirmaba, en sentido contrario, lo que siempre he pensado sin encontrar un solo motivo para dejar de hacerlo.

—No permitas que la realidad estropee una buena idea, aprende a proyectarla en otros, a multiplicar su influencia, y algún día hasta la realidad, con todas las resistencias imaginables, se doblegará a la evidencia de tu idea, aunque tú ya no estés ahí para vivir ese acontecimiento capital en primera persona.

Cuánto odiaba la realidad, cuánto me entristecía, cómo me abochornaban su obscenidad y tozudez, qué pobre me parecía en contraposición a mis sueños e ilusiones. Ese era el principal problema de la vida para hombres como nosotros, cargados con las mejores intenciones y sobrepasados por una realidad que nos obliga todo el tiempo a compromisos inconfesables y a pactos inaceptables. Y el viejo Attali, en mis recuerdos más preciados, me está diciendo de nuevo, como si no hubieran pasado todos estos años en balde, era aún tan joven y estaba en plena formación, en todos los sentidos, mi voluntad de poder gestándose aún, advirtiéndome con amabilidad sobre los peligros de no entender en la estrategia ideológica la importancia de los vínculos entre la cultura y la economía:

—Cada cultura nacional y la vida cotidiana que se le asocia conforman una red inconsútil de hábitos y prácticas cotidianas, integrando una totalidad o un sistema imperceptible para sus miembros, nativos o advenedizos. Es muy fácil, entiende esto, no te rías, es muy fácil quebrantar esos sistemas culturales basados en la tradición, sistemas que se extienden a la manera en que la gente vive en sus cuerpos y usa el lenguaje, así como al modo en que se tratan unos a otros y a la naturaleza. Son frágiles, a pesar de las apariencias, muy frágiles, diría yo, así que, una vez destruidas, esas construcciones no pueden volver a ser creadas de la nada, no sé si me entiendes. Éste es el principal desafío a que se enfrenta toda propuesta revolucionaria. Acabar con el pasado es empresa fácil, generar el futuro es la tarea más ardua de todas. Añadiría que es casi imposible, o, más bien, improbable. Por eso hay que actuar con mucha prudencia en la toma de decisiones, respetando en lo posible el orden de lo existente, lo contrario de lo que, como sabes bien, hicieron los comunistas. Arrasarlo todo, o creer que lo arrasaban, no tardaremos mucho en ver resucitar muchas cosas allí donde las dábamos por desaparecidas. La política de la tabla rasa, además de una catástrofe traumática que produce efectos inesperados, tiende a fracasar por un simple error de cálculo. Es la peor política posible porque excluye de la realidad, precisamente, la dimensión de lo posible. Y eso es lo que el capitalismo comparte con el comunismo, esta jugada me imagino que no te la esperabas. La voluntad totalitaria de hacerse con el control absoluto sobre la realidad...

Cómo me acuerdo ahora, sobre todo, de mis conversaciones musicales con el gran Attali, cómo me inunda la nostalgia de pronto al evocar sus benéficos efectos en mi adormecida sensibilidad, enclaustrado como estoy un día más o un día menos de mi vida, depende de la perspectiva, en esta prisión privilegiada que Nicole alquiló a un precio desmesurado, como lo es casi todo en mi vida actual, en una de las calles más distinguidas de la ciudad que me sirve de cárcel, tentándome en vano con su inmenso poder de seducción y atractivo.

—Escúchame bien. Aunque te suene al principio a sofisma intelectual, debes entender que la música característica de una era anticipa el sistema económico de la era siguiente. Nuestra tarea, por tanto, es crear desde hoy esa música abrumadora y perdurable con la que la era posterior a nuestra muerte pueda crear un sistema económico más justo y equitativo. Nuestra misión, tómate en serio este mandato cómico del destino, se reduce a componer con exactitud y paciencia esa partitura increíble que otros, pero no nosotros, sus autores inmateriales, verán, nota por nota, realizada en la historia. Debemos preservar esa mezcolanza de sabiduría pragmática y de sublime visión que son las únicas virtudes capaces de salvar nuestro mundo.

El melómano Attali, con su entusiasmo habitual por estos temas, insistía entonces en la idea de que el nacimiento de la armonía y la melodía y su desarrollo en la historia constituían una especie de garantía de futuro para todos los humanos sin distinción. Y se atrevía a profetizar que algún día todas las líneas conocidas, las atonales tanto como las melódicas, podrían fundirse en una unidad superior de insospechada sonoridad. En eso consistía, según afirmaba, el paradójico porvenir del socialismo. En conducir a su final la delicada fusión y, una vez culminada con éxito, saber desaparecer en silencio, sin hacer un ruido innecesario que pudiera desbaratar la armonía y belleza de la composición. Por mi parte, yo solía sostener en contra de esta idea un tanto romántica, y sigo sosteniéndolo a pesar de los años transcurridos, que la historia de la música occidental sólo revela que ha habido siempre dos tendencias enfrentadas, dos tipos de música antagónicos. La celestial, sublime o divina, con sus maestros consagrados en el pináculo de la cultura, y la diabólica, con sus practicantes condenados a un nivel inferior de aprecio y valoración. El verdadero socialismo, si persiste algún futuro para éste sobre la tierra, nacerá del momento en que ambas clases, sin renunciar a su carisma e idiosincrasia, logren conciliarse para componer una música inimaginable, enteramente nueva, integrando todos los aspectos conflictivos de la existencia humana en un mito de validez universal, exento de contradicciones, un mito unificador de corrientes pulsionales y aspiraciones sublimes, de bajas pasiones y sentimientos sobrehumanos. Así lo entiendo incluso en mi situación actual, identificándome con todos los que han padecido persecución por luchar contra la iniquidad del mundo a todo lo largo de la historia.

—En el pasado más reciente, no olvides esto, es lo que estamos perdiendo por culpa de políticas equivocadas, el descubrimiento o la invención de nuevas y radicales formas de cultura y creación artística iban emparejados con el descubrimiento o la invención de nuevas y radicales relaciones sociales y modos de habitar el mundo. Esta unidad de vida y creación era incontestable para nosotros mismos, en nuestros programas y valores esenciales, hace sólo unas décadas. Hoy ya no lo es, o no con la misma convicción. Hay una unívoca forma de vida, monótona y sin gratificación auténtica, y un modelo cultural impuesto a imitación de los valores y creencias del modelo económico dominante.

Llegado este momento de nuestra apasionada charla, recuerdo aún cómo el vehemente Attali se puso en pie, convencido de la necesidad de demostrarme el designio de sus asertos, y tomó mi cabeza entre sus manos, creyendo que así acallaría mi predecible respuesta y lograría concentrar mis reflexiones en sus visionarias palabras. Me mantuvo así durante unos minutos, sin decir una palabra, obligándome a cerrar los ojos con un gesto, y luego procedió a cubrir mis orejas con las palmas de sus manos a fin, según dijo, de que mi perversa curiosidad, como la llamaba sin desprecio, dejara de escuchar el ruido ensordecedor del mundo circundante, con sus imperativos de acción eficiente y sus vulgares distracciones, y comenzara a escuchar en el interior de mi cerebro, ahora que nada podía perturbarme, una música extraordinaria, de una belleza estridente, de una belleza intolerable para la sensibilidad común y peligrosa para el alma desnuda del que la recibía sin estar preparado. Los poderosos movimientos de una sinfonía que, según mis preferencias, podría destruir el mundo o salvarlo.

—En cada generación, es la ley de la historia, se juega y conjuga el mismo desafío de los tiempos. Esa música que escuchas ahora en tu cabeza es profética. Anticipa el futuro. Hay que saber estar a la altura de la exigencia descomunal que se expresa en esa composición inacabada. Una exigencia aplastante, insobornable. La más alta ambición constructiva recorre con alegría esas líneas salvajes de la partitura que te arrastra hacia tu destino. Tenlo por seguro. Lo audible en ti se hará, algún día, visible para todos. Prepárate con tiempo para encabezar esa procesión victoriosa. Nada puede ser más importante si quieres llegar a ser lo que eres.

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