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DK 9

ANIMAL POLÍTICO

¿Pero quién es, en el fondo, este dios K del que tanto se habla ahora?, se preguntarán los lectores más ingenuos y algunos que han llegado tarde al espectáculo sin temer perderse nada esencial Sería bueno verlo en sus maniobras políticas de hace unos años. Confiriendo un nuevo sentido, estremecedor, a la palabra política. Declinándola quizá como corresponde. Como un catálogo de fabulaciones efectivas, es lo que la gente quiere oír, la excusa más frecuente en el gremio, y compromisos más o menos corruptos con la realidad, subproductos de una rendición incondicional a los dictados inexcusables de esta, erigida por voluntad de la política en árbitro supremo de las decisiones y los acuerdos. Animal político, he ahí una buena explicación de su papel en la escena pública durante estos años de ascenso paulatino, con sus fracasos parciales, y caída final. Animal y político. Alguien que es la máxima expresión de los dos conceptos por separado no podía sino producir una conjunción explosiva al combinarlos en una sola persona con nombre y apellidos de alcurnia. Como una divinidad de doble naturaleza, dos personas en una y una sola esencia duplicada en facetas que se potencian mutuamente. El animal dota al político de un instinto infalible y una increíble capacidad para analizar las situaciones en términos concretos, prácticos. Mientras el político domestica las embestidas del animal con refinamiento mundano y conocimiento técnico. Es irónico en estas circunstancias que sea el animal el que haya acabado con el político. O haya puesto en peligro sus ambiciones. O haya dominado al político hasta el punto de dejarlo en evidencia, mostrando su desnudez integral ante un mundo que no podía sino verlo, con escándalo, como una abominación de su clase. Un ente abyecto, la encarnación de lo peor que la opinión pública puede achacar a los servidores de su voluntad. La república[1] reverencia al político por su utilidad y detesta al animal cuando lo descubre en toda su fiereza, que entiende como enemiga de los valores cívicos que la rigen. Los valores que fundaron la ciudad, la república. Los valores que la hicieron grande, un lugar habitable para la mayoría, donde el diálogo, la discusión o la negociación y no la violencia ni la fuerza son la base de las relaciones. El dios Kha mostrado sin pretenderlo toda la violencia y la barbarie que los valores de la república encubren bajo una capa de cortesanía, elegancia y distinción. El animal es la otra cara del político de carrera triunfante. No contaba el maestro de Estagira, un racionalista a la antigua usanza, con una perversión de valores de esta categoría. El animal ha engullido al político de un solo bocado. Seamos realistas. El animal es y ha sido, todo este tiempo, el político.

Veo al dios K sentado en su trono de oro gobernando el mundo de las finanzas y las transacciones con altanera magnanimidad. Veo al dios K conduciendo por las calles más transitadas de París un Porsche último modelo en cuyo maletero se guardan latas de caviar y botellas del champán más caro. Veo al dios K como un economista omnipotente decidiendo el destino de naciones y pueblos. Veo al dios K en sus gestos de clemencia y compasión, el político se enternece con ello y le hace sentirse mejor de lo que es, hacia países como Grecia que están sometidos, de manera brutal, a la fiscalización externa de sus cuentas estatales y la ruina interna de sus ciudadanos y propiedades. Veo al dios K derramando lágrimas socialdemócratas ante las dimensiones de la tragedia griega: la ruina moral, el saqueo implacable y la devastación de un país y su población. Veo al dios K, un libertino contumaz, follándose por enésima vez a una prostituta de lujo, que ha acudido una hora antes a su apartamento vestida solo, como es el gusto del cliente más generoso que ha conocido, con un mullido abrigo de pieles. Veo al dios K corriéndose una juerga, por un precio módico, con dos camareras del hotel donde se aloja. Veo al dios K meditando sobre los límites de su poder mientras toma a toda prisa un avión para huir de la ciudad donde lo han declarado enemigo de la humanidad. Vuelve a ser irónico que la ciudad y el país donde el dios K ejercía su poder sean emblemas del capitalismo que el dios K nació para defender, sin duda, pero también para corregir en sus excesos. Veo al dios K proclamando su credo social ante una multitudinaria y polémica asamblea de su partido. El dios K, desde el cielo de las ideas en que vive como tal político, reconoce las dificultades de la existencia de los otros, los que se arrastran por el suelo como gusanos, los que viven una vida indigna, los que se indignan a diario con los recortes salariales y la falta de oportunidades Laborales. El animal que vive en él, un híbrido de mamífero y reptil, se solidariza en parte con los que no comparten su fortuna. El dios K sabe empatizar y ser un buen tío cuando las necesidades de la política lo requieren así, un hermano, un colega de los desgraciados, la mayoría moral de la población, un amigo de los humillados y ofendidos, un hermano de los pobres y los marginados. El dios K se siente traicionado por sus fieles y por sus correligionarios, los amaba hasta las lágrimas, se conmovía con sus pequeños dramas y sus pequeñas comedias y ahora han decidido volverle la espalda, incluso los suyos, los más afines, como se hace con un monstruo de película. Veo al dios K encerrado en una celda mugrienta durante días y noches interminables reflexionando sobre la debilidad de las pasiones y la fragilidad de los privilegios. En el siglo dieciocho, piensa el dios K con clarividencia histórica, nadie se hubiera atrevido a ponerme la mano encima y menos a esposarme y mostrarme derrotado, como un narcotraficante o un asesino en serie, ante las cámaras de la televisión. En el diecinueve tampoco, en el veinte, por lo menos hasta la época en que yo nací, había problemas más importantes que resolver, el patrimonio, la familia, el Estado. Los insignificantes problemas de una camarera de hotel con uno de los clientes más importantes no hubieran preocupado a nadie con sentido común, mucho menos a los responsables del establecimiento o a las autoridades de la ciudad, se hubieran solucionado de otro modo, mucho más práctico y satisfactorio para las partes. Veo al dios K, como a un dios antiguo, reflexionando sobre todo esto, con cierta amargura e ironía, y maldiciendo el siglo democrático en que le ha tocado vivir para su desgracia. Veo al dios K avergonzado de saberse tan humano y vulnerable como los demás. Cada vez que lo miro en alguna de las inquietantes imágenes televisivas o periodísticas que han consagrado el devenir animal de este político, me acuerdo con preocupación de aquella reflexión de Canetti: «Si miramos atentamente a un animal, tenemos la sensación de que dentro hay un hombre escondido y que se ríe de nosotros». No me cabe duda de que el dios K, dadas sus influencias en las altas instancias que deciden la suerte de las mujeres y los hombres de este mundo, conseguirá eludir la cárcel. Mientras tanto, disfrutemos de su encierro penitenciario como un triunfo de la política. Como un triunfo, alegórico, del animal libidinal sobre el político racional. Lástima no tener a mano el caviar de beluga y el champán rosado del dios K, a buen recaudo en el maletero de su deportivo, para celebrarlo como corresponde.

[Axel Mann, entrada «El dios K»,

Blog EXPIACIÓN CÓSMICA, 15/05/2011].

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