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EL AGUJERO Y EL GUSANO » EL AGUJERO Y EL GUSANO

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EL AGUJERO Y EL GUSANO

[DOCUMENTAL de 105 minutos sobre el caso DK realizado por la directora canadiense Chantal LeBlanc y emitido íntegro el 15 de noviembre de 2011 por el canal de televisión norteamericano HBO (The Hole and the Worm) y el 8 de diciembre de ese mismo año por la cadena cultural francoalemana ARTE (Le trou et le ver)].

Tras la desaparición de los logotipos de HBO y de ARTE, la imagen pasa de un fondo negro a la sobreimpresión de un primer plano de perfil de DK sobre el que se imprimen los créditos. La foto fija en blanco y negro va perdiendo definición a medida que discurren estos con el acompañamiento musical de un extracto de dos minutos del «Kyrie» del Réquiem de Ligeti. Unos segundos antes del siguiente corte, la imagen se ha transformado de manera gradual, imitando el ritmo de la música, en una confusa amalgama de blancos, negros y grises. La música cesa de golpe. Fundido en blanco al final.

PHILIP ROTH, novelista

Descendiendo del cielo blanco, una panorámica vertical descubre un paisaje nevado. Un lago helado rodeado de bosques frondosos y altas montañas. Una voz masculina comienza a hablar en off. Corte. Plano medio de Roth sentado sobre un barril metálico en la superficie del lago frente a una caña de pescar. Ha perforado un agujero en la capa de hielo para deslizar en él el sedal. Mientras habla, con tono cada vez más agresivo o enfadado, espera con impaciencia a que algún pez muerda el anzuelo. El lento zoom de acercamiento pretende captar las expresiones cambiantes de su rostro aguileño bajo la capucha del anorak. La toma concluye en un primerísimo plano.

Roth: Lo diré claro desde el principio para que nadie se llame a engaño. El verdadero problema en este y en otros casos es la polla. Siento ser grosero, pero es así. Ya lo he dicho antes, juzgando otro escándalo similar, el caso Clinton, una década atrás, no sé si se acuerda. La gente en general, sin distinguir entre hombres y mujeres, nunca perdona que le pongan la polla y los estragos de la polla delante de las narices. No perdonan la obscenidad de esa presencia. En el pasado remoto, se rendía culto en público a la parte productiva del falo, a su potencia reproductora y su poder racional de organización y clarificación de la realidad. Hoy se le pide que haga su trabajo sin llamar la atención, de manera clandestina y discreta, como las agencias de inteligencia o los servicios secretos. Se podría considerar el éxito de las feministas que, tras décadas de liberación de la represión sexual, las cosas hayan acabado en este estado de hipocresía consumada por el que una pieza fundamental de la cultura y la historia humana no solo deba esconderse por pudor sino negar, para bien y para mal, su importancia fundamental. No niego que el tipo se haya pasado y sea culpable de lo que le achacan, pero de ahí a juzgar a todo un género por ello va un abismo, ¿no le parece?…

CAMILLE PAGLIA, ensayista, profesora y columnista de opinión

Una calle cualquiera del Village neoyorquino. La cámara sigue a Paglia y la enfoca desde todos los ángulos mientras recorre, sin prisa aparente, un tramo de la apacible calle, cruzándose con otros peatones y saludando a algunos, parándose a acariciar a un perro, a curiosear en un sótano, a oler unos geranios en un macetero, a señalar con gesto irónico una mierda de perro en el suelo, etc. Todo ello sin dejar de hablar a toda velocidad.

Paglia: La condición número uno para que se dé violación es, sin duda, la inferioridad sexual. Pero la inferioridad sexual de la mujer es algo que debería cuestionarse. Vea a las mujeres como yo las veo, las conozco, me acuesto con ellas, sé lo que les pasa en la cama a las mujeres. En la cama o en un servicio, me da igual donde tenga lugar el hecho. Les entra el pánico ante su propio poder. Tienen todo el poder del mundo. Podrían devorar al hombre, o a la mujer, si se diera el caso, yo he sido devorada por alguna de estas arpías, estas ménades disimuladas, estas lamias, siento no poder poner notas a pie de página de sus imágenes para explicar estas recurrentes figuras de la mitología, podrían arreglarlo superponiendo algunos insertos como aclaración, es una lástima que el pésimo estado de nuestro sistema educativo impida que la gente joven de hoy pueda reconocer a estos personajes tan decisivos del pasado atávico de la especie. Yo misma soy una de esas arpías, cuando me pongo, todas lo somos, por favor, lo reconozco sin problemas, reconozco la furia de mi deseo, y devoro sin piedad todo lo que se me pone a tiro. No tengo miedo, no me da miedo el poder que el creador me concedió al nacer mujer. Si quisieran, las mujeres podrían devorar a todo el que se acerca a ellas, pero qué hacen en cambio, lo he vivido muchas veces, también como mujer que liga y se acuesta con mujeres, se vuelven quejicas, lloronas, blandengues. Se escandalizan con todo lo que no corresponde a su pequeña y cursi educación judeocristiana, y luego qué pasa. Luego quieren venganza, toda esa fuerza y ese poder lo emplean en vengarse. Es una fuerza autodestructiva. Algo se torció en el inicio. Alguien nos hizo entender mal el mensaje. Así fue. No tiene remedio, créame, sé de lo que hablo…

SLAVOJ ZIZEK, filósofo, teórico del psicoanálisis y crítico cultural

Un quirófano. Plano general de un quirófano ultramoderno donde un equipo de cirujanos y un anestesista se encuentran en los preliminares de una operación de cirugía plástica. Con un primer plano, reconocemos a Zizek, como miembro destacado del equipo de cirujanos, vestido para la ocasión con el gorro y la mascarilla usuales.

A partir de este instante, Zizek comienza un extenso monólogo segmentado en el montaje final. La secuencia de este primer segmento incluye un montaje de primeros planos y planos medios de los rostros de los ayudantes y del anestesista y también de los aparatos de medición y de la lámpara halógena, etc. Mediante insertos tomados de documentales médicos, comprobamos que Zizek y su equipo simulan estar a punto de efectuar lo que parecería una implantación de mamas artificiales en un paciente de sexo indefinido. El paciente aparece cubierto hasta el cuello por una sábana celeste y con la cabeza enfundada en un gorro del mismo color, por lo que resulta difícil deducir si se trata de un hombre o de una mujer. Zizek evidencia con sus gestos en distintos momentos de la toma esta ambigüedad sexual del paciente.

Zizek: Pregúntele a David Lynch sobre la cuestión, él es el hombre que sabía demasiado, no yo. Lynch lo sabe todo sobre este tema. Yo, en comparación, no sé nada de nada. Yo soy solo un aprendiz. Si me pregunta le diré lo que quiera oír, pero no espere que le diga la verdad. Hay demasiados artificios en eso que en los congresos de psiquiatría se suele llamar la verdad como para decirla directamente, sin dar innumerables rodeos. La verdad es patológica, debería saberlo ya, usted es mujer. La verdad existe porque somos seres patológicos. Me habla usted de histeria de la mujer, y yo le digo, como en el viejo chiste turco, qué fue antes, la histeria o la mujer, la patología o la vagina. ¿Nació la mujer para encarnar la histeria? ¿O nació la histeria para encarnarse como voluntad de poder inscrita en el cuerpo de las mujeres? Pasa lo mismo con el falo. ¿Estamos seguros de que tener un pene garantiza participar del falo? ¿No será más bien al revés? Verá, todo esto son simplificaciones freudianas para alumnos de primer curso, me temo que ese es el tenor de las intervenciones de los otros colaboradores de su película. Decir que la mujer estaba enferma es como decir que el agua se compone de una determinada combinación de moléculas de oxígeno e hidrógeno, no dice nada de por qué tengo sed, o por qué cuando bebo agua siento esta sensación o aquella otra, de por qué mi vejiga no tolera mayor cantidad de líquido que la de otra persona. No dice nada de por qué un camello se bebe el agua entera de un oasis y luego la almacena durante semanas en su joroba. Para variar, dígame que la mujer es un cactus, tan carnosa y apetecible por fuera, tan llena de jugos y líquidos vitales, pero tan extremadamente vulnerable que solo las espinas, el ejército de espinas invisibles que recubren su carne, la protegen del ataque de los pájaros del desierto que, en caso contrario, la destrozarían con sus picos perforadores. No me gustan las metáforas, esta no lo es, no crea. Échele la culpa si quiere a la evolución, a la mitología darwiniana, échele la culpa a Dios, al relojero ciego, al diseño inteligente del universo, usted elige la hipótesis que más le conviene, pero no me pida que le explique por qué las cosas son como son sin preguntarse antes, si se siente capaz de soportar la respuesta, qué son exactamente. ¿Son inexplicables por definición, como predica desde hace años la vulgata posmoderna? No lo creo en absoluto, más bien todo lo contrario…

PHILIPPE SOLLERS, escritor

La terraza de un café parisino. Sollers está sentado en una mesa donde hay una taza de café y un paquete de cigarrillos. Plano medio lateral. La gente pasa en una dirección y en otra y Sollers se entretiene examinando sus rasgos y sus movimientos, sobre todo cuando son chicas jóvenes, a las que sigue embobado con la mirada, dudando quizá entre si debe perseguirlas o proseguir con su monólogo. Mientras habla, Sollers fuma todo el tiempo, haciendo gestos grandilocuentes con las manos, como si el humo transportara las ideas a otra dimensión. Sin interrumpir su discurso, cada cigarrillo es emboquillado con esmero artesanal.

Sollers: Bueno, conozco bien ese sentimiento que usted describe. No por razones personales, desde luego. Pero he estudiado sus efectos en diversos sujetos que he tenido el privilegio de conocer y tratar. Durante mucho tiempo, además. No es nuevo, por otra parte, el prestigio de la novedad es un bien del que los seres humanos deberían dispensarse de una vez. Podría tener algo que ver, más bien, con una cierta propensión taoísta del alma por rellenar el vacío de la miserable existencia del otro. Una compensación hegeliana, dialéctica, si quiere, filtrada por la filosofía china al respecto. Es un impulso libidinal de una raíz muy simple. Se trata de lo que llamaríamos la atracción irresistible del agujero íntimo de la no virgen. En un católico, merced a sus creencias, cabe imaginar un cierto grado de resistencia a la fuerza gravitacional del objeto. Una cierta salvación, si se quiere, en la caída. Es la grandeza trágica de Don Juan. En un no católico, por el contrario, un judío, por ejemplo, es imposible imaginar qué podría oponerse a esa energía. La caída, por fuerza, sería escandalosa. De hecho lo ha sido, ¿no cree? No digo que un hecho como este dé lugar en absoluto a una tentativa de refundación de un nuevo código amoroso, desde luego que no. No se trata de eso, no pretendo ser ofensivo ni provocador. Lo que ha pasado ha pasado y ya está. No tiene discusión. Pero hay cosas que me llaman vivamente la atención. El sexo ha sido desencantado en este último siglo y la violación, como concepto perturbador, ha sido una de las causantes de ese desencantamiento brutal, sin duda. Deberíamos pensar en ello con todas nuestras fuerzas y deberíamos pensar, en ese caso, que un hombre y una mujer metidos en una habitación, enfrentados a una situación tan elemental como esta, pueden hacer dos cosas excluyentes, ambas con igualdad de probabilidades de producirse al principio. Una, poner en seria crisis todo el desarrollo de una cultura, demoler sus valores y principios, diezmar sus fundamentos. Otra, más positiva, inventar por azar una nueva forma de relación, reinventar el amor, ya sabe. Todo depende en exclusiva de lo que hagan, de lo que se hagan, de cómo se comporten el uno con el otro, todo depende, en suma, de cómo decidan actuar en esa situación, bajo qué signo o en qué órbita ubiquen sus cuerpos y sus atracciones respectivas. Lo individual, en estos casos, se vuelve colectivo. Y eso es lo que hay de interesante en el caso por el que me pregunta, ¿no cree? Esta pequeña mitología de lo infame, esta pequeña epopeya de la abyección, esta comedia sexual de tres al cuarto, ¿ha terminado por producir o no algo de lo que podamos extraer consecuencias? Ese es todo el problema. Si lo mira bien, no hay otro más importante…

NOAM CHOMSKY, profesor de lingüística en el MIT, activista político y ensayista

La sala vacía de un viejo cine de Cambridge, Massachusetts. Chomsky ocupa la primera fila frente a la pantalla en blanco. La toma se hace desde las últimas filas y Chomsky habla de espaldas a La cámara, como si asistiera a una proyección. Durante la toma, no se le ve nunca la cara. Con un lento zoom, el objetivo de la cámara va acercándose a la pantalla de modo que las últimas palabras de Chomsky son pronunciadas con esa pantalla como fondo único. Su voz suena lejana y va apagándose a medida que el objetivo enfoca la pantalla blanca.

Chomsky: Verá, el caso de que me habla, un incidente que podría pasar por perfectamente vacuo a ojos de una mirada superficial, admite varios posicionamientos extramorales y uno solo moral. Este último, como se imagina, supone adscribirse a los enunciados de la víctima y suscribirlos sin ambigüedad. Por razones obvias, mi posición pública coincide con esta última. Pero, ya que usted me incita a hacerlo, me atrae explorar las otras opciones. En todo esto lo primero que se manifiesta, para mí, es el fallo del humanismo. La impotencia del código humanista para elevar la conducta de los hombres y las mujeres por encima de la animalidad que la sustenta en todos los órdenes de la vida. Usted dirá que esto es obvio. Sin duda, pero no olvide la fuerza de lo obvio en nuestros juicios y decisiones. Que sea obvio no quiere decir que sea menos verdadero. De hecho, podría decirse que porque es obvio es verdadero, y no al revés. Entendiendo en esto el orden lógico de las deducciones, admitan o no la vigilancia de la moralidad y la ética. En otro sentido, esa bancarrota define muy bien los parámetros en que se mueve desde su creación uno de los subproductos más sólidos del humanismo. La socialdemocracia. Los valores socialdemócratas. Socavados incluso por sus más ardientes defensores. Comparto con ellos una parte de su programa, cómo no hacerlo en estos tiempos de neoliberalismo desenfrenado. No es sostenible, sin embargo, obviar, fíjese la palabra que vuelvo a usar, sí, obviar el hecho de que el violador en este caso era uno de ellos. Eso permite sacar una conclusión, que es la que la derecha ha dado como su versión de lo sucedido. La incongruencia de los valores socialdemócratas vista la actuación de sus defensores. Pero es que la derecha política, por simplificar la amalgama ideológica que suele identificarse como tal, no entenderá nunca la complejidad de los sentimientos y las acciones humanas. En todo acontecimiento, si se examina a la luz adecuada, aparece una primera estructura, una estructura superficial, si lo prefiere, en la que una serie de elementos están presentes e indican una serie de relaciones que se establecen entre ellos. Como ve, cada elemento vale por sí mismo y por la relación que sostiene con otros dentro de la cadena que llamamos acontecimiento. Dicho así, puede sonar abstruso, pero es así, si lo mira bien, como funciona la realidad. Como una cadena de cadenas. Acontecimientos de acontecimientos. Existe, pues, este primer nivel, donde están solo los elementos, aislados en su individualidad, y las relaciones que los ligan entre sí. En principio, una mente simple no vería más que eso en el caso por el que me pregunta. Ahora bien, existe un segundo nivel, una estructura profunda del acontecimiento que es necesario establecer como condición de la anterior, o estructura superficial. Una vez analizada esta, se podrá llegar a la otra, de modo que comprobemos qué elementos que no aparecen en ella están en la otra, sin embargo, y han sido eliminados de la misma por razones explicables por el uso, la necesidad, la comodidad o la economía, pero que son determinantes en el acontecimiento, que es lo único que conocemos en realidad. En este caso, por tanto, el juicio moral parte de la base de que la estructura profunda del acontecimiento en cuestión es obvia y, por tanto, la estructura superficial del mismo puede ser juzgada según esas condiciones. Esto es lo que yo acepto. Ahora bien, comprendo que otras posiciones de discurso, como las que usted me ha informado que existen incluso en este documental, ocupen un lugar distinto sintiéndose autorizadas por aquellos elementos de la estructura profunda que no son evidentes, sí rastreables, en la estructura superficial. En suma, solo un acto de fe en la cultura humanista me permite afirmar que lo sucedido allí es juzgable conforme a las ideas de bien y mal, bueno y malo, dado que admito la obviedad de la estructura superficial y obvio, por confusos, los elementos perturbadores que otro, no yo, desde luego, podría percibir en la estructura profunda del acontecimiento en cuestión. Esta gente se comporta, en definitiva, como quien proyecta en esta pantalla que tengo delante lo que le venga en gana, creando movimientos falsos y motivaciones espurias donde yo solo veo la blancura de un potencial inagotable. El marco o el encuadre humanista me permite afirmar esto y no lo contrario. Sin ese marco, como esta pantalla, que necesito para delimitar mis juicios, incurriría en el delirio de prestar atención a todas las posibilidades dictadas por el capricho o la imaginación, sin llegar nunca, y esto es lo peor para un humanista de mi categoría, a ninguna verdad más o menos aceptable. Verá, y espero que con esto me comprenda del todo, donde otros ven en la realidad solo un escenario pornográfico atroz, yo intuyo un esquema racional derivado de una imposición ética de la más alta categoría.

BEATRIZ PRECIADO, profesora de teoría queer y ensayista

Un sex-shop de la plaza Pigalle en París. La cámara recorre con un montaje rápido de insertos combinado con una panorámica las estanterías y mostradores donde se exhiben revistas, películas, fetiches, muñecas, etc. Todos los accesorios propios de una tienda de este tipo. Preciado comienza a hablar en off, con el fondo de estos primeros planos descriptivos, y después la cámara la localiza de pie junto a una estantería de juguetes sexuales de distintos tamaños y formas.

Durante su intervención, se dedica a escoger diferentes modelos de consoladores y vibradores de las estanterías y a examinarlos sin decidirse por ninguno, mientras la cámara la enfoca desde atrás y desde ambos lados. De vez en cuando se vuelve para enfatizar sus palabras. En la tienda, de fondo musical, suena la canción «Alejandro» de Lady Gaga.

Preciado: Yo lo veo de una manera completamente distinta a como lo interpreta mi admirada Judith Butler. En mi opinión, hubo un fallo grave en la transacción. El programa se quedó colgado y apareció una rutina imprevista. El hombre no quiere la desnudez de la mujer, que le causa horror, quiere su vestido, quiere su ropa, su atuendo, su disfraz, su uniforme. Lo que el hombre desea es apropiarse del disfraz que hace mujer a la mujer, que la hace deseable, que la muestra como objeto de deseo. En el escenario que reconstruyo para entender el caso por el que me pregunta lo veo aún más evidente. DK es un «homosexual molecular» que aspira a la molaridad heterosexual que supone la ropa de la chica tal como se muestra ante su mirada lujuriosa. La violación solo expresa un malentendido en cuanto a las intenciones. Si ella hubiera entendido su proposición y se hubiera desnudado para él, como le pedía, y le hubiera entregado todas las prendas que llevaba puestas, habría podido comprobar con estupefacción cómo DK se habría conformado con eso. Es más, habría visto cómo ella pasaba a un segundo plano e incluso habría podido abandonar la habitación sin que nadie la retuviera allí. DK se habría encerrado en el cuarto de baño con la ropa o, al saber que ella se había marchado, habría simplemente ocupado el espacio de la habitación como vestidor para ponerse una a una esas prendas, probárselas y exhibirlas ante el espejo. El travestismo es la verdad de fondo del deseo masculino. El hombre solo quiere eso. El hombre heterosexual no quiere el cuerpo de la mujer, en realidad solo siente asco y desprecio por él, quiere los signos que hacen de ese cuerpo algo deseable, algo que es obligatorio desear porque es lo que se les ha enseñado a hacer desde la infancia. El problema es que la mujer normal, la mujer heterosexual, la mujer que ha plegado su vida al código de conducta dictado por la cultura patriarcal, no puede aceptar ese papel secundario y aspira al protagonismo absoluto. En este sentido, la mujer no podría soportar que el hombre no se sintiera atraído por su desnudez, no se abalanzara como un animal para poseerla en cuanto la tuviera delante sin ropa alguna con que cubrir su cuerpo y ocultarlo a su mirada. Todas las revistas que usted verá expuestas en esas estanterías de ahí detrás solo sirven para preservar ese mito de la desnudez femenina y para extraer de él la plusvalía seminal que sirve como carburante al sistema institucionalizado de los sexos. La capitalización pornográfica del impacto del desnudo femenino en la libido masculina es el valor básico del intercambio erigido en sistema socioeconómico y biopolítico dominante…

MICHEL HOUELLEBECQ, novelista

La nave de la catedral de Notre-Dame de París. Houellebecq está arrodillado en uno de los últimos bancos, con las manos dispuestas en actitud de orar. El interior del templo está casi vacío de feligreses. Al fondo, unos monaguillos disponen los objetos del culto para el inicio de una ceremonia que no se intuye inmediata. Hay un par de mujeres de mediana edad en los primeros bancos de la derecha. Un matrimonio anciano y tres niños hacia la mitad de la bancada izquierda. Algunos turistas de ambos sexos pasean por las capillas laterales. Nadie más. El silencio de las piedras y las bóvedas inmensas, como un eco secular, acompaña las graves palabras de Houellebecq, tomado de perfil, desde la izquierda, en un plano lateral que enfatiza la sinceridad de sus gestos y sentimientos.

Houellebecq: Vengo aquí cada vez que tengo ocasión en busca de algo de inquietud metafísica, de un temor reverencial, de una intuición cósmica, que no encuentro ya en otra parte. Escapo así de la banalidad, de la trivialidad, del aburrimiento. No creo en nada de esto, no se engañe, pero esta falta de creencia me conforta, por así decir, me permite entender lo que pasa aquí durante la misa no como un misterio sino como un acontecimiento en el que no he sido invitado más que como observador indiferente. Es un buen papel. En el sexo me pasa cada vez más, no consigo creer en la comedia en que se funda, pero no obstante sigo empeñado en hallar en él una revelación que no se produce nunca por desgracia. Los gestos, las muecas, las contorsiones, las posturas, los esfuerzos no merecen la pena. Todo ese despliegue por tan poca cosa. Si pudiera creer en esto lo dejaría todo. Creo en el vicio y en la maldad. Eso sí. Y el caso por el que me pregunta es una flagrante manifestación de tal. Pero toda la culpa no es del vicioso, ni del malvado. No. Mire usted, esta es una sociedad que cada vez restringe más la conducta y al mismo tiempo estimula todos los deseos del sujeto. El resultado es la población más esquizofrénica de la historia. Se nos invita a participar de todas las orgías y luego, cuando nos tomamos en serio la propaganda y queremos meter mano en la mercancía, sea cual sea esta, legal o ilegal, saltan las alarmas de seguridad, los controles de detección de infracciones se ponen en marcha y la policía se nos echa encima sin remedio. Nos esposan y nos exhiben en todas las televisiones como a grandes depravados. Este castigo mediático sirve de escarmiento universal. No exagero. Así es. No se puede pretender, como se ha hecho en los últimos cien años, liberar la libido, eliminar la represión, etc., todo ese trabajo de la modernidad, en nombre del progreso y demás entelequias demagógicas, y luego escandalizarse cuando aparecen los monstruos merodeando por las calles y rondando las casas. Rasgarse las vestiduras ante los pedófilos, los violadores, los sadomasoquistas, los psicópatas, los perversos de toda especie, que proliferan como una plaga, para consuelo de mojigatos y biempensantes. Es hipócrita pedirle a un hombre que se ha permitido todas las licencias en su vida, que comienza a notar cómo se le descuelga la bolsa de los testículos cada día un poco más, indicándole que ha comenzado la cuenta atrás, que sus días están contados y algún día cercano, como decía el profeta, serán pesados en la balanza de Dios [Houellebecq se persigna en este momento de manera irreflexiva], es hipócrita, insisto, no esperar de él un comportamiento desesperado como este. Es vil, es rastrero, es canallesco incluso, sí, ese asqueroso libertinaje burgués, ese repugnante hedonismo de clase social superior, que es el de nuestras autoridades y mandatarios y potentados, es todo eso, desde luego, pero es también el síntoma de la esquizofrenia y el malestar crecientes de nuestra cultura y nuestra especie…

JULIA KRISTEVA, semióloga, psicoanalista y ensayista

La sala de maternidad de un gran hospital La toma muestra la sala primero desde fuera, a través del cristal exterior, facilitando la visión de las distintas cunas, la mayoría llenas de bebés durmiendo o descansando, otras vacías. Luego la toma, por corte de montaje, se sitúa en el interior. La toma es otra secuencia sin cortes. Kristeva se pasea de cuna en cuna mientras habla para la cámara sin apenas interrupciones. De tanto en tanto, Kristeva, con la ayuda de una enfermera, toma a uno de los bebés en sus brazos y lo acuna y arrulla durante unos segundos antes de devolvérselo a la enfermera. Hacia el final, con otro bebé entre los brazos, Kristeva se sienta en una de las sillas dispuestas para las enfermeras al fondo de la estancia y ahí concluye su discurso mirando de frente a cámara y fingiendo que se dispone a desabotonar su camisa para amamantar al bebé.

Kristeva: Damos por sentado que la víctima al emplear el lenguaje masculino para designar a su violador lo hizo con su propio lenguaje, cuando en realidad debemos admitir que lo único que hizo fue verbalizar su difícil situación a partir de las escasas palabras que la cultura le proporcionaba para designarla. La cultura patriarcal, sin duda, pero también la cultura mediática que es la que hoy conforma la conciencia de la gente. Si nuestra cultura, con la generosidad que se atribuye, hubiera sido capaz de procurarle las palabras adecuadas, los conceptos acertados, a lo mejor habríamos oído a una mujer clamando simplemente porque no había sido amada, porque no había sido bastante querida, o no se había sentido en ningún momento todo lo querida que le parecía necesario o deseable para poder aceptar sin disgusto la violencia que se le imponía como medio efectivo, por inaceptable que pudiera parecer en un principio, para llegar a transmitir el amor del otro. La acusación pública habría expresado, en suma, la falta de amor que esa mujer sintió en el modo en que era tratada. El modo en que era mal tratada y no solo maltratada, como suele decirse con excesiva facilidad, tratada con indignidad, sin respeto ni consideración a su persona, a su individualidad física y anímica, sin obtener nada más a cambio de esa prestación desagradable que desprecio moral u objetualización despectiva de su cuerpo. Y esa falta de amor, créame, no es para nada un problema específico de la mujer violada. Si se realizara una encuesta con otras coordenadas que las habituales, la mayoría de las mujeres confesarían sin complejos que tras hacer el amor con sus parejas estables u ocasionales lo que más echan en falta, precisamente, es lo que la palabra amor representa, lo que el hermoso concepto del amor significa para los seres humanos, reuniendo en una sola palabra las ideas y los valores que los humanos han elaborado durante siglos para expresar sus más complejos sentimientos de afecto compartido y de mutua simpatía. Y utilizo este concepto en su sentido originario, como sabe, derivado del griego συμπάθεια (sympátheia), padecer juntos, lo bueno y lo malo, lo sano y lo enfermizo, lo normativo y lo perverso, compartir afectos y emociones, sentir en comunidad, etc. Como usted sabe, nos conocemos hace tiempo, este es el significado del matrimonio, tal y como fue instituido desde el comienzo de la civilización, sea en su variante civil o laica como en su variante sacramental. Esa distinción ahora mismo me parece, sin embargo, secundaria. Si la mujer hubiera sentido, así fuera de manera intuitiva, que ese hombre, a pesar de toda la violencia y la degradación que descargó sobre su cuerpo, si hubiera podido saber que ese hombre, en su fuero interno, tenía la intención de casarse con ella después de todo, tenía la intención, repito, al menos admitía la posibilidad, al menos reconocía las consecuencias y la potencialidad del acto, nada más que eso, de tomarla en matrimonio, de hacerla su compañera en el sentido señalado como pacto sexual en el Génesis, si hubiera recibido esta información en ese momento de manera inequívoca, con toda la confusión creada por la situación, a pesar del desafuero de él, estoy segura de que ella habría reaccionado de otro modo muy distinto a posteriori. Un modo menos vengativo, menos vindicativo, si lo prefiere. Así que este caso es mucho más que un simple caso de abuso y violación. No caigamos de nuevo en la vulgaridad periodística de reducirlo todo al vocabulario trivial del día. Hay mucho más implicado aquí de lo que parece a simple vista. Los representantes de una cultura y una civilización como las nuestras, atravesando una profunda crisis de los principios morales que les dieron origen, deberían preguntarse por qué esa mujer no pudo expresar con claridad, para hacerse entender por el mayor número de gente posible, los mismos que anhelaban escuchar ese mensaje para poder aplicarlo en sus vidas diarias, esa carencia total de amor de la que fue víctima flagrante. Ese totalitarismo pornográfico de que fue objeto parcial en aquellas sórdidas circunstancias. Y todo el problema, como no me cansaré de insistir, viene causado por una gravísima falta de lenguaje. Por una trágica imposibilidad lingüística, ni más ni menos.

MICHEL ONFRAY, filósofo y ensayista

La plaza de la Concordia en París. Un plano general establece las coordenadas del lugar antes de centrarse, mediante el montaje de planos sucesivos, en la figura de Onfray acogido a la sombra del obelisco que preside el perímetro de la plaza. Onfray está de pie, con la espalda apoyada en la verja negra y dorada que protege al obelisco de los intrusos. La mayor parte del tiempo Onfray mantiene los brazos cruzados, otras veces los extiende al frente para orquestar con precisión las líneas de su discurso. La toma dominante es un plano medio de Onfray contra el pedestal del obelisco que, mediante un zoom sutil por su lentitud, acaba ciñéndose a un primer plano del rostro de Onfray. Su cuerpo oculta deliberadamente los jeroglíficos dorados que decoran esa parte inferior del monumento. Durante su discurso, Onfray pasa de la serenidad al entusiasmo y hasta a la rabia verbalizada sin apenas modificar el gesto afable de su rostro.

Onfray: No habrá nunca una sentencia judicial que haga justicia en un caso como este. Se hace necesaria una revisión histórica como yo la he hecho en muchos de mis libros para llegar a entender este asunto en toda su complejidad. Puede parecer un caso banal, banalizado incluso por el poder mediático propagandístico, pero sin esa perspectiva histórica e ideológica se arriesga uno a no entender nada fuera de los parámetros de la doxa dominante. La de nuestros periodistas a sueldo de los políticos y nuestros sociólogos manipuladores, nuestros tahúres de las estadísticas. Por otra parte, no me ha sorprendido nada, llevo años denunciando la perpetuación de valores que se manifiestan aquí. DK es un hijo privilegiado de la revolución, el vástago burgués y adinerado de la revolución francesa. Un miembro terminal de la familia, sin duda, pero no menos miembro por ser terminal, si ve lo que quiero decir. En este sentido, sus actos repiten con fidelidad abyecta el ideario aristocrático feudal de la clase que supo perpetuarse, a pesar de las decapitaciones, en el orden nuevo instaurado por la revolución. Una falsa revolución que no es otra cosa que una farsa de revolución. Una farsa falsamente revolucionaria. La verdadera revolución fue usurpada por este sucedáneo republicano que hemos padecido en los últimos doscientos años. Los valores estamentales de la aristocracia francesa, impresos en sus genes desde el turbulento período medieval al menos, fueron transfundidos a la burguesía coronada del siglo diecinueve. Mire usted, esos valores inicuos distinguen entre clases para mejor clasificar en la sociedad, transformada así en un campo de concentración, entre los sujetos que pueden dominar y los que pueden ser dominados, en todos los ámbitos, los que ordenan y los que obedecen, los que tienen y poseen dinero y patrimonio y los que no poseen más que sus manos. Por herencia, por familia, por matrimonio. Esa clasificación también diferencia, no podía ser de otro modo, entre el fuerte y el débil, el amo y el esclavo, el depredador y la víctima, el violador y la violada, o las violadas, como es el caso, etc. El mundo es mío, sería su emblema más notorio, todo el mundo me pertenece en propiedad y puedo hacer con él lo que me apetezca. Puesto que se trata también de apetito y de pulsión, no se olvide este detalle, la economía libidinal está en juego igualmente en este escenario patológico del orden social y las clases dirigentes. Pero, claro, nadie es tan ingenuo de esperar que estos rasgos y atributos se den hoy en sujetos implacables, en sujetos que exhiban públicamente su crueldad o su desaprensión. No. La apariencia pública que adoptan hoy estos individuos, el disfraz mediático que han hecho suyo, es sonriente en cuanto aparecen en televisión o en prensa, populista en cuanto se trata de ganar votos o el favor de la masa, neoliberal en lo económico, y socialdemócrata en cuestiones que afectan a la moral y las costumbres, así como a las políticas sociales con las que se pretende paliar en algo el infortunio de los desfavorecidos. Sí, estas son, expuestas de manera grosera, no tengo tiempo de matizar mi perfil, las trazas tras las que encubren su avidez insaciable por el poder y el dinero y los cuerpos de los otros, que les deben ese servicio, y si encima reciben a cambio un estipendio, por ridículo que sea, deberían mostrarse agradecidos, qué menos se puede pedir. La parte subalterna que está abocada a sufrir esta ley del más fuerte debe conformarse a sus padecimientos, a su desgracia, a su frustración, no hacer de ello un motivo de queja, de protesta o de rebeldía. Esta, sobre todo, debe ser sojuzgada sin piedad en cuanto se manifiesta. Por todos los medios, y pongo el énfasis en los medios en el doble sentido de la palabra, pues son los medios los encargados de la propaganda y la disuasión en nuestro tiempo. Me imagino la enorme, pero enorme, sorpresa de DK al ver la reacción hostil de la chica violada…

LADY GAGA, cantante y performer artística

Una clase en un instituto de secundaria de Estados Unidos. Una gran bandera americana, de colores brillantes, cuelga de una pared lateral del aula. Gaga está impartiendo una lección científica a un grupo de unas quince chicas adolescentes. En la pizarra está escrita con grandes trazos de color rosa la ecuación de la energía: E=mc². Gaga la ha escrito nada más comenzar la clase, antes de sentarse en la mesa del profesor, de donde no se mueve en toda la toma. Gaga viste como un hombre, con traje de chaqueta gris y corbata negra, y se peina el pelo teñido de rojo como un hombre, exhibiendo un flequillo provocativo. La cámara enfoca la escena desde el fondo de la clase, con lo que entran en el plano todas las alumnas, que se mantienen inmóviles como maniquíes o muñecos de tamaño natural. Quizá lo sean, el plano secuencia no dura lo bastante para averiguarlo.

Gaga: Este caso, con toda su crueldad sexual, me recuerda poderosamente algo que una vez leí en un libro sobre Einstein. Cuando las proposiciones matemáticas se refieren a la realidad, no son ciertas. Cuando son ciertas, no se refieren a la realidad. ¿O era al revés? No me acuerdo con exactitud del orden de la fórmula, pero puedo aplicarle la propiedad conmutativa para que dé igual el orden de los factores, todo el mundo lo entiende, ¿verdad? Encima o debajo, por delante o por detrás, de lado, boca abajo o a cuatro patas, ¿de qué estoy hablando? Si yo entiendo lo que dice, todo el mundo puede entenderlo igual, es así de fácil. Es un axioma democrático. Es como aquello de Freud: si sueñas con sexo, no es el sexo lo que te preocupa, es tu cuenta bancaria o el estado de salud de tu madre o de tu padre, o el tiempo que hará mañana, o cuántos vestidos eres capaz de poseer en tu vestidor. Si no lo haces, si no sueñas nunca con sexo, solo sueñas con flores o con nubes o con triángulos escalenos o isósceles, o con muebles viejos, deteriorados, donde un hombre muy viejo viene a sentarse de vez en cuando para rascarse la nariz, entonces, cariño, deberías preocuparte. Deberías preocuparte mucho. Te lo digo yo, te lo dice tu amiga Gaga. Así funciona la cosa. Porque lo llamen violación, no creo que lo sea. No lo creo en absoluto. Si lo hubieran llamado amor, o amistad, o ternura, o matrimonio, entonces yo hablaría de violación y de violencia sin problemas.

Esto es lo que decía Einstein, que solo soñaba con nubes, o con comerse un sándwich y unos cacahuetes y alguna vez con la lluvia y con pájaros volando al atardecer hacia no se sabe dónde, según decía su mujer, que era la que más sabía de matemáticas de los dos, con tristeza y pesar, cada vez que le preguntaban por los sueños de Einstein. Mi marido no sabe nada de sueños. ¿Alguna pregunta al respecto, chicas?

CATHERINE BREILLAT, directora de cine

Una playa nudista. Dunas, pinos, sombrillas y tumbonas como únicos accesorios frente al azul veraniego del mar. Breillat pasea vestida de la cabeza a los pies por entre la multitud de bañistas que ocupan el lugar. Lleva las manos enfundadas en unos guantes negros de piel y una pamela sobre la cabeza, con un lazo rojo y un velo de gasa que protege su rostro de los rayos del sol, la molestia de los insectos y la mirada ajena. La cámara la sigue todo el tiempo, en un plano secuencia, mientras camina por la playa entre los bañistas, alejándose de la orilla, hasta trepar al promontorio de una duna, y al llegar arriba se detiene y la toma, en un juego de campo y contracampo, se cierra con ella contemplando el horizonte marino desde esa atalaya. El último plano, una vertiginosa combinación de zoom y travelling, termina en alta mar, hacia donde Breillat parecía estar mirando con excesiva inquietud.

Breillat: No me hablen de abuso, no me hablen de violación. Como si fueran excepciones. El abuso y la violación son las constantes en las relaciones humanas, qué hay de especial en ello, y la norma en las relaciones entre hombres y mujeres desde la antigüedad. Mi más viejo proyecto, como sabe, versaba sobre esto, sobre el caso de Lucrecia y Tarquino, en la Roma antigua. Quería adaptarlo a nuestro tiempo, siguiendo el ejemplo de Pasolini, para ver todo lo que pasaba ahí. La violencia del hombre, la pasividad de la mujer, la inversión de papeles desde el momento en que mediante esa pasividad la mujer hacía suya la misma violencia que padecía y se la devolvía al hombre, multiplicada. Se habla siempre del postcoitum del hombre. Sé lo que significa. Significa decepción, significa claudicación, significa autoconciencia de la ridiculez de su asalto y su derroche de energía. Nunca se habla del postcoitum de la mujer. ¿Qué significa el postcoitum de la mujer? Se lo diré. Significa conciencia de su poder, significa plenitud, significa autoestima. La mujer que ha conseguido doblegar la violencia del hombre, incluso cuando esta violencia se ejerce contra ella, es una mujer satisfecha, es una mujer realizada, es una mujer que ha cumplido con su más alto destino biológico. No me malentienda, no justifico la violación ni el abuso. Solo explico lo que pueden significar para sus actores o para quienes, como espectadores, lo ven desde el otro lado, sabiendo en todo momento que les concierne, que se está hablando de ellos, que no es algo ajeno a sus vidas o sus experiencias. De modo que no vuelva a preguntarme por la violación de esa mujer sin preguntarme por lo que pudo significar para ella traicionar ese sentimiento de grandeza, ese sentimiento de poder que logró dejándose forzar por DK. Al poner el asunto en manos de la policía estaba traicionando una verdad que no puede ser juzgada en los tribunales, ni dirimida en un juicio ni resuelta con la cárcel. Es una verdad que solo el arte, y el cine muy en particular, puede representar convenientemente. Aunque ella no quisiera de antemano lo que le pasó, si esto se prueba alguna vez, tenga por seguro que en algún momento posterior, con el empoderamiento que da el haber atravesado la experiencia sin perecer en ella, ella lo quiso, en su fuero interno dio su consentimiento, asintió sin dudar a la violencia de que era víctima. ¿Qué fue, sin embargo, lo que la llevó a denunciar? Eso no me lo pregunte, eso lo sabe usted, como lo sabe la sociedad mejor que nadie. Es la necesidad de ocultar la verdad, la necesidad humana de encubrir los afectos y las pasiones que nos mueven de verdad y no lo que se nos dice que debemos sentir o juzgar en cada momento. Esa es toda la cuestión. La violación fue solo el medio para que esto se manifestara de nuevo como lo ha hecho tantas veces antes. Como una verdad intolerable, una verdad obscena, pero una verdad que, si supiéramos o pudiéramos entender, nos haría más completos de lo que somos. Menos medrosos ante el sexo, menos tímidos. Sobre todo las mujeres. Pero ahí está la cultura y ahí están las instituciones, organizadas para tapar esto, para que esto no se sepa. Ese fue todo el escándalo de mi película Romance X. No fue otro. La verdad sigue siendo patrimonio de la cultura y esta, por su propia naturaleza evasiva, tiende a preferir las mentiras legales y los mitos fomentados por la policía y los jueces, esos moralistas de moral y salud mental más que dudosas, antes que a los actores que somos en la representación de los deseos humanos. No es que no me sienta solidaria con la víctima, o por un momento pueda parecer que me siento más cómplice del agresor. Es que cuestiono el papel de víctima de la víctima y cuestiono el papel agresivo del otro. El sexo es la comedia suprema que nos otorgaron los dioses, lea a Aristófanes, si no me cree, y no debemos malbaratarla con ideas dignas de monjas y monaguillos de la modernidad. Como tal comedia, ahí se representa lo que somos, lo que queremos, lo que buscamos. DK y esa mujer negra, cada uno con su pasado y su posición social innegables, fueron tan buenos intérpretes de su propia comedia como cualquier otra pareja de amantes en la negra noche de los dormitorios humanos. Así que, al revés de sus otros colaboradores, me niego a recurrir a la sociología o a la economía o a la psicología para explicar lo sucedido. Si me apura, ni siquiera la antropología tendría gran cosa que decir en este incierto caso. No, de verdad, no creo que se haya inventado la ciencia que podría dilucidar un caso como este. Una ciencia no, desde luego, pero un arte sí, el cine. Deme dos cuerpos dispuestos a todo y un poco de presupuesto para recrear el escenario, un escenario esencial, un decorado básico, y tendrá ante los ojos, con todo su artificio, un pedazo de verdad humana desnuda. No sabría decir más por ahora.

JUDITH BUTLER, profesora de la Universidad de Berkeley, feminista y ensayista

Una sala de striptease. Butler se sienta en primera fila frente al escenario donde hay tres chicas desnudas bailando. Una rubia esquelética y dos morenas esculturales. Hay algunos hombres en otros puntos alrededor del escenario. Suena música todo el tiempo, música tecno y alguna canción pop, y la cámara enfoca a Butler de perfil mientras mira a las chicas que bailan y se desnudan. En un momento dado una de las chicas morenas se acerca a donde está Butler, se agacha ante ella y esta aprovecha para deslizar un billete de cien dólares en sus braguitas mientras se vuelve hacia la cámara con gesto pícaro y le guiña un ojo al espectador.

Butler: Hay un grandísimo problema performativo en todo esto, ¿no cree? No pretendo vulgarizar mis teorías, pero es así, no me juego nada por decirlo en este contexto. Detrás de todo este caso están todos los casos similares en que la imposibilidad del hombre para abandonar el papel cultural que se le ha atribuido choca con la infinita mutabilidad genética de la mujer. La violación es el síntoma masculino de un fracaso ontológico. No creo que esa violencia sea la clave de nada más que de esa impotencia para cambiar, de esa inoperatividad de la masculinidad para asumir otros roles que los predefinidos por esta cultura que ellos mismos han creado para reproducir hasta la náusea sus valores y creencias primarias. No sé lo que dirán mis ilustres colegas en este documental, pero este caso me recuerda otros que conozco y que a menudo han tenido lugar en departamentos universitarios y despachos de profesores. No es tanto un problema de poder ni de lenguaje. Es un problema de representación. El hombre quiere la tragedia, quiere el drama, y lo único que consigue, lance tras lance, es una comedia de situación. Una comedia sin apenas diálogo donde siempre hay una mujer dispuesta a ser otra cosa que se ve bloqueada en todo momento en sus aspiraciones al cambio. Toda la violencia que se desencadena contra ella no es más que un reflejo devastador de todo lo que no funciona en las relaciones porque no hay un acuerdo establecido sobre el tipo de representación que queremos llevar a cabo. El día en que alguien defina esa representación con otros papeles, abriendo la posibilidad de nuevas escenas y situaciones, veremos cómo reaccionan los que no quieren participar en ella. Sabemos lo que puede pasar. Mire toda esta desnudez, mire toda esta farsa del cuerpo desnudo y excitante. Estas mujeres están aquí mostrando su cuerpo al desnudo, sin tapujos, bailando para hombres que quieren que ellas les hagan creer que todo sigue igual, que nada ha cambiado desde que sus madres les enseñaron el camino que había que seguir para sentirse hombres. Que ellas se quiten la ropa o se muestren desnudas no vale para otra cosa que para confirmarles lo que ya saben. Enseñarles que no quieren que nada cambie en realidad. Así es como disfrutan. La pereza del hombre es la gran enemiga del deseo de la mujer, y no lo entienda solo literalmente, veo su sonrisa esquinada a pesar de la escasa luz, sabe de lo que hablo por lo que veo, no, entiéndalo mejor en términos de representación. Es como un actor que saliera al escenario e impusiera a todos los demás los diálogos y los gestos que le convienen para seguir siendo el protagonista indiscutible de la obra. Eso es lo que es. Por más aburrida que le parezca, quiere una y otra vez la misma obra, quiere una y otra vez los mismos papeles, con tal de ser el dueño incuestionable del teatro y la representación que se escenifica en él. Y le puedo asegurar que el señor DK eso es lo que quería en aquel caso. Que la negra le sirviera como habían servido en el pasado mujeres similares a sus amos, como desagüe y como retrete. A nadie le gusta sentirse tratado como tal, desde luego, aunque sé que hay gente que paga por verse reducido a ese estado de abyección. Estos hombres que ve aquí se estimulan creyendo que lo que de verdad quieren es ver desnuda a la mujer, ver cuantas más mujeres desnudas mejor, al alcance de la mano. Pero se engañan. Lo que quieren es seguir viendo a la mujer reducida al mismo papel, una y otra vez. Un papel que ni siquiera a ellos les produce placer. Es solo una excusa para perpetuar un orden de cosas determinado, nada más. Que estas pobres chicas se presten a ello para satisfacer esa necesidad ya nos debería dar que pensar. Es patético y bochornoso a la vez, pero así es. Lo patético y lo bochornoso forman parte de la representación, sobre todo si es el cuerpo de la mujer el que lo encarna del modo más humillante para sus ambiciones y deseos. Los hombres no saben lo que es. Así que no me pregunte qué pienso de lo sucedido en relación con un hombre particular y una mujer particular. Pregúnteme qué hacemos aquí las mujeres, cuál es nuestro nivel de implicación en el juego, para qué o en nombre de qué, en definitiva, aceptamos esta infamia y muchas otras cosas peores. La respuesta no tardará en salir de su boca, ya verá, a poco que se esfuerce, usted misma podría contestar a su pregunta.

CAITLÍN R. KIERNAN, escritora de terror, fantasía y ciencia ficción

El cementerio de Swan Point en Providence, Rhode Island. Kiernan, una mujer de facciones angulosas y larga melena rubia caída sobre los hombros, está sentada en el suelo entre monumentos funerarios, flores y tumbas. La toma es en plano medio y Kiernan nunca mira a la cámara de frente mientras habla, con timbre viril y expresión circunspecta, como si se sintiera intimidada por esta o necesitara evadir la mirada para poder hablar sin complejos.

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