Karnaval

Karnaval


EL AGUJERO Y EL GUSANO » EL AGUJERO Y EL GUSANO

Página 29 de 55

Kiernan: No tengo mucho que decir que no se haya dicho ya por otras voces más autorizadas quizá. Mi experiencia es levemente distinta. Yo fui violada todos los días de mi vida durante veinticinco años por mi propio pene hasta que decidí cortármelo y cambiar de sexo. Desde entonces, no pasa día sin que lo eche de menos, como si fuera un hijo perdido en alguna guerra lejana. Quizá por esa razón escribo desde muy joven historias fantásticas en las que detrás de cualquier presencia terrorífica está ese pene, antes o después de prescindir de sus servicios, como en mi temprano relato «Amnesia Carolingia», escrito poco después de la operación a la que me sometí. Es una historia muy gótica y grotesca en la que se plantea la violación reiterada de una mujer felizmente casada por el fantasma de su padre muerto muchos años atrás. Vengo una vez por semana a pasear por este hermoso cementerio donde está enterrado el ser humano que más admiro después de mi madre. Su madre, como hacía la mía, tenía tendencia a vestirlo con ropa de niña. Imagino que por ello nunca se sintió cómodo con su cuerpo, como me pasaba a mí. Tengo la sensación de haber realizado el ideal con el que solo pudo soñar. Por muchas razones, no todas sociales o culturales, asumirse como mujer debía de resultarle imposible. Me siento obligada con él y lo visito con frecuencia. Además colecciono epitafios, muchos de ellos son conmovedores, otros solo pretenciosos.

A menudo vengo sola, otras veces me acompaña Emma, mi novia, para comprobar sin nostalgia cómo acaba todo, tumba por tumba, panteón por panteón, el destino final de todo ese semen inútil derramado a lo largo de los siglos por otros penes como el mío para impedir la catástrofe, la inevitable desaparición de la especie. ¿Y me pregunta usted por el destino melodramático de un solo hombre y de una sola mujer? Es ridículo. Por favor, seamos serios.

SLAVOJ ZIZEK, filósofo, crítico cultural y teórico del psicoanálisis

En el mismo quirófano dotado de la mejor tecnología de última generación, Zizek se muestra visiblemente nervioso y alterado, dando vueltas mientras monologa en torno a la mesa de intervenciones donde el equipo médico se afana en los preparativos de una operación que no se percibe como inminente. Más bien parecería suspendida o paralizada en estos momentos.

Zizek: La enfermedad de la mujer puede o no ser congénita, heredada o cultural, como prefiera, pero existe en la medida en que alguien la reconoce, alguien la intuye, alguien reacciona a esa intuición con violencia o agresividad, en unos casos, con dulzura y cariño, en otros. Así es. Si ese alguien está desnudo y además tiene una erección en el momento clave de hacerse esa pregunta, ¿diremos por eso que el falo, como en una mala interpretación del Parsifal de Wagner que leí hace tiempo, buscó sanarla? ¿Buscó curarla, acabar con la enfermedad y el mal infeccioso que descubrió radicado en ella? El reconocimiento de la enfermedad forma parte, como sabe, del código mediante el cual alguien, para justificar sus acciones terapéuticas, asigna una determinada patología al cuerpo que pretende curar. No hay enfermedad en un cuerpo si no hay una mirada enferma anterior que la diagnostica como tal para poder justificar las acciones emprendidas sobre ese cuerpo con el pretexto de sanarlo de todo mal. Ese es el secreto de la medicina y, muy especialmente, del psicoanálisis, pero también de la guerra de Irak, todo se relaciona, como ve. La locura está en ambas partes, es compartida, aunque el enfermo no lo sepa, o el médico se engañe a propósito, si no fuera de ese modo no habría juego, no habría vínculo, el pacto entre el paciente y el enfermo no acabaría de funcionar. Y no me diga que lo habitual es que no funcione, porque esto es otro mito. ¿A qué llamamos funcionar?, se preguntará usted. Depende de lo que cada uno entienda por tal, desde luego. Lo que la gente piensa que no funciona, como la familia o el Estado, es lo que mejor funciona de todo, así que ya ve usted. No hace falta que las cosas parezcan funcionar para que funcionen realmente. La enfermedad es una fantasía, no se olvide del papel de las fantasías en nuestras relaciones, en nuestras vivencias y experiencias. En todo el contingente de lo que hacemos, en definitiva. De ahí a decir que estamos ante el caso clásico de la mujer histérica y el falo sanador no hay más que un paso, un paso fácil que no estoy dispuesto a dar sin desviarme por un momento. Hay algo más importante en todo esto. Dígame, en cambio, quién era él en el momento del acto. Dígame quién era ella, quién era él en relación consigo mismo, con su identidad subjetiva, o lo que él creía tal, y quién era ella para sí misma, o lo que ella hasta entonces tomaba por tal. Y luego trate de entender quién era ella para él, qué representaba para él, y quién era él para ella, lo mismo, ya ve… [Zizek hace una pausa para mesarse el pelo con las manos sin reparar en que lleva gorro y sus manos están enguantadas y no es un gesto higiénico en ese contexto; se mira entonces las palmas de las manos con sorpresa, como si actuaran contra su voluntad, y luego mira otra vez debajo de la sábana para cerciorarse de que el cuerpo sigue ahí, intacto, dispuesto aún a ser operado]. Ya me ha oído decir más de mil veces al día que el sexo es patológico y que eso que la vulgata mediática denomina relación sexual no existe, es imposible. Cómo puede entonces haber violación donde ni siquiera hay relación sexual, donde ni siquiera cabe imponer un esquema ético kantiano que pudiera ser vulnerado con alevosía por alguno de los implicados. Veo más bien una situación en que la mujer humilde se transforma en el objeto que en la fantasía del sujeto masculino representa la mujer fatal. El fetiche absoluto que surge para saciar y destruir el deseo mismo que lo engendra. Se lo diré de otro modo. Un hombre que ha tenido a todas las mujeres que ha querido, de todas las razas y edades, un día, de buenas a primeras, se encuentra en la mejor disposición psíquica para toparse con la némesis de sus fantasías de poder. El objeto absoluto que su fantasía llevaba buscando desde que, sin saberlo, identificó el patrón sexual de su conducta. Ese hombre lo tiene ahí, delante, para otro cualquiera solo sería una camarera de hotel normal y corriente, todos hemos visto las imágenes en televisión, no hay nada en los atributos de esa mujer que pueda hacernos pensar en un impulso irresistible. Una compulsión violenta de poseerla. A nosotros no, por supuesto, no es nuestro caso, por fortuna, pero sí a la identidad subjetiva que en la fantasía de él reconoció en ella la identidad fantasmática fundamental. Insisto en esto, la identidad fantasmática de ella en la fantasía de él. Una fantasía que podía o no incorporar rasgos de poder, pero también sumisión, deseo de sumisión, en grado extremo además, de una pasividad sádica en su extremismo servil. Sin este componente no narrativo de la experiencia, este ingrediente puramente fantástico, no cabe entender nada de lo que pasó allí. Es obvio que para él ella era eso, la cosa insobornable por la que merecía la pena perderse y condenarse. Para ella, por lo visto, no podemos estar seguros, él representaba todo lo contrario, el sujeto aborrecible en grado superlativo al que había que rechazar a toda costa. Ese sujeto con el que nunca establecería ningún tipo de negociación íntima, ni tan siquiera fantasmática, mucho menos económica. El dinero ofrecido a cambio es un accesorio que solo serviría para racionalizar el incidente, por eso es necesario dejarlo a un lado en el análisis clínico de lo sucedido…

CHANTAL THOMAS, ensayista y escritora

Las ruinas de un castillo medieval. El castillo provenzal de Lacoste, donde la familia Sade tuvo su residencia durante siglos. El castillo se encuentra en muy mal estado de conservación. Thomas está sentada en unas piedras grises, rodeada de las murallas en ruinas y de explanadas de césped y matorrales. Lleva unos shorts y un polo blancos y unas gafas de sol de montura de pasta y cristales negros. La secuencia combina planos medios y planos generales. Mientras habla, Thomas juguetea con los pies con una anilla de hierro clavada en una de las piedras. Al acabar, se levanta e intenta levantar la piedra tirando de la anilla, aunque también parece que trata de arrancar la anilla férrea de su adhesión a la piedra. Es un gesto ambiguo que dura en plano no más de cuarenta segundos.

Thomas: He venido aquí muchas veces en mi vida, con colegas y con admiradores, y siento en el decreciente latido de estas piedras vetustas, en el curso de los últimos veinte años, lo digo por si quiere algo de precisión cronológica, que algo se muere en la cultura, algo desaparece en la creación cultural. Algo languidece y pierde vigor con los años, ya ve, y va muriendo poco a poco, un proyecto, un espíritu, un patrimonio que nadie reivindica ya, no sé nombrarlo con exactitud, pero lo siento, siento el pálpito de las piedras que me lo dicen. O quizá sí sabría decirlo, pero me da miedo hacerlo, enfrentarme a ello. Verá, el marqués de Sade, prototipo cultural francés, nunca ha sido bien visto en los Estados Unidos. No me extraña lo que ha pasado. ¿Se imagina a uno de los libertinos de Sade yéndose de vacaciones a Nueva York y sumergiéndose en los ambientes sexualmente más avanzados de la ciudad? Sería un escándalo inmediato, inaudito.

Pues eso es lo que ha pasado en este caso. Hay productos que no pueden ser exportados sin provocar un escándalo desproporcionado. Lo que funciona en unas viejas culturas, dentro de cuyos límites ciertas conductas son válidas e incluso alentadas o aceptadas, no puede ser trasplantado a otras más recientes donde esas conductas serán entendidas de otro modo. Como una ofensa o un atentado a las costumbres del lugar. Entiéndame, no estoy justificando lo sucedido, que por otra parte sigue sin aclararse. Solo le digo que DK es un libertino digno de una novela de Sade y como tal lo que le estaba permitido en Francia, a pesar de todo, no podía esperar que se lo toleraran en la puritana América. Ni más ni menos. Lea a Sade y verá el prototipo a que responde el personaje. Hay muchos ejemplos más. Las culturas y sus productos específicos no son exportables. Las culturas con tanto pasado como la nuestra menos aún. Los americanos son los únicos en la historia en haber creado una cultura que se puede exportar a todas partes sin causar conflictos. Esta, si me preguntan, les diría que es otra prueba de su dominio mundial, de su imperialismo incontinente. Europa ha sido derrotada de nuevo en sus aspiraciones hegemónicas. El delito sexual de que se le acusa, incluso el crimen, escúcheme bien, estaría legitimado si hubiera servido para devolverle al viejo continente la primacía en el mundo. Con esto, naufraga nuestra última esperanza de mantener una posición dominante en el nuevo siglo. Al no ser así, la operación podría considerarse un completo fracaso. No lo puedo ver de otro modo. Lo siento.

BELL HOOKS (a.k.a. Gloria Watkins), feminista afroamericana y ensayista

Un descampado en Harlem, Nueva York. Bell Hooks está sentada en un cajón de madera rodeada por todo tipo de desechos y residuos. Televisores rotos, piezas de coches, trozos de paredes demolidas, tablones, latas, etc. La toma es un plano general abarcando el descampado y a Bell Hooks y todos los desperdicios que la rodean y, en cierto modo, la entristecen. Bell Hooks habla de frente a la cámara.

Bell Hooks: A las feministas de clase alta, blancas y adineradas, les molestará lo que voy a decir. Pero no es lo mismo, no puede ser nunca lo mismo, que un bruto viole a una putita blanca que invierte en bolsa y se viste en la Quinta Avenida, a que se viole a una trabajadora afroamericana, se prostituya o no, es lo de menos. La raza y la clase lo son todo, desde luego, pero la raza es más importante en este caso. Y eso lo sabía el violador. Me preocupa que mis colegas blancas y anglosajonas no sepan reconocer esto. El violador no habría hecho lo que hizo si la víctima no fuera una presa fácil, por el color de su piel y la inferioridad de su posición, y el crimen pudiera quedar impune a los ojos de la sociedad. El color de la piel es el detonante del crimen y, al mismo tiempo, la eximente automática. El criminal, un europeo decadente, sabía lo que hacía al abusar de un sujeto que estaba, en gran parte, desprotegido por la ley. En clara situación de inferioridad social. Como ve, el sexo no fue determinante en lo que pasó.

PHILIP ROTH, novelista

Sigue aguardando con impaciencia, sentado en el mismo barril metálico sobre el hielo del lago, que algún pez incauto muerda su cebo en cualquier momento. Nada parece indicar que eso vaya a ocurrir antes de que acabe de hablar.

Roth: Ya lo he explicado en alguna novela anterior y siento que no he sido bien entendido, más bien al contrario. Fui polémico, recibí ataques por ello, los asumí como parte del debate. No me asusta la verdad, aunque no coincida con mis opiniones al respecto. ¿Cómo puede uno decir «No, esto no forma parte de la vida», puesto que siempre lo hace de manera fatal? El contaminante del sexo, la corrupción redentora que contrarresta la idealización de la especie y nos hace siempre conscientes de la materia que somos. Es posible que no nos guste lo que vemos ahí representado de modo tan gráfico. Es posible que no sea la idea de nosotros mismos que la cultura nos ha enseñado a cultivar y perfeccionar. Pero es así, lo siento. No sabemos nada, ni siquiera podemos estar seguros de saber lo que sabemos. Por Dios, soy un escritor realista, no un constructor de fantasías pueriles, que son las que dominan hoy el mercado literario y vuelven la comprensión de estas cosas aún más complicada y estúpida de lo que ya es. Cuando pienso en mi circuncisión, también pienso en ella como en una violación de la intimidad de mi cuerpo, pero no hago un drama de ello y eso que era un niño cuando me la infligieron. Más bien la veo como el medio más eficaz de ingresar en la realidad. Como el modo traumático en que alguien aprende, quizá por primera vez, lo que es la realidad. Lo que es la vida, cuáles son sus fundamentos y lo que cabe esperar de ella, sin especiales ilusiones, perdiendo radicalmente la inocencia. La realidad es la que mancha y degrada nuestros sueños más sublimes, pero la realidad es lo que tenemos, por más sucia que nos parezca, la realidad es nuestro único patrimonio fiable, los sueños ni siquiera nos pertenecen, son falsos, hipócritas, infundados, como los valores y los ideales de los rabinos y los sacerdotes, esos falsos valores con que juzgamos todo el tiempo la realidad de la vida sin entender sus leyes. La indecencia, la obscenidad, la impureza, la corrupción, el compromiso, la inmoralidad, eso es la vida, eso es la realidad, aunque no nos guste reconocerlo. No olvide esto. Así va todo lo demás. También en política, por si le interesa conocer mi opinión en estos momentos críticos.

STEVEN SHAVIRO, profesor del Wayne College, teórico y ensayista

Un estadio de béisbol profesional. Shaviro está sentado en el graderío vacío flanqueado por sus dos hijas, dos niñas afroamericanas de corta edad. Por la basura y los restos esparcidos en las gradas se comprende que la entrevista tiene lugar al final de un intenso partido, cuando el público ha desalojado ya el estadio. Shaviro lleva una gorra de pitcher en la cabeza y juega a pasarse la pelota de una mano a otra mientras habla. Lo hace a toda prisa, entrecortándose, nervioso, como si no estuviera cómodo, o tuviera demasiados escrúpulos o prejuicios, al hablar de este escabroso tema. Hay momentos de la toma en que cuesta escuchar con nitidez lo que dice. Plano general en contrapicado filmado, sin cortes, desde abajo del graderío.

Shaviro: Pondré el énfasis en lo más importante para mí. El hecho de que ella sea negra y él blanco, ella inmigrante y el extranjero, ella ilegal y él con pasaporte diplomático internacional, ella guineana y él francés. Toda esta confrontación binaria, con matices coloniales indudables, no es caprichosa ni arbitraria sino enormemente significativa. Y no solo por razones geopolíticas, una inmigrante ilegal africana forzada por un mandatario europeo en territorio norteamericano. Parece una alegoría contemporánea, lo sé, y otros podrían analizarla así, con profusión de gráficas ideológicas y derroche de esquemas narratológicos. No seré yo quien lo haga, no me interesa en absoluto esta perspectiva, viciada de antemano, no es esto lo que más me importa en este asunto. El régimen de esclavitud no desapareció hace más de cien años como dicen los manuales escolares de historia. Se transformó en otra cosa, mutó como un virus y sigue vigente como tal en nuestros barrios y en nuestros guetos. Y un europeo VIP ha venido, con toda su arrogancia continental y su incontinencia sexual, a meter el dedo en la llaga señalando cómo todos nuestros mecanismos de control tienden a encubrir esta realidad con una apariencia de multiculturalismo y buenos sentimientos que se ha derrumbado con este escándalo vergonzoso. Los americanos deberíamos sacar conclusiones que nos conciernen más que a los europeos. No hay más que mirar los esfuerzos y la preocupación de las autoridades americanas por salvar la cara, por quedar bien, por demostrar que ellos están haciendo bien su trabajo para proteger a la pobre gente de los desmanes de los poderosos. Y cuando digo todos no me refiero solo al juez y al fiscal o a los abogados de la defensa. Me refiero también a los periodistas que han elegido su lado antes incluso de saberlo todo sobre el caso. Es todo muy hipócrita, ¿sabe? Una comedia inmoral teñida, para colmo, de sensibilidad eurotrash. A nadie le importa el sufrimiento real de esa mujer negra, la vida que puede llevar, el mundo en que se mueve a diario, lo que ha padecido en su trabajo o en su país hasta llegar aquí, sin hablar de cómo vive aquí, en qué condiciones, con qué medios, en qué situación legal. Todo lo que la gente que ve la televisión y vota a los candidatos de los dos partidos principales y al alcalde y al fiscal del estado, todo lo que esa gente quiere saber, la buena gente del pueblo, es que se está haciendo lo correcto sin escatimar recursos. Que el sistema está funcionando bien. Que la gente por la que votan está empeñada en hacer justicia. Quieren lavar su mala conciencia. A menudo me pregunto si no haría falta que violaran y maltrataran con más frecuencia a más negros y negras de este país para que podamos comprender lo que hemos hecho con ellos, lo que estamos haciendo con ellos, lo que nuestras instituciones y nuestros políticos pero también las empresas y las corporaciones y los ciudadanos blancos de este país le están haciendo a esta gente sin que casi nadie lo denuncie. Es una idea provocativa, pero parece la única forma de que la gente se dé cuenta de una vez del mundo en el que vive, de los privilegios de que disfruta y de la marginación, la miseria y la explotación a las que ese nivel de vida condena irremediablemente a otros. Nadie quiere enterarse de nada. Ese es todo el problema.

SLAVOJ ZIZEK, filósofo, teórico del psicoanálisis y crítico cultural

Es cada vez más evidente, por el clima de tensión que se respira en el quirófano, que la intención de la puesta en escena es señalar la imposibilidad de la operación, o la necesidad de suspenderla antes siquiera de haberla iniciado. Zizek simula ser el responsable del equipo quirúrgico que toma las decisiones y vigila las constantes médicas del paciente, pero en realidad está mucho más concentrado en desentrañar las claves del extraño caso por el que se le ha preguntado que en controlar o dirigir las tareas de sus colaboradores.

Zizek: Véalo en todo su ridículo, por tanto, como yo lo hago mentalmente, contémplelo por un momento en la plenitud de su despojamiento, siendo él quien es para nosotros, no para él mismo, es evidente, como le he dicho, que ya no es para sí mismo lo mismo que para los demás que lo observan desde fuera. Ese hombre desnudo, ese hombre que ha desnudado su cuerpo para mejor desnudar su alma ante ella, transformada por la fantasía de él en objeto de una pasión absoluta, preso de una voluntad ciega de poseerla. Ese hombre es, en ese momento álgido, víctima de una erección, sí, porque el hombre es víctima de sus erecciones, no es dueño de las mismas, por así decir, al contrario de lo que creen mis amigas feministas eslovenas y americanas, no me canso de discutir sobre este punto con ellas, encuentro estos debates muy estimulantes. Intelectualmente hablando. No me malinterprete, por favor. El hombre es vasallo y no señor feudal de sus erecciones, esto, si me permite una digresión cultural necesaria, nos permitiría releer el código caballeresco medieval en los términos adecuados. La dama objeto de adoración no es lo decisivo para el caballero sino los dictados terminantes de la espada, por eso la necesidad de darle un nombre a la misma, de distinguirla entre los objetos que lo acompañan, ya me entiende. De hecho, es la espada misma la que, como un ventrílocuo, transforma al caballero, al noble, al señor, en servidor de sus fines, en canalizador de sus ardores, como un muñeco que versifica las locuciones inmundas del deseo más profundo expresado por aquella. Lea la poesía amorosa provenzal en esta clave y entenderá muchas más cosas que están en la sombría trastienda de la cultura occidental. Verá, yo soy esloveno, y allí a las cosas las llamamos por su nombre, sin idealizarlas ni ocultarlas con tanto esmero como hacen ustedes. No le hablaré de la Mona Lisa porque no viene a cuento, pero sería pertinente al caso, créame. Leonardo entendía estos dilemas y aporías mejor que ningún artista de su tiempo. Volvamos por un instante a la habitación del hotel, disminuyamos la intensidad de la luz a la manera de Lynch hasta lograr un claroscuro revelador y concentrémonos en la situación. Ese hombre víctima de su erección se enfrenta entonces al objeto fantasmático de su deseo y por una vez en la historia este, por instinto, sabe repeler la agresión en los mismos términos en que esta se produce, situándose al margen de la ley. De modo fantasmático, de modo simbólico, conjurando las fuerzas descomunales que se han desatado en esa habitación, creando un sumidero sensacional, un vórtice digno de Poe, ríase usted de Poltergeist, una fantasía sexual de la peor especie para consumo de la clase media reaganiana. Esa mujer, ella sola, como una heroína antigua, pienso en Antígona, precisamente, desafiando toda ley natural, logra reconducir esas fuerzas desatadas hacia el vacío del que proceden, hacia la nada que las engendró, las conjura al tiempo que las consuma, las consuma y las conjura, todo a la vez, ya sabe, con la ayuda de esa anatomía vejada solo en apariencia, en superficie, por el desarmado agresor… [Zizek se inclina en ese momento hacia la mesa de intervenciones para fisgar con gran nerviosismo por debajo de la sábana a la altura de los genitales del paciente y luego parece más calmado, incluso sonriente]. ¿Lo va entendiendo mejor? Ella logra así, invocando poderes innombrables, dominar esas potencias subyugadoras y las disipa con el mismo gesto, sumiendo al actor principal de la escena en una vacuidad insoportable. La cosa se ha esfumado, según parece, se ha eclipsado, ha salido por la ventana o ha escapado por el conducto del aire acondicionado, cualquiera sabe, y ya solo la fuga, la huida a toda velocidad del lugar de los hechos puede salvarlo, según lo entiendo, de ser engullido, de desvanecerse o desaparecer también en la vorágine…

ROSI BRAIDOTTI, profesora de Humanidades en la Universidad de Utrecht y teórica del feminismo

Una piscina pública cubierta. Braidotti está sentada en el borde de una piscina olímpica con los pies sumergidos en el agua hasta las rodillas. Lleva puesto un bañador negro y un gorro de nadadora en la cabeza. Respira hondo antes de hablar, como si lo hiciera justo después de practicar unos largos en la piscina. De hecho, la piel de sus hombros y cuello se muestra humedecida. La toma se hace desde dentro de la piscina enfocando en plano medio a Braidotti. Mientras habla no mira nunca a la cámara, volviéndose a derecha y a izquierda para observar a otros bañistas y nadadores situados fuera de campo. Por detrás de ella pasan en algún momento mujeres y hombres en bañador o con albornoces de distintos colores.

Braidotti: Mire usted, el sujeto femenino, frente al masculino, es nomádico, esto es, fragmentario, parcial, contradictorio. Al estar arraigado en el cuerpo de la mujer y los flujos del deseo, las situaciones que experimenta las vive desde una multiplicidad de puntos de vista. Por lo que cabe pensar, en este caso, que la víctima pudiera al mismo tiempo participar y no participar de la violación, participar y no participar del abuso de que fue objeto, con independencia de que hubiera o no una promesa económica en la relación. Ese es el truco o la trampa en que suele caer el violador potencial que existe en todo hombre. La parte de la mujer que accede, o parece acceder, a la violación de que es víctima no es necesariamente más fuerte o verdadera, califíquela como quiera, que la parte que se resiste o rechaza, en el mismo momento de padecerla o en un momento posterior. Si quiere que se lo diga con simplicidad, abusando de las palabras y los conceptos, todo acto sexual es una violación hasta que se demuestre lo contrario. Es decir, después de todo acto sexual es la mujer, con sus gestos y su actitud, la que dicta sentencia. Ese es el riesgo que todo hombre debe aprender a superar y la ventaja que el juego de los sexos ha concedido a la mujer para compensar su aparente debilidad y marcar su diferencia en el seno de la cultura. Es lógico pensar, en este contexto, que la prostitución de la mujer es la solución provisional creada por el hombre, por cobardía, para no afrontar ese desafío, no porque no quiera violar, eso es lo que más desea en el mundo, ese impulso ha nacido con él, sino porque no quiere asumir el papel de violador ante la sociedad. La pérdida de prestigio o de estatus que conlleva. La cesión de ese poder definitivo a la mujer, que siempre decide en un sentido o en otro, o bien aceptar la degradación de que es objeto con miras al matrimonio o a la procreación, o bien denunciar al violador sin más historias, como es el caso.

MICHEL ONFRAY, filósofo y ensayista

Rehuyendo la frontalidad dramática de la toma a que se lo mantiene sometido, Onfray mira a derecha y a izquierda mientras habla con calma profesoral dejando que el objetivo de la cámara acote cada vez más el espacio que los separa, haciendo desaparecer el contexto inicial de coches y peatones alrededor de la plaza de la Concordia, reducido a escucharse como ruido de fondo en la banda sonora, y fijando su imagen superpuesta al obelisco que entra íntegro en plano justo detrás de él.

Onfray: Me ha dicho usted que otros invitados a dar su opinión en su película se han atrevido a mencionar a Sade. Desde luego, el sentimiento feudal de la vida viene de ahí, y Sade es el eslabón perdido en el traspaso de poder entre una clase y otra.

Eso por descontado. Pero Sade es el miembro degenerado de una especie en vías de extinción, un avatar formateado en un tiempo superado por la historia, del mismo modo que DK es un avatar, también degenerado sin duda, formateado por la historia del siglo veinte, con todas sus vicisitudes sociales y políticas, ya en vías de superación. Sade al menos creía en la reclusión y el encierro, en la clandestinidad de las sociedades secretas para llevar a cabo estos crímenes e infamias. Hoy no hace falta eso, todo el sistema es su campo de experimentación, las corporaciones son los nuevos libertinos depravados y los crímenes y las transgresiones se cometen a la vista de todos, diariamente, sin necesidad de recurrir al amparo de castillos amurallados de acceso escabroso situados en el fondo remoto de la Selva Negra. No se equivoque conmigo, no crea que, por decir esto, se me puede tildar de antisemita vulgar. Eso dijeron algunos para desacreditarme cuando ataqué a Freud. Yerran y encima me difaman con estereotipos vulgares. Hay temas tabú, no le descubro nada, motivos intocables. Sepa que en esta casta no todos los miembros son judíos, ni siquiera la mayor parte de ellos pertenece a esa etnia de cultura milenaria contra la que no tengo nada en particular. Esta gente goza, como los vampiros de las leyendas y las películas, de una vitalidad colectiva indefinida y perpetuamente renovada que no depende de las circunstancias históricas para aparecer o preservar su poder y su influencia. Se adaptan a su tiempo, mutan al ritmo de la historia y se metamorfosean a voluntad para no perder sus privilegios y posesiones. Adoptan el ideario requerido para ello, la plusvalía ideológica de sus operaciones, y conforman su conducta pública a las nuevas condiciones impuestas por los imperativos del tiempo. No nos engañemos, estos sujetos son muy hábiles en el control y la gestión del escenario mundano, aunque las circunstancias puedan suponerles pérdidas ocasionales de individuos de gran valor estratégico. Volvemos otra vez al caso particular. El error de DK lo condena a él solo, por desgracia, no a una clase entera. Los miembros de esta sobrevivirán a su manera, ya verá. Temamos a los avatares que se están formateando en estos momentos, los vástagos de los vástagos de los vástagos de este linaje perverso que se remonta como un árbol genealógico hasta el origen de los tiempos, cuando, como proclamaba el ingenuo Rousseau, la tierra fue repartida entre algunos y nacieron de la nada, de donde no había nada similar, como en un nuevo Génesis, la propiedad y los propietarios. De ahí viene todo el mal, no se equivoque, no de la diferencia sexual, un subproducto menor de esa injusta distribución de la riqueza. Todo el resto de la historia es una consecuencia lógica de ese proceso de reparto entre los que lo tenían todo y los que se quedaron sin nada. Esta es mi particular genealogía de la moral, revisada si quiere para la ocasión. Una mitología de propietarios y hacendados confeccionada con el fin de conservar el patrimonio acumulado por los siglos de los siglos…

HAROLD BLOOM, catedrático emérito de literatura de Harvard, crítico literario y ensayista

Una sala de conciertos vacía. Un rápido montaje de planos medios y primeros planos hasta descubrir, en plano medio, a Bloom, solo en el escenario, sentado en un taburete, rodeado de los demás instrumentos vacantes, sosteniendo con esfuerzo un violonchelo entre los brazos. Con la mano derecha sujeta el arco y con la izquierda pulsa algunas cuerdas mientras habla, el sonido no interfiere en sus palabras. No mira a cámara en toda la toma sino al voluminoso instrumento, agachando a menudo la cabeza para examinar algunos aspectos de su configuración con más detalle. Solo cuando recita de memoria los últimos versos, con tono pomposo, levanta la cabeza con orgullo y la cámara lo enfoca en primerísimo plano.

Bloom: No tengo mucho tiempo, se lo dije al teléfono, estoy muy ocupado ahora en dominar este instrumento del demonio antes de morir, me consume desde hace un año el anhelo irrefrenable de emular a Pau Casals, y además no me interesa mucho el caso, se lo repito, como comprenderá no es mi tema. Solo le diré una cosa. Todo lo que existe en el universo está en Shakespeare. No es una hipérbole. Y todo lo que concierne a este caso está en La tragedia de Julio César. Hágame caso mientras le queden fuerzas. Lea esta obra con detenimiento y sabrá por qué pasó lo que pasó, quién urdió la conjura, quién ejecutó la conspiración, quiénes fueron los actores y los comparsas del drama criminal. El móvil no lo encontrará en Shakespeare, sin embargo, no se moleste en buscarlo ahí. No está, por mucho que exprimamos las metáforas y las alegorías con que el divino Will siembra sus parlamentos de minas semánticas. No lo encontrará, no se moleste. Ni pretenda reconocer en esta trama vulgar a ningún Bruto, no lo hay, por desgracia. Solo resentidos, intrigantes y miserables advenedizos reunidos en torno de otro cadáver político apuñalado a traición por los que creía sus amigos, colegas y aliados. Réplicas de Casio, a uno y otro lado del Atlántico, repetidas al infinito como ecos de pasos en una galería de mármol. Tampoco busque a ningún Marco Antonio, contra todo pronóstico no existe tal noble personaje en esta obra maestra de la confusión. Shakespeare tiene sus límites, lo reconozco, y la realidad política aún más. Pero no lo dude, entonces como ahora, César los supera a todos, detractores y defensores, en potencia dramática y comprensión del insondable patetismo del alma humana, sacrificando su preciosa vida por el ideal del imperio. César es el libre artista de sí mismo, en su vida y en su muerte, un actor genial. La decadencia y la ruina nos acechan a todos, es hora de retirarse del escenario de la vida. Ya solo nos aguarda la llegada de lo fatal. Escuche bien sus palabras y medite a fondo en el significado del primero y el último verso en especial: «Los cobardes mueren muchas veces antes de su muerte; los valientes nunca prueban la muerte sino una sola vez; de todos los prodigios que hasta ahora oí, el más extraño me parece que los hombres teman, viendo que la muerte, inevitable fin, ha de venir cuando quiera venir». El resto es silencio.

TODD HAYNES, director de cine

Una lavandería pública. Haynes está sentado frente a una batería de lavadoras automáticas mientras espera a que concluya el programa de lavado de ropa. Un plano general tomado desde el fondo del establecimiento, con lo que Haynes aparece de perfil contra el escaparate del local por el que se ven letreros luminosos y una calle nocturna en la que de vez en cuando pasa gente indistinguible. Otros hombres están sentados, en la misma actitud, en otras sillas detrás de Haynes provocando un efecto de multiplicación de figuras superpuestas como el de dos espejos enfrentados. El rumor de las máquinas es apenas perceptible. Durante su intervención Haynes, que se muestra muy tranquilo y relajado, incluso en los momentos álgidos de su discurso, se limita a mirar al frente, a la puerta de la lavadora salpicada por la abundante espuma. El único movimiento que realiza mientras habla, cada tanto, es cruzar y descruzar las piernas. Al terminar sus palabras, la toma se mantiene durante un minuto y medio más para grabar cómo Haynes se levanta del asiento, camina hacia la lavadora sin prisa, la abre y comienza a sacar ropa limpia y a meterla en una bolsa azul de deporte que durante toda la toma ha estado tirada al pie de la batería de lavadoras, justo enfrente de él. Fundido en negro.

Haynes: Me pregunta usted por la escena del hotel. Como guionista, como director, la verdad es que no sabría responderle. Se me escapan algunas cosas, podría imaginarlas, pero eso no creo que sea lo interesante, ¿verdad? Si tuviera que guionizar algo a partir de estos motivos sería, más bien, una escena posterior que encuentro mucho más relevante. Cierto tiempo después. El acusado ha pasado varias noches en una celda, ha recuperado la libertad de manera provisional, se le concede una cierta libertad de movimientos, puede vivir en un apartamento mientras espera el desarrollo de las investigaciones, y es entonces cuando empieza lo más interesante. Yo no sé, ni puedo saber, ni creo que nadie pueda averiguar nunca lo que pasó entre ellos, hay tantas implicaciones que no acabaríamos nunca, ¿comprende? Pero sí soy capaz de ver a ese hombre tan obsesionado con lo sucedido, tan obsesionado por la víctima, que un día decide comprar algo por internet. Busca en e-bay o en un dominio similar un uniforme de camarera de hotel, no es el de su víctima, aunque él fantasee que puede serlo, lo importante es acertar con la talla. Cuando llega el paquete se las arregla para recibirlo él. Imagino su cara al desenvolverlo, imagino su cara al ir separando una por una las piezas de ese uniforme, imagino lo que se está diciendo aunque no pueda mostrarlo. Le veo examinar cada pieza del uniforme como si fuera un fetiche que ocultara un secreto demasiado perturbador. Desplegándolo pieza por pieza encima de una mesa, observándolo durante horas, sin saber qué hacer, o planeando qué uso darle, hasta que llega el momento supremo en que decide ponérselo. Decide vestirse como su víctima. De hecho lo hace. Pasa horas a diario así vestido, cada vez que se queda solo, mirándose en el espejo para comprobar cómo le sienta y, sobre todo, cómo se siente vestido así. Parece que está descubriendo algo significativo, algo de importancia vital, no lo sabemos, no olvide que no hay voz en off, no hay una voz narrativa que pueda informarnos de lo que siente, de lo que piensa, solo podemos verlo así vestido una y otra vez. Y un buen día decide gastarle una broma a su mujer. Esta lo acepta mejor de lo que parece. Ella entiende que él necesita un tratamiento de este tipo para curarse o simplemente para entender lo que ha pasado con él. En un momento dado, deciden llevar la experiencia más lejos. Dan una fiesta y él, vestido de camarera de hotel, se dedica a atender a sus invitados. Muchos de estos no le ven la gracia a la situación, incluso la entienden como una broma de mal gusto. Pero precisamente como broma, cosa que no es, es como consiguen engañarlos a todos. Ya sabe usted que la ironía, la distancia, llámelo como quiera, es lo que preserva la existencia de los códigos sociales, en cuanto alguien toma estos más en serio de lo normal tienden a derrumbarse y a dejar de funcionar como estaba programado. Esta es la clave de todo el cine de Buñuel y de El ángel exterminador en particular, ¿no cree? Yo lo veo así. De modo que DK, vestido como su víctima, pasa entre los invitados por un bromista consumado, un tipo con un sentido del humor indignante, desde luego, pero aprobado por todos debido a las difíciles circunstancias por las que atraviesa en su vida. La fiesta es un completo éxito, los invitados quieren repetir, es la mejor prueba, y veremos varias fiestas en el curso de los días siguientes. DK ya no se reprime y se pasa el día así vestido, en todo momento, mientras está en casa, con o sin gente. Por lo que dice, podemos imaginar que lo que lo trastorna ahora es volver a vestirse como lo había hecho antes del incidente. Vestirse como un hombre con chaqueta y pantalón le empieza a parecer raro, incongruente. Falta, no obstante, un punto decisivo. Esa fase ha sido superada y un día DK, que está solo, se pone a prueba de manera definitiva. Uno de los empleados afroamericanos del catering que le trae la comida a casa dos veces al día se separa de sus compañeros y se las arregla para esconderse en la casa y, aprovechando que DK se ha quedado solo y lleva puesto el uniforme, lo fuerza a hacer las mismas cosas y otras distintas. Abusa de él así vestido y lo viola analmente. Cuando su mujer vuelve lo encuentra boca abajo en la cama, en un estado de shock considerable. Pero la violación, al contrario de lo que creía, solo consigue que DK se identifique aún más con su papel y cuando el empleado negro, infatuado por la falta de denuncia, vuelve a aparecer, DK se deja hacer sin resistirse. Finalmente, se establece tal relación entre ellos que la mujer tiene que intervenir. Una noche, cuando vuelve a casa y los sorprende a los dos en la cama, la mujer se enfrenta a ellos, DK se enfrenta a ella, los dos hombres le expresan su desprecio, su deseo de seguir siendo amantes y de prescindir de ella en la relación, y entonces la mujer va en busca de la pistola que guardaba en la cocina para defenderse y mata a tiros al empleado del catering que era el amante de su marido. En ese momento, DK comprende que la fantasía en la que ha vivido no es mejor que la pesadilla a la que se enfrentaba, y los dos, marido y mujer, deciden reconciliarse, hacen desaparecer el cadáver del afroamericano, del que no queda huella en ninguna parte, y luego queman juntos el uniforme de camarera en la chimenea del apartamento, trabando un vínculo entre ellos aún más profundo del que tenían antes del incidente. ¿Suena un poco melodramático quizá? No me importa. ¿Parece el remake inconfeso de una película de Fassbinder? Eso quisiera yo. Ya conoce mis influencias, no pretendo engañar a nadie. En cualquier caso, cuando me ponga a escribir el guion, como suelo hacer, corregiré todos los excesos cinéfilos y los errores innecesarios que usted detecta y que a lo mejor lastran la historia. No obstante, dudo que alguien quisiera producir en mi país una historia como esta, con lo difícil que resulta abordar ciertas cuestiones en estos tiempos de crisis económica y regresión moral.

CAMILLE PAGLIA, ensayista, profesora y columnista de opinión

La calle del Village neoyorquino por la que paseaba con la energía de un mariscal de campo se le ha quedado corta y vuelve decidida sobre sus pasos, repitiendo a la inversa las mismas acciones y gestos, como en una secuencia de cine cómico. Paglia es perfectamente consciente de ese lado ridículo de su actuación y quizá por eso no para de sonreír ante la cámara.

Paglia: ¿Que la chica fue violada? No me cabe duda. ¿Y vejada? Por supuesto. Pero no por el villano abyecto al que acusó de hacerlo sino por las mismas fuerzas de la naturaleza. Él fue solo una pobre marioneta manipulada por esa violencia a la vez divina y terrible. Hay tanta voracidad y voyeurismo en nuestras sensaciones y deseos que nos asustan cuando las oímos rugir a nuestro alrededor como a las fieras en el circo romano. Amar como un hombre, fíjese bien lo que le digo, es el primer paso fuera del destino social o biológico para la mujer. Esa es la lección que todas las mujeres deberían aprender antes de llegar a la universidad, donde adquieren ese bagaje definitivo de ideas confusas y valores mediocres que acaban con cualquier posibilidad de cambiar las cosas. Las madres deberían enseñar esa lección a sus hijas antes de la primera menstruación. Como también deberían enseñarles a leer al revés los versos de Emily Dickinson antes de que se lo enseñe la polla de un hijo de puta[2], torpe y desnutrido, como me sucedió a mí nada más empezar la secundaria y ya ve el estado de ansiedad adulta al que me ha conducido aquella desgraciada historia. No temer al hombre, aunque eso es lo de menos, tal como lo veo. El miedo de la mujer, se lo repito, es a sí misma. A su propio poder pánico. Lo demás son cuentos de hadas para viejas comadres. Un sexo que ha decidido enmascararse, fingir debilidad por conveniencia y entrar en bucle con sus propios deseos y apetitos. Y sabe para qué, para tener hijos. Solo para eso. La maternidad, esa es la palabra sagrada para las mujeres. Esa es toda la explicación al gran misterio femenino. No hay que darle más vueltas. Solo creen servir para eso. Haber nacido para eso. Para perpetuar el mecanismo que las esclaviza. Para eternizar el ciclo vicioso que dará a luz a más hombres que harán con otras mujeres lo mismo que hicieron con ellas. Fíjese si somos estúpidas. No les echemos tanto la culpa a los hombres y mirémonos un poco el ombligo y un poco más abajo si nos atrevemos a hacerlo y la última moda en peletería íntima nos lo permite. Miremos ahí sin miedo, juntas si es posible. Y luego si quiere hablamos de violación y de matrimonio y de todo lo que usted quiera… Por cierto, no se olvide de darme su número de móvil antes de despedirnos. El mes que viene tengo pensado visitar Montreal, la llamaré sin falta.

MICHEL HOUELLEBECQ, novelista

Arrodillado con humildad en uno de los últimos bancos de madera, vuelto de perfil hacia la cámara, en una posición de cierta incomodidad, la inmensa catedral gótica parece ofrecer a Houellebecq el escenario idóneo para expresarse en libertad y se nota en la inflexión misma, más desolada y grave, que imprime a sus palabras. Durante los últimos minutos de la toma se puede comprobar cómo no ha podido refrenar la emoción, se le quiebra la voz y el llanto irriga de improviso sus mejillas enrojecidas.

Houellebecq: Por todo esto creo en las posibilidades de la ciencia, creo que solo la ciencia podrá aportar algún remedio a este desafuero desquiciante de la vida moderna. El día en que podamos llevar una vida en que nuestros cuerpos no caigan en semejantes tentaciones, una vida angélica en cierto modo, una existencia sublimada, sin limitaciones de tiempo ni de economía, ese día los hombres y las mujeres, sí, también ellas, por qué no, podremos vivir como hermanos y hermanas, sin necesidad de morales ni códigos éticos ya que nuestra conducta realizará el bien de modo instintivo, sin esfuerzos intelectuales ni pragmatismo evolutivo. Seremos buenos porque no podremos ser otra cosa distinta. Eso, entre otras cosas, es lo que busco aquí. La razón por la que sigo viniendo, a pesar de todo, y cumplo con los ritos y la liturgia. Y sabe qué, no lo encuentro por ninguna parte. Nada. Vengo siempre que puedo y oigo las prédicas y los sermones, las homilías, incluso me confieso, lo he hecho un par de veces este mes, y todo me parece una impostura. No encuentro salvación alguna en esta espiritualidad demasiado animal, demasiado basada en la grosera mitología que sigue gobernando las respuestas de nuestro cerebro. Los atavismos y los automatismos de la carne no se resuelven con genuflexiones y bendiciones y simulacros de creencia en un reino espiritual imaginario. Y no me hable de las penas del infierno. No, el infierno no, ese ya lo hemos conocido aquí, en grandes dosis, además. ¿Recuerda el poema de Brecht? El cielo de los teólogos es el infierno de los pobres. Eso representa la sociedad capitalista, ¿no cree? Si quiere que le diga la verdad, DK es para mí como el último hombre sobre la tierra, el que ha llegado más lejos y ya solo puede condenarse y con él, esa es la gracia que se nos ha concedido, toda la especie. La fuerza que nos puso en marcha en el origen estaba viciada y toda esta parafernalia espectacular, mire a su alrededor, véalo escenificado por los mayores talentos artísticos de su tiempo, esas vidrieras, esas estatuas, esos cuadros, lo están diciendo en una lengua jeroglífica para quien sepa desentrañar su mensaje [Houellebecq se santigua esta vez, con lentitud intencionada, para que la cámara capte bien su gesto], esa parafernalia espectacular, como le decía, se alimenta de ese vicio sin poder curarlo, lo alienta y lo castiga, lo fomenta y lo desactiva con la misma liturgia y los mismos símbolos y las mismas imágenes que parecen condenarlo sin paliativos. Pavlov y el cristianismo, por no hablar de cualquier otro estúpido monoteísmo, como el islámico o el judío, son todos iguales, participan de la misma comprensión fallida de la naturaleza humana. En la boca de esa mujer negra se realizó un sacramento esencial para el que aún no contamos con las palabras adecuadas con que definirlo. Hemos tirado el latín a la basura, ya no nos sirve la sabiduría de los antiguos romanos, y los algoritmos de la nueva ciencia, aún en estado de desarrollo embrionario, solo podrían conducirnos a conclusiones inapelables y quizá también al extravío mental, sé de lo que hablo. Por ahora me conformo con saber una cosa, ese tipo debe pagar por todos nosotros, se lo ha ganado a pulso al desnudarse ante todo el mundo, sin miedo a las consecuencias, quedando en evidencia con el culo y la polla al aire en todos los medios, y luego ya se verá lo que pasa. Ha desnudado nuestras pretensiones y merece el sacrificio por ello. No pretendo pasar por puritano, desde luego, el buen Dios [Houellebecq se santigua de nuevo, ahora con prisa, como si actuara por reflejo] no me lo permita, pero tampoco me conformaría con un juicio feminista más. Eso no, por favor. No más farsas de ese tipo. Cualquier cosa menos eso. Ya está bien. Hay que dar pasos en una nueva dirección del espíritu, me parece a mí. Nos merecemos todos algo mejor, ¿no cree?

AMÉLIE NOTHOMB, escritora

La cafetería de la terraza al aire libre del Centro de Arte Contemporáneo Georges Pompidou. La toma es simple. Nothomb está sentada en una mesa en la que solo hay depositada una botella de agua carbónica. Plano medio en el que entra la mesa y el busto de Nothomb, vestida con una camiseta negra de tirantes. Habla con especial desgana. Lleva unas gafas de sol de montura metálica y cristales de espejo que se quita al terminar su escueto discurso como señal de que no tiene nada más que decir.

Nothomb: Es todo muy confuso y muy turbio, muy sórdido. Me da un poco de asco, la verdad. Preferiría no hablar del caso, pero lo hago por ti, por tu película, ya sabes cuánto te respeto y admiro tu trabajo y te quiero, además. En fin, yo diría, para tratar de aclararlo un tanto, que es uno de esos casos en que el culpable posee mucho de víctima y la víctima mucho de culpable, ¿no crees? La parte culpable siempre es la masculina. La parte inocente la femenina. En ambos casos sin excepción, no sé si me comprendes. La parte femenina de él es tan inocente como la parte masculina de ella es claramente culpable de lo sucedido. No se me ocurre nada más que decir por el momento. Hace una tarde preciosa, ¿no podríamos hacer algo mejor que hablar de ese tío?

PHILIPPE SOLLERS, escritor

La misma terraza, el mismo café parisino, la misma mesa con el cenicero, el paquete de cigarrillos y la taza de café. Mientras habla Sollers mira con curiosidad a todo el que pasa al lado de su mesa, como extrañado de que nadie lo reconozca. La toma termina en un primer plano de treinta segundos en que Sollers, al pronunciar la última frase, levanta la cabeza, se queda mirando al cielo y guarda silencio, un silencio respetuoso, como si rezara una oración por el alma de DK. O por la suya propia.

Ir a la siguiente página

Report Page