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EL AGUJERO Y EL GUSANO » EL AGUJERO Y EL GUSANO

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Sollers: Tampoco creo que sea indiferente el hecho de que este experimento sexual, por llamarlo de un modo atrevido, haya ocurrido en América, ya me entiende, ese país de puritanos y linchadores, histéricas y fanáticas, martillo de herejes y cazadores de brujas, tampoco es una casualidad. Un país que carece de bases culturales y religiosas para comprender un fenómeno como el libertinaje. Porque, amiga mía, DK, con todos sus errores y torpezas, es uno de nuestros más ilustres libertinos, téngalo en cuenta, un ejemplo de la mejor herencia de nuestro siglo de las luces. Y digo bien: un libertino ilustrado, como yo, o, salvando todas las distancias, como Sade. Nos hemos cruzado en el pasado en alguna orgía y alguna fiesta clandestina y le puedo asegurar que es un gran anfitrión y un magnífico invitado, da gusto compartir con él esos momentos de expansión y lujuria. El nefasto signo de estos tiempos reclama la constitución de sociedades secretas. El placer se ha vuelto sospechoso para una sociedad basada en la tristeza interiorizada, la inhibición depresiva y la represión congénita. La exuberancia de la carne y los rituales que la celebran sin trabas son inadmisibles para los poderes sociales confabulados de nuestra época. La masa barbarizada y los medios barbarizantes, con los políticos y los tecnócratas aplaudiendo entre bambalinas el buen funcionamiento de esta farsa espectacular. Todo el engranaje ha sido bien engrasado para atrapar y triturar a las excepciones, a los individuos singulares, a los que han escapado del rebaño televisivo. Esto es lo imperdonable en las actuales circunstancias. Se ha puesto en marcha el mecanismo de una nueva guillotina para eliminar a la clase que molesta a los nuevos jacobinos reconvertidos en financieros neoliberales y politicastros neofariseos. Sin este cuadro es imposible, literalmente imposible, entender nada de lo sucedido, ni usted ni nadie que se pare a pensar en ello por un segundo podría, no sé si me explico. Desterremos los clichés elaborados por los publicitarios del poder que solo favorecen la restauración de un orden represivo, la dictadura socioanalítica, como me gusta llamarla para fastidiar a los discípulos de Bourdieu y compañía, en nombre de valores económicos, culturales y morales más que dudosos. Y luego, si le excitan las etiquetas fáciles, tíldeme de reaccionario, no me importa lo más mínimo, estoy acostumbrado a suscitar toda suerte de malentendidos. Es mi temperamento versátil. Ya ve, a pesar de todo lo que hay de inmortal en mí, me siento también muy viejo y muy cansado. No entiendo aún por qué.

CATHERINE MILLET, directora de Art Press, crítica de arte y escritora

La cabina de un avión comercial de la compañía Air France. Millet está sentada en un asiento de primera clase. La toma es un primer plano de su cabeza apoyada contra la ventanilla del avión. La conversación se interrumpe en el momento en que se anuncia por megafonía el momento del despegue. Millet mantiene durante toda la toma una mirada soñadora mientras no deja de mirar por la ventanilla como si le interesaran en especial las tareas de los operarios de mantenimiento.

Millet: Yo lo veo como un juego, no hay por qué tomarlo tan en serio. Una performance artística. Una coreografía. No me importaría nada pagar para poder verlo en un teatro o una galería de arte contemporáneo. Una buena representación con dos actores potentes y creíbles. Como espectáculo nos enseñaría mucho sobre el sexo. Sería instructivo y hasta bonito. Por otra parte, antes de juzgar en consecuencia, a mí, si me autorizaran, me gustaría ver al juez, al fiscal y a cada uno de los miembros masculinos del jurado, si no están emasculados, encerrarse en una habitación a solas con la víctima durante varias horas. Con la víctima quizá no, por razones evidentes de seguridad, pero sí con una mujer de similares características, físicas y mentales. Me gustaría someterlos a todos a esa experiencia límite de contacto promiscuo con la alteridad sexual y racial. Sería muy divertido ver el resultado. Y que luego cada uno de ellos narrara en público su experiencia. Me gustaría mucho. Me temo que más de uno solicitaría, con esa capacidad para la autopunición de los americanos, ser considerado culpable en el mismo grado que el acusado. Si no más. Usted sabe que yo misma podría decir que he sido violada en muchas ocasiones, pero no lo digo, no me atrevo a llamar a eso violación. Ni se me ocurre hacerlo. Es otro juego, para el que deberíamos encontrar un nombre distinto. Menos lubricado de moralina.

BEATRIZ PRECIADO, profesora de teoría queer y ensayista

Al fin Preciado parece haber encontrado dos juguetes sexuales que la convencen de una utilidad futura más que gratificante, un vibrador malva último modelo y un dildo rojo de gran tamaño, y ahora se dedica a mirar a la cámara fijamente, con algo de aprensión, mientras termina de hablar sosteniendo cada uno de ellos en una mano distinta, como sopesándolos a ver cuál le convence más.

Preciado: El mito de que la desnudez femenina es lo que el hombre más desea es una idea falsa como pocas. Lo que el hombre desea es todo lo contrario. Es la ropa, el accesorio, la prótesis, el artificio. Lo que pasa es la que la mayoría se conforma con la desnudez ya que la posesión de lo otro está vedada, está prohibida. Vestirse de mujer es el verdadero tabú que rige para el hombre. La sociedad ha decidido que el cuerpo desnudo de la mujer debe canalizar la libido del hombre, cuando lo que en realidad este desearía es quedarse con la ropa y deshacerse del cuerpo. Quedarse con la ropa y poder ponérsela, claro, poder adoptarla como apariencia propia ante los otros. De modo que esa mujer de la que me habla, quizá por la inferioridad de su posición social o por pertenecer a una cultura africana donde el desnudo no es un tabú ancestral, supo entenderlo perfectamente y conservó su ropa durante el acto a pesar de los violentos intentos de él por desprenderla de su cuerpo.

En ese sentido, este caso es relevante porque vemos a los dos protagonistas representar sus papeles de modo inverso. Él desnudo, aspirando a revestirse con la ropa de ella, reclamando su derecho a participar de esa apariencia fetichista, y ella preservando su desnudez para no concederle el único objeto que de verdad quería poseer. El uniforme. La violación es secundaria en la situación. Solo demuestra que, para preservar el mito de la desnudez femenina y el deseo masculino que suscita como reacción institucionalizada, la sociedad patriarcal legitima que el hombre pueda hacer uso de la fuerza, si es necesario. Por eso se ha sido siempre tan tolerante con ese acto infame. Lo que se llama en muchas culturas la «noche de bodas» no es otra cosa que una violación encubierta bajo un aparato simbólico legitimador de la peor clase de violencia. Una violencia en la que todos, hombres y mujeres, son cómplices. Voy a decir más, con algo de provocación, por eso las mujeres han admitido incluso ser violadas por desconocidos. Prefieren esto, por abyecto que parezca, antes que la indiferencia o el desdén hacia sus cuerpos. Mire la moda dominante, mire la ostentación pública del cuerpo por parte de la mujer, ese mercadeo de las partes más deseables y llamativas, y entenderá por qué el agenciamiento fetichista del cuerpo y la ropa está concebido en detrimento de esta, para potenciar el atractivo sexual de aquel. El pudor en el siglo diecinueve, como en la cultura islámica, garantizaba al hombre que junto con el cuerpo de la mujer podría gozar de la prótesis que la distinguía de él, sin tener que enfangarse en la abyecta fisiología femenina que le repugnaba. De ahí la importancia del adulterio en la novela decimonónica. Lea al misógino Otto Weininger y entenderá a la perfección la mentalidad que se esconde tras esos escenarios clandestinos y sentimentales. O, en su defecto, a su discípulo contemporáneo Slavoj Zizek. Ahí está todo lo que necesita saber sobre cómo ve el hombre a la mujer desde siempre. La máscara libertina de Don Juan adoptada por el personaje en cuestión, ese tal DK, es un disfraz algo anticuado, todo sea dicho, descatalogado en la praxis sexual corriente, y no cambia nada en la verdad del suceso. Es un simulacro que encubre otros simulacros y estos a su vez encubren otros y otros, y así al infinito. Tenemos que inventar nuevas máscaras privadas con las que recubrir nuestros viejos deseos, no veo otra salida a este estancamiento deliberado de las prácticas y las relaciones.

MICHEL ONFRAY, filósofo y ensayista

En primer plano, el busto parlante de Onfray prosigue con su inflamado discurso. Detrás de él en la imagen, la sección intermedia del obelisco sobresale por encima de su cabeza como un enigmático comentario a sus palabras.

Onfray: ¿Se ha molestado usted en leer la tesis doctoral con que el egregio doctor DK inició su andadura en el planeta tierra? Me temo que no, ¿me equivoco? Nadie la ha leído. Ese es el problema, que ya nadie lee. Así no es posible saber nada con un mínimo de inteligencia. Yo paso muchas horas al día leyendo toda clase de cosas, no siempre agradables o estimulantes, me instruyo, me documento, no hablo por hablar, no escribo, como otros, insensateces mal informadas. Con Hitler pasó lo mismo, salvando las distancias, nadie tomó en serio Mein Kampf cuando apareció como libro antes de hacerse programa de combate y ya vio lo que pasó después, no me obligue a recordárselo, no soporto la amnesia sistémica de los jóvenes, espero que usted no sea uno de esos descerebrados que creen que el mundo nació ayer y la historia son patrañas para abuelos jubilados. Esa tesis sobresaliente, titulada, agárrese, Economía de la familia y acumulación patrimonial, constituye un manifiesto, apenas disfrazado de estudio académico, de todo lo que le estoy tratando de explicar, una amalgama de derecho romano, credo napoleónico y neoliberalismo a ultranza. La he leído varias veces, es indignante, obscena, ofensiva incluso en sus planteamientos y no solo en sus conclusiones efectivas. Establece los principios básicos de un nuevo contrato social, un pacto intemporal entre los miembros de la clase superior. Dios, propiedad, seguridad, comercio, industria, finanzas, libertad, etc., estas son algunas de las consignas con que se fundó la nación francesa sobre las bases de una falsa revolución. Consignas que, muchos años después, actualizadas como corresponde a los nuevos tiempos, comparte en su totalidad la renovada élite de la que DK, como ideólogo y practicante eximio, representaba una élite selecta dentro de la élite, fíjese lo que le digo. Así que no me hablen de hedonismo. Que no me digan que el único problema de DK, un narcisista compulsivo y un sádico contumaz, según mi diagnóstico apresurado, es un problema de excesivo hedonismo, de culto extremo al placer de los sentidos, de erotomanía vulgar, de paroxismo voluptuoso y de adicción malsana a los placeres de la carne. Mentiras piadosas difundidas por sus servidores mediáticos para confundir a la opinión pública e impedir que vean la verdad socrática del asunto. Yo me considero un hedonista, he defendido esta escuela filosófica con pasión en muchos de mis libros, como sabe, y no tolero esa calumnia y esa difamación contra el hedonismo y el placer que solo favorecen al judeocristianismo en su cruzada secular contra la sagrada vida del cuerpo. El hedonismo genuino no tolera el abuso, no tolera el maltrato, no tolera el uso del poder o de la fuerza en contra de los deseos de otro, no aboga por el ejercicio de la violencia, ni la humillación ni la opresión de nadie. Todo lo contrario. Fomenta la complicidad en el placer, la participación igualitaria en su consecución real, el intercambio jubiloso entre los sexos, la promiscuidad democrática como modelo de gestión de la cosa pública y de la vida privada. Ni más, ni menos. Si DK hubiera sido un hedonista convencido o consumado, un hedonista dionisíaco, tal y como yo entiendo este valioso concepto, no habría hecho nunca lo que le hizo a esa mujer. Nunca en la vida. Así de simple.

VIRGINIE DESPENTES, escritora y cineasta

Una sala de montaje. Despentes está sentada de espaldas a la cámara revisando en una pantalla de ordenador el metraje de su nueva película. Trabaja sola. La toma única se realiza desde atrás y desde la derecha. Despentes no aparta la mirada de la pantalla del ordenador en toda la duración de la misma. No parece muy contenta con el resultado. Es su primera película con presupuesto convencional y se la ve algo agobiada con el resultado. Su cabeza tapa a propósito la visión clara de la pantalla para no desvelar el contenido de las escenas que observa con gesto concentrado y serio.

Despentes: Lo que te hace una puta no es tu actitud. No es tampoco el dinero que te pagan por hacer lo que te piden. O que cobres por hacer lo que otras hacen gratis. Lo que te convierte en una puta es que una polla se fije en ti y quiera intimidad contigo y tú la aceptes, le abras las puertas y la conviertas en tu amiga íntima. Todas las mujeres que folian con tíos, para mí, bordean el estado de puta. No hay escapatoria. Si no quieres ser una puta no permitas que una polla te arruine la vida. Allá tú con tus elecciones. Hace mucho tiempo que yo tomé mi decisión y no me arrepiento de nada de lo que he hecho desde entonces.

ALAIN FINKIELKRAUT, profesor de historia de las ideas en la Universidad Politécnica de París y ensayista

El cementerio de Passy en París. Una panorámica de tumbas y panteones que nos descubre al final a Finkielkraut sentado sobre la lápida de un sepulcro en avanzado estado de decadencia. Corte. La toma, a partir de ese momento, se realiza en plano general. Vemos a Finkielkraut sentado de perfil desde atrás, en una posición que le permite hablar con su peculiar dicción, enfática y seductora, a un interlocutor invisible situado a su izquierda, fuera de campo.

Finkielkraut: Hay algo que debe usted saber. En realidad, hay algo que todo el mundo debería saber sobre este caso y nadie, creo yo, lo está diciendo con suficiente contundencia. Nunca sabremos la verdad, no creo que ni siquiera los protagonistas sepan lo que pasó, lo que cuentan es lo que la ruinosa cultura en la que viven les permite contar, cómo lo reorganizan, cómo lo reviven y lo juzgan en sus conciencias. Compadezcámoslos por tener que hacerlo ante una audiencia de millones de espectadores. La crisis del amor es el tema a debatir, el amor y sus perversiones. Las formas perversas que el amor ha de adoptar en la modernidad para hacerse oír en público. El discurso del amor es un discurso milenario, no me lo negará, y como tal en nuestro tiempo recurre a las estrategias que se le autorizan para poder hacer aparición en un mundo que no lo reclama. Pensemos por un momento en la posibilidad de que el amor, si no al principio, donde es a todas luces improbable que estuviera, sí pudiera aparecer al final, en la conclusión del acto. Con todo su horror, con todo el asco, con toda la infamia, con toda la violenta esterilidad que conocemos, a pesar de ellos, ahí estuvo, así sea por un segundo, como un destello de luz, el germen del amor. La potencia y la posibilidad del amor. Aun en el váter más inmundo, brillando como la perla en la sima excrementicia. No crea por mis palabras que me declaro romántico. Más bien al contrario, me concibo como un clásico, como Poussin, a saber, alguien que antepone la belleza del ideal a la fealdad de la experiencia real, pero que busca ese ideal incluso en el fango, entre los escombros de la vivencia, como Diógenes con su fanal, rastreando un átomo de amor en un cúmulo de miseria, mezquindad y basura. Necesitaríamos poseer la lucidez sexual de un Milán Kundera, no obstante, para llegar a sondear los estados sucesivos por los que pasaron los no amantes, permítame llamarlos así, antes de descubrirse amantes íntegros, redimidos por el amor, arropados en su manto benefactor. Las tentativas ciegas, los desvelos fallidos, los falsos comienzos, las caricias sin futuro, los gestos definitivos, la consumación gozosa, en suma, todo ese bagaje amatorio que conocemos tan bien gracias a Dafnisy Cloé, del maravilloso Longo, y que Maurice Ravel, olvidando pasadas veleidades mundanas, supo captar con la sutileza sensual más refinada. Entiéndame bien, no estoy diciendo que no ocurriera nada desagradable entre ellos, todo lo contrario, ocurrieron hechos quizá imperdonables, de ahí el resultado final, el escándalo y todo lo demás, no soy quién para juzgar, Dios sabrá hacerlo por todos nosotros y esté segura de que lo hará con compasión, pero el esfuerzo por imponer el orden del amor fue considerable por ambas partes. Eso es lo heroico para mí entre tanta vileza y degradación. Lo admirable y hermoso del caso. El combate por imponer la fuerza del amor humano en el mundo. Hay que reconocerlo allí donde aparece, aunque sea en el lugar más imprevisto, y celebrarlo como tal sin ambigüedades. Omnia vincit amor, el amor lo vence todo, palabra de Virgilio, el gran evangelista del amor terrenal.

SLAVOJ ZIZEK, filósofo, teórico del psicoanálisis y critico cultural

El quirófano está ahora casi vacío, excepto la mesa de intervenciones con el paciente tumbado en ella, como un plato de televisión en el que se hubiera desmontado el decorado al acabar la grabación del programa. Al fin Zizek parece haber realizado su viejo sueño de quedarse completamente a solas con sus ideas, en un escenario propicio al pensamiento, y con ese misterioso cuerpo yacente cubierto por la sábana que espera ya en vano a ser operado.

Zizek: Si hemos de creer algunas de las versiones disponibles en internet, he leído varias contradictorias, el escupitajo seminal de ella, una réplica visceral de la eyaculación de él, el modo mismo en que ella escupe la enfermedad de él a través de la boca, muestra que es ella más bien la que asumiría al final el papel de sanadora. Los papeles se han invertido, como ve, y la luz de la habitación aumenta su intensidad gradualmente para demostrar esa nueva realidad. El supuesto falo sanador de las versiones más delicuescentes estaba enfermo, en realidad, y ella, con sabiduría inconfesable, consigue curarlo al precio de volver loco al portador de la infección. Loco de verdad, pues le ha hecho perder para ello todos los referentes, ha liquidado sin piedad su fantasía y, para colmo de males, le ha forzado a enfrentarse a lo real sin pantallas mediadoras. Recuerda esa típica escena de algunas películas del Oeste en que una serpiente muerde a uno de los vaqueros secundarios y otro vaquero, normalmente ese poder es el que permite distinguir al héroe de la película entre la masa de competidores, muerde a su compañero en la pierna o el brazo o el tobillo, según donde haya clavado sus colmillos la pérfida sierpe, a fin de extraer con la boca el veneno y luego escupirlo enseguida para librarlo de la intoxicación sanguínea, ¿recuerda esta escena de vagas connotaciones homosexuales? Algo similar es lo que supone el gesto de ella. Ha curado al sujeto enfermo de su fantasía, aunque para ello haya tenido que ser agredida y forzada ella misma. Este tipo de curaciones, en las que el médico y el enfermo combaten cuerpo a cuerpo con la enfermedad, compartiendo el sudor y otros fluidos, son propias de culturas primitivas, donde el orden simbólico no se ha separado aún del orden natural. En el amor pasa igual. Lo simbólico rige el código del encuentro, los protocolos de la relación, pero el encuentro mismo está regido por la magia y el atavismo. Por eso digo que no existe la relación sexual, no puede existir, puesto que no es registrada por el orden simbólico, no participa de sus esquemas culturales. La intervención posterior de la policía y el juez distorsiona todo lo sucedido en aquella habitación, nadie debería haberlos llamado sabiendo que impondrían una lectura conformista a lo sucedido. El poder de la ley es restituido. No podía ser de otro modo, sin embargo, contra la voluntad de ella incluso, debieron imponérselo las demás empleadas o sus mismos jefes, sobre todo estos, ya que el orden simbólico se había resquebrajado a causa del goce excesivo de la experiencia y había que reparar las grietas y fisuras con una operación institucional de gran envergadura. Orquestar lo antes posible un aparatoso retorno al orden. Así que, como ve, no pudo haber violación, tal como se dice en todas partes, no hubo abuso, no pudo haber ninguna de estas cosas infames. Hubo un desgarrón de las apariencias, un desnudamiento de las identidades de los sujetos implicados, una suspensión de la ley. En cierto modo, fue un acto terapéutico en el que los papeles, como digo, llegado el momento crítico se invirtieron para que el verdadero enfermo reconociera su enfermedad y la verdadera sanadora lo ayudara a deshacerse del fantasma despótico que amenazaba con destruir su vida mental. La recurrente cuestión del poder, de la posición de inferioridad y superioridad respectiva de ambos, como ve, tiene un papel subsidiario, a pesar de todo. Todo eso es relativo, discutible incluso, depende de la perspectiva que se adopte para juzgar el caso. Lo decisivo para mí es la imposibilidad de que esa cura, una vez sobrevenida, tenga efectos duraderos sobre el paciente. Esto me preocupa mucho más… [Zizek vuelve a inclinarse hacia la mesa de intervenciones para espiar bajo la sábana, con morbosa curiosidad, y cuando levanta la cabeza exhibe una elocuente sonrisa, como si viera definitivamente confirmadas sus peores sospechas]. Si yo fuera él, no el sujeto cuya identidad designamos por el nombre que todos conocemos, sino la identidad subjetiva, alimentada de fantasías, que reconoció en la chica a la mujer fatal, a la mujer fractal de sus deseos, no hay ninguna ironía en esta frase, no se equivoque, que podía emprender su curación definitiva, otro mito que quizá luego tenga tiempo de deshacer, si yo fuera ese sujeto, como le digo, y tuviera esa identidad patológica ya reconocida por mí, no dudaría en contratar a la chica de por vida y me sometería al menos dos veces por semana a una terapia de repetición con ella. A ser posible en el mismo hotel, la misma habitación, a la misma hora, con la misma iluminación indirecta. Con el tiempo se verían los resultados. Estoy seguro de que Lynch, que está en paro ahora, confirmando la ley no escrita de que alguien que mete el dedo en la llaga de una sociedad será expulsado tarde o temprano del seno de esta, haría una magnífica película con todo ello. ¿Por qué no habla con él? Carretera perdida incluye otro paradigma aplicable al caso. Pídale que se lo explique, le gustará mucho saber que alguien se acuerda todavía de él…

ANNE FAUSTO-STERLING, profesora de biología y estudios de género en la Universidad de Brown

Un laboratorio científico universitario. Fausto-Sterling está sentada ante una mesa de despacho llena de documentos y de libros. Detrás de ella, ya que el plano medio es frontal, vemos los rudimentos instrumentales de un equipo de los que se emplean habitualmente en la experimentación y la investigación de alto nivel. Fausto-Sterling se dirige en todo momento a la cámara, que la enfoca en una toma única mientras habla para ella con gran seriedad.

Fausto-Sterling: Para mí el caso, desde un punto de vista ético, no admite discusión. Él es culpable y ella inocente de todo cargo. Pero me intriga un aspecto quizá demasiado técnico sobre el que no he logrado aún obtener ninguna información precisa. Dada la procedencia africana de esta mujer, cómo estaba conformada su vulva. ¿Había sido víctima antes de su llegada a los Estados Unidos de una ablación del clítoris? No lo digo para suscitar ningún morbo folclórico. No. Más bien me interesa en la medida en que, como sabe, también me interesó el caso de su hermana del siglo diecinueve, Saartjie, la así llamada en su tiempo «Bella Hotentote», la «Venus Negra», que se hizo famosa por las dimensiones de la vulva y pasmó a toda Europa con la exhibición de sus partes genitales. Es verdad que en aquel caso la ciencia se dio el gusto de realizarle una autopsia tras su desventurada muerte, no menos desventurada que su vida, por cierto. Una autopsia que no dista de parecerme un escenario pornográfico en toda regla, con la mirada masculina de los doctores escrutando con la excusa del conocimiento los genitales hiperbólicos del cadáver de una mujer negra. Es verdad que fue así como pudimos saber que existió y en qué condiciones fue tratada por sus coetáneos. Como un animal exótico, como un monstruo de feria. Esto, por otra parte, permite denunciar algo que desborda lo estrictamente científico. El estatus de la mujer negra en la cultura occidental. Un estatus degradado que, si me lo permite, yo calificaría de abyecto, no solo por las fantasías sexuales a que ha dado lugar sino por las aberraciones a que ha conducido incluso a las mentes científicas más avanzadas, como en el caso de esa mujer, esclavizada a una vida circense repugnante para nuestros parámetros morales y víctima después del afán de saber, de la voluntad de poder de la ciencia patriarcal. Hoy en día no haríamos nada parecido, por eso el gobierno francés, que no tenía la conciencia ni las manos limpias, devolvió los restos del cadáver de esta mujer a sus legítimos dueños, los sudafricanos que lucharon durante décadas por acabar con el régimen racista que los condenaba a la inferioridad y la marginación social. Es irónico que esos restos de la hotentote sirvieran para proporcionar un símbolo femenino al nuevo orden político sudafricano, por lo demás tan patriarcal como cualquier otro. En fin, no sé hasta qué punto estos fantasmas serían determinantes en este caso, pero influyeron, de un modo u otro influyeron, no me cabe duda. No deberíamos desperdiciar la ocasión de volver a llamar la atención sobre el estatuto de la mujer negra en nuestras sociedades multiculturales. Estatuto que, como tantas cosas, pasa una vez más por los genitales. Aprenderíamos mucho examinando los de esta mujer en particular, la mujer negra violada y maltratada por un blanco en una habitación de hotel. Sobre todo porque esa violación supone la última fase de una cadena de violaciones que, con toda probabilidad, comenzó con la ablación de su clítoris en la infancia. No me pida que le dé cifras exactas, pero las estadísticas que manejamos me permiten afirmar con toda seguridad que ella la padeció, para privarla de su placer y sujetarla de por vida a los imperativos de la cultura machista, en África como en Europa y América. Esa cirugía genital abominable ya la convirtió en víctima, todo lo que le vino después, esas múltiples violaciones anteriores que ella alega más la violación de la que hablamos, venían en el lote original. Es triste decir esto, pero una africana emasculada y violada habría venido a nuestro país a encontrar una violencia similar a la que dejó atrás en su país de origen. Y cometida por un miembro circunciso, para más ironía, aunque eso no cambie nada. No hay nada en el caso para sentirse orgulloso, desde luego, ni como cultura, ni como nación, por mucho que la opinión pública trate de hacer del juicio y la impartición de justicia un caso patriótico de proclamación de derechos fundamentales y garantías legales. No hemos avanzado mucho desde el caso de la «Bella Hotentote». Humillación y servilismo, eso le cabe esperar a la mujer negra en este mundo de parte de unos tanto como de otros.

El documental termina con un plano secuencia de siete minutos, con una parte en blanco y negro y otra en color. Una cámara subjetiva entra en el Hotel Sofitel de Nueva York, atraviesa el vestíbulo, entra en el ascensor en compañía de algunos clientes, se baja en la planta 15, recorre el largo pasillo enfocando alternativamente las puertas de las habitaciones de uno y otro lado (la voz en off susurrante, se limita a repetir en voz baja un mantra en inglés: agujeros de gusano, agujeros de gusano, agujeros de gusano, agujeros de gusano, agujeros…) hasta llegar a la puerta de una suite que abre enseguida con la llave maestra. Se da por supuesto que es donde ocurrió el incidente, estamos en el lugar del crimen, pero no hay comentarios ni intertítulos que así lo indiquen. La cámara entra por la puerta de la suite, recorre el pasillo interior, desemboca en el dormitorio donde en el centro se yergue una cama de tamaño King que ha sido desnudada por completo de sábanas, mantas y colchas. Las almohadas carecen de funda y el colchón blanco ofrece una apariencia impecable en contraste con la madera oscura del armazón de la cama. La cámara rastrea todo el espacio del dormitorio, enfoca y reenfoca la cama desde todos los ángulos, y luego emprende el camino hacia el cuarto de baño, tan grande como el dormitorio, con una ducha y un jacuzzi y una encimera con dos lavabos y un espejo kilométrico en el que podría reflejarse sin estorbo una familia de cinco miembros. La película vira del blanco y negro al color cuando la cámara, que se había entretenido enfocando el jacuzzi, se vuelve para enfocar el espejo y, sin embargo, no vemos reflejarse en el cristal ninguna cámara ni ningún operador de la misma. No hay montaje, no hay truco. En su lugar, es DK quien aparece reflejado, desnudo y sonriente, afeitándose con una maquinilla eléctrica. El efecto es sensacional por lo inesperado. El espectador comprende que hemos pasado, sin transición, al tiempo real del acontecimiento. No hemos vuelto, estamos en la mañana de ese mismo día. El 14 de mayo de 2011. Horas antes del incidente. Al acabar de afeitarse, DK vierte, como siempre, unas gotas de colirio en cada ojo, padece conjuntivitis crónica. Se mira al espejo con mirada cristalina. Se aprueba, se gusta, sonríe. Se le ve contento. Que empiece el espectáculo, le dice a su imagen en el espejo impostando un gesto teatral, con los brazos alzados a media altura y las manos dobladas hacia fuera en señal de aceptación de su destino. Y es entonces cuando el primer plano de su rostro en el espejo funde a negro y aparecen los títulos finales con el fondo musical, un extracto de cuatro minutos del «Dies Irae» del Réquiem de Ligeti.

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