Kanada

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Capítulo 16

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Sabes muy bien que no hay una única hambre, sino al menos dos hambres distintas. Una primera oleada intensa, arrebatada, que parece infinita pero que no se prolonga más allá de dos o tres días. Luego viene la parte más fácil. Ese no sentir nada, ese estar flotando en una especie de túnel o de telescopio donde no hay tiempo ni tampoco auténticas sensaciones. La certeza de que debes comer, de que comer es bueno, y al mismo tiempo la indiferencia de quien está muy lejos de todas las cosas. Ver el hambre como un bulto indoloro que se gesta en tu carne y no mover un solo dedo; dejarle hacer a la muerte su labor invisible. Entonces llega, de pronto, la segunda hambre. El tumor que explota como una flor rabiosa, ese fervor de fiera que se devora a sí misma, de fiebre de pensamientos que arden espontáneamente justo antes del final. Y hasta que llegue esa segunda hambre, el hambre definitiva, ese límite más allá del cual no hay nada, todavía tienes algo de tiempo. Puedes verlo en tu telescopio. Por eso has decidido esperar antes de pedir ayuda. O tal vez no. Tal vez no reaccionarás, ni siquiera entonces. A lo mejor simplemente te dejas llevar. Sientes verdadera curiosidad por saber lo que harás entonces: si te comprometerás a seguir el camino del hambre hasta el final.

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