Kanada

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Capítulo 29

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Despliegas las hojas del periódico. Las estudias durante horas, pero no miras la fecha. ¿Para qué? Sabes muy bien que el tiempo no pasa. Que no hay nada tan absurdo como una fecha. Supongamos que mirases la primera plana del periódico que la Esposa acaba de tenderte. Supongamos que leyeras «junio de 1950». ¿Qué significaría eso? ¿Qué importancia tendría? Cuando eras niño los años eran también distintos. Naciste en 5674. Comenzaste la escuela en 5681. Usaste tus primeros pantalones largos en 5688. Eso, al menos, eres capaz de recordarlo. Luego, en algún momento, tus padres te advirtieron que olvidaras esos números. Te dijeron que nunca más debías emplearlos fuera de casa. A partir de entonces naciste en 1913; comenzaste la escuela en 1920; recibiste tus primeros pantalones largos en 1929. Te lo dijeron y tú obedeciste: eso es lo que has hecho a lo largo de tu vida, obedecer siempre. Debías olvidar los años y tú los olvidaste, pero el resto del mundo no olvidó. Esas fechas confirman lo que ya sabes: que el tiempo no importa, que puede remontarse hacia atrás como la hélice de un avión, como los satélites de Schneider, como tus pensamientos; que es posible nacer en 5674 y morir en 1950. Suponiendo que mueras hoy. Suponiendo que hoy sea, en efecto, 1950. Miras el cenicero donde todavía humea una colilla -porque a veces la Esposa trae consigo dos o tres cigarrillos- y tienes la sensación de que son los restos del tabaco que fumarás mañana; que para cuando despiertes, toda esa ceniza revuelta y todo el humo que ya no puedes ver se habrán reunido para formar un cigarro de nuevo. Y en cierto modo es así, porque mañana -¿mañana?- la Esposa se llevará el cenicero y te traerá, otra vez, dos o tres cigarrillos. Los mismos cigarrillos.

En la portada del periódico, bajo ese año que no miras, una estrella roja. No sabes muchas cosas, pero sí las suficientes para reconocer esa estrella. Para recordar que brilla sobre Moscú y al parecer ahora brilla también sobre tu casa. Con esa luz te vienen ciertos recuerdos. Un tanque con esa estrella pintada en la torreta, derribando una empalizada de alambre de espino. ¿De dónde proviene esa imagen? ¿Pertenece al pasado o al futuro? Es cómodo suponer que debe de tratarse de algo que has vivido. Pero ¿por qué no imaginar que la Historia puede repetirse, que el pasado acabará convirtiéndose en futuro? Quién sabe si ese mismo tanque volverá de nuevo; si lo verás incluso rodar calle abajo, precisamente desde tu ventana.

Por lo demás, los periódicos te parecen iguales. El mismo día repetido hasta el infinito: ocho páginas para internacional, diez para nacional, las cuatro hojitas del boletín cultural, las dos de deportes. Constatas algunas novedades mínimas, aunque lo haces con esfuerzo, como en el juego de las diferencias, que por otra parte sigue figurando en la sección de pasatiempos. Hay ciertas palabras que de pronto se repiten con una ferocidad inusitada: palabras como «pueblo», «colectivización», «proletariado», «revolucionario», «contrarrevolucionario». Proliferan noticias sobre obreros prodigiosos que duplican la producción de acero o de carbón y reciben medallas. La página de pasatiempos es sin embargo idéntica. No ha aumentado ni reducido su dificultad. Te parece igualmente imposible resolver el mate en cuatro jugadas de Capablanca a Alekhine. Los crucigramas recurren a las mismas palabras para llenar los huecos pequeños -símbolos químicos, siglas, pronombres-. En las viñetas cómicas siempre hay alguien que resbala con una cáscara de plátano o huye de una esposa enfurecida o que al huir de una esposa enfurecida resbala con una cáscara de plátano. También era así durante la guerra. Viñetas para reír. Juegos a los que jugar mientras sonaban disparos. Debajo de la noticia de una batalla se libraba la guerra verdadera: un jeroglífico que podías tardar horas o días en resolver. También entonces se hablaba del comunismo, aunque el comunismo era o parecía otra cosa, o eras tú quien pensaba que era otra cosa y te equivocabas, como te equivocabas al completar los crucigramas. Nada ha cambiado realmente. Sólo cuando los pasatiempos evolucionen, cuando el ser humano aprenda a divertirse con juegos diferentes, tal vez a no divertirse en absoluto, algo se habrá roto.

Siguen ardiendo igual de bien, los periódicos, y su fuego es más necesario que nunca, porque 1950 -¿1950?- es al parecer un año muy frío.

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