Kanada

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Capítulo 46

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Estás enfermo, dice la Esposa. ¿Cómo no habrías de estarlo? Aquí se come tan poco. Y tú has tenido que guardar tantas raciones para sobornar al kapo. Ella te da la razón. Para sobornar al kapo, sí, al kapo, claro, pero eso ya ha terminado y ahora debes comer. Te aproxima a los labios un cuenco de sopa. Hurga en él con una cucharita, te la lleva a la boca. Escupes el primer sorbo, tomas el segundo, lo escupes también. Después no tomas otra cucharada y toses de todas formas, una bilis amarilla y ácida que hierve como la sopa. Bebes de nuevo y ya no toses más. Vacías el cuenco. Sobre ti los ojos de la Esposa, que te mira igual que tú mirabas al soldado.

La fiesta ha terminado por fin. O bien continúa en otra parte y de otro modo, más verdadera, más feroz, más salvaje, enardecida por los ruidos que vienen de fuera. Porque han renacido las explosiones, esta vez más cerca. Te incorporas un poco y ves al otro lado de la ventana los mismos pájaros sacudidos por el mismo miedo; su piar furioso que nadie escucha. Y entonces una voz. Su voz.

Son los rusos.

El Vecino, de pronto. Está apoyado en el marco de la puerta, con la pechera cruzada por una canana repleta de cartuchos. Su figura tiene un aire vagamente heroico. La mirada torva y el bigote espeso parecen como ennoblecidos por una luz que le da de pleno en el rostro. Fuma sin apartar el cigarro de la boca. Y luego, tal vez porque no dices nada, se siente obligado a explicarte. Los rusos, repite, parecía que se marchaban pero no se marchan. Ese hijo de puta de Kruschev os la ha jugado. Ahora están de vuelta, dispuestos a todo. Claro que nosotros también lo estamos; dispuestos a cualquier cosa. Que Dios esté con nosotros, añade, y se santigua.

Un dedo que va de la cabeza al corazón; del hombro derecho al izquierdo.

Tú sigues sin decir nada.

He dicho que vuelven los rusos, continúa. Que vienen con tanques y cañones. ¿Sabes lo que quiere decir eso?

Reflexionas un instante.

La liberación, murmuras.

Desde la puerta, el Vecino te devuelve una mirada de espanto.

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