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Segunda hora: Geografía » 31. Un plan infalible

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31. Un plan infalible

Esa noche se ahogó otro sapo en la pileta. Sin siquiera detenernos a desayunar, el Enano y yo decidimos poner coto a la situación.

La tentación era construir un coto literal e impedir que los sapos se aproximasen al ojo de agua, una solución tan drástica como efectiva. Pero yo no quería alterar el curso de sus vidas, usurpando el sitial del Destino. La pileta podía ser esencial para ellos y yo no saberlo. ¡Podía estar llena de sus huevos!

Optamos entonces por un camino intermedio, que tenía además el beneficio de la practicidad. Con una tabla de madera que descubrimos en el depósito y un poco de alambre, diseñamos un trampolín que funcionaba en sentido inverso. Así como los trampolines sirven a los hombres para lanzarse al agua, nuestro Antitrampolín serviría a los sapos para lanzarse al aire.

El alambre me sirvió para asegurar la tabla entre los hierros de la escalera. Parte de la tabla, pues, quedaba en el aire. Su otro extremo se hundía en el agua.

Hasta ese entonces, cuando los sapos caían dentro de la pileta morían inexorablemente. Buscaban un punto de apoyo para salir que jamás encontraban, nadando hasta agotarse, chocando contra las paredes para hundirse en el final. El Antitrampolín les otorgaría la salida que hasta entonces no tenían. Si nadaban hasta él, podrían subirse a la madera y respirar y seguir subiendo y llegar al extremo superior del tablón y zambullirse entre los pastos cuando quisieran —y cuantas veces quisieran.

Algunos morirían todavía. No verían la tabla, o no comprenderían su potencialidad. Pero los sapos más afortunados usarían el Antitrampolín y se salvarían, y los más listos de entre ellos grabarían la voz de eureka en sus diminutos cerebros (en esa época yo todavía era lamarckiano) y se salvarían una segunda y una tercera vez y su descendencia ya nacería con ese eureka registrado y sabría qué hacer, qué buscar cada vez que cayese dentro de la pileta que alguna vez fue mortal para sus antepasados.

«Cuando no tenés más remedio que cambiar, cambiás. Me lo explicó la señorita Barbeito. Eso se llama principio de necesidad. Los sapos necesitan cambiar para no morirse. Todo lo que piden es una oportunidad», dije al Enano.

«¿Vos creés que a Dios le parecemos tan asquerosos como los sapos me parecen a mí?», preguntó el Enano.

«Listo», dije, dando el toque final al alambre.

Todo lo que hacía falta, ahora, era tiempo.

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