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Segunda hora: Geografía » 36. Monstruos

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36. Monstruos

Tardamos mucho en dormirnos. Con papá en nuestra habitación y el Enano y yo constreñidos en la misma cama y mamá en garras de la abuela Matilde, la cosa no estaba para relajarse. A oscuras y todo, los ánimos volaban.

«La abuela es insoportable», dije yo.

«¿Te parece?», preguntó papá, que todavía soñaba.

«La abuela tiene la cartera llena de cremas», dijo el Enano. «La abuela se echa Flit en el pelo.»

«¿Y si esperamos que se duerma y la traemos a mamá para acá?», pregunté.

«¿Vos te meterías en la guarida del monstruo?», dijo papá.

«¡Los monstruos no existen!», gritó el Enano, y se arrugó como una pasa a mis espaldas.

«Hay monstruos que me gustan», dije yo. «Frankenstein me da ternura. El Drácula de las películas viejas es cómico. Pero la Momia me da miedo.»

«¿La de Boris Karloff?»

«La de Titanes en el ring. Ana me llevó a ver la película y a la noche dormí con la luz prendida.»

«¡Prendan la luz!», reclamó el Enano.

«Una vez, cuando estábamos en Santa Rosa de Calamuchita, pensé que me había mordido un vampiro», dije yo. «¿No te acordás que te fui a despertar?»

«La verdad que no.»

«Descubrí que tenía algo raro en el cuello, como dos picaduras, una al lado de la otra. La casa estaba a oscuras, todos dormían, se oía el viento…»

«¡Prendan la luz!»

«Y yo te fui a sacudir, papá, papá, me parece que me mordió un vampiro…»

Papá se mataba de risa.

«¡Y no me diste ni bola! ¡Mirá si era cierto!»

«¡Los monstruos no existen!»

«Los monstruos sí existen», dijo papá. «Pero en general no tienen colmillos ni tornillos en el cuello. Monstruo no es el que parece monstruo, sino el que actúa como un monstruo.»

«López Rega», dije yo.

«Por ejemplo.»

«La morsa Onganía.»

«Ese es otro.»

«Y la abuela Matilde.»

«Epa. Hay que matizar un poco.»

«¡La abuela es buena!», protestó el Enano.

«Hay monstruos de primera división y monstruos de las inferiores», dijo papá.

«¡Pero trata mal a mamá!», argumenté.

«Lo cual no significa que no la quiera.»

«Uno no puede querer a una persona y tratarla mal.»

«Estás equivocado. Hay mucha gente que trata mal a las personas que más quiere.»

«Esa gente está loca.»

«¡La abuela no está loca!», dijo el Enano.

«Yo sé que suena ilógico, pero es así», dijo papá. «Hay gente que intenta controlar a los que ama, o hacerlos sentir inseguros de su amor, o inferiores, o indignos. Hacen mucho daño, pero son pobre gente. Tienen miedo de que los abandonen, de que no los quieran.»

«¿La abuela tiene miedo de que mamá la abandone?»

«En algún sentido.»

«Entonces la abuela no la conoce a mamá.»

«En eso estamos de acuerdo.»

«¡La abuela conoce a mamá, estúpido!», gritó el Enano. «¡Si la tuvo adentro!»

Le pregunté a papá por la vida de la abuela Matilde (por lo general uno cree que los abuelos siempre fueron así de viejos) y algo me contó. Lo que entonces me dijo, sumado a lo que averigüé cuando ya vivía en Kamchatka, es lo que refiero a continuación.

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