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Tercera hora: Lenguaje » 43. Lucas tiene novia

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43. Lucas tiene novia

Esa noche me levanté para mear (de paso registré al Enano, pero era tarde: ya había mojado sus sábanas) y casi me mato. Lucas estaba tendido en mitad del camino, adentro de su bolsa de dormir. Como la bolsa le quedaba corta, o él era demasiado largo, la única forma que tenía de meterse del todo era hacerse un bollito. Parecía un canguro bebé (gigante), dentro del marsupio de su (gigante) madre.

Al rodearlo para pasar descubrí que había dejado su ropa sobre una silla. Bajo la luz lunar que se filtraba a través de las persianas, la remera naranja tenía un brillo que no era de este mundo. Me atreví a tocarla. La parte con el dibujo de la moto y la leyenda Jawa CZ se sentía rara, distinta de la tela; su consistencia era gomosa. Yo nunca había visto una remera igual. Hice un esfuerzo para leer lo que decía la etiqueta a la altura del cuello. Made in Poland. ¿Qué había ido a hacer Lucas a Polonia? Era un destino extraño, hasta para aquellos turistas que van a Europa. Uno va a Madrid y a París y a Londres y a Roma, pero ¿Polonia? Hubiese preferido que dijese Made in Transilvania, en todo caso, que por lo menos habría tenido sentido. Lucas sería un Renfield, un discípulo de Drácula que todavía no había sido transformado en vampiro. Pero Polonia era simplemente misteriosa. Sugería espionaje, dobles agentes y música de cítara como la de Anton Karas en El tercer hombre. (Mi dominio de la geografía centroeuropea era por entonces vago, tanto como para confundir Polonia con Austria.) ¿Y qué pensar del bolso celeste con el logo de Japan Air Lines? ¿Cómo podía Lucas ser tan joven y haber viajado tanto? ¿Y por qué elegía siempre esos destinos tan extravagantes? Japón era toda una ocurrencia. No se me ocurría ningún motivo por el cual uno querría ir a Japón, a no ser que fuese James Bond y M lo enviase en una misión y la novela se llamase Sólo se vive dos veces. (El abuelo tenía todos los libros de Ian Fleming en la casa de Dorrego, en ediciones con fotos de las películas en la tapa.) ¿Era Lucas un agente secreto? Y en todo caso, ¿lo sabían papá y mamá, o habían sido engañados de la misma forma que se pretendía engañarme?

Necesitaba saber más.

Y ahí estaba la billetera de Lucas, sobresaliendo del bolsillo trasero de su jean.

Esperé unos segundos (tampoco tantos, porque me estaba meando) para confirmar que Lucas dormía profundamente. Y con delicadeza extraje la billetera del bolsillo.

Poca plata. Ningún documento. Eso era esperable: Lucas protegía su verdadera identidad, y no quería que nadie supiese que su nombre no era Lucas Nomás, o Lucas Loquefuere. Había un par de boletos de colectivo y el programa de un cine de la calle Lavalle. La fecha del programa era de 1973. ¿Por qué guardaba Lucas un programa tan viejo? La respuesta estaba en la película misma: Vivir y dejar morir, con Roger Moore, Yaphet Kotto y Jane Seymour. ¡La primera película en que Roger Moore hizo de James Bond! Lucas conservaba el documento que testimoniaba el inicio de su vocación de espía; era un sentimental.

En ese momento se movió, agitado por un sueño, y yo escondí la billetera a mis espaldas. Cuando uno está a punto de ser descubierto y necesita inventar una explicación, nunca se le ocurre algo sensato. Sólo se me ocurrieron disparates, como decirle que había querido lavarle los pantalones como signo de bienvenida o que buscaba cambio para un billete grande que yo tenía (¡a las tres de la mañana!), pero por fortuna no fueron necesarios. Lucas seguía durmiendo.

Entonces encontré la foto. La chica tenía una minifalda blanca, una camisa negra que se estaba abriendo con ambas manos y enseñaba las tetas mientras me miraba con cariño. Si hacía falta algún indicio para corroborar mis sospechas sobre el espía sentimental que era Lucas, allí estaba. Esa chica podría haber sido chica Bond en cualquiera de las películas. Lucas quería recordarla durante sus misiones y para ello había recurrido a un artilugio que le permitía disimular su romance: la foto estaba en el reverso de un almanaque de 1976 que decía Kiosko Pepe, Santa Fe y Ecuador. Simple y brillante. Los adultos hacen las cosas más extrañas para ocultar su vida amorosa. Tito, el primo de mamá, escondía ejemplares de Adán y Playboy dentro de la pila de Hot Rod y otras revistas importadas de autos. Y papá, que no leía más que libros de Derecho, diarios y la Palermo Rosa donde buscaba datos para las carreras, tenía en el estudio un ejemplar de El amante de lady Chatterley. Si yo no hubiese sido alertado por Bertuccio y su obsesión con los libros para grandes, la presencia de ese libro picante entre los códigos penales me habría pasado desapercibida.

Puse la billetera en su lugar y fui a los saltos hacia el baño. Me corrijo: luché durante una eternidad contra la tentación de quedarme con la foto, decidí que era preferible que Lucas no notase nada raro (en todo caso, podía quitársela cualquier otra noche) y devolví la billetera a su bolsillo. Era mejor así. Lucas no sabría que yo sabía; la ventaja volvía a estar de mi lado.

Alguien debería inventar inodoros con altura graduable. Las mujeres se quejan porque uno salpica, pero embocar allá abajo es más difícil de lo que parece.

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