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Primera hora: Biología » 7. Entra Bertuccio

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Bertuccio era mi mejor amigo. Suena a disparate, pero juro que a los diez Bertuccio leía el

Becket de Anouilh y decía que quería escribir teatro. Yo leí

Hamlet para no ser menos y porque el libro estaba en casa y

Becket no y aunque no entendí nada escribí una adaptación que pensaba actuar con mis compañeros en ese hueco entre la cocina y el patio que podía pasar por un escenario si mamá corría el lavarropas.

Pero yo lo hacía porque quería parecer más grande. Bertuccio lo hacía porque quería ser artista. Bertuccio había leído que un artista cuestiona a la sociedad y desde entonces cuestionaba todo, hasta el precio del boleto escolar y la lógica del usar guardapolvo blanco a la mañana y gris a la tarde y la veracidad de la historia de French, Beruti y las escarapelas. (¿Cómo habían adivinado que Belgrano iba a crear la bandera celeste y blanca? ¿Qué eran, videntes?)

Bertuccio me hacía pasar vergüenza cada dos por tres. Una vez fuimos al cine a ver

Operación oro, que era prohibida para catorce, y nos pidieron documentos en la boletería. Bertuccio dijo que era menor pero que había leído la novela y no había descubierto nada inconveniente o procaz, y dijo también que nadie tenía derecho a prejuzgarlo inmaduro para atender a un espectáculo, y cuando el hombre de la boletería quiso meter baza le espetó que él, mi estimado señor, ya había leído

Becket y

El exorcista y

El amante de lady Chatterley (ciertas partes, al menos) y que eso era más de lo que muchos adultos podían decir, ¿o miento?

En esas circunstancias yo proveía las soluciones. Cuando Bertuccio se cansó de discutir y el boletero de aguantarlo, subimos al primer piso por la escalera de mármol del Rivera Indarte y nos escondimos en el baño. Esperamos que el acomodador picara todos los boletos del pullman y cuando entró con la linterna a ubicar a uno que llegó tarde nos metimos detrás suyo y nos escondimos entre los cortinados. Habremos perdido los primeros quince minutos, pero finalmente vimos la película.

Operación oro era una porquería. Ni siquiera había mujeres desnudas.

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