Kamchatka

Kamchatka


Tercera hora: Lenguaje » 56. Las malas noticias se suceden

Página 63 de 94

5

6

.

L

a

s

m

a

l

a

s

n

o

t

i

c

i

a

s

s

e

s

u

c

e

d

e

n

Apenas entré en la casa entendí que no estaba solo. Seguí moviéndome a cuenta de la inercia del regreso (tirar la valija del colegio arriba de un sillón, dejar que los dedos se posen, inquietos, sobre el botón más alto del guardapolvo), pero la evidencia terminó venciéndome, con la violencia de los bofetones con que las madres nos arrancan de nuestros caprichos. La casa olía siempre a polvo, medias sucias y la cocción de la noche anterior; ahora olía a otra cosa, un olor más dulce y más natural. Sobre la mesa descubrí una revista con la programación de la tele. Nosotros nunca comprábamos esas revistas. Este ejemplar estaba abierto y enseñaba las líneas azules con que una mano había subrayado sus preferencias. Del resto del

living, me perturbaba más lo que no estaba que lo que estaba: alguien había arrasado con las señales de nuestra presencia, las zapatillas que siempre quedaban por ahí, los paquetes de galletitas a medio comer, nuestras revistas y los dibujos del Enano, que desde hacía muy poco incluían halos para todos sus personajes. Las vacas tenían halos. La Superardilla y Morocco Topo tenían halos.

Lo primero que pensé fue que debía ponerlo sobre aviso. El Enano se había quedado afuera, registrando la pileta en busca de sapos muertos. Puede que fuese demasiado tarde para mí, pero todavía había tiempo para prevenirlo: todo lo que tenía que hacer era gritar sálvate tú, porque en la imaginación los momentos dramáticos se viven doblados al español mexicano, como las series. El Enano correría entonces hacia la ligustrina y la atravesaría, saliendo a la calle en el punto que papá nos había enseñado cuando nos preparó para el zafarrancho de combate. Si se decretaba el zafarrancho, las instrucciones decían que debíamos correr rumbo al pueblo y pedirle cobijo al padre Ruiz, que nos ocultaría, quizá en la capilla misma, de acuerdo con la tradición por la que un fugitivo podía asilarse en una iglesia y declararla santuario.

«Hola, amor. ¿Llegaste?»

Mamá apareció desde la cocina, trayendo un cuenquito con flores silvestres entre las manos.

«¿Qué hacés acá?», dije con fuerza, para imponerme a los estruendosos l-l-lup-dups de mi corazón.

«Hoy vine más temprano. ¿Y el gordo?»

El Enano entró en ese momento, como si respondiese a la pregunta. Mamá alcanzó apenas a dejar las flores sobre la mesa antes de que el Enano la sacudiese con su abrazo.

«¡Hola, bichito! ¿Cómo te fue?»

«¡Ncstnjbn!», respondió el Enano, que todavía tenía la cara hundida en la panza de mamá.

«¿Cómo?»

«Necesito un jabón. ¡Vamos a hacer estatuas con jabón!»

«Qué bien. ¡Compré leche!»

Esas fueron palabras mágicas. El Enano hizo la versión abreviada de su bailecito celebratorio y salió corriendo rumbo a la cocina.

«¡Esperá que la abro yo! ¿Y a vos cómo te fue?», dijo mamá, volviendo su atención hacia mí.

Yo me encogí de hombros y fui tras ella, que marchaba detrás del Enano.

«¿Y mi revista de Superman?»

«Está en tu cuarto, como corresponde.»

«¿Y mis zapatillas?»

«¿Te fijaste en el placard?»

«Nunca están en el placard.»

«Ahora sí.»

Mamá arrebató el sachet de leche de manos del Enano y le arrancó una punta con los dientes, escupiendo el plastiquito dentro de la pileta. Eso me tranquilizó. Durante un momento había temido que la hubiesen reemplazado por un Invasor, una copia idéntica en su exterior pero adicta a actividades maternales típicas como limpiar la casa, guardar las cosas en su lugar y decorar con flores.

«Dan una película que quiero que veas. El lunes. Por la tele», dijo, mientras encajaba el sachet en su soporte de plástico y lo entregaba, ahora sí, al Enano.

«¿Qué película?

¿La novicia rebelde?»

Pregunta incorrecta. Mamá todavía no se había recuperado de la decepción que le produje cuando me llevó al cine a verla. Me dormí. Y bueno, che.

«El Nesquik se hace así», dijo el Enano, que amaba explicar el proceso mientras lo preparaba como si fuésemos novatos en la materia.

«¿Una de terror?», insistí. La última vez que mamá me había mostrado una película por la tele fue

Marcelino Pan y Vino.

«No, estúpido.»

«Ponés tres cucharaditas», dijo el Enano, cargando el vaso de piquito con el polvo marrón.

«Se llama

Picnic

Una película sobre un picnic. ¿Podía concebirse algo más aburrido?

«No es aburrida», dijo mamá, que me leía la mente, o al menos la cara. «Tiene una música preciosa. Y también hay peleas, como te gusta a vos.»

«Después tirás la leche desde acá arriba.»

«¿Trabaja alguien conocido?»

«William Holden. El de

El puente sobre el río Kwai

El puente sobre el río Kwai era aburrida. (Lo era entonces. Después mejoró.) Además terminaba mal (en esto no cambió), y a mí no me gustan las historias que terminan mal. (En esto yo tampoco cambié.)

«El de

Stalag 17», dijo mamá, que no era de resignarse fácilmente.

Stalag 17 estaba buena. Era de unos tipos que se escapan de un campo de concentración. Me gustan las historias con escapes.

«Y después revolvés, pero no mucho, porque se le van los grumitos. Los grumitos son la parte más rica», dijo el Enano y dio su primer sorbo.

«¿Lucas?»

«Vuelve a eso de las siete, dijo. Hoy me echaron del laboratorio. ¿Te alcanzo un vaso?»

Asentí mecánicamente.

Mamá bajó un vaso de vidrio de la alacena y me lo puso adelante.

«Estaría bueno ir al campo para el cumpleaños de tu abuelo. ¿A vos qué te parece?», dijo, mientras buscaba otra cucharita en un cajón. El Enano nunca prestaba la suya. Le gustaba tomar el Nesquik con la cucharita adentro del vaso.

«¿Papá quiere?», pregunté yo, desconfiando.

«Lo puedo convencer. Después de todo, es su padre. No se puede hacer el boludo.»

«Dijiste boludo», hizo notar el Enano.

«Yo lo puedo decir porque yo soy yo», dijo mamá, en un alarde pedagógico.

«Vos podés decir boludo porque sos grande.»

«Y vos no podés decir boludo ni siquiera repitiendo lo que yo dije. No te hagas el vivo.»

«¿Cómo que te echaron?»

Mamá me miró de reojo, con una mezcla de rencor y de admiración, parapetándose detrás de una cortina de humo. No le gustaba que la hiciese hablar de un tema que prefería obviar, pero reconocía mi habilidad. Como ella acababa de decirle al Enano que no se hiciese el vivo, yo, con mi pregunta, la puse entre la espada y la pared; estaba obligada a no hacerse la viva ella tampoco.

«Me echaron y punto.»

«¿Por qué? ¿Eras un desastre en el laboratorio?»

«Soy magnífica en el laboratorio. Soy magnífica profesora, también, así como soy magnífica madre.»

Ruidito de azúcar entre los dientes del Enano; una forma de aprobación.

«En la cocina sos un desastre.»

«Nadie puede hacerlo todo bien.»

«¿Y entonces por qué?»

«Política.»

En ese instante pasó un ángel. Según la abuela Matilde, cuando se hace un momento de silencio es que pasa un ángel. Y el Enano gritó:

«¡Mirá, mamá, mirá!»

Le enseñaba su vaso. El piquito se había roto, quedando unido al vaso apenas por una hebra de plástico.

«Eso es de tanto morderlo, boludo», dije.

«Vos tampoco te avives.»

«¡Me dijo boludo!»

«¡No repitas!», lo retó mamá, pero sin convicción. El Enano estaba dolido de verdad y no quería cargarle más las tintas.

Nos quedamos así, los tres, contemplando el vaso, el Enano abrazando a mamá y yo apoyado sobre los dos, la columna del templo que se ha derrumbado contra un muro. No había mucho que decir. Arreglarlo era imposible. Y comprar otro, aunque fuese otro igual, era impensable. Mi hermano jamás había aceptado el concepto de la producción en cadena. Para él no había dos objetos iguales. Por lo general evitábamos dejar la decisión de una compra en sus manos, porque podía pasarse media hora comparando tiki-takas que nosotros veíamos idénticos. Le decíamos de todas las formas posibles que no diera tantas vueltas, que los tiki-takas eran iguales, y él porfiaba que no. Lo más gracioso era que en privado mamá admitía que el Enano tenía razón. La ciencia estaba de acuerdo con él. Aunque a simple vista lo parezcan, no hay dos vasos iguales. No hay dos autos iguales. No hay dos lámparas iguales, ni dos rejas iguales, ni dos momentos iguales.

Ir a la siguiente página

Report Page