Kalashnikov

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Capítulo 23

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Capítulo 23

La Vignette Haute, en el pueblecito de Aribeau Sur Signe, a diez minutos en coche de Grasse y veinte de Niza, se había convertido en uno de los restaurantes predilectos de las estrellas de cine que acudían cada año al Festival de Cannes, lo cual significaba que durante los diez o doce días que solía durar resultaba casi imposible conseguir mesa ya que constituían legión quienes anhelaban sentarse cerca de sus héroes de la pantalla.

La cocina era excelente, el servicio impecable, las vistas sobre la costa fabulosas, el perfume de las flores embriagador, el ambiente a medio camino entre rural y romántico y los precios ciertamente astronómicos, pero ese último detalle no preocupaba en absoluto a unos clientes que consideraban, y con cierta razón, que encontrarse en semejante lugar en semejantes fechas constituía una especie de certificado de que habían alcanzado la cima del mundo.

Presidiendo una larga mesa a la que se sentaban casi una treintena de hombres y mujeres de los que ocupaban casi a diario las páginas de las revistas y los noticieros de televisión, Beltran Buyllett, también conocido en el mundillo del espectáculo como BB, tenía sobrados motivos para sentirse orgulloso puesto que aquella misma tarde su última película había sido muy bien recibida tanto por el público como por la crítica al ser proyectada en la Sección Oficial del Festival.

Estaba convencido de que no era del tipo de comedias a las que se les acostumbrara a conceder la Palma de Oro, pero con un poco de suerte y moviendo los hilos apropiados tal vez podría aspirar al premio a la mejor actriz, lo cual no estaba nada mal para un productor que tan sólo llevaba cuatro años en la profesión.

Y es que desde muy niño a Beltran Buyllett le había apasionado el ambiente del cine, pasión que fue creciendo con el paso del tiempo.

Encontrarse por tanto allí, en La Vignette Haute un sábado de Festival, rodeado por «sus actores», «su director», «su guionista», sus mejores amigos y una docena de mujeres espléndidas, le obligaba a considerarse feliz y orgulloso por el largo camino recorrido.

Todo transcurría según había imaginado desde hacía años, hasta que a los postres se le aproximó un camarero con el fin de entregarle un sobre de parte de «la bella señorita que está cenando sola en la última mesa del jardín».

Cuando un productor de cine de mediana edad recibe una nota de una bella señorita que cena sola suele presuponer que se trata de un número de teléfono y una interesante propuesta, pero en esta ocasión no fue así; Beltran Buyllett dedicó una distraída ojeada al papel que contenía el sobre y de improviso tuvo la sensación de que la montaña en cuya cima creía encontrarse se rajaba con el fin de enviarle a un abismo sin fondo.

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Evidentemente no se trataba de un nombre y un número de teléfono, sino una fecha y la matrícula de un vehículo.

Dedicó un par de minutos a un casi inútil intento de serenarse, abandonó la mesa pidiendo disculpas a sus invitados, se dirigió al baño, y allí releyó una y otra vez la nota como si le costara un supremo esfuerzo admitir que una serie de números sin una sola palabra fueran capaces de arruinarle la mejor noche de su vida.

Orinó como si con ello descargara parte de la tensión que se le había acumulado en la boca del estómago y se dirigió, fingiendo una serenidad que no sentía, a la alejada mesa del jardín que se encontraba casi en penumbras y en la que una muchacha de peluca rubia que ocultaba los ojos tras unas enormes pero elegantes gafas ahumadas se sentaba de cara al paisaje y de espaldas al resto de los comensales.

—¿Qué demonios significa esto? —inquirió roncamente.

—Lo sabe muy bien… —fue la suave respuesta—. Siéntese y tranquilícese porque no he venido a hacerle chantaje ni a intentar sacar provecho de lo que sé. —¿Ah, no?— se sorprendió BB mientras se acomodaba en la silla que le indicaba la desconocida—. ¿Qué significado tiene entonces esta nota?

—Tan sólo sirve para recordar que hace doce años, en esa fecha, tres desconocidos asaltaron el furgón blindado a que corresponde esa matrícula llevándose casi cuatro millones de euros y dejando tras ellos los cadáveres de dos transeúntes y un guarda malherido. Aún continúa en silla de ruedas.

—¿Me está acusando de haber tomado parte en un atraco a mano armada?

—¡En absoluto! No soy quién para acusar a nadie, pero tengo pruebas de que los fusiles de asalto que se utilizaron en dicho asalto pertenecían a una partida de cuatrocientos que habían sido enviados a los rebeldes del Chad.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —inquirió en un tono de fingida inocencia o indignación Beltran Buyllett.

—Que en nuestros archivos consta que usted era el encargado de transportarlos hasta el Chad y curiosamente faltaban tres cuya numeración coincide con los que abandonaron los atracadores.

—¿Sus archivos…?

—Los de la empresa para la que trabajo y para que trabajaba usted por aquellas fechas: la AK-47.

—¡No es posible! —protestó el otro cada vez más nervioso—. AK-47 era una persona, no una empresa.

—Los tiempos cambian —replicó sin inmutarse Orquídea Kanac inclinando la cabeza con el fin de observarle mejor por encima de las gafas—. ¡Y mucho! Hace doce años usted era el desesperado cabecilla de un pequeño grupo de atracadores, mientras que ahora se ha convertido en el presidente de seis importantes empresas, entre ellas una productora de cine que en realidad no es más que una gran máquina de lavar el dinero que le proporcionan los asaltos y el tráfico de drogas…

Se diría que el furibundo acusado estaba a punto de alzar al brazo y golpear a su compañera de mesa, pero se contuvo con un sobrehumano esfuerzo, se cercioró de que nadie parecía estar pendiente de sus palabras y al fin masculló casi con un susurro aunque mascando las palabras:

—¿Cómo se atreve…?

—Me atrevo porque no es más que la verdad.

—Una fecha y un número de matrícula no prueban nada.

—Entienda que no tenemos el menor interés en probar nada ante ningún tribunal. Pero en esta hoja encontrará anotados los números de sus cuentas secretas en bancos suizos y panameños… —La muchacha le alargó un papel mientras sonreía beatíficamente—: Si esos datos llegaran a manos inadecuadas se pasaría lo que le queda de vida en la cárcel y le garantizo que no sería mucha vida, porque sus socios se preocuparían de silenciarle. Saben que sabe demasiado.

—¿Y qué es lo que pretenden con todo esto?

—Dos cosas: la primera, que se ocupe de que nadie, ¡absolutamente nadie!, asalte a partir de hoy mismo ninguna vivienda al norte de la autopista y en la franja comprendida entre Niza y San Rafael.

—¿Y cómo cree que puedo conseguirlo?

—Advirtiendo que quien lo haga se enfrentará a su organización, que me consta que es una de las más poderosas de la región. Los «ojeadores», los chivatos, los receptores de objetos robados y todos los hampones de la costa deben tener muy claro que se trata de «un territorio vedado» que se encuentra bajo su especial protección.

—¡Pero me está pidiendo una tarea imposible!

—Imposible o no es su problema… —señaló ella con manifiesta indiferencia—. Desde este momento se ha convertido en el «guardián en la sombra» de un buen número de hogares de gente muy rica que lo único que desea es disfrutar de lo que tienen sin sobresaltos. Y entre ellos se encuentran algunos de los dirigentes de la AK-47. Al primer atraco revelaremos la existencia de esas cuentas secretas y resultará inútil que intente llevarse el dinero a otra parte porque sabemos cómo seguirle el rastro; al segundo le contaremos a la policía cómo se las ingenia para lavar tanto dinero por medio de la productora, y al tercero se encontrará con una acusación de asalto a mano armada con el resultado de dos asesinatos.

—No se atreverían a hacer eso.

—Sí que nos atreveríamos… —aseguró su interlocutora segura de lo que decía—. Si trabajó durante años para AK-47 sabe muy bien cómo actúa. No nos gusta molestar pero tampoco nos gusta que nos molesten; contenga a su gente y todo seguirá como hasta ahora.

Beltran Buyllett había llegado «a la cima» porque tenía muy claro cuándo se encontraba en una posición dominante y cuándo tenía las de perder. De igual modo le constaba, por el hecho de haber trabajado durante años para AK-47, que quienesquiera que fuesen los que controlaban dicha organización eran tan astutos y prudentes que nunca nadie había conseguido desenmascararles, por lo que no sería él quien lo lograra. A la vista de ello decidió obrar con lógica, limitándose a mascullar de mala gana:

—¡Está bien! Haré lo que pueda.

—Con eso no basta, pero sabe muy bien lo que se juega: tres fallos y se acabó.

—¡Le he dicho que haré lo que pueda! No soy Dios.

—Pues hace un momento, presidiendo aquella mesa, lo parecía… —Orquídea Kanac sonrió de una forma realmente seductora al añadir—: Aún hay otra cosa.

—¡Vaya por Dios! ¿Y es?

—Que nos encontramos en disposición de blindar todas las operaciones que realice a través de Internet a cambio de una pequeña comisión. —Hizo una corta pausa con el fin de que su interlocutor asimilase lo que trataba de hacerle entender y por fin insistió—: Le garantizamos que nadie conseguirá acceder a sus sistemas informáticos con la misma facilidad con que nosotros lo hemos hecho.

—¿Y cómo consiguieron ese acceso? —quiso saber evidentemente escamado el productor de cine—. Porque la verdad es que me sorprende; tenía entendido que mi gente era muy buena en ese aspecto.

—No importa lo buena que sea —le hizo notar su acompañante—. Cometió el error de mantener operativas las cuentas a las que le enviábamos los pagos cuando hacían transportes para nosotros, por lo que al disponer de esos datos conseguimos seguirle el rastro a su dinero… —La dueña de L'Armonia hizo una corta pausa antes de añadir—: La informática e Internet se han convertido en herramientas imprescindibles, pero al depender tanto de ellas corremos el riesgo de quedarnos con el culo al aire.

—Empiezo a darme cuenta.

—¿Ha oído hablar de «La Muralla China»?

—He estado en ella.

—No me refiero a la de piedra, sino a la otra; la que actúa en Internet.

—Tengo una ligera idea.

—En ese caso sabrá que quien se refugia tras esa impresionante e impenetrable muralla invisible vive seguro.

—Eso es lo que tengo entendido, pero por lo que me han dicho si no eres chino resulta imposible penetrar en ella.

—Nosotros disponemos de una clave de acceso, y por lo tanto le puedo proporcionar seguridad. —Orquídea Kanac hizo una nueva pausa tal como acostumbraba cuando deseaba que su oponente se fuera preparando para lo que vendría a continuación y acabó por preguntar como si la propuesta careciera de importancia—: ¿Se le antojaría excesivo invertir un dos por ciento de sus ganancias en la consecución de una absoluta seguridad?

BB meditó unos instantes, dirigió una mirada a la mesa en la que se encontraban sus amigos y que debían de estar preguntándose por las razones de su prolongada ausencia, sopesó en todo su valor la interesante propuesta y concluyó por asentir con un discreto ademán de la cabeza.

—¡No! No se me antojaría excesivo si me garantizaran el blindaje de todos mis sistemas informáticos tras esa famosa «Muralla China».

—¿Le basta la palabra de AK-47?

—Siempre me ha bastado.

—En ese caso vuelva con sus amigos a celebrar el éxito de su película; y si nos abona ese dos por ciento disfrutará tranquilamente del resto mientras viva. ¿Es un acuerdo?

—Es un acuerdo.

—¡Que se divierta!

—Lo mismo digo…

Beltran Buyllett se dispuso a presidir de nuevo la mesa de invitados, avanzó hacia ellos golpeándose las manos con gesto de satisfacción a la par que sonreía de oreja a oreja a cuantos le observaban con cierta perplejidad, pero en el momento en que tomó asiento y alzó la vista hacia el rincón del jardín, descubrió que la inquietante muchacha de la peluca había desaparecido.

Alzó su copa dispuesto a pronunciar un brindis puesto que las cosas habían salido bastante mejor de lo que en un principio había imaginado en el justo momento en que quien tal mal rato le había hecho pasar penetraba en el automóvil en que Supermario la esperaba.

—¿Cómo ha ido? —quiso saber éste mientras enfilaba la serpenteante carretera que les llevaría hasta Grasse.

—Podría haber sido mejor.

—¿Cuál es el problema…? —quiso saber el italiano.

—Ninguno… —se limitó a replicar su pasajera mientras ensayaba un leve mohín de disgusto—. Pero sospecho que si le hubiera apretado las tuercas habría conseguido sacarle a ese cretino un cuatro en lugar de un mísero dos por ciento.

—¡Por los clavos de Cristo, pequeña! —no pudo por menos que escandalizarse quien parecía a punto de perder el control del vehículo en una carretera estrecha, oscura y sinuosa—. ¿Es que no te das cuenta de que estás extorsionando a uno de los principales criminales del país?

—No le estoy extorsionando; le estoy protegiendo —puntualizó ella—. Y ve más despacio porque vas a conseguir que nos matemos… —Aguardó a que su acompañante se serenase reduciendo la inapropiada velocidad dado lo accidentando del terreno antes de añadir—: Y ten muy presente que Beltran Buyllett se sabe mucho más vulnerable que quienes nunca han cometido un delito porque cuando la gente honrada da un paso en falso tan sólo paga las consecuencias de ese paso, mientras que un paso en falso de un delincuente habitual arrastra tras de sí todos los malos pasos que dio con anterioridad.

—¿Lo sabes por experiencia o es que has hecho un curso intensivo sobre delincuentes? —masculló el italiano con manifiesta ironía.

—He estudiado lo suficiente como para distinguir entre aquéllos a quienes les gusta cometer crímenes porque está en su naturaleza y aquellos que tan sólo infringen la ley porque lo que les interesa es el dinero. Y Buyllett es de estos últimos; he hurgado en su vida, he leído muchos correos electrónicos que ha enviado durante los últimos meses y estoy convencida de que lo único que ansia es convertirse en un gran productor de cine.

—Eso es lo que nos gustaría a todos…

—Lo supongo ya que debe de ser un trabajo divertido e interesante. También supongo que Buyllett hubiera preferido conseguirlo honradamente, pero como no fue así vive aterrorizado por la idea de que su pasado le arrebate el hermoso juguete que tiene entre las manos.

Ninguno de los dos volvió a pronunciar palabra hasta que llegaron al porche de L'Armonia, pero una vez que hubieron tomado asiento con sendas copas de coñac en las manos, él inquirió:

—¿Te das cuenta de que un dos por ciento de los negocios de Buyllett significan una fortuna?

—Por lo que he entresacado de sus cuentas calculo que nos proporcionará unos cinco millones al año —admitió ella guiñándole un ojo—. Y el treinta por ciento es tuyo.

—Con eso me basta —admitió él.

—Tendrás más.

Mario Volpi la miró de reojo temiendo lo peor al inquirir en tono de manifiesta preocupación:

—¿Pretendes decir con eso que no dejaremos el negocio de las armas?

—¡Naturalmente!

—¿Es que te has vuelto loca? —le espetó sin el menor reparo—. Si Buyllett paga, y estoy seguro de que lo hará porque le conviene, podrás vivir con toda comodidad el resto de tu vida. ¡Total, para lo que gastas sin salir de casa…!

Orquídea Kanac paladeó muy despacio su bebida, permaneció largo rato con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados y, cuando su interlocutor comenzaba a preguntarse si se habría quedado dormida, musitó quedamente:

—Tengo planes; grandes planes, y para llevarlos a cabo necesito ese dinero.

—¿Grandes planes? —se alarmó su único amigo—. ¡Me asustas! ¿En qué demonios estás pensando ahora?

—En comprar la vieja fábrica de los Guitay, modernizarla, crear mi propia marca y lanzar un nuevo perfume.

El italiano parecía no poder creerse lo que estaba oyendo puesto que sin duda se le antojaba un auténtico disparate.

—¿Un nuevo perfume? —repitió—. ¿Quién necesita en estos tiempos un nuevo perfume? ¡Existen miles de perfumes!

—Ninguno como éste.

—¿El que llevas puesto? —quiso saber él—. Es muy suave, pero lo percibí en cuanto subiste al coche.

—¿Y qué opinas?

—Que es agradable pero extraño.

—Lo sé… —admitió la muchacha—. ¿Pero te gusta o no te gusta?

—Me gusta, aunque no me parece apropiado para ti.

—¿Y para ti?

—Tampoco.

—¡Gracias!… —señaló ella volviéndose a mirarle a los ojos al tiempo que sonría visiblemente satisfecha—. Es lo que estaba deseando que dijeras: que se trata de un aroma suave, agradable, distinto a todos y sobre todo neutro; es decir, un perfume que lo mismo podrían utilizar los hombres que las mujeres pero que probablemente ningún hombre ni ninguna mujer usaría nunca.

—¿En ese caso quién va a comprarlo? —masculló un casi furibundo Supermario—. ¡Cuando yo digo que cada vez estás peor de la cabeza…!

—No se trata de ganar dinero; lo que pretendo es demostrar que una mujer sin familia, con un único amigo, que no sale apenas de su casa, que ve el mundo a través de una pantalla y no tiene el menor escrúpulo a la hora de traficar con armas o asociarse con individuos de la peor calaña puede conseguir algo que nadie ha conseguido a lo largo de los siglos.

—¿Y es?

—Facilitar una nueva forma de relación a quienes más lo necesitan.

—No entiendo a qué demonios te refieres… —protestó un Mario Volpi que comenzaba a impacientarse con lo que se le antojaba una conversación carente de sentido—. O me lo aclaras, o me voy a dormir porque estoy hasta el gorro de escuchar sandeces.

—Respóndeme antes una sencilla pregunta… —rogó ella a la par que le colocaba la mano sobre el antebrazo como si pretendiera impedir que abandonara su butaca—. ¿Quiénes no pueden relacionarse con sus iguales que se encuentran en las proximidades porque no saben que están allí?

El que fuera durante casi treinta años contable y mano derecha de Julius Kanac observó perplejo a la hija de su difunto jefe, arrugó el entrecejo en lo que parecía significar un supremo esfuerzo o un desesperado intento por averiguar a qué o quién se estaba refiriendo, y concluyó por encogerse de hombros aceptando su derrota mientras replicaba.

—Nunca he sido bueno para los acertijos.

—Pues no es difícil, querido; nada difícil —le hizo notar ella con una nueva sonrisa esta vez mucho más amplia—. Los únicos seres humanos que pueden cruzarse con un igual en la calle y compartir la misma sala, el mismo restaurante o el mismo autobús sin advertirlo, son los que suelen tener más aguzado el sentido del olfato y distinguir con mayor nitidez los olores debido a que les falta un sentido esencial: el de la vista.

—¿Te estás refiriendo a los ciegos?

—¡Exactamente! A lo largo de la historia los invidentes se las han ingeniado a la hora de comunicarse por medio del tacto, a lo que el sistema braille contribuyó de forma primordial; también han progresado de modo increíble en todo lo que se refiere al oído ya que utilizan más que nadie la radio y el teléfono, pero a mi modo de ver no han progresado de igual modo en lo que se refiere al olfato.

—En eso puede que tengas razón.

—La tengo; recuerdo que en el pueblo vivía un perfumista ciego, una «nariz» excepcional que era capaz de reconocer a casi todos los vecinos de Grasse por su olor, pero ni siquiera él hubiera sido capaz de distinguir el aroma que desprenden todas las personas de este mundo, por lo que no hubiera conseguido señalar cuál de ellas era igualmente invidente.

—¿Y crees que con un perfume exclusivo lo hubiera logrado?

—Sin duda; mi idea es «facilitar» a las asociaciones de ciegos esta nueva esencia a bajo coste e intentar convencerles de las ventajas que proporcionaría a sus miembros el hecho de descubrir de forma sencilla y natural que en las proximidades se encuentra alguien con quien tienen mucho en común.

A Supermario no le quedó más remedio que asentir con la cabeza antes de apurar por completo su copa y comentar:

—Admito que es muy posible que de ese modo se facilitase una relación más fluida entre ellos; el primer paso para una comunicación estriba en reconocerse mutuamente distinguiéndose del resto de cuantos les rodean.

—Veo que empiezas a entenderme.

—Soy malo para los acertijos, pero no estúpido; admito que ése sería el mejor destino que se le podría dar al dinero de un hijo de perra como Beltran Buyllett, pero insisto en que no sería mala idea aprovechar la ocasión para retirarse del negocio de las armas.

—Como tú mismo dijiste, querido, mientras exista quien fabrique armas existirán quienes las vendan. Los gobiernos, incluso los más progresistas, no tienen el menor reparo a la hora de promover y proteger su industria armamentista, por lo que hasta que no cambien su actitud no cambiaré la mía. La única diferencia estriba en que una pequeña parte del dinero que obtenga vendiendo armas lo utilizaré en ayudar a los invidentes.

—Suena a disculpa.

—La mayoría de las personas que conozco se pasa media vida disculpándose ante los demás —fue la firme respuesta—. Y como para mí «los demás» no existen queda muy claro que no hago esto por altruismo, sino porque me apetece hacerlo de la misma forma que podría apetecerme pintar la casa de color rosa o alargar la piscina.

—Yo no lo veo de ese modo… —intentó defenderse el otro—. Más bien creo que…

Orquídea Kanac le interrumpió con un gesto, dejó la copa sobre la mesa y se irguió en su asiento con el fin de colocarse a un metro frente a él al tiempo que le apuntaba directamente con el dedo.

—¡Escúchame bien y no pierdas el tiempo creyendo nada ni imaginando nada! —dijo en un tono de una acidez desacostumbrada en ella—. Mis padres me lo dejaron claro al suicidarse y he acabado por aceptar la cruda realidad: todo lo que hago es por mí, y nada más que por mí. Me gusta vivir en L'Armonia, tener una bodega con los mejores vinos, y jugarme el dinero al póquer a través de Internet. Me encanta comunicarme con miles de personas que se encuentran en los lugares más impensables y a las que puedo ver como si se encontraran donde tú estás. Si me interesa lo que dicen las escucho, si me aburren aprieto una tecla y desaparecen para siempre.

Disfruto al sentirme protegida por una Muralla China y comprender que los demás son vulnerables a mis ataques mientras por otro lado la televisión me proporciona cine, teatro, ópera, magníficos documentales y las noticias minuto a minuto… ¿Qué más puedo desear?

—Amor.

—¿Te refieres a una relación sentimental con una pareja estable, al amor maternal, o tal vez estás pensando en las simples necesidades sexuales?

—A todo.

—Con respecto al amor maternal, dentro de un año me habré convertido en la primera «madre virgen» de la historia; incluso pediré que me practiquen la cesárea con el fin de que mi virginidad perdure hasta que la devoren los gusanos. En lo referente a necesidades sexuales no tengo problemas: cada noche me masturbo, me quedo relajada y duermo como un ángel… —Orquídea Kanac alargó el dedo con el fin de apretar levemente la nariz de aquél a quien había considerado desde niña un tío carnal al añadir—: En cuanto a las relaciones de pareja, he descubierto que quien necesita una pareja es porque no se basta a sí mismo, y no es mi caso.

—Ésa es una de las declaraciones de presunción y egolatría más descaradas que haya escuchado nunca.

—De nuevo te equivocas, querido; el ególatra se considera superior, por lo que necesita que los demás le admiren; yo no me considero superior; tan sólo soy diferente. Y desde luego en absoluto admirable; más bien despreciable puesto que lo único que me importa soy yo y la maravillosa torre de marfil que estoy consiguiendo construirme… —Se encogió de hombros en un gesto con el que pretendía evidenciar que en aquel punto daba por concluida la larga conversación—. Pero eso es lo que hay.

—Pues no es como para sentirte orgullosa.

—¿Y qué es lo que pretendes? ¿Que además de vivir como vivo a base de traficar con armas me sienta orgullosa? ¡Por los clavos de Cristo, Mario! Sería injusto para con los miles de millones de seres humanos que viven en la más absoluta miseria.

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