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Luther King y el ciclo de sueños sin cerrar

Memphis, Tennessee, abril de 1968. Un tiro asesino acaba con la vida de Martin Luther King. Uno solo, ensordecedor. Tenía 39 años y esa bala cambió su destino y el de muchos más. Aquel disparo impactó el cuerpo del reverendo y a la vez dejó malherido al movimiento que él encabezaba. Más de cinco décadas después, deberíamos preguntarnos ¿qué clase de historia aprendemos si se repiten actos como este? 

El ciclo sin cerrar comienza cuando un niño lacerado por los grilletes de la discriminación, odia –odia al blanco–. Pero la familia de MLK, de inspiración cristiana, le mostró que el odio no puede expulsar al odio: solo el amor puede hacerlo. Su alma creció. Evitó el fundamentalismo y estudió a Platón, Nietzsche, Thoreau y Gandhi. 

Ya hablaba de socialismo en sus cartas de amor. Entendía que la libertad nunca la concede voluntariamente el opresor. Tiene que ser exigida por el oprimido, al incumplir –como una responsabilidad moral y no desde la anarquía– las leyes injustas, sin llegar a la violencia. 

Aun así, lo tildaron de extremista por no aguardar el momento ‘oportuno’. Pero esa “espera” ha significado casi siempre lo mismo que “nunca”. Un joven negro masacrado y la valía de Rosa Parks, demostraban la urgencia de un movimiento reivindicador. King, con solo 26 años, se volvió la cabeza. Marchó sobre Washington y denunció la deuda de la nación con los afroamericanos. Por años predicó, sufrió cárcel y atentados contra su vida y su familia; pero el amenazado lideraba la resistencia. Buscó exponer el tumor de una sociedad enferma y extirparlo mediante una acción poderosa, organizada y persistente.

En Selma, 1965, de nuevo la brutalidad policial enciende la lucha. El ya premio Nobel de la Paz lidera entonces otras marchas que terminan ensangrentadas por perros que hincan sus colmillos en hombres inermes. Pero lo siguen. Entre los manifestantes están Amelia Boynton y Malcolm X, quienes lo siguen porque ven en él un generador de cambio. Le temen los tibios y acomodados –blancos y negros–; lo odian enemigos muy poderosos. 

Hacia 1967 las revueltas son recurrentes. Cerca de 11 000 estadounidenses van a morir ese año en Vietnam. King se alza como David contra el triple gigante del racismo, el militarismo y la explotación económica. Entiende que las tensiones son entre la justicia y la injusticia. Habla a los desposeídos de ambas razas sobre el fin de la guerra, los oscuros negocios de la industria armamentista y el surgir de un movimiento de desobediencia civil a nivel nacional que transformara la sociedad orientada hacia las cosas, en otra orientada hacia las personas. 

En la primavera del 68 ya prepara la Marcha de los Pobres sobre Washington. Exige lo mínimo: 30 mil millones de inversión federal para hacerle la guerra a la pobreza bajo el lema “¡Arrepiéntete, EEUU!” .

En Memphis, ese mismo año, su vida se convertirá en una historia inacabada, un ciclo sin cerrar. Avanzar supone recordar las enseñanzas de este líder, cerrar el ciclo. Luego Elvis Presley escribiría en esa ciudad “If I can dream”, una canción que compuso sin poder aguantar el llanto mientras veía las noticias. La sensación de desamparo y el rencor desatarían motines en todo el país, los peores de todos los tiempos… hasta ahora. 

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