Julia

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AL día siguiente, llegó un ramo de flores, pensamientos morados y dorados, para Julia, junto con una encantadora nota de lord Carlyle. Mientras ella aceptaba el ramo que Smathers le entregaba y se lo llevaba a la nariz para aspirar profundamente la fragancia de las flores, Sebastian cruzó la puerta principal.

Iba vestido para cabalgar, con una severa chaqueta negra que resaltaba el rubio platino de su cabello, calzas de montar y un par de botas muy brillantes. Llevaba en la mano una fusta con mango de plata, que entregó junto con el sombrero al lacayo que le abrió la puerta. Por el cabello revuelto y el saludable color que tenía en las mejillas, era evidente que volvía de un galope matutino.

Entrecerró los ojos al verla, que lo miró con un placer que no supo disimular; incluso con el ceño fruncido como estaba en ese momento, resultaba lo suficientemente atractivo como para hacer que se le detuviera el corazón. Julia recorrió con los ojos las perfectas líneas de su frente y su barbilla, su recta nariz, su severa boca con el labio inferior un poco más carnoso, sus amplios hombros, sus estrechas caderas y sus largas y musculosas piernas, y luego volvió a encontrarse con aquellos ojos azul celeste. Sin embargo, en ese momento eran mucho menos celestes, oscurecidos como estaban por la irritación.

—Vaya, veo que ya han empezado a llegarte regalos de admiradores. —La suavidad de su voz no escondía un toque de sarcasmo—. Me sorprende que hayas tenido tiempo de hacer conquistas en tan poco tiempo. Trabajas muy rápido, ¿no?

—Me las envía lord Carlyle. Lo conocí ayer por la noche. —Olió de nuevo las flores aterciopeladas, fingiendo no notar que él estaba molesto, luego se las tendió para que las viera bien—. ¿A que son preciosas?

—Sí, mucho. —Su voz era aún más seca que antes.

Sebastian la recorrió con la mirada. Se distrajo un rato contemplando la blancura de la piel del escote, que contrastaba con el lila pálido del vestido, ribeteado con cintas de un lila más oscuro. En los ojos del hombre había una inseguridad que no le era muy propia, y Julia se alegró de verla. Ella lo alteraba, lo sabía. Y también sabía que eso le ponía furioso.

—¿Has desayunado? Si no, hazlo conmigo. Quiero hablar contigo, y éste parece un momento tan bueno como cualquier otro. —Incluso invitándola, el tono de Sebastian resultaba de lo más seco.

—He tomado chocolate, pero siempre puedo comer un poco más. —Julia le guiñó el ojo, sin hacer ningún caso del mal humor de Sebastian. En todo caso, lo agradecía. No era muy propio de él mostrar algo tan humano como la irritabilidad.

—Si no dejas de comer como si esperases que llegara mañana una hambruna, engordarás —le advirtió él en un tono amargo, y le hizo un gesto para que le precediera por la escalera hacia la sala del desayuno. Un susurro de faldas con cierto garbo en su dirección fue la única respuesta que recibió.

El desayuno se lo servía cada uno, y el conjunto de platos dispuestos sobre la mesa de servicio era sorprendente, sobre todo si se tenía en cuenta que Sebastian era el único miembro de la familia que solía levantarse lo suficientemente temprano como para consumirlo. La condesa y Caroline siempre permanecían en sus aposentos hasta el mediodía, y Julia solía desayunar en su habitación el chocolate dulce y los bollos que tanto le gustaban. Pero, sólo por ser sociable, se sirvió unas tostadas y algunos encurtidos, además de un poco de bacón. Eso más una taza de té, junto con todo el chocolate y los bollos que se había tomado antes, era más que suficiente para un desayuno.

—¿Te apetece un riñón? —le preguntó Sebastian con cierto sarcasmo, mirando el plato de Julia.

Julia lo rechazó con una tranquila sonrisa, y le observó servirse varios, una buena cantidad de huevos y bacón, y unas tostadas. Julia, al ver el plato de él, pensó que si alguien iba a engordar, sería Sebastian y no ella. Sin duda era capaz de ingerir una cantidad de comida increíble. Curiosamente, la idea de imaginárselo con papada y una gran barriga le hizo gracia. Era tan guapo que en ocasiones a Julia le parecía que se había enamorado de un hombre ficticio en vez de uno real.

—¿De qué te ríes? —preguntó él, que alzó la mirada de su plato justo a tiempo de ver esa sonrisa en el rostro de Julia.

—Te estaba imaginando barrigudo —contestó ella, y Sebastian casi se atragantó con el bacón.

—¡Dios no lo quiera! —exclamó él con asco, y Julia se rió aún más.

—Creo que me gustaría —repuso ella, y él la observó entrecerrando los ojos.

—Bueno, pues a mí no —respondió él con sequedad—. Lo que nos lleva al asunto del que te quería hablar.

—¿Ah, sí? —dijo ella con cortesía, aunque lo que pretendía era burlarse de él—. ¡Qué interesante! ¿Quieres hablar conmigo sobre algo referente a tu incipiente barrigón?

Él dejó el tenedor en el plato y la miró con tal desdén que ella se hubiera sentido intimidada de no haber sabido ya que la miraba así cuando deseaba lograr precisamente eso.

—Tengo entendido que anoche tuviste unas palabras con mi madre —explicó él pasado un instante.

Con cierta dificultad, Julia controló el impulso de sacarle la lengua. Era curioso ver cómo Jewel Combs aparecía en ella cuando menos lo esperaba.

—Las noticias viajan rápido por aquí, ¿no? —dijo ella, que intentaba deliberadamente hacer que se enfadase.

Desde que había llegado a su casa, él se había mostrado muy distante, y ella estaba cansada de aquel comportamiento.

—De Caroline a su doncella, de ésta a Leister y de éste a mí —respondió Sebastian—. No hace falta que rompas ninguna lanza por mí. Me sobro y me basto para defenderme solo si lo creo necesario.

—No pude quedarme sentada escuchando lo que tu madre decía sobre ti —murmuró Julia—. Me entraron ganas de abofetearla. Además, estaba defendiendo a Chloe tanto como a ti.

—Te agradezco tu defensa en nombre de mi hija y en el mío propio, pero en el futuro desearía que prescindieras de hacerlo. ¿De acuerdo?

—¡No, no estamos de acuerdo! Si deseas permitir que tu madre diga que eres un hijo y un padre desnaturalizado, y que eres cruel e incapaz de sentir cariño, hazlo. Pero si dice eso en mi presencia, entonces, ¡me reservo el derecho de protestar!

Sebastian volvió a dejar el tenedor y la miró fijamente. Julia estaba encantada de ver que él parecía algo exasperado.

—¿Acaso no se te ha ocurrido pensar que tal vez mi madre esté diciendo la verdad, al menos en mi caso?

Julia mordió otro trocito de tostada, masticó, tragó y lo miró a los ojos.

—No, en absoluto. Tú serás muchas cosas, entre ellas un cerdo desconfiado y mentiroso, pero no eres incapaz de sentir afecto. Para empezar, lo sientes por Chloe, y no, no lo niegues. He visto la prueba con mis propios ojos. Y creo que a mí también me aprecias.

Él abrió los ojos sorprendido, y al mirarla, brillaron muy azules de repente.

—¿Eso crees?

Las suaves sílabas eran una advertencia, igual que el siseo de una serpiente. Julia miró esos ojos azules sin amilanarse. Un corazón débil nunca había ganado doncella, se recordó, o en ese caso, caballero.

—Sólo te da miedo admitirlo.

—Al contrario, no tengo el menor miedo de admitir que, como dices tú, te aprecio, al menos de cierta manera. —La sonrisa lasciva que le ofreció con esas palabras hizo que Julia se ruborizara. Pero se negó a mostrar ninguna otra señal exterior de vergüenza.

—Y yo también te aprecio de esa manera —repuso ella, cordial, y tomó un sorbo de té con la misma calma que si hubieran estado hablando del tiempo—. Pero tiendo a creer que lo que sentimos el uno por el otro va más allá de eso.

Él la estaba mirando de nuevo a través de la máscara de hielo para que ella no pudiera leer nada en sus ojos glaciales.

—Por supuesto, tienes derecho a tener tu opinión. —Con un cuidado deliberado se tocó los labios con la servilleta, luego la dejó junto al plato y se puso en pie—. Si me disculpas, tengo asuntos que atender. —Y antes de que ella pudiera responder, él estaba saliendo del comedor.

Julia reaccionó a esa flagrante infracción de los buenos modales, ya que un caballero nunca dejaba a una dama sentada a la mesa, con una leve sonrisa. Una sonrisa que se hizo más amplia al notar que él casi ni había tocado su plato.

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