Julia

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Jewel notó que se le revolvía el estómago al ver cómo Mick disfrutaba viendo al joven, que gemía aovillado en el suelo, y al contemplar la sangre sobre los adoquines, del mismo color que su vestido. Le habían machacado la cara. Tanta brutalidad había sido innecesaria; borracho como estaba, a ese pichón deberían haberle desplumado sin ningún problema.

—¡Malditos ladrones de mierda! —gruñó el joven.

Contempló horrorizada cómo el muchacho se levantaba del suelo y se abalanzaba sobre Mick para darle un puñetazo. Le alcanzó en toda la nariz y éste soltó un gemido y retrocedió. Sin embargo, al impulsarse, el joven perdió el equilibrio y lo envió tambaleándose contra el muro de ladrillo del callejón. Con la nariz sangrando, Mick saltó hacia el caballero, que trataba de huir corriendo. Jewel captó el destello de un cuchillo en la mano de Mick mientras se lanzaba contra el joven por la espalda.

—¡Para! —gritó Jewel, mientras corría hacia ellos.

Pero cuando los alcanzó, ya era demasiado tarde. Mick se apartó y ella pudo ver que el cuchillo que sostenía en la mano estaba cubierto de sangre hasta el mango. Una mancha color escarlata oscuro se extendía por la abertura en el abrigo de color claro del caballero. Éste trató de aferrarse a los ladrillos oscurecidos por el hollín, y fue cayendo muy lentamente hasta quedar tumbado de lado sobre los adoquines.

—¡Te lo has

cargao, maldito idiota! —chilló ella mientras se arrodillaba junto al joven y contemplaba horrorizada su cuerpo inerte.

Mick la miró un momento, y luego se agachó para limpiar la hoja en el abrigo de su víctima. Se incorporó, se guardó el cuchillo en el abrigo y volvió su dura mirada hacia Jewel.

—Más te vale mantener la boca cerrada, si sabes lo que te conviene.

Jewel asintió asustada; sabía que Mick no vacilaría en emplear el cuchillo con ella si sospechaba que lo delataría.

Mick gruñó, al parecer, satisfecho con su respuesta.

—Entonces, vámonos, larguémonos de aquí. La policía no tardará en llegar.

Incluso antes de que ella pudiera ponerse en pie, Mick ya se alejaba con rapidez. Mientras lo miraba, él comenzó a correr.

Ella estaba a punto de seguirle cuando el hombre que tenía a sus pies gimió. Miró hacia abajo, y lo vio mover un brazo. No estaba muerto... aún. Pero si moría, Mick habría cometido un asesinato. Y Jem y ella estarían metidos hasta el cuello en el asunto. ¡Maldito fuera Mick! ¡Acabaría con todos ellos!

Jewel palideció al recordar la pena que la ley estipulaba por asesinato. ¡Oh, Dios, no quería morir después de ver cómo le quemaban las tripas! ¿La considerarían responsable de la muerte del joven, aunque ella no hubiera blandido el cuchillo? Pensó en su artimaña, y se le secó la boca. Claro que sí. Ella lo había atraído... En ese momento, el muchacho volvió a gemir.

No podía dejarlo ahí. Maldiciendo entre dientes con las peores palabras que conocía, se arrodilló de nuevo junto a él. Durante un segundo, el joven abrió los ojos.

—Llama a la policía —masculló él antes de volver a cerrar los ojos.

Jewel se estremeció. La pasma podía aparecer en cualquier momento. Tal vez hasta hubieran oído la pelea. Si los veía llegar, podría salir corriendo, pues sabía que no dejarían al joven morir en la calle. Pero se armaría una buena si lo encontraban así, ensangrentado y agonizando en la calle. Si moría, sería asesinato. Si no moría, podría identificarles.

Estaba helada. Tenía que hacer algo y hacerlo ya. Se humedeció los labios, agarró el cuello del elegante abrigo del joven y tiró de él. Estaba inconsciente cuando comenzó a arrastrarlo, unos pocos centímetros cada vez, dejando un rastro de sangre. A pesar de ser delgado, resultaba pesado, y de nuevo, Jewel pensó en dejarlo y salir corriendo como habían hecho Mick y Jem. Pero, sin duda, sería mejor, tanto si moría como si vivía, que lo hiciera fuera de la calle y no allí, donde podía verla todo el mundo.

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