Julia

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Fue la única indicación que Julia pudo percibir de que el altercado lo estaba alterando. Se preguntaba cómo sería tener las emociones bajo un control tan frío y se estremeció. Ella no podría, pues lo más seguro era que reventase por el esfuerzo.

—Compréndeme, madre. —Los ojos de Sebastian eran de un frío azul cuando atravesaron a su madre—. Tratarás a Julia como a una hija. La llevarás a fiestas, a reuniones y a lo que sea; la presentarás como la querida viuda de tu difunto sobrino. Si te preguntan por su pasado, les dirás que es pariente de los Frame. Y bien podría serlo; sólo con los bastardos de Howard Frame se podría poblar la mitad de Yorkshire. Julia, ¿estás prestando atención? Tú también debes recordarlo. —Miró a Julia un instante, para luego seguir con los ojos clavados en la condesa—. Nunca, ni por la más leve mirada o acto, darás a nadie el más mínimo motivo para pensar que puede ser otra que Julia Stratham, una dama y un miembro de nuestra familia. Si no lo haces tan bien como espero... —Sebastian esbozó esa sonrisa suya especialmente inquietante—. Si no lo haces tan bien como espero, te retiraré la muy cuantiosa asignación que te otorgo, que te dejaría a expensas del escaso legado que mi padre, en su infinita sabiduría, tuvo a bien dejarte. También te exigiré que abandones esta casa y te retires, creo, a mi propiedad en Escocia, donde permanecerás para siempre.

La condesa madre miró a su hijo con acritud durante un buen rato. Los dos pares de ojos azules se encontraron y chocaron; al final fue la condesa quien habló.

—Darte a luz fue lo peor que he hecho en mi vida —dijo, después se volvió en redondo y salió del estudio.

Cuando se hubo marchado, Sebastian pareció hundir los hombros un instante. Luego, con tal rapidez que Julia pensó que podría haber imaginado esa pequeña pérdida de control, se recuperó y se volvió hacia ella. La gélida máscara que era su rostro hizo que a ella le doliera el corazón. Tener una madre que te odiara así debía de causar un dolor terrible.

—Sebastian... —empezó a decir ella, levantándose a medias de su asiento; como por instinto, quería ofrecerle consuelo, pero los fríos ojos con que él la miró la detuvieron. Pero como cualquier animal herido, él no podía soportar que le tocaran las llagas. Al menos aún no. Si su plan funcionaba, ya tendría tiempo de curárselas.

—Supongo que estarás satisfecha. Tienes lo que querías y más. —Las secas palabras pertenecían al conde de Moorland, no al Sebastian que ella conocía y amaba. Pero Julia sabía que no era el momento para tratar de hacer regresar a ese Sebastian.

—Lamento ser la causa de cualquier desacuerdo con tu madre —repuso ella a media voz.

Él se encogió de hombros y regresó al otro lado del escritorio para sentarse.

—Siempre hay desacuerdos con mi madre —masculló, y volvió sobre ella unos penetrantes ojos, como si temiera que incluso esa sencilla frase revelara demasiado—. Sin embargo, hará lo que le he dicho. Como has oído, tengo los medios para obligarla. Y a Caroline también. Ambas dependen de mí para seguir con su vida regalada. Si por casualidad alguna de ellas no te trata como debiera, debes decírmelo al instante. ¿Lo entiendes?

De repente, pareció cansado, tanto que Julia no tuvo valor para contradecirle y explicarle que ella no era una soplona. Así que asintió.

—Bien. —Él cogió el puro, que seguía encendido en el cenicero, y lo apagó. Luego volvió a mirarla con sus ojos azules—. Espero que tú también te comportes con propiedad en todo momento. Por decirlo sin ambages, nada de hombres. No mientras estés viviendo bajo mi techo.

Julia, que había estado sintiendo lástima por él, se tensó. Lo miró furiosa con sus ojos dorados. Una brusca negativa le rondó en los labios, pero se la tragó. Sin darse cuenta, él le había dado la semilla de una nueva idea para romper ese muro de heladora reserva. Resulta que no le gustaría verla salir con otros hombres...

—Como tú digas, claro —aceptó, y luego se puso en pie—. A no ser que tengas alguna otra cosa urgente que comunicarme, me gustaría retirarme a mi habitación. Estoy esperando unas entregas esta mañana y me gustaría estar allí para indicar a Emily dónde colocarlas.

Él la miró.

—Al parecer estabas muy segura de que te quedarías.

—Sí —respondió ella con una sonrisa de medio lado—, lo estaba.

Y luego le hizo una pequeña reverencia burlona y salió del estudio.

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