Julia

Julia


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UN brillante día de verano, casi dos años después, Julia se encontraba apoyada contra el tronco de un enorme roble, no lejos del pueblo de Bishop’s Lynn. Sebastian estaba tumbado con la cabeza en su regazo y los ojos cerrados mientras dormía una siesta.

Habían salido de White Friars con un enorme picnic, del cual habían dado buena cuenta. Lo poco que había quedado lo habían guardado cuidadosamente en la cesta, que se hallaba junto a ellos. Chloe, con el brillante cabello recogido en una trenza, estaba ocupada ayudando a su hermanita pequeña, muy morena, a dar sus primeros pasos. Clare y su hermano mellizo, Charles, que en ese momento dormía sobre una manta a los pies de Julia, tenían casi un año, y su energía parecía casi inagotable. Chloe pensaba que eran los seres más maravillosos del mundo, con sus grandes ojos y su cabello negro y rizado, y Julia estaba encantada con el cariño casi maternal con que la pequeña cuidaba de sus dos alborotadores hermanos.

En ese momento, mientras observaba cómo Chloe trataba de hacer que Clare se fijara en una bonita mariposa amarilla, Julia se sintió rebosante de satisfacción. Tenía a Sebastian, a Chloe, y a Clare y Charlie, y en seis meses llegaría otro bebé. Una familia como nunca se hubiera imaginado tener en aquellos tiempos en que había sido una golfilla sin hogar necesitada de cariño. Ahora tenía todo el amor que podía soñar, y se consideraba realmente afortunada. Su copa estaba rebosante.

El cambio en Chloe durante esos dos años había sido impresionante. Julia se había temido que lo que había pasado con Caroline dejara marcada a la niña para siempre, pero en vez de eso había producido en ella una especie de catarsis. Por fin, Chloe había dejado el mundo de silencio en que se había refugiado y, poco a poco, empezó asomar en ella un torrente de palabras que no daba señales de amainar. Parecía sentir que tenía derechos de propiedad sobre Julia y los bebés, y adoraba a su padre. Julia nunca se lo había preguntado, porque no quería devolverle malos recuerdos, pero se imaginaba que las suposiciones de los criados eran acertadas. Seguramente, Chloe había visto a Sebastian entrar en casa con el cadáver de Elizabeth aquel terrible día y después no había sido capaz de mirar a su padre sin asociarlo con la muerte de su madre. Pero tras salvar a Julia de un trágico final, no había vuelto a tener ningún ataque más y ella estaba feliz de pensar que así era.

Lo que sí había descubierto era que Chloe había sido la responsable de la inquietante sensación que la había acompañado tantas veces cuando paseaba por los campos junto a White Friars. Aquel otoño, la niña se había escapado con frecuencia de la señorita Belkerson para seguirla y su pequeño tamaño le había permitido esconderse en sitios que hubieran sido imposibles para un adulto. Al parecer, Chloe había asociado a Julia con su madre desde la primera vez que ésta la había encontrado llorando en el campanario. Y por eso la había seguido, porque temía que Julia acabara como su madre. Había actuado como un guardaespaldas en miniatura, incluso en el terrible día en que su rápida reacción le salvó la vida. Por las piezas que Julia había podido ir encajando, Chloe iba de vuelta hacia la casa, después de salir a recoger flores para regalárselas para la boda, cuando había visto que Caroline la seguía hacia el monasterio. Chloe la había seguido a su vez y así había podido salvarle la vida a Julia.

La boda había tenido lugar dos semanas después de la fecha que en un principio se habían planteado, y esa vez Chloe había asistido. Había estado junto a su abuela y los criados y había contemplado a Julia y Sebastian convertirse en esposos. Julia estaba más que dispuesta a arrancarle los ojos a la condesa si ésta en algún momento decía algo que pudiera perjudicar a Chloe o a Sebastian, pero al final, su suegra se había comportado muy bien. Los visitaba en White Friars una o dos veces al año, y su relación tanto con Sebastian como con Chloe había mejorado mucho. No parecía saber muy bien qué pensar de Clare; el bebé parecía disfrutar pillando un berrinche siempre que aparecía su abuela. Pero adoraba a Charles, el heredero, pensaba Julia, con ironía. Sin embargo, Julia, sobre todo por Sebastian, trataba de llevarse lo mejor posible con su suegra, y para su sorpresa, sus esfuerzos estaban dando frutos. En cuanto al bebé que estaba por llegar...

—¡Clare, no! ¡Para! ¡Julia!

—¡Guaaa! ¡Ma... má!

El grito de Chloe seguido por el penetrante llanto de Clare hizo que Julia se pusiera en pie de un salto sin pensar en la cabeza de Sebastian.

—¿Qué demonios? —exclamó éste, malhumorado mientras Julia corría a sacar a Clare de un rosal en el que se había enredado.

—Perdona, Julia, no me ha dado tiempo a pararla...

—¡Ma... má! ¡Rama mala! ¡Pupa!

Julia calmó a sus dos hijas mientras soltaba el vestido de Clare de las espinas y la llevaba a una distancia segura. Chloe la siguió con cara de preocupación. Se tomaba muy en serio sus responsabilidades de hermana mayor.

—Esta vez la vigilaré mucho, mucho, Julia, lo prometo.

—Sé que lo harás, cariño. Me ayudas tanto, que no sé qué haría sin ti. —Julia sonrió con cariño a Chloe mientras volvía a dejar a Clare en el suelo.

La niña se alejó en seguida sobre sus piernecitas, con Chloe siguiéndola de cerca.

Julia había vuelto a donde Sebastian estaba sentado con la espalda apoyada en el roble, observando a su familia con una mirada divertida; se dejó caer a su lado, mientras lanzaba una mirada a Charles para asegurarse de que seguía durmiendo. Sebastian la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí. Ella alzó la mirada hacia el espléndido rostro de su marido y sonrió.

—Perdona por dejarte caer así.

—No pasa nada. Me estoy acostumbrando a las interrupciones. —Movió el brazo con el que la rodeaba hasta ponerle la mano sobre el vientre, ligeramente abultado—. No te importa tener otro bebé, ¿verdad? Sé que es bastante pronto, después de Clare y Charles. Cuando me casé contigo, no quería cargarte con un bebé cada año. Y mucho menos dos.

Julia sonrió y le dio un tierno beso en la mejilla que le quedaba más cerca.

—Mi plan es pasarme el resto de la vida teniendo tus bebés, amor mío.

Él también sonrió mientras la miraba, con sus ojos azules tan deslumbrantes como un día de verano.

—Y yo —repuso en voz baja, y la cogió con más fuerza mientras le daba un rápido beso en los labios— planeo pasarme el resto de la vida amándote.

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