Julia

Julia


Página 7 de 37

Spitalfields, Londres, 15 de marzo de 1999

Bishopsgate, el lugar desde donde parte Ermine Street hacia York, es en nuestros días un importante nudo de comunicaciones como lo fue en tiempos del Imperio romano, cuando unía Londinium Augusta (Londres) con Eburacum (York).

En un soleado día primaveral, como hoy, el aire de Bishopsgate está saturado por el humo de los taxis y los autobuses de dos plantas que ya son un icono londinense. Aquí se cruza la línea 26 hacia el este, hasta Hackney Wick, con la 8 hacia Victoria. Muy cerca se encuentra la estación de Liverpool Street, cuyos trenes parten hacia el norte y, en Shoreditch High Street, unos se encaminan hacia Essex y otros a las llanuras de East Anglia.

Si caminamos hacia el sur llegaremos a lo que los londinenses, y el mundo en general, conocen como la City. En este distrito, que no llega a los dos kilómetros cuadrados, se rinde culto a la auténtica religión de Londres: amasar cantidades ingentes de dinero. La importancia tanto simbólica como económica de la City la convierte en el blanco prioritario de ataques terroristas, perpetrados en su mayoría por el IRA. Una de las consecuencias de estos actos es la numerosa presencia policial y los controles de tráfico que se extienden a lo largo de todo el camino, desde Bishopsgate hasta la City.

Y así, con el trasfondo de la polución, el ajetreo, los taxis, autobuses, altas finanzas y el terrorismo, Bishopsgate ofrece, sobre todo bajo el prisma de una cámara de seguridad de la policía, una imagen paradigmática del siglo XX.

En la zona este de Bishopsgate, encajonado entre la carretera y el mercado de Spitalfields, oculto tras altas vallas de madera se encuentra un solar en construcción. El barrio está siendo remodelado, pero, por el momento, los arqueólogos son los únicos que trabajan allí. Durante las obras de cimentación los obreros se toparon con unos restos que resultaron pertenecer a un cementerio romano e inmediatamente el equipo de investigación del Museo de Londres se puso manos a la obra. Un descubrimiento de esta naturaleza conlleva siempre interesantes perspectivas de trabajo, pero ningún miembro del equipo hubiera imaginado la importancia de este hallazgo.

Cubierta en parte por una gruesa capa de arcilla, encontraron la tapa de una tumba romana. Estas cubiertas suelen ser de piedra, cortada para que encaje a la perfección en el hueco. Hicieron falta cinco hombres para mover la tapa, y tras un arduo esfuerzo que puso en peligro la espalda de estos investigadores, lograron mover la piedra lo suficiente para que el resto del equipo encajara palancas de acero y poder así levantarla más fácilmente. El nerviosismo era palpable; una tumba de estas características sólo podía pertenecer a alguien muy importante dentro de la jerarquía romana.

Pronto llegaría al lugar de la excavación toda una multitud de curiosos, desde ejecutivos de la empresa hasta constructores, pasando por los equipos de un par de cadenas televisivas que se habían enterado veinticuatro horas antes de la hora de apertura de tan esperanzador descubrimiento. Cabía la posibilidad, desalentadora por otra parte, de que el sarcófago estuviese vacío o que sólo contuviera un puñado de huesos maltratados por el paso de los siglos, pues la tapa parecía haberse resquebrajado cientos de años atrás (pero afortunadamente no fue así).

Con no poca pericia, se las arreglaron para hacer un primer examen del interior; cuando quitaron el menor de los dos trozos en que se había dividido la tapa, se prepararon para mirar directamente a una época muy lejana en el tiempo. Dentro se hallaba, perfectamente conservado, un ataúd del siglo IV de la era cristiana.

Sólo en dos ocasiones se había encontrado un féretro romano intacto, ambas en la época victoriana, aunque desgraciadamente los análisis científicos de entonces, amén de la falta de medios, no eran tan concienzudos como los actuales. El equipo del Museo de Londres sabía que trabajaba contra reloj, imposible comenzar un estudio tan complicado sobre el terreno, y decidieron transportarlo todo, tumba, sarcófago y ataúd, tal como lo habían encontrado, a las instalaciones de la institución.

El departamento al completo, desde los directores hasta los voluntarios, tenía puestas sus esperanzas en este tesoro arqueológico. Alrededor del ataúd, dentro del sarcófago, hallaron los más diversos objetos: cuentas, ampollas y vasijas de vidrio, así como joyas talladas en azabache, todos muy elaborados. Los trabajos se realizaron a conciencia; basta con señalar que tardaron todo un día en levantar la tapa del sarcófago y casi un mes en abrir el féretro. Por fin, el 4 de abril de 1999 a las 19.45, con los caballeros de la prensa oficiando como testigos de excepción, se levantó la tapa del ataúd.

Los restos no defraudaron: ante ellos se encontraba el esqueleto intacto de una persona, con su vestido, joyas y calzado, portando una corona de laureles, señal inequívoca del alto rango que ostentaba en la vida social de Londinium Augusta, como se conocía a Londres por aquel entonces.

Siguieron semanas de duro trabajo, durante las cuales se estudiaron a fondo todos los restos; incluso se llegó a reconstruir la faz de esta mujer joven, muy rica e, indudablemente, querida por sus conciudadanos. La «yuppie romana» o la «VIP de Spitalsfields», como la llamaron algunos periódicos, es el hallazgo arqueológico romano más importante que se ha encontrado en Gran Bretaña.

Obviamente murió y fue enterrada en Londres, pero el examen de sus restos mortales, así como los análisis de ADN indican que su infancia transcurrió en el sur de Francia, Italia o, más probablemente, España.1

Ir a la siguiente página

Report Page