Joy

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1974 » Capítulo 03. Octubre

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03

Octubre

Huidobro vuelve a mirar su viejo reloj de ferroviario. Las dos y un minuto. «Faltan seis minutos. ¡Mira que estos militares tienen cada cosa! ¿Por qué tiene que ser a las dos y siete? ¿No da lo mismo a las dos y cuarto?».

El viejo avanza por la calzada de Rancho Boyeros y cuando va a cruzar hacia la Plaza de la Revolución, se detiene para dejar pasar una guagua 212. El viejo se queda un instante contemplando a su derecha el monumento a Martí. Vuelve a mirar la hora: las dos y cuatro. «Faltan tres minutos».

Atraviesa la calzada con paso firme; demasiado firme para sus sesenta y dos años. Pasa frente a la Biblioteca Nacional José Martí y se dirige hacia el edificio de las FAR. Junto a la garita de la agente del tránsito, vuelve a mirar su reloj de bolsillo. Dos y seis. Comienza a ascender la rampa que lo conduce a la entrada del edificio de las FAR, cuando oye a su derecha los frenos de una máquina y un portazo.

—¡Compañero!

Huidobro se vuelve.

¿Lo llamaban a él? Sí, a él. ¿Era el compañero Huidobro? Sí, sí, el mismo, para servirlo.

El militar tenía un recado de parte del capitán Sepúlveda. ¿El capitán no estaba en el Ministerio? Así era, el capitán no había podido llegar a la hora prevista y el amable uniformado estaba ahí precisamente de parte de Sepúlveda para trasladarlo a su hotel. Que montara en la máquina, por favor. No, no, ninguna molestia. Eran órdenes del capitán. ¿Al compañero Huidobro le parecía bien que la entrevista se efectuara en su hotel, a las nueve? ¿En el hotel de Huidobro? Sí, en el hotel Nacional. De la oficina del Ministerio le habían reservado una habitación. Por parte de Huidobro, no había ningún problema. ¿Podía ser entonces a las nueve? Con mucho gusto. A las nueve.

Huidobro no visitaba La Habana desde 1971, cuando se jubiló de los ferrocarriles. En el hotel Nacional no se había hospedado nunca.

Son las dos y cuarto. El carro penetra en los jardines del hotel. Al entrar al vestíbulo, el ambiente decimonónico le produce una sensación confortante. A su edad, los grandes hoteles modernos, como el Habana Libre o el Riviera lo hacen sentirse un guajiro fuera de lugar y eso no le gusta. ¡Qué lástima! A esa hora ya no vale la pena ir al zoológico. Le han contado que a la jaula grande de los pájaros han llevado unos guacamayos lindísimos.

El militar se dirige a la carpeta del hotel y menciona el nombre de Sepúlveda. Le dan la llave a un bellboy, que lo acompaña a una habitación del tercer piso.

—A las nueve, el capitán lo llamará por teléfono al cuarto.

—Bien —responde Huidobro—, yo estaré aquí esperándolo.

El militar se despidió cortésmente al pie del ascensor que ya ocupaban varias personas. Al dar el número de su piso el viejo ferroviario no supo si sentirse ridículo o importante.

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