Joy

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1975 » Capítulo 32. Junio 12, jueves

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Junio 12, jueves

Denis recibió el cifrado de Alba el día 4 por la noche. Eso fue un miércoles. Al día siguiente por la mañana, Denis se dirigió a su negocio, estuvo hasta las diez dando instrucciones para el trabajo de la semana y anunció a Fred Erwin, su empleado más viejo y en ausencia de Denis el gerente del establecimiento, que faltaría durante algunos días. Le dejó varios cheques firmados, incluso los correspondientes a los jornales del taller que debían pagarse el viernes. Convinieron en que Denis lo llamaría diariamente, entre diez y once de la mañana, por si había algún problema urgente o noticias para él.

A las once fue al banco y retiró ochocientos dólares en efectivo. Luego se dirigió a una librería y compró un mapa grande de la Florida. Pasó después por una óptica y compró unos binoculares Zeiss, que le costaron ochenta y siete dólares con cincuenta.

Regresó a su casa; preparó una maleta pequeña e incluyó en ella una cámara Leika para fotografías de larga distancia, con su correspondiente teleobjetivo.

Decidió hacer primero una inspección ocular del terreno, empezando por el tramo entre South Miami y Homestead, tal como le indicara Alba. Cogió el ómnibus de Greyhound a la una y veinte de la tarde en la terminal de Miami. Durante todo el trayecto entre South Miami y Homestead solo vio dos construcciones que quizá pudiesen ser invernaderos, pero muy pequeños. A la una y cuarenta y siete descendió en la terminal de Homestead y penetró en el bar con su pequeña maleta y sus binóculos. Se sentó en la barra y pidió un Bloody Mary. Luego iría a almorzar.

Terry Clay, el barman, estaba solo en ese momento y ya había leído tres veces la página de las carreras de caballos y de la pelota, que era lo único que le interesaba del Miami Herald, y, ¡qué buenos estaban esos anteojos, señor!, para las carreras de caballos no tenían precio. Bueno, Denis no entendía mucho de caballos, pero en la pelota le resultaban muy útiles, y a propósito Terry, ¿por ahí no había grandes plantaciones de cítricos? ¿Allí, en Homestead? ¡Claro que sí! Allí todas eran plantaciones de cítricos. ¿E invernaderos? ¡Claro! También. Docenas de ellos. Por todos lados. En cambio Sidney Crane, el barman de Naranja Station, no conocía en la zona sino dos invernaderos grandes y él había vivido por allí desde niño, y Charlie Brown, el de la cigarrería de Princeton ignoraba si había algún invernadero por allí, en todo caso él conocía bien la zona y nunca había visto ninguno, pero Frank González, sí, señor, cómo no, el barman de Goulds sí había visto por allí varios invernaderos, sobre todo uno grandísimo en la Birmingham Citrus Inc. donde él trabajara, pero volviendo al tema, Ted Williams no cogía el bate tan largo como Mike Mantel, sí, señor, ya van los dos Tom Collins, y espéreme que ya le cuento cómo fue aquel batazo de Ted, míster. En otro momento Frank, que se me va el ómnibus para Perrine, y en la barbería de Perrine la cosa fue de mujeres, mujeres rubias y flacas, mujeres gordas y trigueñas, unas más lánguidas, otras más encorpadotas, amas de casa, colegialas, abuelitas, monjas, pasadas todas por las invictas armas de Al Cansino, un tipo terrible, que además, no sabía qué carajo era un invernadero, y Denis con tremenda rabia por el tiempo que le hizo perder el fígaro y ya era tarde y se quedó a dormir en el hotel de Perrine y al otro día fue a desayunar a la cafetería de la estación y allí estaba Tony Dampflieber, sí, señor, coleccionista de réplicas de locomotoras, y eran todos suyos los cuadritos, sí, señor, no eran de la estación, no, sir, y aquella era una Consolidation de la Baldwin de Filadelfia, y que el señor admirara sus líneas; ¡vaya!, que a él lo apasionaban las locomotoras, desde chiquito, sí, señor, y se sabía de memoria cuántos remaches tenía cualquier locomotora del mundo; esa era su vida, las locomotoras, y por eso trabajaba ahí, para estar siempre cerquita de ellas y verlas pasar, ¿y el señor quería saber cuántos pernos llevaba una MOGUL-2-6-0 o una ALC b-b de 1600 HP? Todo había empezado cuando su tío Otto le regaló un ferrocarril de juguete marca Chatanooga Choo Choo, que él todavía conservaba, yes, sir, y dale con las locomotoras y los remaches. Denis llegó a pensar que cuando aquel hombre estaba con alguna mujer, chuuu, en sus instantes de éxtasis, seguramente pitaba como los trenes, chuchú, ¡ay, mi amor! chuuu, y por casualidad, ¿Tony no había visto por allí cerca grandes invernaderos? Sí, sí, ¿cómo que no? Allí había varios: uno en la Grace Citrus, otro más grande en la Perrine Orange Ltd., otro más en la Pensola. ¿Y palomares? No, palomares, no, señor. ¿Cómo eran los palomares, señor? Never mind, forget it, Tony. En verdad, ¿para qué quería Warren aquellos datos sobre los palomares? ¿Por qué no se los había pedido en el cable del día 4, sino dos días después? Hasta la vista, so long, señor, y que volviera pronto para hablar otro poco de locomotoras, y ahí estaba el tren para Kendall, que llegaba con dos minutos de retraso, y luego de Kendall, South Miami, y luego por la otra línea a partir de Coral Gables, aquel trabajo mantuvo ocupado a Denis hasta el día 7 de junio.

El día 8 inspeccionó con su propio carro los alrededores de Miami, el día 9 pasó al norte, a la zona de Ojus y Hallendale, y el sábado 10 regresó a Miami para ocuparse de algunos asuntos relacionados con su negocio.

El 11 se buscó un pretexto para volar en línea recta desde Homestead hasta Florida Bay y no vio ni rastro de un invernadero. El día 12 sobrevoló las zonas que le indicaron los barmen, cafeteros, cigarreros, barberos, de las terminales de ómnibus y de la Seabord Line, y encontró cerca de cincuenta invernaderos de menos de treinta metros, seis invernaderos de alrededor de ochenta, y tres de un tamaño superior a los doscientos.

El mismo día 12, a la una de tarde, se plantó un bigote castaño, una peluca crespa rojiza, unos espejuelos gruesos de carey, con cristales ahumados, se tiñó las cejas con polvos Rugby, se puso un abultador de labios, e intentó visitar los tres invernaderos mayores, separados entre sí por no más de cuarenta millas, pero al invernadero de Homestead no lo dejaron acercarse. Eso ocurría a las dos de la tarde. A las cinco de esa misma tarde, un taxi aéreo salía de Miami y el piloto recibía cincuenta dólares de propina, por sobrevolar tres veces a baja altura, el invernadero de Homestead, y muy cerca de él, una curiosa construcción en forma circular, con ocho o diez cobertizos dispuestos uno al lado del otro, y formados con alambre de malla. De esta singular construcción, y del invernadero, Denis tomó diecisiete fotos desde distintos ángulos, para copiar el modelo arquitectónico del conjunto, según dijo al piloto.

Por precaución, la avioneta no regresó a Miami, sino que Denis dio por terminado el viaje en el aeródromo de Hallandale, donde ya sin bigote ni peluca, cogió el tren de las seis y quince rumbo a Miami.

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