Joy

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1975 » Capítulo 34. Junio 17, martes

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Junio 17, martes

Alba llamaba a diario por teléfono a Bernardo y Alejandro, a las nueve de la mañana, a la una y a las cinco de la tarde, a sus respectivos despachos. Quienes recibían los llamados para Bernardo y Alejandro, de parte de un tal Renato, tenían instrucciones de pasarles de inmediato sus mensajes, e interrumpir para ello, si era necesario, cualquier trabajo o reunión.

Aquel martes, cuando Alba llamó a las nueve, ni Bernardo ni Alejandro estaban en sus despachos, lo cual quería decir que no había novedades; pero cuando Alba volvió a llamar a la una, el mismo Bernardo salió a su teléfono.

—Dígame.

—Habla Renato, ingeniero.

—¡Ah, buenos días, compañero! Estaba esperando que me llamara.

Aquellas últimas palabras de Bernardo eran las convenidas para indicar que había novedades importantes.

—¿Volvió a repetirse lo mismo? —preguntó Alba con un tono indiferente.

Bernardo comprendió que Alba pensaba en nuevas apariciones del pulgón del melocotón.

—No —contestó Bernardo—; se trata de otra cosa.

—¿Es muy urgente? —preguntó Alba.

—Bueno, yo quisiera que nos reuniéramos hoy mismo.

—¿A qué horas le conviene, ingeniero?

—Fije usted mismo la hora y el lugar, Renato.

—¿Qué le parece a las tres en 13 y 84?

—Perfecto.

Los horarios sugeridos por Alba debían posponerse cuatro horas, y las direcciones mencionadas correspondían a una pequeña clave, elaborada entre los tres. Las calles 13 y 84, indicaban en realidad, un lugar del Estadio Latinoamericano. ¡Qué casualidad! Bernardo había pensado momentos antes, qué bueno sería no estar tan atareado y tener tiempo de ver un juego de aquel final de serie electrizante. Alba, por su parte, sintió gran curiosidad por conocer las novedades del director de Sanidad Vegetal del INRA. Comprendió que no se trataba de otro brote del pulgón del melocotón, y estaba seguro de que tampoco sería nada relacionado con la entrada del virus. Para esa temible eventualidad, la clave convenida era: «Ya llegaron los turistas». En fin, mejor era no hacer conjeturas en el aire.

Aquel día, Carmen estaba libre en el hospital y consiguió una mesa para almorzar en el Emperador. Alba quedó en recogerla a la una y cuarto en 23 y 26. El problema era que llegando al Emperador a la una y media, difícilmente saldrían de allí antes de las tres y media, y justo a esa hora, él tenía una cita con Paco para examinar la marcha de las investigaciones entre el personal de los viveros. Tendría que agitar un poco a Carmen; aunque en realidad la pobre rara vez podía darse el lujo de hacer una incursión por la haute cuisine… No, no: él no iba a ser tan bruto de ponerse a agitarla como si estuvieran en una cafetería.

Alba calculó: «Entramos a la una y media; nos tomamos un trago en el bar; nos sientan a las dos menos cuarto; Carmen pide seguramente sus hors d’oeuvre y yo me tomo un jerez. A las dos y diez le sirven el primer plato (seguro que pide mariscos o pollo y vino blanco helado) y a las tres menos diez, el plato fuerte. Si no pide postre y nos traen el café rápido, a las tres puedo estar en la calle; pero si le da por pedir, como siempre, las crêpes suzettes y empiezan con la prendedera de fuego, seguro que se tiran hasta las tres y media. ¿Qué hacer?».

—Teniente Argüelles —dijo de pronto y agachó un poco la cabeza para hablar por el intercomunicador.

—Ordene, mayor.

—¿Usted se retira a las seis, verdad?

—Sí, mayor, a las seis.

—Bien. Yo tengo una cita con Paco, hoy aquí, a las tres y media. Si cuando él llegue yo no he venido, dígale que haga el favor de esperarme, que de todas maneras voy a venir.

—Entendido, mayor.

Ya era la una y cinco. Llegaría atrasado a recoger a Carmen; pero como valía más perder un minuto en la vida que la vida en un minuto, condujo la máquina con su lentitud habitual, y al fin y al cabo no llegó tan tarde. Llegó a la una y dieciocho, y en el bar del Emperador ella pidió un daiquirí y él un jerez y luego otro, y a las menos cuarto estaban sentados a la mesa, y qué creía él, después de los hors d’oeuvre, ¿qué podría pedir ella? Él no creía nada, Carmita, lo mejor era que por el momento pidiese solo los hors d’oeuvre y después vería. ¿Y qué era aquello de la fondue bourguignonne? Sí, sí, ¡buenísima! Alba ya la había probado. ¡Qué bueno! Carmen no pediría ni pollo ni mariscos, y si se metía la fondue de seguro no iba a poder comer nada más. Qué bien había hecho Alba en sugerirle no adelantar el pedido y dejarla que se hartara de hors d’oeuvre. ¡Si siempre era igual! Carmen era glotona con la vista. Aquel lance le había salido bien a Alba. Ahí se había ahorrado por lo menos media hora. En efecto, después de los hors d’oeuvre, Carmen no se sintió con fuerzas más que para pedir un solo plato: la fondue. ¡Un punto para Alba! ¿Y qué les parecía aquel vino, compañeros? A ver, a ver: Chateau Neuf du Pape, Appelation Controlée. Sí, sí, excelente; pero, ¿por qué servían vino de Burdeos con una comida borgoñesa? El sommelier se disculpaba pero el único borgoña que tenían en existencia era clarete y para la fondue era preferible un vino tinto. Y Carmen se disparó la fondue completa. Muy bien. Aquello sería knock-out seguro, uno, dos, tres…, siete, ocho, pero he aquí que Carmen se recupera dispuesta a seguir el combate y pide sus malditas crêpes suzettes. ¡Cosa más grande! Tres menos diez. Sí, sí, je je, que preparen dos, pero el maître se disculpaba porque las crêpes suzettes del Emperador se flambeaban tradicionalmente con Armagnac o Prunelle d’Anjou, y en ese momento no tenían en stock y él quería saber si los compañeros no tendrían inconveniente en que se las flambearan con Cointreau o con Benedictine. Con Benedictine, compañero maître, y los ojos duros de Alba decían: «¡Flambéalas con lo que te dé la gana, chico, ponles Coronilla, pero rápido!», y permiso, mi amor, que voy al baño, y por el camino una seña al maître y en el bar, que por favor apurara la cosa, que mandara hacer la crêpes bien chiquitas para que su mujer se las comiera rápido, que calentara bastante el Benedictine para que ardiera en seguida y que no complicara demasiado el show, que lo de las llamas lo hiciese bien sencillito, que no lo hiciera en tecnicolor, y el maître muerto de risa, jua jua jua, y cómo no, compañero, para servirlo, y además que le mandara los cafés, el tabaco y la cuenta todo junto, jua jua jua, y el maître tapándose la boca con la mano para que no se le viera un portillo, y todo salió muy bien, y a las tres y veinte en la calle, y a las tres y cuarenta, con solo diez minutos de atraso, en la cita con Paco.

El DTI no encontró nada para preocuparse. Tanto la gente del vivero en el plan Dos de Diciembre de Guane, como la del Pepito Tey de Ciego, luego de un chequeo primario, estaban en regla. Además, los compañeros de Seguridad, ubicados allí, no observaron ninguna anormalidad.

¿Y cuál era el plan a seguir, Paco?

Bueno, mayor, terminado aquel chequeo primario, iniciarían otro de fondo con revisión técnica de documentos, huellas dactilares, etcétera, de toda la gente del plan; pero ya el mayor sabía que eso tomaría mucho tiempo, ¿verdad?, máxime cuando debía hacerse con gran discreción. ¿El mayor sugería algo?

El mayor consideraba que el «fondeo» debía iniciarse por orden alfabético, con todo el personal de ambos planes. ¿Cuánta gente cedería el DTI para eso? Cinco compañeros, incluido Paco. ¿Y a cuánta gente había que chequear? Entre ambos planes, sumaban trescientas treinta y seis. Trabajando con gran intensidad, esos compañeros podrían fondear diez casos diarios. La cosa llevaría un mes. ¿Y el mayor no creía que antes de iniciar el trabajo alfabético, se debían fondear los treinta y siete trabajadores de los viveros? ¿Pero no decía Paco que el chequeo primario excluía toda sospecha? Asimismo era, mayor. Entonces, lo lógico, Paco, era tratar de buscar entre el resto del personal. Paco no estaba muy convencido. ¿Y si el saboteador se llamara Zúñiga, mayor? ¿Y si se llamara Abadía, Paco? Bueno, que Paco lo mantuviera informado, y hasta luego, que me voy. Debo llegar a cambiarme a la casa y luego a ir a una cita, y Argüelles que cualquier novedad por la microonda, y si Teodoro no tenía nada que hacer, que le manejara el carro, y allí estaba en el parqueo del Estadio el carro de Bernardo, y Alejandro sentado junto a él, allá bien arriba, atrás del home. ¡Magnífico, estupendo! ¡Cómo le gustaba al mayor el contraste verdirrojo del Estadio! Y ahí estaban prendidos Capiró, Muñoz, Cheíto, Marquetti, por el champion bate. ¡Estupendo! Teodoro se quedó en el carro durmiendo. A él no le interesaba ningún deporte fuera del dominó. De paso oía si Argüelles llamaba al mayor por la micro. Allá sobre las gradas, entraba por detrás un fresco riquísimo. ¡Ah, quién pudiera…! ¿Y el mayor se acordaba del pedido que le había hecho a Bernardo y Alejandro? ¿Cuál pedido? El informe sobre la Toxoptera aurantii. Sí, sí, ¿cómo no? Era aquel áfido del que Alejandro había comentado que estaba aumentando, sin ser peligroso. El mismo. Pues el mayor había tenido tremenda corazonada. ¿De verdad? ¡Sí, señor! Las Toxoptera aurantii no solo siguieron aumentando en los campos, sino que se presentaban también con una distribución rarísima. Bien, que los compañeros se explicaran. Una cosa extraña, mayor: aparecían fuertes concentraciones en algunos focos al borde de las carreteras. ¿Cómo era eso? Así como lo oía, mayor. Las concentraciones máximas se producían siempre en algún árbol situado en las tres primeras hileras. Como los insectos estaban en su fase no alada, en su fase áptera, se desplazaban muy poco y se iban alejando lentamente del foco. En algunos casos, se movieron dentro de un radio de hasta ochenta metros, a lo largo de unas diez hileras de árboles, y en otros, a no más de veinte metros. Y esto ocurría, generalmente, a ambos lados de las carreteras; pero solo de las que conducían a los edificios de las secundarias básicas. ¡Coñó! ¿Y qué era aquel ruido, aquellos aplausos? ¿Cómo? ¿Quién? El Jabao Puente había dado una línea por arriba de segunda con dos hombres en base. ¡El Habana había anotado la primera carrera y no había más que un out! En aquel mapita, mayor, se podía ver bien la distribución de los focos: ahí estaban señalados con un círculo y en el esquemita se veía la forma y extensión de la irradiación. ¿Y quién había hecho ese trabajo tan bueno? Ese era el trabajo que Bernardo pidió al ingeniero jefe de la brigada; pero en cuanto el hombre observó los diez primeros casos al borde de una carretera, se puso a mirar en otras y observó lo mismo. Luego se desplazó a otras zonas, donde la distribución era ya más uniforme, pero decrecía siempre desde las orillas hacia el interior de las plantaciones. Aquello lo alarmó, y había venido de inmediato a traer la noticia de viva voz a Bernardo Cabral. ¿Y qué gente estaba trabajando en esos conteos? Seis personas. Todos militantes, bien aleccionados sobre la reserva que debían guardar, pero desconocedores de detalles. Correcto. Habían actuado muy bien. Había que crear más brigadas y comenzar el mismo trabajo en Isla de Pinos. AGUSTÍN MARQUETTI, PRIMERA BASE… Deberían hacerlo también en otras zonas. ¿El compañero Cabral creía que gente profana en entomología, vaya, compañeros del MININT, podrían realizar el trabajo? Desde luego que sí, ¿no es verdad, Alejandro? ¡Claro! Con un mínimo técnico podrían ayudar mucho para localizar los focos, DOS STRIKES Y TRES BOLAS… y luego los especialistas podrían hacer los trabajos de cuantificación. Bien, pero aquello sí le preocupaba al mayor. Era un cambio de onda. ¡LO PONCHÓ! Violento cambio de onda. Él había pedido el informe sobre la Toxoptera aurantii por pura rutina, pero ahora, la situación introducía una variante que podría obligar a una revisión del caso. Ya no era lo mismo. No señor. Esa misma tarde, Alba le mandaría un cifrado a María Elena y debía iniciarse de inmediato un trabajo de computación con los datos que se fueron obteniendo a partir del quehacer de las brigadas de conteo.

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