Joy

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1975 » Capítulo 57. Junio 30, lunes

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Junio 30, lunes

La verdad es que se han tragado el cebo con anzuelo y todo —comentó Jerry White, rebosante de buen humor—. ¿Ha visto usted cómo lo de las palomas nos ha servido, Mr. Murdock?

Al principio, cuando Jerry presentó el plan Joy, Murdock se había opuesto a lo de las palomas: le parecía antitécnico, fantástico; pero en realidad debía reconocer que los resultados eran buenos. No more objections!

Toda la gente de Langley, que trabajaba en el área de Cuba, batallaba en los headquarters para que se les permitiera elevar la calidad del trabajo. No había que ser Einstein para reconocer que en seguridad interna, prevención, sanidad, etcétera, con sus milicias, sus CDR and so on, Cuba se tornaba cada vez más engorrosa. Por eso a Murdock no le gustaba nada el recurso de las palomas. Le parecía crazy y demasiado artesanal. Además, incluir en el programa a un sujeto como la Bestia, le ponía a Murdock los pelos de punta. En Cuba debían trabajar ya como en Europa, con profesionales, con técnicos. Y él estaba cansado de tantos fracasos por confiar en batistianos analfabetos y delincuentes. Shit! No estaban ya en la década del 60. Claro que cuando Jerry adujo la posibilidad de endilgarle la cosa a Pinochet o a Somoza, debió reconocer que era una buena idea.

By the way —dijo Murdock—: ¿qué pruebas concretas hay de que se ha logrado desinformarlos?

—Los partes de Mauricio son muy convincentes, Mr. Murdock: mucha gente nueva en las dos granjas de la Tristeza: mucho trabajo de microscopía electrónica, mucho desplazamiento de gente en Sanidad Vegetal…

—¿Se han captado más conversaciones?

—Me temo que no, Mr. Murdock. Después de las iniciales entre De Sanctis y Cabral, no se ha vuelto a oír nada sobre el caso.

—Es evidente que Seguridad ha tomado cartas en el asunto.

—Y a propósito —dijo Jerry—: La viuda de Hunt recibió ayer una visita bastante sospechosa. Un tal Jack Murphy, excondiscípulo de su esposo.

—¿Y bien?

—Pues el tal Murphy existe, y en efecto fue amigo de Hunt; pero se sabe que hace quince días tomó un avión para El Cairo y no ha regresado a América.

—¿Seguro?

Sure, Mr. Murdock, sure. Por suerte hemos localizado dónde se hospeda y lo vamos a chequear en Miami.

—¿Pero usted cree que la Seguridad cubana haya podido llegar ya hasta la viuda de Hunt? Eso sería gravísimo, Jerry.

—Por el momento no me atrevería a aventurar ningún criterio, Mr. Murdock —dijo Jerry, y agregó otro cubito de hielo en el vaso—; pero de todas maneras, si en dos años la mujer no ha hecho ni una sola mención al YTD, no hay por qué temer que se ponga a hacerlo con desconocidos. Ha conversado en su casa con varios familiares, ha referido hasta el cansancio su tragedia, y jamás una sola alusión al YTD. Yo estoy convencido de que su marido jamás se lo mencionó. De modo que si fuera un agente cubano el que la visitó ayer, no habría tampoco mucho que temer, Mr. Murdock.

—De todas maneras es inquietante, Jerry. Que no se le escape ese hombre, por favor.

Luego Murdock quiso saber cuál era la situación actual del grupo de la CIA en Cuba.

—Bueno, Mr. Murdock, bajo las órdenes de Mauricio…

—Espere un momento —interrumpió Murdock, y cogió su agenda.

—Bajo las órdenes de Mauricio hay ocho personas —repitió Jerry—: los dos que comenzaron a trabajar en mayo durante la primera etapa de la fase B; los dos que infiltramos luego para la parte final de la fase B; y los cuatro elementos de apoyo y enlace, incluidas las dos mujeres de los alojamientos.

—¿Cuándo comienza entonces la etapa final?

—En la segunda semana de julio, Mr. Murdock. Para esa fecha, la primera parte del programa se habrá cumplido hasta un setenta por ciento y con eso nos basta.

—¿Al cabo de cuánto tiempo podemos tener la seguridad del éxito del operativo? —preguntó Murdock.

—Según los datos de Vermeer, si transcurren ocho días sin tropiezos, puede considerarse que para el 76 la contaminación será total. Eso quiere decir que para el 80 habrán desaparecido los cítricos de Cuba.

Una discreta sonrisa asomó al rostro apuesto de Jerry White. Se tomó un trago largo y encendió un Camel.

Murdock se demoró un momento, hizo un par de anotaciones y preguntó:

—Desmonte del operativo y evacuación del personal. ¿Cómo se ha organizado?

—La oficina marítima de la Agencia nos ofrece una posibilidad para dos personas el 14 de julio y otra de diez personas para el día 20 de julio.

—¿Cuántos hay que evacuar?

—De los ocho solo se quedan las dos mujeres.

—¿Y en qué situación vienen los otros seis?

—Hay tres plazos fijos, dos blind payments y un permanente. Dos de ellos van a participar de inmediato en el entrenamiento para el sistemático Bona Fides.

—Bien —aprobó Murdock—: ¿Y qué se decidió hacer con la Bestia, el hombre del coronel?

—La Fiera —rectificó White—. Creo que debemos dejar que lo cojan.

—Pero eso es nuevo, Jerry ¡Usted había sugerido traerlo o liquidarlo!

—Sí, en el esbozo del plan así lo propuse; pero he pensado que puede contribuir a dar mayor veracidad a lo de Chile o Nicaragua.

—¿Y sus declaraciones no nos pueden acarrear problemas?

—No veo por qué, Mr. Murdock. Él no tiene idea de lo que ha hecho. Sabe que ha contribuido a diseminar una enfermedad, presionado por su antiguo jefe, el coronel. Además, Mr. Murdock, usted bien sabe que de todas maneras le van a echar las culpas a la Agencia…

—Desde luego —asintió Murdock, sin mirarlo, mientras alisaba unos pliegues del mantel blanco—; pero tampoco me agrada la idea de que se suelte a hablar ante la Seguridad cubana.

—Yo creo que sí, que debe hablar.

White hizo una pausa para que el camarero sirviera los entrantes y luego prosiguió:

—El único agente que ha tenido trato con él no volverá a verlo. Se ha retirado de la circulación para ocuparse de organizar la salida. De manera que si la Fiera habla, solo podrá mencionar a un desconocido, a quien él conoce por Guillermo, y luego al coronel, que desde hace dos meses circula por Chile a la vista de todo el mundo. Cuando dentro de unos días aparezca baleado, los castristas pensarán que trabajaba para Pinochet. Además, por eso fue que nosotros organizamos el lío de la marihuana.

—Pero él cree que está dentro de la Agencia, ¿verdad?

—Claro, el Buró de Estupefacientes lo estuvo persiguiendo, pero nosotros lo escamoteamos y le dimos toda clase de garantías. Fue entonces cuando aceptó la misión que le inventamos en Chile y Nicaragua. Los castristas deben creer que lo botamos por traficante y que lo ha reclutado la DINA.

—Sí, sí, entiendo.

Murdock siempre había reconocido que Jerry era un tipo «creativo», pero le seguía fastidiando aquella mezcla de pedantería y servilismo con que lo trataba.

—¿En qué sentido? —preguntó Murdock.

—Por la forma como se distribuyeron los pulgones: por la misma baja calidad profesional de la Fiera, por lo de las palomas…

—Sí, sí, no está mal, comprendo —dijo Murdock con notorio entusiasmo—. Sin duda, por lo rudimentario del procedimiento van a pensar que no fuimos nosotros. Eso está muy bien, Jerry. Además, me parece muy prudente y oportuno.

—¿Oportuno, Mr. Murdock? —simuló no entender Jerry, deseoso de prolongar unos momentos el disfrute de aquel inusitado elogio.

—Me refiero a que ya es hora de ir limpiando el ambiente de la Florida de ese bunch of good for nothing como el coronel y su grupo, que solo saben contrabandear y traficar drogas. Además, la Agencia debe decidirse a trabajar de una vez por todas en Cuba, con el mismo nivel técnico que requiere Europa…

—¡Eso mismo, Mr. Murdock, eso mismo! Hace tiempo vengo diciendo que no podemos seguir operando en Cuba con los métodos y el personal usados para el resto de Latinoamérica.

En cuanto hubo dicho aquello, Jerry se arrepintió. Debía haber aprovechado la oportunidad para simular ante Murdock lo novedoso de su idea, en la que él ni siquiera pensara.

Un aspecto importante de la filosofía práctica de Jerry White era velar por no tener razón con demasiada frecuencia. Debía procurar que «las piedras» tuvieran razón y «los cántaros» se equivocaran a menudo. Sostenía que los hombres sin yerros fracasan inexorablemente. Además, en todos los casos, un profesional inteligente debía saber a ciencia cierta, cuándo era cántaro y cuándo era piedra. Y ante Murdock, por el momento, él seguía siendo cántaro… Quizá después del plan Joy, si tenía un poco de suerte… Mientras tanto, hasta ese momento, su proceder había sido correcto.

Murdock no era ningún tonto, y por las pullas que a veces le soltaba, no siempre se tragaba sus imposturas. Una vez, por cierto, le hizo pasar soberana vergüenza en presencia de dos subalternos suyos. Jerry le sirvió whisky corriente en una botella de Old Parr; y Murdock tras un primer sorbo, le soltó a boca de jarro que él no se enojaba si le servía bebidas baratas en su botella original. White protestó y trató de arreglar la cosa, pero fue en vano. Como un año después, supuso que Murdock ya se habría olvidado del agravio, y se atrevió un día a invitarle unos tragos en su casa; pero su jefe comentó, esta vez sin público y con una sonrisa memoriosa: «Prefiero beber con los Borgia».

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