Joy

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1975 » Capítulo 93. Julio 25, viernes

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Julio 25, viernes

A Richard Helms le fastidia que el presidente le trate de Dick. Es uno de los tres hombres más poderosos de los Estados Unidos y está acostumbrado a que lo invoquen por su apellido. Solo su mujer y su hermano pueden llamarlo Richard. Amigos que lo frecuenten, no tiene. Nunca los tuvo. Siempre consideró que la amistad era un obstáculo para su carrera. Toda su vida fue un solitario. Desde que se graduó y comenzó su vida profesional nunca aceptó siquiera que lo llamaran Richard; pero al presidente se lo tiene que aguantar, y aguantarse incluso la rabia que le produce el acordarse de Nixon, el infausto gángster presidencial al que tanto le gustaba que lo llamaran Dick. ¡El muy demagogo! ¡Cuáquero cretino! Con Watergate lo hizo envejecer diez años. ¡Claro! Un imbécil se pone a revolver mierda y salpica a todos los que tiene cerca.

Otra cosa que fastidia a Helms es que lo citen para una reunión en la Casa Blanca a las dos de la mañana, justo cuando acaba de terminar la tediosa reunión trimestral presupuestaria del NSC (Comité Nacional de Seguridad), que él preside, en su triple condición de director de la CIA, de la USIB (Junta de Inteligencia de los Estados Unidos) y de la IRAC (Comité Asesor para los Recursos de Inteligencia).

La reunión terminó a la una y cuarto. Helms recibió el llamado de la Casa Blanca a las dos menos diez de la mañana. Detestaba tener que tomar pastillas pero se sentía agotado. Para estar lúcido en la reunión con el presidente no tendría más remedio que doparse un poco.

Tomó una lucidine, fármaco de reciente creación, que solo circulaba a altísimos niveles oficiales y producía, sin crear hábito, un notable aumento de capacidad analítica y bienestar físico. La pasó con un té helado y salió de Langley a las dos en punto.

Hizo el viaje solo, con su chofer particular. Mientras recorría las ocho millas que lo separaban de Washington aprovechó para oír la transcripción grabada por su secretario, de un informe sobre el Asia Sudoriental, enviado ese mismo día por el vicealmirante Noel Gayler, director de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad). Ese era el otro monstruo de la Inteligencia norteamericana: el amo del espionaje electrónico, del criptoanálisis, de la computación, de la cibernética y la mar en coche, que manejaba un presupuesto de mil millones de dólares anuales y vivía parapetado en un edificio de cuarenta millones en Fort Meade, Maryland, protegido por marines y tres murallas de alambres electrificados. Ese tipo, que manejaba un presupuesto dos veces mayor que el de la CIA, era el otro de quien se dejaba decir Dick; pero Richard Helms, a su vez, lo llamaba Mr. No, también para fastidiarlo. Podía hacerlo. A fin de cuentas, sus fuerzas estaban equiparadas.

El poder de Helms radicaba en su mayor intimidad con el presidente. Conocía como nadie en el mundo lo que hacía, pensaba y quería el presidente de los Estados Unidos; y aunque eso en realidad, poco le importaba, era fundamental para vislumbrar las intenciones de los verdaderos amos de los Estados Unidos que manipulaban al gobierno. Todas las necesidades de Inteligencia del presidente norteamericano, eran transmitidas de inmediato a Richard Helms.

Noel Gayler, en cambio, era el poderoso director del ultramoderno y costoso engranaje de la NSA, proveedora del ochenta por ciento de la inteligencia efectiva consumida por la presidencia de los Estados Unidos; integrada por quince mil personas con elevadísimos coeficientes intelectuales, y pertrechada de una red de computadoras, mezcladoras y descifradoras, evaluadas en tres mil millones de dólares.

Aunque el director de la NSA dependía del secretario de Defensa, y el director de la CIA del presidente, de hecho los dos monstruos se mantenían en constante cooperación, lo cual no obstaba para hacerse zancadillas y celarse de ida y vuelta. De todas maneras, la cooperación entre los dos organismos era tan frecuente, que se daban casos de transferencias de funcionarios, como el del general Marshall S, Carter, que en 1966, de director adjunto de la CIA, se convirtió en director de la NSA. Todo caía, al fin de cuentas, en el mismo saco.

Y ya en la Casa Blanca el presidente lo recibe en la sala de Jefferson y shit! ¿Qué estaría haciendo ahí Mr. No? Y también el secretario de Defensa, cordialísimo como siempre, de labios para afuera el muy son of a bitch, deja que se te acabe el mandato, good evening gentlemen, ya verás cómo te descojono, buenas noches, señor presidente, señor secretario, mis respetos, encantado, vicealmirante, buenas noches, Mr. Helms, no es correcto darse apodos delante del presidente, y bien Dick, el presidente desearía saber qué relajo es ese que se ha formado en París con la película de los cubanos. ¿Qué película, sir? ¿Así que Dick no sabe lo de la película de París? ¿Y para qué le sirven entonces sus quinientos millones de dólares anuales? Y el secretario de Defensa, portador de la información, en persona, acompañado por Noel Gayler, quien se la proporcionó, no puede evitar una sonrisita indulgente para el pobre Helms, deja que se te acabe el mandato cabrón. What the hell sería lo de la película. La filmaron en colores, Dick, y la exhibieron el día 24, a las ocho de la noche hora francesa, en la sede de la Asociación Mundial de Virología de los Cítricos, y todos afirman, Dick, que allí se documenta de manera inequívoca, probatoria, un sabotaje de la CIA contra los cítricos cubanos, y el presidente quería saber si ese era el bellísimo plan del que le hablara unos meses antes, tremenda mierda lo que formaron, y un científico cubano, con una documentación que nadie se imagina de dónde la pudo obtener, un tal Alejandro de Sanctis, nos ha puesto en ridículo, de modo que ya Dick podía ver en qué había concluido toda aquella fantasía de las palomas y el virus nuevo, y un sudor frío recorre el cuerpo de Helms, y ya en su despacho de Langley se mete otra lucidine y convoca urgente al Deputy Director y al Director for Community Relations y al Directorio en pleno for Clandestine Services y al asistente para Foreign Intelligence y al asistente para Counterintelligence y al imbécil del asistente general para las covert actions, y el pobre Jo solo oye hablar de omissions, stupid carelessness, falta de planning, y ya suman muchas pifias. Helms lo tiene entre ceja y ceja, y muy malhumorado por la descarga, se siente engañado, me van a botar, esta vez sí que me botan, y convoca para las ocho de la mañana a Daniel Fitzgerald, responsable de las covert actions para el hemisferio occidental, sí, que fuera con todo el informe completo del damned operativo Joy de mierda ese, que ya hasta el gato se ha enterado del ataque de la CIA a los cítricos cubanos, y Danny siente deseos de decapitar a alguien, pero no puede, porque el general Gregg, auxiliar para América Latina, no tuvo ninguna responsabilidad en el proyecto, la culpa la tuvo el doctor Clark, con su fantasía y sus palomas y maldita sea, cómo se le ocurrió a él aprobar ese plan disparatado, y Gregg no tiene la culpa, porque incluso unos pocos días antes le pidió el visto bueno para el lanzamiento del virus, y entonces Danny la emprende contra Murdock, responsable de Centro América y el Caribe, y manda a buscar al reverendo, y cómo le jode a Murdock que el malas pulgas de Fitzgerald la emprenda contra él, precisamente contra él, que desde un principio se opuso al plan, porque la verdad era que toda esa porquería la habían urdido Jerry y el doctor Clark, y él, Murdock, no tenía ahora por qué cargar con las culpas, pero cuando la cosa pintaba bien, unos días antes, él tuvo la fucking idea de revelarle a Gregg su participación en la tramoya del plan: y el viejo de seguro se lo había soplado a Fitzgerald, y ahora sí que estaba bien jodido, pero ya se las pagaría el óctuple son of a bitch de Jerry White; y si usted es un hombre, Jerry, lo único decente que puede hacer ahora es darse un tiro, pero como yo sé que no tiene guts para hacerlo, le sugiero que se consiga un puesto de secretario de algún cónsul, lo más lejos posible Jerry, en las islas Fidji, o en Tonga, o de asesor en Paraguay para que pueda darse gusto hablando mierda con Stroessner, y usted ya no pertenece más a esta institución, piérdase Jerry, piérdase cuanto antes, y al llegar a la casa, Catherine Laffitte lo está esperando con su sonrisa escénica en los labios, dispuesta, como siempre, a esa hora para los aperitivos que marca el ceremonial doméstico, y él, déjame en paz, y ella, que jamás en su vida imaginó escuchar una grosería de tal calibre por boca de su marido, se enloquece de furor, de un furor malsano que emponzoña su corazón y sus entrañas y tú, yanqui plebeyo, asqueroso, al que nunca debí traer a esta casa, chusma, bastard, fucking son of a bitch, y Jerry la oía pálido, muy pálido, atónito ante aquella cascada de obscenidades, y en sus pupilas centellearon unos aritos ígneos y centrífugos, se le agarrotó el plexo abdominal, perdió toda noción de quién era, se acordó de Francis y extravió la conciencia de su propio yo, no supo dónde estaba ni qué pasaba, y sus ojos se desmesuraron ante aquella boca inverosímil que escupía blasfemias roncas, y el galletazo se lo sembró en plena oreja y luego se quedó como petrificado, con la mano en alto, temblando, ya no de ira, sino de estupor ante su intemperancia, y la patricia neorleanesa, que cayera despatarrada sobre el sofá, ante un teatro lleno de la más rancia nobleza que reía a mandíbula batiente, se levantó y corrió hacia la gaveta donde Jerry guardaba su pistola, y ya se disponía a abrir fuego cuando vislumbró en la mirada de Jerry que él no deseaba otra cosa, y comprendió de golpe que algo irreparable había ocurrido en su vida.

—Fracasaste en la Agencia, ¿verdad?

—Me botaron.

Entonces ella comprendió que Jerry deseaba morir cuanto antes, y que todo se acabara de una vez; pero era tanta la furia de Catherine que le descerrajó en pleno rostro una carcajada de júbilo y luego cogió la pistola por el caño, se la puso en sus manos y, ¡fuera de aquí!

Jerry ni siquiera intentó disculparse.

Tres días después aparecería muerto, en una taberna de Portland, Maine, víctima de una intoxicación alcohólica con bourbon barato.

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