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1975 » Capítulo 67. Julio 6, domingo

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Julio 6, domingo

El «infanticidio» concluyó el día anterior, tal como se previera, y ahora solo quedaba darle mantenimiento; pero eso se hacía con muy poca cosa y no habría problemas; y los perros alcanzaban a cincuenta metros, aunque ya más lejos comenzaban a vacilar; y los pluviómetros de Jagüey estaban listos desde el día 4, y los de la Isla desde el día 5 por la tarde; y todo el mundo toma notas y hace preguntas; y el aparato de Moscú llegó con todos los equipos y todo funcionaba bien, sin problemas, ni de comunicaciones ni de la visibilidad desde tierra. Aquí hay mucho humo y mucho calor. Hagan el favor de prender el ventilador grande y recuerden que lo más importante es el «infanticidio».

Los jóvenes colaboraron con mucha entrega; y en Cabo Cruz todo fue muy fácil, mayor; y el viaje de Manzanillo a Jovellanos rapidísimo, en una avioneta Beechcraft; pero ya en Matanzas debemos andar con pie de plomo, porque cualquier cosa inusitada llamaría la atención y generaría comentarios de la gente. Y el mayor: en ese sentido no habrá más problemas, Paco: ya hemos conseguido una zona reservada para nosotros; coño, qué bien, formidable; para entrenar las HPF; y a propósito, ¿cuántos hombres trabajarán en las HPF? Treinta y treinta con otros tantos animales y doce vehículos; y todo el mundo anota, subraya, tacha y el mayor informa que unas horas antes han detenido a la Fiera; falta saber si el gallo ese sabe algo, pero el mayor no lo espera de un tipo al que lo dejan hacer tanto disparate; y pensándolo bien todos los hacemos; qué bruto soy; pero no hay mal que por bien no venga; porque pensando mejor las cosas, el despiste de Vladivostok ha producido los trabajos formidables de Mironov; pero con el de esta mañana sí le puse la tapa al pomo; y es evidente que el Elpidio ese ha sido un instrumento, y Paco se tendrá que hacer cargo de los interrogatorios, y bien, volviendo al tema de los preparativos, déjame hablar, espera, volviendo al tema de los preparativos, esta misma noche voy a informar a la Superioridad de la marcha del trabajo con las brigadas HPF, pues hoy mismo debe darse la aprobación final después de conocidos los resultados iniciales, y en realidad las primeras pruebas resultaron satisfactorias, con cincuenta metros se puede tener un buen margen de seguridad, y en cuanto a la coordinación de los grupos en dos días más de práctica, no habrá problema, lo único que falta ahora es acelerar la terminación de los cañones y la gente de Suelos y Fertilizantes nos va a dar la cobertura, según dice Cristóbal, y el mayor, bien, ahora quiero pasar a otra cosa, relacionada con los trabajos de estadigrafía populacional, y todos extrañados de que a la reunión no hubieran asistido ni Alejandro ni Bernardo, ni nadie del INRA, y el mayor explicó la decisión de destinarlos solo a vigilancia en microscopía electrónica, pero él se reuniría con ellos periódicamente, y que le hicieran el favor de apagar las luces para pasar unas diapositivas.

Antes, algunos se sirvieron café y encendieron cigarros. Méndez conectó el proyector y desplegó la pequeña pantalla. Manolo Argüelles apagó la luz y por un momento solo se oyó el zumbido del proyector, mientras un humo polícromo y sinuoso atravesaba el haz lumínico de la proyección en colores.

—Eso que ven ahí es el plano de Jagüey Grande, con sus treinta y seis secundarias básicas —explicó la voz del mayor—. Los números grandes 1, 2, 3, etc., corresponden al presunto orden de aparición de la Toxoptera aurantii en Jagüey.

—¿Cómo es eso, mayor? —preguntó intrigado Paco.

—En un centro de cálculo —comenzó a explicar el mayor en un tono involuntariamente didáctico— se procesaron los datos aportados por las siete brigadas de conteo que operaron en Jagüey. Las determinaciones se han hecho con la máxima aproximación, gracias a la ayuda de un experto en estadigrafía populacional, quien se encuentra trabajando en Sanidad Vegetal…

«Mentira piadosa, para preservar la disciplina…».

—… y entonces, el doctor Mironov ha sugerido que lo más lógico es que los lugares donde se encuentra la mayor densidad de áfidos, deben ser necesariamente donde primero comenzaron los lanzamientos.

—¿Eso quiere decir que comenzaron por aquí? —preguntó Paco y señaló con un puntero las zonas marcadas con los números 1, 2 y 3.

—¿Y cuál es la diferencia de densidades entre dos números sucesivos? —preguntó Méndez intrigado.

—Entre el 1 y el 2, o entre el 3 y el 4, por ejemplo, la diferencia es casi insignificante, pero se ha podido detectar alguna, y se ha conseguido, gracias al doctor Mironov, elaborar un espectro bastante exacto, donde la población disminuye con cierta regularidad desde el 1 al 17. Y entre los extremos, la diferencia de densidades es enorme, y yo estoy de acuerdo con las conclusiones del doctor Mironov, que parecen muy lógicas.

Todos los miembros de Seguridad presentes, excepto Paco y Orlando, tenían buena formación científica y vieron con claridad el fenómeno. Paco y Orlando también comprendieron, en cuanto se les expuso las bases de aquel razonamiento. Hubo murmullos de aprobación ante la sutileza del trabajo. ¡Un filtro, el tipo! ¡Qué bárbaro!

—Otra cosa que debe señalarse —prosiguió Alba, tras interrumpir la catarata de elogios— es que en todos los casos, los vehículos han transitado por las carreteras de acceso a las secundarias. En carreteras como estas que están aquí, pintadas con un rojo más tenue, no se detectó ningún foco infeccioso. ¿Qué quiere decir eso?

—Que los saboteadores han estado justificando su presencia en la zona como supuestos familiares de estudiantes, que con algún pretexto iban a visitarlos.

—Eso se cae de la mata, ¿verdad? —confirmó Alba.

Quitó enseguida la diapositiva del plano de Jagüey y puso otro plano del mismo tipo, con otro diseño.

—Esta es ahora la situación en Isla de Pinos. Con los datos que nos han suministrado hasta hace tres días Sanidad Vegetal y las brigadas del MININT, se ha confeccionado este cuadro.

Igual que en el otro plano, había unos números negros grandes del 1 al 8, y luego unos índices estadísticos de población de áfidos, con caracteres azules, más pequeños. Las carreteras recorridas por los saboteadores estaban coloreadas de rojo y las no utilizadas en verde. Ya habían transitado por más de la mitad del territorio citrícola de la Isla.

—Como ustedes pueden ver —dijo el mayor, mientras desplazaba la punta del bolígrafo sobre una zona del mapa—, aquí también se ha hecho un trabajo en una sola dirección, de norte a sur, a partir de Gerona. Hasta el jueves de esta semana, andaban operando por aquí —y señaló la carretera marcada con el número 8—; y es probable que para esta fecha ya estén por aquí —y volvió a deslizar el bolígrafo sobre la pantalla, dentro de una pequeña zona.

Cuando se encendieron las luces, todos entrecerraron un poco los ojos.

—Creo que esto habla por sí solo —añadió el mayor y encendió un tabaco—. Si vigilamos en directo esa zona que acabo de señalar, me atrevería a predecir que en un par de días los cogeremos.

Alba notó en el rostro de Carlos una gran preocupación. Se mordía las uñas y miraba como distraído a lo lejos. Alba lo conocía y pensó que tardaba en hacer una pregunta que él se sospechaba. Sería la misma que le había formulado Alejandro un día antes. No había terminado de pensarlo cuando Carlos indagó:

—Si el virus del YTD no es visible para nosotros, ¿qué garantías tenemos de que todos esos pulgones no estén ya contaminados desde un principio?

—Ninguna garantía, Carlos —repuso el mayor, con su voz más ronca que nunca.

Cabezas gachas, miradas esquivas, manos retorcidas: desánimo en el ambiente.

—No obstante —añadió el mayor, con un pedido de atención en el gesto—, existe un razonamiento bastante lógico que puede resultar alentador.

Todas las miradas convergieron ansiosas sobre el rostro del mayor.

—Se trata del cultivo de ocuje tierno en el invernadero de Homestead…

—¿Y cómo se sabe que es ocuje tierno, mayor? —preguntó Carlos intrigado.

—Son conjeturas mías —se disculpó el mayor— pues las muestras de las hojas que nos trajo el tucumano no permiten dictaminar si proceden de árboles jóvenes o de retoños de árboles adultos; pero en todo caso, el ocuje es un árbol de grandes proporciones y no tendría mucho sentido cultivarlo en un invernadero inferior a los cuatro metros de altura, máxime cuando se da con facilidad en los Everglades de la Florida.

El mayor volvió a adoptar su tono profesoral.

—No sería posible criarlo en un invernadero; y si botan hojas a la basura y las dejan salir es porque no están infectadas, ¿verdad?

Todos comprendieron que sería absurdo dejar circular hojas contaminadas de una peligrosa enfermedad, por un área citrícola como la de la Homestead.

—¿Y para qué lo crían bajo encierro si se dan en estado natural? —quiso saber Paco.

—Eso mismo me he preguntado yo —dijo el mayor—; y lo único lógico sería que pretendiesen, mediante un control de la insolación y de la temperatura, lograr un tipo de savia muy atractiva para las Toxopterae criadas en ese medio…

—Y luego utilizar esa savia, como cebo, en Cuba —se apresuró a decir Carlos, que ahora parecía haber comprendido.

Paco y Orlando se miraron como diciendo: «Esto está del cará: no hay quien lo entienda».

—Claro, muchacho —dijo Méndez, y cogió a Orlando por una rodilla—. Si a ti te han criado comiendo carne de puerco y arroz congrí y de pronto te tienen un año sin dártelo a probar, ¿qué haces el día que te lo vuelvan a poner por delante?

—Le caigo encima, claro.

—Eso es tal vez lo que pretenden —prosiguió el mayor—: lanzar sobre nuestros cítricos la savia de esos ocujes, alimento ancestral de las Toxopterae. Y es lógico que los insectos prefieran nutrirse de la superficie de los árboles y no succionar, con gran trabajo, savia de cítricos.

Carlos parecía ahora más animado, después de haber sacado, él mismo, sus propias conclusiones.

—Creemos, además, que la CIA —continuó el mayor—, segura de que nosotros ni siquiera imaginamos cuáles son sus verdaderos planes, ha preferido asegurarse primero una gran propagación del vector, en buenas condiciones de salud, para luego introducir el virus en la savia del ocuje de Homestead, y producir así una infección masiva, una verdadera Blitzkrieg.

—Una guerra relámpago —tradujo Méndez.

—Y a fin de cuentas —concluyó el mayor—, estamos obligados a ser optimistas y jugárnosla; porque si ya nos han colado el virus, nada se perderá por lo que nosotros hagamos; pero si no lo han introducido todavía, estamos a tiempo de evitar una catástrofe.

La reunión culminó a las once y treinta de la noche. A la una y diez de la madrugada, Alba terminaba de redactar el informe para el comandante López, y de acuerdo con lo convenido, cuando lo pasó en limpio, llamó por teléfono a su despacho, y a la una y cincuenta y cinco de la mañana del lunes, el secretario del comandante López recogía el informe en la oficina de Alba.

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