Joy

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1975 » Capítulo 85. Julio 17, jueves

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Julio 17, jueves

—Yo solo le conozco el nombre, la voz y la letra de imprenta; pero le juro que nunca en mi vida lo he visto, ni sé dónde vive.

Una joven taquígrafa copiaba casi en simultánea la confesión de Felipe Carmona, alias Sepúlveda, alias Guillermo. Aquello serviría para firmar después su declaración, que a su vez quedaba grabada en cinta magnetofónica.

—¿Cómo se comunica Mauricio con ustedes? —preguntó Paco.

—Con los demás, yo no sé. A mí me llamaba a diario a las siete y treinta de la mañana y a las siete y treinta de la noche; pero desde hace un par de semanas solo me llama los lunes y viernes a las nueve y treinta de la mañana.

—¿Esa es la única forma de contacto? —preguntó Paco.

El lápiz de la taquígrafa siseaba con una regularidad alucinante. Felipe Carmona se figuró que aquellos trazos sonoros golpeaban algún área recóndita de su cuerpo, donde le penetraba las carnes y las sellaba para siempre.

—Existían algunos lugares como la Casa Blanca, la Biblio…

—¿Qué es eso de la Casa Blanca? —lo interrumpió Paco.

—Vayan a la CUJAE y pregunten: cualquiera les explicará —respondió Felipe.

—¿Y qué otros lugares?

—La Biblioteca José Martí, la Biblioteca Central de la Universidad, las taquillas del Abrantes y otros…

Paco conjeturó que si Mauricio se relacionaba con el estadio Abrantes, la CUJAE y dos bibliotecas, de seguro pertenecería al ambiente universitario.

Cuando Sepúlveda le describió en detalle la operación clandestina dirigida por Mauricio, comprendió que se las verían con un profesional precavido, metódico en sus controles y muy difícil de atrapar. Las declaraciones de Víctor confirmaron luego aquel criterio. La organización del trabajo en el lanzamiento de la Toxoptera aurantii, podía considerarse una proeza técnica; y la previsión de tener preparada una fuga como la de la calle 22, indicaba a las claras que Mauricio no dejaba cabos sueltos. Su captura sería muy dificultosa, pero de enorme importancia por el valor de sus declaraciones cuando se iniciara la denuncia internacional del sabotaje.

Era evidente que Felipe Carmona y Víctor Ribadeneira no sabían más de lo que declararon. Resultó evidente que Toxoptera aurantii, Tristeza, YTD, nada significaban para ellos. Su trabajo estaba encasillado, como en menor escala lo estuvieran los de Eladio Ceballos y Huidobro.

Cándida Villalobos, alias Irma Ferrer Sepúlveda, no pudo declarar por haber sufrido un infarto en el momento en que Seguridad tomara la casa.

Manuel y Mena se negaron a hablar y solo abrían la boca para dar respuestas burlonas.

La esperanza de detener a Mauricio era poca, pero no inexistente. Si todavía no estaba al tanto de la captura del grupo, era posible que al día siguiente, a las nueve y treinta de la mañana, llamara a casa de Irma para hablar con Sepúlveda. Y si se lograba montar un enorme aparato de vigilancia en una buena parte de los teléfonos públicos de La Habana, coordinado con un intenso trabajo de comunicaciones desde la central telefónica, quizá se abriera alguna pista para atraparlo.

«Nadie más que él puede informar sobre los virus», pensó Alba, cuando Paco le dio a leer las declaraciones de Felipe Carmona, alias Sepúlveda, alias Guillermo.

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