Joy

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1975 » Capítulo 06. Febrero 15, sábado

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Febrero 15, sábado

Antes de bajar del carro, Dick se aseguró de que nadie del barrio lo observara. Era por pura rutina. No había por qué suponer que alguien estuviera atisbando detrás de una ventana, a la una de la mañana. Aquella noche hacía mucho frío en New Orleans.

Dick caminó hasta la puerta de la vivienda de Tony Vermeer, sacó el duplicado de la llave y penetró como en su propia casa. Caminó a oscuras hasta el gabinete, con paso decidido, sin ningún tropiezo. Una vez allí, cerró con cuidado puertas y ventanas, y encendió una lamparita portátil de luz difusa ubicada en el tercer estante del librero de la derecha. Luego hizo girar hacia fuera la primera sección del librero y, con la destreza adquirida en casi tres años, montó la combinación de la caja fuerte, extrajo el maletín de Tony, puso en el piso una serie de documentos y una gruesa libreta de notas. Tomó las fotos con una cámara no mayor que una fosforera. Sus movimientos eran lentos y cuidadosos.

No tenía por qué apurarse: seguramente «el reno astado de las tundras» (desde que Myriam le contara aquel disparate, Dick ya no podía llamarlo de otra forma) no regresaría antes del amanecer, como era inevitable cuando uno trasnochaba con la ávida Myriam. Además, desde que Myriam había reeditado la luna de miel, sin duda «el reno» se sentiría a gusto en la parranda.

Para Dick, aquel trabajo era ya una rutina sencilla. «Debo de haber hecho esto mismo no menos de cien veces», pensó. Le había ayudado el sueño profundo de Myriam y un poco de barhipnós en los tragos.

Después de cada clic del obturador, Dick hacía una marquita imperceptible con un alfiler en uno de los extremos inferiores de cada página fotografiada, para estar seguro de no repetir en otra oportunidad la foto de un mismo material.

Dos años más y luego se jubilaría. Pensaba comprar una finca en Alabama y dedicarse a pescar. Ya estaba bueno de sustos y peligros. Cuarenta años era una buena edad para retirarse a una vida apacible. Si no hubiera sido por el dinero lo habría decidido antes.

En realidad, gracias a Myriam, espiar a Tony había sido un trabajo fácil. Ahora, desde el otoño anterior, cuando la pareja se reconciliara, se le había complicado un poco. ¿Se estaría poniendo viejo? En ese momento sonó la señal en el audífono que tenía en la oreja. El vigía que había quedado en su carro, le anunciaba la proximidad de un vehículo. Guardó rápido en el maletín del «reno» el último manuscrito que le quedaba por fotografiar y esperó un instante. Se oyó el ruido de un carro y enseguida la señal de que podía continuar.

Diez minutos después, Dick volvía a montar en la máquina parqueada antes de llegar a la esquina, en la acera de enfrente. El otro le preguntó lacónico:

—¿Okey?

Dick asintió. Se ubicó al volante y encendió el radio. Strangers in the night. La voz de Frank Sinatra, sonaba a denuncia. Dick y Ralph se miraron y sonrieron al pensar en la coincidencia. Dick apretó el acelerador, trarái lará lará, y abrió la ventanilla para sentir, un momento en el rostro, el aire limpio y el aroma de las coníferas en aquel lujoso barrio residencial.

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