Joy

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1975 » Capítulo 12. Mayo 30, viernes

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Mayo 30, viernes

… no iba a leer materiales científicos: iba en función estrictamente detectivesca. A olfatear, a husmear, a tratar de adivinar decía él, dentro de una panoplia de lo insólito.

Las computadoras del MININT, en programación conjunta con la IRIS 50 del Centro de Información, compendiaban cada semana el acontecer de sus distintos cuerpos: las pesquisas iniciadas oficialmente, su desarrollo, los nombres de los investigadores; los diferentes informes de los colaboradores civiles; en fin, todo cuanto pudiera interesar al servicio.

Hasta el tercer grado de confidencialidad, cualquier funcionario del MININT debidamente acreditado, podía leer aquella información en la sala de lectura del CIDMI. Del cuarto al séptimo grado las medidas de seguridad y la automatización se extremaban al punto de que solo el primer comandante, director y fundador del Centro, podía saber quiénes leían, qué leían, cuándo y dónde.

Fernando Alba comenzaba siempre por las informaciones del sector civil: Relaciones Exteriores, Azúcar, Academia de Ciencias, Pesca, Salud Pública, Comercio Exterior, INRA, etcétera. Todo hecho anormal, sospechoso, o simplemente singular, reportado por los colaboradores civiles del ministerio, que desde el punto de vista teórico pudiera tener cualquier nexo con ramos técnicos del campo de la biología, era de interés para Alba.

En la guerra moderna, la prevención de un ataque bacteriológico, viral, fungoso, exige la vigilancia esmerada de un frente vastísimo. Para reconocer en él a un enemigo, no se usan anteojos de campaña, sino microscopios, microfilms, instrumentos de laboratorio, y sobre todo, abundantes lecturas sobre el acontecer científico mundial. No se estudian mapas militares. El enemigo es a veces tan pequeño, tan sutil, que puede venir en las flores, en los frutos que se comen los niños, en las ideas… A ese enemigo que no se anuncia con el fuego y el trueno, hay que buscarlo en las bibliotecas, en los extractos científicos, en las noticias sobre el progreso de la cultura humana; y a veces, aparece también en inmisericorde vínculo con la destrucción humana.

Ese era el trabajo que Alba debía realizar como científico; pero como investigador de los Servicios de Contrainteligencia, Alba se informaba asimismo de lo que interesaba en general, a cualquier combatiente del Ministerio del Interior.

¡Helo ahí pues! Como el general que reconoce el frente con sus anteojos de campaña, el mayor Fernando Alba, encerrado en un cubículo, como cualquier «ratón de biblioteca», proyecta su nariz aquilina a los vientos que puedan traer algún hálito del campo enemigo. Sus ojos zarcos, algo achinados, se convierten en dos tajos que le surcan el rostro moreno. El rostro moreno de Alba se tiñe con el olivo de su uniforme, pero la intensa luz fría arranca de él destellos glaucos.

Para eso necesitaba él su lucidez de los viernes; para olfatear, para ver, para auscultar; para anticiparse, para encontrar el detalle inadvertido, la punta del hilo de la madeja, las huellas en la arena de las zarpas del monstruo.

El MINCEX reportaba una estruendosa caída de los precios de la miel monoflora cubana en el mercado de Alemania Federal, según decían, por «merma de la calidad estándar». Alba le asignó la investigación al capitán Ríos. Que se enterara bien de la cosa con Marrero y Carlos, y si fuera necesario, con el doctor Popescu, en Bucarest.

Desde Brasil se informaba la inusitada instalación de un laboratorio en Minas Gerais, con un formidable sanatorio gratuito anexo, al que habían ingresado más de ochenta casos de encefalitis equina, que pese a los solícitos cuidados de las monjitas, empeoraban todos. Alba anotó: «Pasar un cifrado a Camoens, para que investigue esto». Luego leyó algo sobre intensificación de algunas anormalidades meteorológicas registradas por la Academia de Ciencias en Isla de Pinos, y anotó: «Para Méndez: pedir ampliación de estos informes».

A las once terminó con el sector civil. Al día siguiente, sus camaradas subalternos, ejecutarían las iniciativas tomadas por él en esos momentos, y el resumen de aquella información quedaría archivado en la memoria de la IRIS 10 de Contrainteligencia Científica.

A las once y cinco pidió leche, un bocadito de queso; encendió un tabaco y puso al máximo el mecanismo del extractor de aire.

Su gran descubrimiento del día lo hizo a la una de la tarde. El cuerpo de Guardafronteras informaba con fecha del 29 de mayo, el día precedente, que el domingo próximo pasado, en la bahía de Cabañas, provincia de Pinar del Río, alguien decía haber cogido una paloma mensajera herida, portadora de un tubito metálico que contenía unos insectos pequeños.

Alba se paró de un brinco. Comenzó a rascarse la nuca y a peinarse con las manos. Entró un momentico al baño, encendió de nuevo el tabaco, puso un pedido de café en el elevador; volvió a aumentar la extracción del aire y miró la hora. «Puedo estar antes de las cuatro». Tomó el café pensativo, volvió a sentarse, apoyó la frente en la mesa y dejó caer los brazos hasta sentirse relajado. Hizo luego un esfuerzo de concentración y leyó lo que le faltaba. No encontró nada interesante. A la una y treinta y cinco minutos comunicó con la posta y anunció que quería retirarse. El centinela de turno le dijo que podía hacerlo a la una y cuarenta y uno.

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