Joy

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1975 » Capítulo 13. Mayo 30, viernes

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Mayo 30, viernes

No señor… digo… compañero, era de esos tubitos cerrados por todos lados, como para guardar termómetros… Sí, sí, pero mucho más chiquitos, una cosa así más o menos… No: ¡qué va! Livianito, livianito; parecía plástico, pero muy duro… No: fuerza no tuve que hacer porque venía enroscado… ¿Cómo dice?… No: serían ya como las seis, seis y pico. Yo oí los tiros por vuelta de Punta Jutías y ya estaba llegando a la ensenada que queda por frente al cayo… Sí, al cayo de Juan Tomás, y entonces… ¿Cómo?… Sí, yo desembarco siempre ahí; pero al otro lado de la rompiente. Y entonces oí los tiros y dije, ese es Chicho; porque él recorre el cayo casi todos los domingos, desde Punta Jutías hasta las ruinas del fortín. Sí, es enfermo a eso. Esa es su vida: la cacería. Yo voy mucho con él por ahí y somos buenos socios, pero ese día yo venía de pescar del lado del cayo del Negro, y fue cuando vi la bandada de pájaros y enseguida, ¡fuácata!, la escopeta de Chicho… ¿Mande?… Sí, hace más de veinte años que él vino a trabajar al central… Sí, al Pablo de la Torriente Brau, antiguo Orozco, y, ¡fuácata!, otro escopetazo, y yo vi que uno de los pájaros perdía altura, y dale p’abajo y dale p’abajo, hasta que vino a caer del lado de acá de la rompiente, sobre la costa… ¿Dígame?… Claro: yo tenía el sol a la izquierda y veía todo de lo más bien… Era blanca, pero como con plumas azules, daba la impresión… Sí, como un gris claro y se veía de lo más bien… Bueno, yo nunca desembarco por ese lado. Siempre busco el atracadero que está al otro lado de la rompiente: por ahí me queda más cerca del central, siguiendo el trillo de vuelta de Pepe, y entonces la veo caer y le caigo atrás. A esas alturas yo no sabía si era paloma, perdiz, pato, ni la cabeza ‘e un guanajo. Podía ser cualquier otro pájaro, ¿me entiende? Y entonces dije, déjame jugarle una a Chicho. Usted sabe cómo es el guasabeo y la jodedera entre cazadores y el cará: que yo me como en una hora lo que tú caces en un mes, y que tú no cazas naa, y el cará, y dígome, si es una buena pieza, me la hago preparar esta noche y mañana me la llevo de merienda al central, y cuando me la esté jamando le cuento a Chicho dónde la encontré, porque mi compay coge unos encabronamientos del carajo, ¿sabe? No, qué va, compañero: ahí mismitico estaba, acurrucadita y aleteando todavía… ¿Cómo?… ¡Imagínese! Si yo me llego a dar cuenta de lo que era, no hago la burrada esa. Yo no caí en cuenta de lo que había hecho, hasta que un hijo mío que es más apreparao me lo hizo ver. Nada, que él me lo explicó todo. ¡Pero viejo! ¡Le ronca el mango! Y se puso a explicarme lo de la guerra bacteriológica esa y los crímenes del imperialismo en Vietnam y yo decíame, mire que uno es comemierda y el cará… Sí, terminó el tecnológico ese del azúcar, y trabaja en eso mismo de la química aquí en el Pablo… Cuando le dije que me había encontrado con Pepe y que le había comentado la cosa, díceme, ¡pero viejo!, ¡cómo se te ocurre! Imagínese, compañero: uno no está en nada de eso, qué se va a poner a pensar en sabotajes y el cará, y entonces nos mandamos a correr, p’aguantar a Pepe que no se fuera de lengua, y entonces ran, a avisarle al teniente. Por suerte la mujer de Pepe había ido con las hijas al cine y no había tenido tiempo de hablar con ella. ¡Alabao! ¡Qué alivio! Porque si se llega a enterar la Juana el chisme ya estaría llegando a Santiago de Cuba, y ran, ahí mismitico fuimos los tres al puesto de Guardafronteras y nos recibió el teniente Peralta… ¿Los bichos?… No, no, no, chirriquiticos, pero por tongas… Bueno, yo diría que como tirando a carmelitosos… No, alas no les vi… ¿Mande?… Sí, déjeme explicarle: Yo recogí la paloma, la eché al bote y salí remando p’atrás, a buscar el atracadero del trillo, ¿me entiende? Entonces, después que bordeo la punta de la rompiente, miro p’al piso y le veo el tubo en la barriga a la paloma… No le entiendo… No, no, no, el tubo venía atornillao. De un lado era una rosca larga y del otro la contrarrosca con el empate, ¿entiende cómo es?… ¡Claro que lo abrí! Había un algodón amarillento y estaba tupido de bichos… No, no, no, tongas. Al principio me quedé como pensando. ¡Cooñó, qué cosa más rara! Volví a meter el algodón p’adentro, atornillé de nuevo el tubo y ahí fue que me apendejé, compañero, y óigame, el susto fue del carajo. ¡Me apendejé! ¿Para qué voy a decir otra cosa? Y entonces… ¿Cómo dice?… No, no, ¡qué va! Cuando me entró el apendejamiento ese, boté tubo, paloma, todo voló pa’l carajo… Sí, sí, así mismo, y hasta me lavé las manos con un resto de Coronilla que me quedaba en la botella. ¡Fíjese cómo sería el susto! ¡Imagínese! Yo qué sabía si esos bichos no estaban apestaos, y óigame, por la noche, dice mi mujer que me la pasé rascándome. ¡Claro! Si soñé con una piojera que me tenía loco… ¿Mande?… Sí, el tubo se hundió ahí mismo, después fue que me di cuenta de la brutalidá. Bueno, seguro, seguro no estoy de nada, compañero, pero me parece que no tenían alas… ¿Pa’La Habana? ¿Yo…? Por mi parte no hay problema, compañero.

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