Joy

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1975 » Capítulo 90. Julio 18, viernes

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Julio 18, viernes

¿Qué diablos pudo haber fallado? No es posible que hayan detectado a Víctor y Manuel. ¿Y si los hubieran dejado escapar adrede? No, no, no, no. Eso sí que no… pero, ¿y qué tal si los hubieran detectado y luego decidieron darnos cuerda para tratar de atrapar a todo el grupo? Pero es que no, tampoco… ¿No los habrán chequeado por aire, con teleobjetivos? Tampoco. Mis muchachos lo dijeron bien clarito en el informe. Durante todo el seguimiento no vieron un solo avión.

Seguro que Víctor y Manuel no fueron. ¿Habrá sido el tonto de Sepúlveda? ¿Lo habrán cogido robándose los tanques de oxígeno? Ese pendejo debe de haber hablado hasta por los codos. Está claro que lo de Varadero lo dijo él porque se lo mandaron; y si así fue, ya habló de los tanques y de todo lo que sabe. ¿Y si no qué otra cosa puede haber fallado? ¿Alguna imprudencia de Irma?

Lo que más mortifica a Mauricio es no saber si sus viróforos, como llama a Evaristo y Segundo, también fueron cogidos. Ellos tenían orden de no regresar hasta el domingo 20, para disponerse a evacuar el país en el Argos el día 22. ¡Maldita sea! Eso ya no es posible.

¿Y ahora qué hago para evacuarlos? ¿Telegrafiar al centro para que me den otra vía de salida? Imposible asistir a la cita con el de los espejuelos rotos. Sí, sí; debe de haber sido Sepúlveda, aunque quizá no, porque conmigo fue leal y me dio la alarma.

Hacer contacto con el del barco sería un suicidio. No, no, ni pensarlo siquiera. Y yo no me puedo marchar de aquí hasta no evacuarlos. Qué tan de malas, carajo.

Pues sea lo que sea, hay que mandar el cable al centro. De todas maneras el operativo se ha cumplido. Ya la enfermedad la tienen metida hasta los tuétanos, y a mí me tienen que dar lo mío.

¿Cómo se lo pongo al viejo? TODO EL MUNDO CAPTURADO STOP… No: todo el mundo no. Aún no sé qué pasa con Hilda, ni con Segundo y Evaristo. CAPTURADO TODO EL GRUPO DE LA LISA STOP IGNORO CAUSAS STOP DÍA DIECISÉIS SE COMENZÓ SIN TROPIEZOS TRABAJO ISLA DE PINOS STOP IMPOSIBLE UTILIZAR SALIDA PREVISTA DÍA VEINTIDÓS STOP ESPERO ÓRDENES NUEVA EVACUACIÓN SEGUNDO Y EVARISTO STOP MORRIS.

¿Y si Segundo y Evaristo hubieran sido cogidos? Pues nada: de todas maneras hay que ir ganando tiempo, por si regresan el domingo. ¿Y si les diera por regresar antes? ¡Qué peligro! Mr. White se va a poner furioso. Por mí, que se ponga. Yo no he cometido ni una sola falla. De eso estoy seguro. ¿Quién demonios habrá metido la pata? Si han cogido a Segundo y Evaristo el alboroto va a ser tremendo. Bueno, qué carajo, y al fin de cuentas, ¿a mí qué? Si ha de haber escándalo internacional, pues que lo haya. A mí no se me puede achacar ningún error. Yo no he dejado ninguna pista y lo de la Tristeza no fue responsabilidad mía; y ahí puede estar la causa del desbarajuste.

Yo le dije a White que no me gustaba mezclar las dos acciones. De modo que si falló Sepúlveda, la culpa es de White por endilgármelo contra mi voluntad. Allá él. Además, toda esa idea de querer enjaretarle lo de la Tristeza a la DINA es un disparate. Arriba no se lo van a tragar.

En fin, al grano: ¿Qué hacer con los viróforos? Lo primero es ponerles la señal ahora mismo; pues si se les ocurre adelantar el viaje van a caer como unos chorlitos en la casa de La Lisa. Sí: tengo que ir ahora mismo a poner la señal en la Biblioteca; o mejor espero diez minutos y me sedo con unos ejercicios de control.

Han pasado dos horas y todavía me tiembla el pulso, vaya susto, y doctor Bohórquez, teléfono por la línea tres, y hola, sí, Bohórquez al habla, cómo no, con muchísimo gusto, ingeniero, ya sabe usted que aquí estamos para servirle pues, pero ahora mismo no podría, le ruego que pase mañana, así me dará tiempo a completar los datos que me faltan; y tras un ademán de mal humor, mire la vaina pendeja esa de venir a citarlo ahora para reuniones, y cómo no, con mucho gusto, y al rato ya más tranquilo, Margarita, si alguien me llama diga, por favor, que no regreso hasta mañana por la tarde. Sí, anjá, cualquier citación pásemela para el lunes, que todo el fin de semana voy a estar en el interior, y aun cuando yo no vuelva, téngame lista la copia del informe para la Dirección, que a las nueve y treinta va a venir el ingeniero Julio Valdés a buscarlo; y muy bien, doctor Bohórquez, y hasta mañana, Margarita, y hasta el lunes, doctor, y el Peugeot se dirige a las oficinas centrales del INIT y de ahí al Habana Libre, y por fin a las cinco y diez, Julián Bohórquez penetra en el recinto de la Universidad y camina bajo los añejos árboles. Silba distraído La flor de la canela; pero cosa rara: entona la canción de la limeñísima Chabuca Granda con una cadencia monótona de huainito andino, que no evoca en absoluto las juguetonas aguas del Rímac ni el encanto bizarro de la Alameda de los descalzos.

A las cinco y trece, en la tarjeta de La caída de la casa Usher, de Edgar Allan Poe, en el ángulo superior derecho anota «G. S. 187», que quiere decir «Gramática del Sánscrito, página 187». Con muy buen tino, Julián Bohórquez ha escogido una obra de escasísima demanda, que nunca está ocupada. La pide y se la dan. Se la lleva al baño y en un retrete escribe en la página 187, con tinta invisible: «Bajo ningún concepto volver a casa de Irma. Desde hoy, viernes 18 de julio, hasta el día 25, tienen reservada la habitación número 516 del Habana Libre, a nombre de Segundo Casas. Desde mañana, sábado 19, busquen instrucciones mías para la salida del país, en la Casa Blanca».

Segundo y Evaristo tenían órdenes estrictas. Mauricio, previsor como siempre, les había ordenado no dirigirse nunca al albergue cuando regresaran de una gira. Debían pasar primero por la Biblioteca Central de la Universidad y consultar en el arhivador de autor y materia, la ficha que a cada uno le indicara antes de la partida. Solo podían regresar a sus respectivos albergues cuando en las tarjetas indicadas no encontraran ninguna señal. Aquello significaría que nada los amenazaba. Pero cualquier anotación en el ángulo superior derecho de la tarjeta con las iniciales G. S., los obligaría a pedir el citado texto, sentarse con él en la sala de lectura y simular el asentamiento de alguna anotación. Pasados dos minutos debían dirigirse al baño, arrancar la página 187, aplicarle calor y leer el mensaje.

Mauricio esperaba impedir que sus viróforos cayeran en manos del contraespionaje cubano. Mientras transcurría el tiempo necesario para que llegaran de los Estados Unidos las instrucciones sobre la evacuación, pensaría cómo hacer para verificar con la máxima cautela, si Hilda también estaba chequeada. Era muy difícil y peligroso, pero indispensable.

Cuando salió de la Biblioteca se dirigió directo a su casa y se puso a codificar el mensaje, en términos periodísticos, según lo convenido. Esa misma noche, un hombre de la UPI escribiría un artículo en inglés sobre las perspectivas del deporte cubano en las próximas Olimpiadas, y a las diez de la noche, o a las once, Langley conocería los terribles sucesos del día 18 de julio en La Habana.

Aunque con bajas, Mauricio estaba convencido de haber realizado un buen trabajo. Si hubiera podido evitarse el escándalo internacional, habría sido perfecto; pero él, Julián Bohórquez, no firmó un contrato para realizar un trabajo perfecto. Se comprometió a dirigir una covert action en Cuba, y los objetivos estaban plenamente cumplidos. Tras multiplicar suficiente Toxoptera aurantii y lanzar con todo éxito el virus del YTD sobre los campos de Cuba, ¿qué más podía pedírsele?

Desde luego, la CIA no dejaría de pagarle su trabajo. Aquello lo tranquilizó un poquito más. Sin duda, le abonarían hasta el último centavo, conforme a lo convenido. Y en cuanto al alboroto, eso era un problema de Washington, no de Mauricio. Él había cumplido su parte con precisión. Que la CIA cumpliera ahora la suya. Pero, ¿qué hora era? ¿Ya las seis y treinta? A las siete y media tendría codificado su mensaje.

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