Joy

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1975 » Capítulo 91. Julio 19, sábado

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Julio 19, sábado

Cuando el aparato se detuvo ante la terraza del aeropuerto, el teniente Méndez y el capitán Carlos Ríos bajaron a ocupar sus puestos. Al compañero de Inmigración ya se le había explicado la situación. El hombre tendría que pasar por allí.

El hombre era Alejandro de Sanctis, director nacional de Virología de los Cítricos.

Ese mismo día, el cónsul cubano en Panamá se presentó a las siete y treinta de la mañana en la zona del golfo de Mosquitos, donde se encontraba Alejandro en compañía de otros cubanos. Para él, como virólogo, aquel viaje era más de turismo que de trabajo. Los otros compañeros sí estaban realizando una labor efectiva: los pedólogos recogían muestras de suelos, los ingenieros apícolas estudiaban la flora melífera, los ingenieros de riego hacían estudios topográficos…; en fin todo el mundo tenía algo que hacer, menos Alejandro. Por la especificidad de su trabajo, por la carencia de instrumental, por la ausencia de plantaciones de cítricos, Alejandro no podía contribuir en nada. Era evidente que lo habían mandado de paseo, a instancias de Alba. Todo provenía de aquella situación desagradable, de aquella discusión famosa. ¡Cuánta ansiedad! ¿Qué estaría pasando en Cuba? ¿Qué estarían pensando de él? ¿Se habría introducido el virus?

El cónsul llegó en una máquina, acompañado de otro cubano. Un desconocido. Debían de haber salido de la capital hacia las cuatro de la mañana, para poder estar allí a esa hora. ¿Y para que tanta prisa? ¿A santo de qué lo iban a buscar con semejante urgencia? La ansiedad de Alejandro fue mayor al notar que el cónsul, un hombre que lo recibiera efusivo y jovial siete días antes, ahora parecía evitarlo. ¿Y Bernardo Cabral? No: el cónsul no sabía nada de Bernardo Cabral. ¿No sabía siquiera si todavía estaba en Panamá? No, el cónsul no sabía nada. Y el desconocido no abrió la boca en todo el trayecto.

Hacia las once de la mañana, la máquina penetraba en Ciudad de Panamá. A las once y quince, el desconocido lo ayudaba a cargar sus maletas en una máquina del consulado. A las once y treinta y cinco, Alejandro y el desconocido penetraban en el aeropuerto de Tocumen, donde luego de cumplir unas sencillas formalidades, montaban en un avión civil cubano, evidentemente fletado para trasladar a Alejandro. A las dos y media de la tarde, el avión detenía sus motores en el aeropuerto de Rancho Boyeros.

¿Y ahora qué? ¿Qué carajo estaría pasando? Alejandro de Sanctis había salido para Panamá el día 12 de julio. Allá pasó una de las semanas más desagradables de los últimos años. Un tormento. Horrible. Y ahora, ese misterio que envolvía su precipitado regreso lo angustiaba aún más. ¿Y por qué no mandaron a buscar también a Bernardo Cabral? La cosa era con él, evidentemente.

Paco bajó del avión delante de Alejandro. Cuando ambos se acercaron al puesto de Inmigración, Argüelles y Ríos cruzaron una mirada significativa con Paco.

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