Joy

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1975 » Capítulo 38. Junio 20, viernes

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Junio 20, viernes

En el Centro de Documentación de la Universidad de Harvard trabajaban dos personas que conocían a Sylvia Purcell. Aquello podría ser un inconveniente, pero Sylvia no lo creía así, pues esas dos personas sabían que ella laboraba como coordinadora de investigaciones para la Dupont y no tendrían por qué extrañarse de que pidiera información sobre cuestiones científicas. De todas maneras decidió tomar precauciones y no dejarse reconocer. Bastaría presentarse con su peluca roja, los espejuelos grandes y un nombre falso.

En los centros de documentación Sylvia se sentía como el pez en el agua. Sabía manejarse con rapidez y eficiencia. Era parte de su trabajo habitual en la compañía; pero, además, en el mundo moderno, los agentes de la seguridad científica tienen que valerse con frecuencia de distintos centros de documentación. En algunas ramas de la biología, por ejemplo, habría que leer durante meses, a razón de ocho horas diarias, para poder enterarse de todo lo publicado en un solo día. Por eso, cuando el nivel de una misión de inteligencia exige información concreta sobre problemas científicos, los agentes consultan extractos y resúmenes que condensan en pocas horas de lectura, los resultados de años y años de investigación.

Sylvia Purcell sabía, por supuesto, que el primer paso de su pesquisa consistiría en obtener en un buen centro de documentación, la lista completa de las publicaciones realizadas por los treinta y un científicos de su agenda. Luego pediría a la memoria de las computadoras de algún otro centro, como el del Instituto Tecnológico de Massachussets, por ejemplo, toda la información que tuvieran sobre el Myzus persicae y la Toxoptera aurantii, como resultado de las investigaciones realizadas durante los últimos diez años. Por precaución, este tipo de pesquisas bibliográficas y documentales nunca se completaban en el mismo lugar, pues los centros de documentación son a su vez, centros de Contrainteligencia Científica.

Trataría de tener toda esa información disponible para cuando llegaran los Eddies, el día 22, y poder así comenzar el trabajo de entrevistas, caso por caso. Tocaría a diez por cabeza y llevaría no menos de una semana de correteo por todo el país, aunque en realidad, podrían repartirse el trabajo por zonas. En fin, aquello se podría concretar cuando llegaran los Eddies. Se necesitarían grabadoras pequeñas, micrófonos especiales, cámaras fotográficas, documentación falsa, etcétera. Sylvia, instruida por su centro, debería valerse de la organización de Denis, que tenía unos doce hombres distribuidos en todo el país. Era de lamentar que ninguno de esos hombres pudiese ayudarlos en el trabajo de las entrevistas, pues debían realizarse a alto nivel científico. Sylvia decidió que ella y los dos Eddies, cada uno por su parte, se presentaran como reporteros de publicaciones científicas internacionales. Para ello necesitaban dos cosas: en primer lugar, tener un resumen reprográfico de todos los trabajos publicados por esos científicos, para saber qué temáticas abordar en el momento de las entrevistas; y, en segundo lugar, contar con el apoyo «logístico» del grupo de Denis, que debía proporcionarles disfraces, documentos, y sobre todo, canales de comunicación directos con el centro, en La Habana.

Cuando Sylvia Purcell bajaba la escalerilla del avión en el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York, ya era la una y quince de la madrugada del viernes. A la una y cincuenta había un vuelo de Brannif para Boston y Sylvia decidió cogerlo para amanecer en Massachussets y estar cerca de Harvard y el Instituto Tecnológico. A la una y treinta y cinco terminó sus formalidades de inmigración y aduanas, y tuvo incluso tiempo de poner en el despacho de All America Cables un cifrado para Denis, que había redactado durante el vuelo. Denis debería responderle a su P. O. Box personal, en las oficinas de la Dupont en Nueva York, donde ella pensaba encontrarse el lunes por la tarde.

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