Joy

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1975 » Capítulo 46. Junio 26, jueves

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Junio 26, jueves

Debí que esperar hora y media para que me atendiera. Ya estaba por irme cuando me hizo pasar… ¿De qué revista, Miss?

Miss Donovan, profesor.

Bien, Miss Donovan, ¿cuál es el propósito de la entrevista?

¡Si tú supieras, viejo, el propósito!…

Sí, profesor Clark; a la revista World Science & Biology le interesaba conocer su opinión sobre métodos para esterilizar reinas en los colmenares y, luego, aplicarlas al control biológico de los años próximos, contra insectos dañinos a los cultivos.

¡No Charlie, así no! Cógelo de frente, para que en la foto se vea el microscopio y al fondo la biblioteca.

¿Y tú sabes, Eddy, lo que fue salir de allí a las tres, para estar a las cuatro en Houston y a las ocho de regreso en California?

Tuviste suerte, Sylvia.

Y el otro Eddy desanimado porque solo había podido entrevistar a dos personas en tres días.

Y por fin, ¿al de California pudiste verlo?

Esa noche, no; pero aceptó verme ayer.

La verdad es que para esto de las entrevistas deberían haber formado un equipo de mujeres: a los machos no nos abren las puertas esos vejetes.

Y el otro Eddy: De acuerdo: Yo perdí dos días atrás de un solo tipo, y al final tuve que cogerlo montándole guardia en el parqueo del carro, por la noche.

Y Sylvia: Eso es lo que hay que hacer, muchacho…

Sí, pero a veces uno tiene la impresión de andar atrás de un fantasma.

¡Al revés, chico! Los fantasmas somos nosotros.

¡Claro! El fantasma del Manifiesto, que ahora galopa sobre los campos de América, con una cámara fotográfica y una grabadora en el bolsillo.

Sylvia enciende un cigarro y se queda pensativa.

En total, entre los tres reportearon a nueve. Les quedaban veintidós.

¿A qué hora regresaba John?

Sobre las dos.

Si el centro no tiene novedad, esa tarde Sylvia saldría para Cleveland y al otro día para Portland, Oregón.

A Eddy A le tocaba Mississippi, Alabama y Kansas, pero antes quería llegar a New Orleans.

¿Y eso? Ahí había un caso interesante, un tal Palmer.

¿Interesante por qué?

Por ser el presidente de la Asociación de Virología de los Cítricos. Cuando pregunté por él, al averiguar sobre los distintos virólogos de la lista, se me dijo que desde hacía tres años no se sabía nada de él. Vaya, se sabe que está vivo y que sigue en los Estados Unidos, pero para el mundo científico es como si se hubiera muerto.

¿Cómo es eso?

Nada, que según parece, el virólogo ese, desde hacía unos quince años, publicaba incesantemente sus trabajos, asistía a todos los congresos internacionales y nacionales de virología de los cítricos e incluso en una época ocupó cargos importantes en la Asociación. Lo raro es que ya no asistió al congreso del 72, se retiró al sur del país, y desde entonces no ha vuelto a publicar una sola línea. Incluso ha rehuido contestar a las distintas comunicaciones que le han enviado por parte de la Asociación, y una vez que lo entrevistó un colega en New Orleans, se mostró esquivo y no quiso revelar lo que estaba haciendo. No hay que forjarse ilusiones, pero el caso parece interesante. Un hombre que ha publicado durante quince años, debe tener razones muy de peso para enmudecer.

Eddy M. también detectó un caso raro, de un entomólogo, un tipo de lo más evasivo, que cuando se le tocaba el punto de las mutaciones, cambiaba de tema y el cará. Y aquello le llamó la atención. Al ponerse a revisar el curriculum y sus publicaciones, el hombre era un bárbaro en genética y había trabajado mucho con áfidos. Es un tal Hill, australiano, de los que figuran en la lista de Vladivostok; pero lo sorprendente del caso es que cuando Eddy se puso a averiguar, aparecía como un hombre progresista, militante por los derechos civiles, con declaraciones antirracistas, antibelicistas y demás.

Bueno, quizá con más razón haya que seguir investigándolo.

¿Y qué hora era?

Todo el mundo estaba impaciente porque llegara John, para terminar la reunión de control y volver a su cacería de científicos por todo el país.

Bueno, ¿y por qué Sylvia no colaba un poco de café?

Sylvia no lo colaba porque era una mujer emancipada y ellos estaban ya bastante creciditos los dos y podían preparárselo sin su ayuda. Además, la que mandaba allí era ella y no le daba la gana de preparar nada, ¿ya?

—¡Coño, jefa, qué recio nos lleva!

Y cuando ellos se ponen a trastear con los cacharros y a formar relajo, Sylvia los bota de la cocina porque le van a alborotar todo al pobre John, que es de lo más ordenadito.

¡Fuera! Ella va a preparar el café, pero he aquí que llega John, y entonces que el café lo cuele John, pero John dice que en el refrigerador tiene un café macanudo.

Y Eddy A., que no sea miserable, que cuele café fresco.

¿Cómo miserable, che? Bueno, ¿qué noticias hay?

Un telegrama de Denis. REÚNAN MÁXIMA INFORMACIÓN POSIBLE SOBRE EL DOCTOR ANTON VAN VERMEER… y Eddy A. dio un brinco como si fuera un atleta y no un gordo calvo de cuarenta años, y no dejó que Sylvia terminara de leer el telegrama. ¡Ese es el tipo, seguro que es él!

¿Qué tipo?

El virólogo desaparecido, el de New Orleans.

¿No dijiste que se llamaba Palmer? No: Vermeer, Vermeer…

¡Pero tú dijiste Palmer!

Me habré equivocado, aquí lo tengo en la lista.

Y Sylvia: Bueno, déjame terminar de leer:…SOBRE EL DOCTOR ANTON VAN VERMEER STOP SUSPENDAN TODA OTRA ACTIVIDAD STOP PRESÉNTENSE EN MIAMI HOY MISMO STOP RESERVACIONES SYLVIA HILTON O’FARRELL FLORIDA LINDSAY VICTORY STOP VOLPE.

Y Eddy A. se abalanza sobre el maletín.

Ahí estaba. Anton Van Vermeer. ¡Qué coincidencia! ¿Y cómo era posible que el Centro ya le hubiera enfilado los cañones desde La Habana?

¡No, la gente de Warren está soplá!

¿Y recién te enterás? ¿No sabés que allí el más lerdo se culea un avestruz al trote?

¡Jua, jua, jua!

John era tucumano.

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