Joy

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1975 » Capítulo 65. Julio 6, domingo

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Julio 6, domingo

Lo primero que hizo Alba el sábado por la tarde, fue enviar un mensaje urgente a Denis, para que Eddy M. se retirara cuanto antes de la circulación, e incluso de la Florida.

Desde luego, Alba ignoraba que Sylvia Purcell ya había tomado esa medida, tras comprobar, desde su atalaya del Imperial Hotel, la presencia de intrusos en la habitación de Jack Murphy.

Sylvia no vio mucho; pero alguien, que no era Eddy M., cerró con cuidado las ventanas y corrió las cortinas del cuarto. Era un hombre y no vestía como el personal del hotel. Sylvia volvió a verlo cuando salía, poco después, por la puerta principal. En la habitación cerrada habría estado unos diez minutos; y luego descorrió las cortinas y abrió las ventanas para dejarlo todo como dispusiera Eddy.

Era evidente que le inspeccionaron la habitación. Eso ocurrió el mismo domingo en que Eddy viajara a Nueva York para atender los asuntos de su compañía.

Al regresar el lunes por la noche, se dirigió al hotel Victory y nunca más apareció por el Atlantic.

Sylvia se imaginó que una tremenda cacería debía de estar en marcha, para dar con Jack Murphy. Denis propuso retirarlo del Atlantic y alojarlo en una casa segura que él tenía en las afueras de la ciudad. Y así se hizo, el martes por la mañana.

Eddy corrió un gran riesgo para abordar a Betty Hunt en plena calle, donde, sin duda, alguien la vigilaba. Claro que él contó con el factor sorpresa y con el apoyo de tres de los hombres de Denis, que le hicieran un clearing previo de la mujer para servírsela en bandeja, cuando salía de una de las tiendas de ropa de la calle 20.

Mientras tanto, Eddy aguardó en un carro de Rent-a-car, hasta asegurarse de que su compañero estaba fuera de peligro. Según pudo constatar Alba, por el relato del tucumano, el riesgo corrido fue enorme; pero valió la pena. Así culminaba su idea de utilizar las palomas como brújula y aplicar la pericia de la gente de Denis y Sylvia. Quedaría en los anales de la SCC como paradigma profesional de coordinación y sagacidad. Sin duda, Eddy M. se había consagrado, y ahora debía dársele la máxima protección. No solo a él. A todo el grupo.

Las órdenes del mayor Alba fueron muy precisas. Sylvia y Eddy M. debían abandonar de inmediato la Florida y dirigirse al lugar donde mejor justificaran su presencia en relación con sus respectivos trabajos. Sylvia debía cuidarse de borrar todo rastro de Mary Tate. Los hombres de Denis debían volver de inmediato a sus respectivas bases. Y sobre todo Denis, el viejo y querido combatiente, debía desaparecer para siempre de la Florida. La historia del tambuche de la Homestead no tardaría en conocerse y tarde o temprano lo cogerían. John debería manifestarle que ya estaba bueno, que era una orden de Warren. Si estaba empecinado en seguir trabajando y no quería retirarse, pues que viniera a Cuba. Aquí se sabría aprovechar su larga experiencia. Debería coger de inmediato otros documentos, darle un poder a Fred Erwin o a quien él considerara idóneo para liquidar el negocio; debía retirar todo el dinero disponible en el banco y volver a La Habana cuanto antes. John, por su parte, recibiría todo el efectivo que le diera Denis para ponerlo en una cuenta a su nombre. Traspasaría su apartamento de Brooklyn quien llegara, en esos días, con la contraseña: «Milton». Por su parte, John se radicaría en Miami para hacerse cargo del aparato de Denis.

Esa tarde, el mayor y el capitán Carlos Ríos despidieron al tucumano con fraternales abrazos. Ambos recordaban su valerosa actuación en el operativo Cocodrilo. Se llamaba Marcelino Huertas. Era un genuino luchador internacionalista. Carlos Ríos, su viejo amigo, no olvidaría nunca la expresión de dolor que embargara el rostro de aquel hombre, en la noche de la Velada Solemne. Carlos dejó a un lado la habitual parquedad de los militares en servicio y le propinó uno de esos abrazos quebrantahuesos, que dicen a veces mucho más que las palabras.

El domingo por la mañana, Marcelino Huertas volaba de nuevo rumbo a las entrañas del monstruo.

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