Joy

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1975 » Capítulo 73. Julio 10, jueves

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Julio 10, jueves

«Bueno, por fin se acabó esto. ¡Coño, ya era hora! ¿Tú crees que haya dificultad con los pasajes a Batabanó? ¡Qué va! Mañana a las cuatro o cinco de la tarde estamos en La Habana. ¿A qué hora hay que estar en casa del jefe? A las seis y media ¿Y si no llegamos a la hora? Bueno, que nos localice él a nosotros en la casa del Vedado».

—Eso es todo lo que nos interesa, mayor —comentó Carlos Ríos, y apagó la grabadora.

—Bien, Carlos: ¿cuál es el plan?

—Ayer, en cuanto cogimos esta conversación, yo dejé a Argüelles encargado de gestionar en la terminal los pasajes en el Isla de la Juventud, que sale hoy a las doce.

—¿Y resultó?

—Sí, mayor: hoy a las nueve ya habían comprado los pasajes. Me lo informaron por la planta.

—Correcto —dijo el mayor—. ¿Y el chequeo?

—Si salen de Batabanó por el Surgidero, un carro los seguirá hasta Quivicán; de ahí un relevo hasta Bejucal, que entregará en Santiago de las Vegas; otro hasta Rancho Boyeros, y el último hasta la ciudad.

—¿Y si salen por San Antonio de las Vegas?

—Hay también cuatro relevos, marcados sobre el camino. Y para controlarlos dentro de La Habana, ya están avisados los grupos especiales.

—¿Dispusieron apoyo aéreo?

—No, mayor: nos ha parecido que si son profesionales bien entrenados, eso podría arruinar todo el trabajo.

—Bien. ¿Y en La Habana, cómo van a hacer? —preguntó el mayor.

—De eso quería hablarle, mayor —dijo Carlos—. Como van a llegar temprano a La Habana, y la cita con el jefe es a las seis y media, lo más probable es que se dirijan directo a esa casa del Vedado mencionada en la grabación. ¿Usted cree que debemos vigilar la casa con mucha gente, o…?

—¡Qué va! —lo interrumpió el mayor, y alzó los brazos por encima de la cabeza—. ¡De ninguna manera! Hay que contentarse con detectar la casa y vigilarla… este… vigilarla…

—… con máxima discreción —completó Carlos Ríos.

A Alba le fastidiaba que otros le cerraran sus frases; pero Carlos, aunque lo sabía, era un hombre impaciente y no podía evitarlo. En aquel caso, Alba quería decir que los encargados de vigilar la casa debían actuar como si fueran duendecillos incorpóreos, y como no podía decir en español «duendemente», que fue lo único que se le ocurrió, terminó por trabarse. ¡Qué lástima que las lenguas latinas fueran tan poco aptas para la adverbialización de sustantivos! Para salir del paso, optó por decirlo en inglés:

Ghostly, Carlos, ghostly! D’you understand?

—Sí, mayor: fantasmalmente —tradujo Carlos, cosa que también le fastidiaba a Alba. ¡Si usaba la palabra extranjera, era porque no la había encontrado en español, coño! ¡Qué importuno Carlos!

—Ojalá consigan un puesto de observación muy seguro —añadió Alba.

—Entendido, mayor. ¡Ah! Otra cosa: ¿Y si viajaran muy despacio, como para llegar a La Habana a la hora de la cita con el jefe y se dirigieran directamente a su casa, qué hacemos?

—Lo mismo que en la otra, Carlos. ¡Mucha prudencia! Pienso que esa táctica quizá nos permita vislumbrar algo sobre los planes inmediatos del grupo.

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