Joy

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1975 » Capítulo 84. Julio 17, jueves

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Julio 17, jueves

En Londres se recibió el cifrado de Alba en la noche del día 16, y a las diez de la mañana del 17, Sylvia, Denis y Eddy A., lo recibían, a su vez, a través del P. O. Box de John, en una oficina de correos de Brooklyn.

La despedida fue sencilla, emotiva. Un almuerzo criollo preparado por Sylvia, un brindis y una carta para Bratislava, que Denis enviaba a su hijo en manos de ella donde le anunciaba su pronto regreso a Cuba.

Eddy M. salió sin problema por la frontera del Canadá, y desde el día 10 se reintegró a sus labores normales en Zurich. Era de nuevo el pacífico y dinámico Peter Lindsay, director técnico de los plaguicidas Peipy para el área de Europa Occidental. De todos los del grupo, fue sin duda el que afrontó los mayores peligros. Eddy A. y Sylvia no tenían gran cosa que temer, y su salida no ofrecía obstáculos; pero Denis, después de su presencia en la Homestead y del riesgo corrido en el asunto del tambuche, más su ulterior desaparición de Miami, tenía la salida más difícil.

Se decidió que no debía aparecer en ningún puesto fronterizo, y sobre todo, en ningún aeropuerto. El día 19 llegaría a Newark un buque de la Flota Grancolombiana, y el contramaestre lo introduciría clandestino en su camarote. Al muelle y al barco ingresaría vestido con la indumentaria de los trabajadores portuarios, y John ya lo había provisto de los documentos y la chapa de estibador para transitar por allí. Para mayor seguridad, exhibiría su peluca rojiza y un bigote, pero esta vez sin el remate a lo Menjou, sino con el diseño rectangular del modelo centroeuropeo.

Sylvía abordaría a las nueve de la noche el avión de Lufthansa, para Frankfurt, y Eddy A., media hora después, saldría en su habitual «eructo volante» rumbo a Londres.

Se despidieron a las seis. Hubo abrazos. Denis traslucía una emoción inusitada que nadie le viera antes. Quizá lo entristecía la convicción de que muy pronto se despediría para siempre de su vida combatiente y en primera línea, iniciada en los campos de Aragón, casi cuarenta años antes. Sylvia lo notó y al abrazarlo le dijo en voz muy baja, casi al oído:

—Hasta siempre, Rafael, y mucha suerte.

Rafael no la oyó bien, y se apresuró a responder:

—Sí: ¡Patria o Muerte, muchacha, Patria o Muerte!

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